TRATADO 111

Comentario a Jn 17,24-26, dictado en Hipona, probablemente el sábado 5 de junio de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Nuestra esperanza de estar con Cristo

1. Gran esperanza da a los suyos el Señor Jesús, mayor que la cual no puede en absoluto haber. Escuchad —¡y estad gozosos con la esperanza!— por qué esta vida ha de ser no amada, sino tolerada de forma que en su tribulación podáis ser pacientes1. Escuchad, repito, y observad adónde es levantada nuestra esperanza. Cristo Jesús habla; el Unigénito Hijo de Dios, que es coeterno con el Padre e igual a él, habla; quien por nosotros se hizo hombre, pero no se hizo mendaz como todo hombre2, habla; el Camino, la Vida, la Verdad habla3; quien ha vencido al mundo4 habla de estos para quienes lo ha vencido. Escuchad, creed, esperad, desead lo que dice. Afirma: Padre, respecto a los que me diste, quiero que, donde yo estoy, estén también conmigo ellos5.

¿Quiénes son esos respecto a quienes asevera que le han sido dados por el Padre? ¿Acaso no aquellos acerca de los cuales dice en otro lugar: Nadie viene a mí, si el Padre, que me envió, no hubiere tirado de él?6 Si gracias a este evangelio hemos progresado algo, ya sabemos cómo también él en persona hace con el Padre eso respecto a lo que dice que lo hace el Padre. Los que, pues, ha recibido del Padre son esos mismos que también él en persona eligió del mundo, y los eligió para que no sean ya del mundo, como tampoco él mismo es del mundo, y para que empero esos mismos sean el mundo que cree y conoce que Cristo ha sido enviado por Dios Padre para que del mundo sea liberado el mundo, a fin de que el mundo que ha de ser reconciliado con Dios no fuese condenado con el mundo totalmente enemigo. En efecto, en el exordio de esta oración, donde muestra que él ha recibido ciertamente potestad sobre todo hombre para que, quien juzgará a vivos y muertos, libre a quienes quisiere, condene a quienes quisiere, asevera así: Le diste potestad sobre toda carne, esto es, de todo hombre, para que, en cuanto a todo lo que le has dado, les dé vida eterna7. Pero, pues asevera así: «Para que, en cuanto a todo lo que le has dado, les dé vida eterna», muestra también que ésos le han sido dados para que a todos ellos dé vida eterna. Por ende, esos a quienes no dará vida eterna no le han sido dados, aunque también sobre esos mismos ha sido dada potestad a quien ha sido dada potestad sobre toda carne, esto es, sobre todo hombre. El mundo reconciliado será así librado del mundo enemigo, puesto que descubre su potestad contra éste, la de enviarlo a la muerte eterna; en cambio, hace suyo a aquél, para darle vida eterna.

Por eso, el Buen Pastor absolutamente a todas sus ovejas, la gran Cabeza a todos sus miembros, ha prometido este premio: que donde él en persona está, con él estaremos nosotros también. Y lo que al omnipotente Padre ha dicho el omnipotente Hijo que éste quiere, no podrá por menos de suceder, pues ahí está también el Espíritu Santo, igualmente eterno, igualmente Dios, único Espíritu de los dos y sustancia de la voluntad de ambos. Por cierto, lo que se lee que, al acercarse la pasión, había dicho cual si una fuese o hubiese sido la voluntad del Padre, otra la del Hijo —«pero no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú, Padre»8—, es voz, aunque fiel, de nuestra debilidad, que nuestra Cabeza ha transfigurado en sí mismo cuando ha cargado incluso con nuestros pecados. Por otra parte, que es única la voluntad del Padre y del Hijo, cuyo Espíritu es también único, añadido el cual conocemos a la Trinidad, créalo la piedad, aunque aún no permite entenderlo la debilidad.

El alcance de la promesa de Cristo

2. Pero, porque según la brevedad del sermón ya he dicho a quiénes ha prometido y cuán firme es la promesa misma, en cuanto somos capaces veamos qué significa esto mismo que se ha dignado prometer. Afirma: Padre, quiero que también esos mismos que me has dado estén conmigo donde yo estoy.

En cuanto atañe a la criatura en que según la carne fue hecho del linaje de David9, ese mismo no estaba aún donde iba a estar; pero «donde yo estoy» ha podido decirlo de ese modo con que entendiéramos que pronto iba a ascender al cielo, de forma que dice que está ya allí donde en seguida iba a estar. También ha podido decirlo de ese modo con que antes, al hablar a Nicodemo, había ya dicho: Nadie ha ascendido al cielo, sino quien ha descendido del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo10. Por cierto, tampoco ahí ha dicho «estará», sino «está», por la unicidad de la persona gracias a la que Dios es hombre y el hombre es Dios. Ha prometido, pues, que vamos a estar en el cielo, pues allí ha sido elevada la forma de esclavo que ha tomado de la Virgen y colocado a la diestra del Padre. Por la esperanza de este bien tan grande asevera también el Apóstol: En cambio, Dios, que es rico en misericordia, por la mucha dilección con que nos amó y aunque estábamos muertos por los pecados, nos convivificó con el Mesías, por cuya gracia fuimos hechos salvos y juntamente nos resucitó y juntamente, en Cristo Jesús, nos hizo sentar en lo celeste11. Puede, pues, entenderse que el Señor ha dicho esto: «Que también ésos estén conmigo donde yo estoy; de sí mismo ha dicho ciertamente que ya estaba allí; de nosotros, en cambio, ha dicho que quería que estuviéramos allí con él; no muestra que estuviéramos ya». Por su parte, el Apóstol ha hablado, cual si ya hubiese sucedido, de lo que el Señor ha dicho que él quería que sucediese. En efecto, no asevera «va a resucitar y va a hacer sentar en lo celeste», sino «resucitó e hizo sentar en lo celeste», porque no sin fundamento, sino firmemente, estima hecho ya lo que no duda que va a suceder.

Por otra parte, en lo que atañe a la forma de Dios en que es igual al Padre, si queremos entenderla según lo que está dicho: Quiero que también ésos estén conmigo donde yo estoy, aléjese del ánimo toda imaginación de imágenes corporales; cualquier cosa que viniere a la mente —larga, ancha, gorda, coloreada por cualquier luz corpórea, difusa por cualesquiera espacios locales limitados o ilimitados—, de todo esto retire la mirada de su contemplación o atención, en la medida que puede. Tampoco se investigue dónde está el Hijo igual al Padre, porque nadie ha hallado dónde no está; sino que, quien quiere buscar, busque, más bien, estar con él no por doquier como él, sino doquiera pudiere estar. En efecto, quien al hombre colgado por castigo y provechosamente confesante le aseguró «Hoy estarás conmigo en el paraíso»12, en cuanto que era hombre, su alma iba a estar ese día mismo en el infierno, su carne en el sepulcro; en cambio, en cuanto que era Dios, estaba, evidentemente, en el paraíso. Y por eso, el alma del asesino, absuelta de las fechorías anteriores y feliz ya por dádiva de aquél, aunque no podía estar por doquier como aquél, podía empero estar ese día mismo con él en el paraíso, de donde no se había apartado ese que siempre está por doquier.

Por eso seguramente, porque estar con él es gran bien, no le bastó decir: «Quiero que también ésos estén donde yo estoy», sino que ha añadido «conmigo». Por cierto, donde está él pueden estar aun los desdichados porque, doquiera estuvieren, está también él; pero solos los bienaventurados están con él, porque no podrán ser bienaventurados sino en virtud de él. ¿Acaso no está dicho verazmente a Dios: Si ascendiere al cielo, tú estás allí, y, si descendiere al infierno, estás presente?13 ¿O Cristo no es verdaderamente la Sabiduría de Dios, la cual alcanza por doquier a causa de su limpieza?14 Pero la luz luce en las tinieblas, mas la tinieblas no la comprenden15. Y por esto —para tomar de la realidad visible, aunque muy desemejante, un ejemplo cualquiera—, como un ciego, aunque esté allí donde está la luz, no está empero él mismo con la luz, sino que está ausente de la presente, así el infiel e impío o incluso el fiel y piadoso, no empero idóneo aún para contemplar la luz de la sabiduría, aunque jamás puede estar donde no está también Cristo, no está empero aquel mismo con Cristo, por supuesto en estado de visión. Por cierto, no ha de dudarse que con Cristo está mediante la fe el hombre piadosamente fiel, por lo cual dice: «Quien no está conmigo, contra mí está»16; pero, cuando decía al Padre Dios: «Quiero que también esos mismos que me has dado estén conmigo donde yo estoy», lo decía sólo de esa visión con que lo veremos como es17.

Prepárate para ver la gloria de Dios

3. Nadie perturbe con contradicción nublosa el despejadísimo sentido; lo que sigue dé testimonio de las palabras precedentes. Como es notorio, tras haber dicho: «Quiero que también esos mismos estén conmigo donde yo estoy», al seguir ha añadido sin interrupción: Para que vean mi claridad, la que me has dado porque me amaste antes de la formación del mundo18. «Para que vean» ha dicho, no «para que crean». Eso es la paga de la fe, no la fe. En efecto, si en la carta a los Hebreos se ha definido correctamente la fe: «Prueba convincente de las cosas que no se ven»19, ¿por qué no definir la paga de la fe «visión de las cosas que, creídas, se esperaban»? En efecto, cuando hayamos visto la claridad que el Padre ha dado al Hijo —aunque entendemos que en este lugar se habla no de esa que, al engendrarlo, el Padre ha dado al Hijo igual, sino de la que al Hijo hecho hombre le ha dado tras la muerte de cruz—; cuando, pues, veamos esa claridad del Hijo, realmente entonces tendrá lugar el juicio de vivos y muertos, entonces será aniquilado el impío, para que no vea la claridad del Señor20 —cuál, sino esa por la que es Dios—; en efecto, dichosos los limpios de corazón porque esos mismos verán a Dios21, y los impíos no son limpios de corazón; por eso no le verán. Entonces esos mismos irán al suplicio eterno, pues así será aniquilado el impío, para que no vea la claridad del Señor; en cambio, los justos irán a la vida eterna22. Y ¿cuál es la vida eterna? Que te conozcan, afirma, a ti, el único verdadero Dios, y al que enviaste, Jesucristo23: evidentemente, no como le conocieron quienes, aunque no limpios de corazón, pudieron empero verlo juzgar en la forma de esclavo esclarecida, sino como ha de ser conocido por los limpios de corazón el Hijo, solo verdadero Dios con el Padre y el Espíritu Santo, porque la Trinidad misma es el solo verdadero Dios.

Si, pues, comprendemos que esto: Quiero que también esos mismos estén conmigo donde yo estoy, está dicho en cuanto que el Hijo de Dios es Dios igual al Padre y coeterno con él, en el Padre estaremos con Cristo, pero él como él, nosotros como nosotros, doquiera estuviéramos con el cuerpo. En efecto, si han de llamarse lugares incluso a los que no contienen cuerpos y si para cada cosa el lugar es donde está, el lugar eterno de Cristo, donde siempre está, es el Padre en persona y el lugar del Padre es el Hijo, porque afirma: «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí»24, y en esta oración afirma: Como tú, Padre, en mí y yo en ti. Asimismo, nuestro lugar son ellos mismos porque sigue: «Que también esos mismos sean en nosotros uno»25, y nosotros somos el lugar de Dios porque somos su templo como, quien ha muerto por nosotros y vive en favor nuestro, ora por nosotros para que en esos mismos seamos uno, porque su lugar vino a estar en paz y en Sión su habitación26, que somos nosotros. Pero ¿quién es idóneo para pensar en esos lugares o en lo que hay en esos lugares sin receptáculos espaciosos y sin moles corpóreas? Sin embargo, no poco se progresa si al menos se niega, se rechaza, se reprueba cualquier cosa semejante que se presente al ojo del corazón, y si se piensa —como se pudiere pensar— en cierta luz con que se percibe que eso ha de negarse, rechazarse, reprobar-se, y si se conoce cuán cierta es y se la ama de forma que uno se levanta de allí y tiende a las realidades interiores. Aunque no haya sido capaz de penetrarlas la mente inválida y menos pura de lo que ésas son, no se deje expulsar de ellas sin gemido de amor ni sin lágrimas de deseo, aguante pacientemente mientras es limpiada por la fe y las santas costumbres la preparan para que sea capaz de habitar allí.

Estaremos con Cristo

4. ¿Cómo, pues, no estaremos con Cristo donde está, siendo así que con él estaremos en el Padre, en el cual está? Acerca de esto, aunque no tenemos aún experiencia, sino que en todo caso albergamos la esperanza, el Apóstol no se ha callado, pues asevera: Si, pues, resucitasteis con el Mesías, buscad lo que hay arriba, donde el Mesías está sentado a la derecha de Dios; saboread lo que hay arriba, no lo que hay sobre la tierra, pues moristeis, afirma, y vuestra vida está escondida con el Mesías en Dios27. He ahí que, de momento por la fe y la esperanza, nuestra vida está donde Cristo, con él está porque con Cristo está en Dios. He ahí que, por así decirlo, ya ha sucedido, pero ahora en estado de fe, lo que ha rogado que sucediera al decir: Quiero que también esos mismos que me has dado estén conmigo donde yo estoy28. ¿Cuándo, en cambio sucederá en estado de visión? Afirma: Cuando el Mesías, la vida vuestra, haya aparecido, entonces también vosotros apareceréis en gloria con ese mismo29. Entonces apareceremos lo que entonces seremos, porque entonces aparecerá que no sin fundamento lo hemos creído y esperado antes de serlo. Lo hará ese a quien el Hijo, tras haber dicho: «Para que vean mi claridad, la que me has dado», sin interrupción ha añadido: Porque me quisiste antes de la formación del mundo. En efecto, en él nos ha querido antes de la formación del mundo y entonces ha predestinado lo que va a hacer al final del mundo.

El mundo reconciliado conocerá al Padre

5. Padre justo, afirma, el mundo no te conoció30: «no te conoció precisamente porque eres justo; ciertamente, por mérito no te conoció el mundo ese predestinado a la condenación». En cambio, el mundo al que mediante Cristo ha reconciliado consigo lo conoció no por mérito, sino por gracia. En efecto, ¿qué es conocerle, sino la vida eterna que, evidentemente, no ha dado al mundo condenado, y ha dado al mundo reconciliado? Así pues, precisamente porque eres justo no te conoció y has atribuido a sus méritos el no haberte conocido; mas el mundo reconciliado te conoció precisamente porque eres misericordioso, y para que te conociera has venido en su socorro no por mérito, sino por gracia. Por eso sigue: Yo, en cambio, te conocí. Este mismo, la Fuente de la gracia, por naturaleza es Dios; en cambio, por inefable gracia, es el hombre del Espíritu Santo y de la Virgen. Por eso, en atención a él mismo —porque la gracia de Dios existe mediante Jesucristo, Señor nuestro— afirma: También éstos te conocieron, porque tú me enviaste. Esos mismos son el mundo reconciliado. Pero te conocieron precisamente porque tú me enviaste31; por gracia, pues, te conocieron.

El amor del Padre al Hijo está en nosotros

6. Afirma: «E hice conocer y les haré conocer tu nombre: se lo hice conocer mediante fe, se lo haré conocer mediante visión; lo hice conocer a quienes peregrinan con final, lo haré a conocer a quienes reinarán sin final.

Para que el amor que me amaste esté en esos mismos y yo en esos mismos32. La locución «el amor que me amaste esté en esos mismos y yo en esos mismos» no es usual; en efecto, usualmente se diría el amor con que me amaste. En todo caso, aquélla ha sido trasladada del griego; pero hay también locuciones similares en nuestro idioma, como decimos «sirvió servidumbre leal», «militó milicia estrenua», aunque parece que debía haberse dicho: sirvió con servidumbre leal, militó con milicia estrenua. Ahora bien, cual es esta locución, el amor que me amaste, tal la ha usado también el Apóstol: He combatido el buen combate33; no asevera «en el buen combate», lo cual se diría más usualmente y cual más correctamente. Pues bien, el amor que el Padre amó al Hijo: ¿cómo está también en nosotros, sino porque somos sus miembros y en él somos amados, pues él en persona es amado entero, esto es, cabeza y cuerpo? Por eso ha agregado «y yo en esos mismos», cual si dijera: porque también yo estoy en esos mismos. Por cierto, de un modo está en nosotros cual en su templo; de otro, en cambio, porque también nosotros somos él en persona, pues somos su cuerpo en cuanto que se hizo hombre para ser nuestra cabeza.

Se ha terminado la oración del Salvador, comienza su pasión. Termínese, pues, también este sermón, para que en otros sermones se examine respecto a la pasión lo que él mismo diere.