TRATADO 112

Comentario a Jn 18,1-12, dictado en Hipona, probablemente el domingo de Pentecostés 6 de junio de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

No hay contradicción entre los evangelistas

1. Terminado el importante y largo discurso que el Señor, próximo a derramar por nosotros la sangre, tras la cena pronunció ante los discípulos que entonces estaban con él, añadida la oración que dirigió al Padre, sin interrupción comenzó así el evangelista Juan la pasión de aquél: Tras haber dicho estas cosas Jesús, salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón donde había un huerto al que entró él mismo y sus discípulos. Por su parte, también Judas, el que lo entregaba, conocía el lugar, porque allí se había reunido frecuentemente Jesús con sus discípulos1. Esto que narra, que el Señor entró al huerto con sus discípulos, no sucedió inmediatamente después de haberse acabado esa oración suya respecto a cuyas palabras asevera: «Tras haber dicho estas cosas Jesús», sino que se intercalaron ciertas cosas que, omitidas por ese evangelista, se leen en los otros, como en éste se hallan muchas que ésos callaron similarmente en su narración. Pues bien, cualquiera que desea saber cómo todos concuerdan entre sí y cómo uno no está en desacuerdo con la verdad que se expresa mediante otro, búsquelo no en estos sermones, sino en otros escritos laboriosos2, y estúdielos a fondo no en pie y oyendo, sino, más bien, estando sentado y leyendo o prestando oído y mente atentísimos a quien lee. Sin embargo, antes de saberlo —ya sea que aun en esta vida pueda saberlo, ya sea que no pueda a causa de algunos impedimentos—, crea que ningún evangelista, por lo que atañe a estos que la Iglesia recibe como autoridad canónica, ha redactado nada que pueda ser contrario a su propia narración o a la de otro, no menos veraz ella.

Así pues, veamos ahora la narración de este bienaventurado Juan según hemos emprendido exponerla: sin la comparación de los otros; sin detenernos en eso que es evidente, para hacerlo donde es necesario por reclamarlo el asunto. Lo que, pues, asevera: Tras haber dicho estas cosas Jesús, salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón donde había un huerto al que entró él mismo y sus discípulos, no lo comprendamos cual si inmediatamente tras aquellas palabras hubiere entrado a ese huerto; sino que lo que está dicho: Tras haber dicho estas cosas Jesús, contribuya a esto: a que no opinemos que él entró antes de acabar esas palabras.

Se sirve del mal para conseguir un bien

2. Afirma: También Judas, el que lo entregaba, conocía el lugar. El orden de las palabras es: El que lo entregaba conocía el lugar porque, afirma, allí se había reunido frecuentemente Jesús con sus discípulos. Allí, pues, el lobo, oculto en piel ovina y tolerado entre las ovejas por profundo designio del padre de familia, aprendió dónde dispersar por un tiempo al exiguo rebaño, intentando coger con insidias al Pastor. Afirma: Judas, pues, tras haber recibido la cohorte y agentes de parte de los jefes y de los fariseos, llega allí con faroles y antorchas y armas3. La cohorte fue no de judíos, sino de soldados. Así pues, entiéndase recibida del gobernador cual para coger a un reo, guardado el orden de la potestad legítima, de modo que nadie osase enfrentarse a quienes lo cogieran, aunque se había congregado tan gran tropa y venía armada de forma que aterrorizase o incluso se opusiera, si alguien osaba defender a Cristo. Por cierto, su potestad se escondía y su debilidad se ponía delante, de forma que a los enemigos parecieran necesarias estas cosas contra ese contra el que nada hubiera sido eficaz, sino lo que hubiese querido ese mismo, ya que, el bueno, usaba bien el mal y del mal hacía el bien para hacer de los malos buenos y discernir de los malos a los buenos.

Le buscaban para darle muerte y él nos buscaba con su muerte

3. Así pues, como el evangelista añade al seguir: Jesús, sabedor de todo lo que iba a venir sobre él, se adelantó y les dijo: «¿A quién buscáis?». Le respondieron: «A Jesús el Nazareno». Jesús les dice: «Yo soy». Por su parte, también estaba con esos mismos Judas, quien lo entregaba. Cuando, pues, les dijo «Yo soy», se retiraron hacia atrás y cayeron a tierra4. ¿Dónde están ahora la cohorte de soldados y los agentes de los jefes y de los fariseos? ¿Dónde el terror y protección de las armas? Como es notorio, la sola voz de quien dice «Yo soy», sin dardo alguno, ha golpeado, rechazado, abatido a tan gran turba, feroz de odios y terrible por las armas. En efecto, Dios se escondía en la carne y los miembros humanos ocultaban el Día sempiterno, de forma que para matarlo lo buscaban con antorchas y armas las tinieblas. «Yo soy», dice, y derriba a los impíos. ¿Qué hará al ir a juzgar, quien al ir a ser juzgado hizo esto? ¿Qué podrá al ir a reinar, quien al ir a morir pudo esto? Mediante el Evangelio, también ahora dice por doquier Cristo «Yo soy»; mas los judíos aguardan al anticristo aunque retrocedan y caigan a tierra porque, tras abandonar lo celeste, desean lo terreno.

Ciertamente, los perseguidores vinieron con el traidor para apoderarse de Jesús, hallaron a quien buscaban, oyeron «Yo soy»; ¿por qué en vez de apoderarse de él se retiraron hacia atrás y cayeron, sino porque quiso esto quien pudo cualquier cosa que quiso? En verdad, si nunca permitiera que lo prendiesen, sin duda no harían ellos eso por lo que habían venido, pero tampoco él mismo haría eso por lo que había venido. En efecto, para matarlo lo buscaban ellos, ensañándose, pero nos buscaba también él, muriendo. Por ende, porque ha mostrado su potestad a quienes querían cogerlo, mas no pudieron, cójanlo ya, para que mediante quienes le desconocen haga su voluntad.

4. De nuevo, pues, los interrogó: «¿A quién buscáis»? Por su parte, ellos dijeron: «A Jesús el Nazareno». Jesús respondió: «Os dije que yo soy. Si, pues, me buscáis a mí, dejad que éstos se vayan», para que se cumpliera la palabra que dijo: que no perdí a ninguno de esos mismos que me has dado5. Afirma: Si me buscáis a mí, dejad que éstos se vayan. Ve a los enemigos y hacen esto que manda: dejan que se vayan esos respecto a quienes no quiere que perezcan. Ahora bien, ¿acaso no iban a morir después? ¿Por qué, pues, si morían entonces los perdería, sino porque aún no creían en él como creen cualesquiera que no perecen?

Misterios ocultos en el prendimiento de Jesús

5. Simón Pedro, pues, quien tenía una espada, la sacó y golpeó al esclavo del jefe de los sacerdotes y cortó su oreja derecha. Por su parte, el esclavo tenía por nombre Malco6. Sólo este evangelista ha expresado también el nombre de este esclavo, como solo Lucas ha expresado que el Señor había tocado su oreja y lo había sanado7. Pues bien, Malco se traduce «quien va a reinar». ¿Qué, pues, significa la oreja amputada en favor del Señor y sanada por el Señor, sino que, amputada la vetustez, el oído ha sido renovado para existir en la novedad del Espíritu y no en la vetustez de la letra?8 ¿Quién dudará que con Cristo iba a reinar ese a quien Cristo hubiere procurado esto? Por otra parte, a esa vetustez que engendra para la servidumbre, lo cual es Agar9, se refiere también esto: que se hallase un esclavo. Pero, cuando sobrevino la sanidad, quedó figurada también la libertad. Sin embargo, el Señor desaprobó el hecho de Pedro y, al decir: «Mete la espada en la vaina. El cáliz que el Padre me ha dado ¿no lo beberé?»10, le prohibió avanzar más lejos, pues el discípulo quiso defender con su hecho al maestro, no pensó en lo que había de significarse. Por tanto, él hubo de ser exhortado a la paciencia y esto hubo de ser redactado para inteligencia. Por otra parte, lo que dice, que el Padre le ha dado el cáliz de la pasión, en realidad es lo que asevera el Apóstol: Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El cual no tuvo miramiento con el propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros11. Autor de este cáliz es en verdad también ese mismo que lo bebe. Por ende, idéntico apóstol dice también: El Mesías nos quiso y por nosotros entregó a Dios una oblación y una víctima para olor suave, su propia persona12.

Ellos encadenan a Jesús, él los libera

6. Por su parte, la cohorte y el tribuno y los agentes de los judíos se apoderaron de Jesús y lo ataron13. Se apoderaron de ese a quien no se acercaron porque él es el Día y ellos, en cambio, continuaron siendo tinieblas y no escucharon: Acercaos a él y sois iluminados14. En efecto, si se acercasen así, se apoderarían de él no con las manos para matarlo, sino con el corazón para acogerlo. Cuando, en cambio, ahora se apoderaron de él de ese modo, entonces se retiraron de él más lejos y ataron a ese por quien, más bien, debieron querer ser desatados. Mas entre esos estaban tal vez quienes entonces impusieron sus ataduras a Cristo y, liberados después por él, dijeron: Destrozaste mis ataduras15. Por hoy baste con esto; lo que sigue se tratará, si Dios quiere, en otro sermón.