TRATADO 113

Comentario a Jn 18,13-27, dictado en Hipona, probablemente el sábado 12 de junio de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Jesús, conducido a casa de Anás

1. Después que, una vez que Judas lo traicionó, los perseguidores ataron al Señor, de quien se habían apoderado, el cual nos quiso y por nosotros se entregó a sí mismo1 y hacia quien el Padre no tuvo miramiento2 —entiéndase que Judas es no loable por la utilidad de esta traición, sino condenable por la intención criminal—, primeramente lo llevaron, como narra Juan Evangelista, ante Anás. Y no silencia la causa de por qué sucedió así: Pues, afirma, era suegro de Caifás, el cual era pontífice del año aquel. Por su parte, afirma, Caifás era quien a los judíos dio el consejo de que conviene que un único hombre muera por el pueblo3. Y Mateo, pues quería narrar más brevemente esto, con razón menciona que fue conducido ante Caifás4, porque antes fue conducido también ante Anás precisamente porque era su suegro, en lo cual ha de entenderse que el mismo Caifás quiso que se hiciera esto.

Negar a Cristo

2. Afirma: Pues bien, seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo5. Quién es ese discípulo no ha de afirmarse temerariamente, pues se silencia. Ahora bien, Juan suele así aludir a sí mismo y añadir: A quien quería Jesús6. Tal vez, pues, también éste es él en persona; sea empero quien sea, veamos lo siguiente. Por su parte, afirma, ese discípulo era conocido del pontífice y entró con Jesús en el atrio del pontífice; Pedro, en cambio, se mantenía fuera, a la puerta. Salió, pues, el otro discípulo, el que era conocido del pontífice, y habló a la portera e introdujo a Pedro. Dice, pues, a Pedro la criada portera: «Acaso también tú eres de los discípulos de ese hombre?». Dice él: «No soy»7. He ahí que la columna firmísima se estremeció entera al impulso de un solo soplo ligero. ¿Dónde está aquella audacia de quien prometía y de sí muchísimo presumía? ¿Dónde están las palabras aquellas, cuando preguntó: ¿Por qué no puedo seguirte ahora mismo? Mi vida depondré por ti8. ¿Esto es seguir al maestro: negar que uno es discípulo? ¿Así se depone por el Señor la vida, de forma que, para que esto no suceda, se teme la voz de una criada? Pero ¿qué tiene de extraño que Dios haya predicho verdades y, en cambio, el hombre haya presumido de falsedades?

En esa negación del apóstol Pedro, la cual ha comenzado ya, debemos advertir bien que niega a Cristo no sólo quien dice que éste no es Cristo, sino también quien, aunque es cristiano, niega serlo. En efecto, el Señor asevera a Pedro no «negarás que tú eres discípulo mío», sino: Me negarás9. Lo negó pues, a él en persona cuando negó ser su discípulo. Ahora bien, de este modo ¿qué otra cosa negó, sino que era cristiano? En efecto, aunque a los discípulos de Cristo no se los nominaba aún con este nombre, pues tras su ascensión comenzaron en Antioquía a ser nominados cristianos los discípulos10, sin embargo, existía ya la realidad misma que después había de designarse con ese vocablo, existían ya los discípulos a quienes después se nominó cristianos y también a los sucesores han transmitido igual que la fe común este nombre común. Quien, pues, negó ser discípulo de Cristo, negó esa realidad misma cuyo nombre es ser llamado cristiano. Después ¡cuán numerosos, no digo ancianos y ancianas en los que la saciedad de esta vida pudo despreciar más fácilmente la muerte por la confesión de Cristo, ni sólo la juventud de uno y otro sexo, edad a la que parece conveniente que se exija fortaleza, sino también niños y niñas, pudieron —y una innumerable sociedad de santos mártires entró valerosa y violentamente al reino de los cielos— lo que entonces no pudo este que recibió las llaves de ese reino!11 He ahí por qué, cuando se entregó por nosotros quien con su sangre nos redimió, ha quedado dicho: «Dejad que éstos se vayan»: para que se cumpliera la palabra que dijo, que de esos que me has dado no perdí a ninguno12. En efecto, si, tras negar a Cristo, Pedro se iba de aquí, ¿qué otra cosa sucedería, evidentemente, sino que perecería?

Yo he hablado abiertamente

3. Por su parte, los esclavos y los agentes se mantenían junto a las brasas porque hacía frío, y se calentaban. No era invierno13, pero en todo caso hacía frío, lo cual suele también ocurrir a veces en el equinoccio de primavera. Por su parte, también Pedro estaba con ellos parado y calentándose. El pontífice, pues, interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y acerca de su doctrina. Jesús le respondió: «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo siempre enseñé en la sinagoga y en el templo, adonde todos los judíos acuden, y nada he hablado en secreto; ¿por qué me interrogas a mí? Interroga a esos que han oído de qué he hablado a esos mismos; he ahí que éstos saben lo que he dicho yo»14.

Surge una cuestión que no ha de ser pasada por alto: cómo el Señor Jesús ha dicho: «Yo he hablado abiertamente al mundo», y máxime lo que asevera: Nada he hablado en secreto. ¿Acaso en este recentísimo discurso mismo que tras la cena dirigió a los discípulos no les ha aseverado: De estas cosas os he hablado en parábolas; viene una hora cuando ya no os hablaré en parábolas, sino que abiertamente os informaré sobre mi Padre?15 Si, pues, a esos mismos discípulos suyos más unidos a él no les hablaba abiertamente, sino que prometía una hora cuando iba a hablarles abiertamente, ¿cómo ha hablado abiertamente al mundo? Además, es evidente que, como testifica también la autoridad de los otros evangelistas, en comparación con los que no eran discípulos suyos hablaba mucho más manifiestamente a esos mismos suyos, cuando con ellos solos estaba apartado de las turbas, pues incluso les explicaba las parábolas que a los otros presentaba cerradas.¿Qué significa, pues: Nada he hablado en secreto?

Pero ha de entenderse que él ha dicho: «He hablado abiertamente al mundo», como si hubiese dicho: «Muchos me han oído». Ahora bien, este mismo «abiertamente» era «abiertamente» en cierto modo; en cambio, en cierto modo no era «abiertamente». En efecto era «abiertamente» porque muchos oían y, a la inversa, no era «abiertamente» porque no entendían. Y tampoco hablaba en secreto de eso de que a los discípulos hablaba aparte. En efecto, pues está escrito: «Toda palabra se mantendrá gracias a la boca de dos o tres testigos»16, ¿quién que habla ante tantos hombres habla en secreto, sobre todo si a pocos habla de esto que quiere que mediante ellos se dé a conocer a muchos, como el Señor mismo les asevera a los pocos que aún tenía: Decid a la luz lo que os digo en las tinieblas, y predicad sobre los tejados lo que oís al oído?17 Aun esto mismo, pues, que parecía ser dicho ocultamente por él, en cierto modo no se decía en secreto, porque no se decía de forma que lo silenciasen esos a quienes había sido dicho, sino, más bien, de forma que lo predicasen en todo lugar. Algo, pues, puede decirse a la vez abiertamente y no abiertamente o a la vez en secreto y no en secreto, igual que está dicho: Para que, aun viendo, vean y no vean18. En efecto, ¿cómo «vean», sino porque abiertamente, no en secreto, y cómo, a la inversa, exactamente esos mismos «no vean», sino porque no abiertamente, sino en secreto? Sin embargo, eso mismo que habían oído, mas no entendido, era tal que no podía ser acusado justa y verazmente, y cuantas veces lo pusieron a prueba interrogándolo para hallar de qué acusarlo, les respondió de forma que se embotaban todos sus dolos y se frustraban todas sus intrigas. Por eso decía: ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a esos que han oído de qué he hablado a esos mismos; he ahí que éstos saben lo que he dicho yo.

¿Presentó Jesús la otra mejilla?

4. Pues bien, tras haber dicho esto, uno de los agentes que allí estaba dio a Jesús una bofetada mientras decía: «¿Así respondes al pontífice?» Le respondió Jesús: «Si he hablado mal, aduce la prueba respecto al mal; si, en cambio, he hablado bien, ¿por qué me pegas?»19 ¿Qué más verdadero, más manso, más justo que esa respuesta? En efecto, es la de ese acerca de quien había precedido la frase profética: Intenta y avanza con éxito y reina a causa de la verdad, la mansedumbre y la justicia20. Si pensamos quién ha recibido la bofetada, ¿no querríamos que a ese que golpeó lo consumiera fuego celeste o lo engullera la tierra tras rajarse o el demonio lo revolcase tras apoderarse de él o lo castigase alguna pena de esta laya, cualquiera que sea, o incluso más grave? De hecho, ¿cuál de estas cosas no habría podido mandar ese mediante quien fue hecho el mundo, si no hubiese preferido enseñarnos la paciencia, con la cual se vence al mundo?

Aquí dirá alguien: «¿Por qué no hizo lo que él mismo preceptuó?»21. En efecto, a quien le golpeó, debió no responder así, sino ofrecer la otra mejilla. ¿Qué significa que haya respondido veraz, mansa y justamente y no sólo haya preparado la otra mejilla para quien de nuevo va a golpearlo, sino el cuerpo entero para ser clavado en el madero? También con esto ha mostrado preferentemente lo que hubo que mostrar, a saber, que los grandes preceptos suyos sobre la paciencia han de cumplirse no con la ostentación del cuerpo, sino con la disposición del corazón, pues puede suceder que, incluso airado, un hombre ofrezca visiblemente la otra mejilla. ¡Cuánto mejor actúa, pues, si sosegado responde la verdad y se prepara a tolerar con ánimo tranquilo cosas más graves! En efecto, quien en todo lo que padece injustamente por la justicia puede decir verazmente: «Preparado está mi corazón, Dios, preparado está mi corazón», es dichoso pues por eso sucede lo que sigue: Cantaré y salmodiaré22, cosa que Pablo y Bernabé pudieron hacer incluso entre cadenas durísimas23.

Jesús ante Caifás

5. Pero regresemos a lo siguiente de la narración evangélica: Y Anás lo envió atado a Caifás, el pontífice24. A él, como dice Mateo, era conducido desde el inicio, porque ese mismo era el jefe de los sacerdotes de aquel año. Por cierto, ha de entenderse que en años alternos solían ejercer ambos pontífices, esto es, los jefes de los sacerdotes, los cuales eran en aquel tiempo Anás y Caifás, a los que el evangelista Lucas menciona al narrar en qué época comenzó Juan, el precursor del Señor, a predicar el reino de los cielos y a congregar discípulos. En efecto, dice así: En tiempo de los jefes de los sacerdotes Anás y Caifás aconteció la palabra del Señor sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto25, etc. Por ende, esos pontífices ejercían ambos alternativamente en sus años, y cuando padeció Cristo era el año de Caifás. Por eso, según Mateo, cuando lo apresaron lo condujeron a él; pero, según Juan, primero vinieron con aquél a Anás, no por ser su colega, sino porque era su suegro. Y es de creer que esto sucedió según la voluntad de Caifás o también que sus casas estaban colocadas de forma que quienes pasaban no debían dejar de lado a Anás.

Las negaciones de Pedro

6. Pero el evangelista, tras haber dicho que Anás lo había enviado atado a Caifás, ha regresado al lugar de la narración donde había dejado a Pedro, para exponer lo que en casa de Anás había acontecido respecto a su triple negación. Afirma: Por su parte, Simón Pedro estaba parado y calentándose. Esto recapitula lo que había dicho ya antes; después une lo que se siguió. Le dijeron, pues: «¿Acaso también tú eres de sus discípulos»? Él negó y dijo: «No soy». Ya había negado una vez; he ahí que niega de nuevo. Después, para que se cumpla la tercera negación, uno de los esclavos del pontífice, pariente de ese cuya oreja cortó Pedro, dice: «¿No te vi yo en el huerto con él»? Pedro, pues, negó de nuevo e inmediatamente cantó un gallo26. He ahí que se ha cumplido la predicción del Médico y ha quedado convicta la presunción del enfermo, pues no ha sucedido lo que éste había dicho: Mi vida depondré por ti, sino que ha sucedido lo que aquél había predicho: Tres veces me negarás27. Pero, acabada la triple negación de Pedro, acábese ya también este sermón, para que a partir de otro exordio consideremos después lo que respecto al Señor se llevó a cabo ante el gobernador Poncio Pilato.