TRATADO 109

Comentario a Jn 17,20, dictado en Hipona, probablemente el sábado 29 de mayo de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

La palabra de los apóstoles llega hasta nosotros

1. El Señor Jesús, al acercarse ya su pasión, tras haber orado por sus discípulos que nominó también apóstoles, con los cuales había cenado la última cena, de la que había salido su traidor, manifestado mediante el bocado, y con quienes tras la salida de él había ya hablado de muchas cosas antes de orar por ellos, ha agregado también los demás que iban a creer en él, y ha dicho al Padre: «Ahora bien, ruego no sólo por éstos» —esto es, por los discípulos que con él estaban entonces—, «sino también», afirma, «por esos que mediante su palabra van a creer en mí»1, donde ha querido que se entienda «todos los suyos», no sólo quienes entonces estaban en la carne, sino también los que iba a haber. En efecto, cuantos después creyeron en él, creyeron y, hasta que venga, van a creer, sin duda mediante la palabra de los apóstoles, pues a esos mismos había dicho: «También vosotros daréis testimonio porque desde el inicio estáis conmigo»2, y mediante éstos ha sido servido el Evangelio aun antes que se escribiera, y cualquiera que cree en Cristo, cree, evidentemente, al Evangelio. Así pues, ha de entenderse que estos de quienes asevera que van a creer mediante su palabra son no sólo los que, cuando vivían en la carne, oyeron a los apóstoles mismos, sino también, tras su óbito, incluso nosotros, nacidos mucho después: mediante su palabra hemos creído en Cristo, porque esos mismos que estuvieron entonces con él predicaron a los demás lo que le oyeron y así, doquiera está su Iglesia, su palabra ha llegado hasta nosotros para que también nosotros creyéramos, y va a llegar a los posteriores, cualesquiera que en cualquier parte van a creer después en él.

Por quiénes rogó Cristo

2. Así pues, si en esta oración no examinamos cuidadosamente las palabras de Jesús, puede parecer que en idéntica oración no ha orado por algunos suyos. En efecto, si, como ya he mostrado, primero oró por esos que estaban entonces con él, mas después también por esos que mediante la palabra de ellos iban a creer en él, puede decirse que no ha orado por los que ni estaban con él precisamente cuando decía esas cosas ni después habían creído mediante su palabra, sino en todo caso antes, por sí mismos o de cualquier manera. En efecto, ¿acaso estaba entonces con él Natanael? ¿Acaso estaba con él aquel José de Arimatea que pidió su cuerpo a Pilato y del que este Juan Evangelista mismo testifica que había sido ya discípulo suyo?3 ¿Acaso estaban con él María, su madre, y otras mujeres respecto a las que en el evangelio hemos aprendido que ya entonces habían sido discípulas suyas? ¿Acaso estaban entonces con él esos de quienes idéntico Juan Evangelista dice frecuentemente: Muchos creyeron en él?4 Por cierto, ¿de dónde era la multitud aquella de esos que, con ramos, en parte precedían, en parte seguían al sentado en el jumento, mientras decían: «Bendito el que viene en el nombre del Señor»5, y con ellos los niños acerca de los que ése mismo asevera que se había predicho: Por boca de bebés y lactantes llevaste a cabo una loa?6 ¿De dónde los quinientos hermanos a quienes a la vez no se habría aparecido tras la resurrección si antes no hubieran creído en él?7 ¿De dónde los ciento nueve que con esos once eran ciento veinte cuando, congregados a una, tras su ascenso aguardaron y recibieron el Espíritu Santo prometido?8 ¿De dónde eran todos ésos sino de entre aquellos acerca de quienes está dicho: Muchos creyeron en él? El Salvador, pues, ¿no oró entonces por ellos, porque oró por esos que estaban entonces con él y por los otros que en él no habían creído ya mediante la palabra de ésos, mas iban a creer? Por su parte, éstos tampoco estaban entonces con él, mas ya habían creído antes en él.

Omito hablar de Simeón, el anciano que creyó en el chiquitín; de la profetisa Ana9, de Zacarías e Isabel, los cuales profetizaron sobre él antes que naciera de la Virgen10; del hijo de ésos, Juan, precursor suyo, el amigo del Novio, que por influjo del Espíritu Santo lo reconoció, lo predicó ausente y, cuando estaba presente, lo mostró a otros para que lo reconocieran11. Omito éstos, porque puede responderse que no había que orar por tales muertos, los cuales se habían marchado de aquí con grandes méritos suyos y, «recibidos», descansaban. En efecto, esto se responde similarmente también de los justos antiguos, pues ¿cuál de ellos hubiese podido ser salvo de la condena de la entera masa de perdición que se hizo mediante un único hombre, si por revelación del Espíritu no hubiese creído en el único mediador de Dios y hombres, el cual iba a venir en carne?. Pero ¿acaso tuvo que orar él por los apóstoles y no tuvo que orar por tantísimos que estaban aún en esta vida, mas no estaban entonces con él y habían creído ya antes? ¿Quién dirá esto?

La fe verdadera

3. Por tanto, ha de entenderse que aún no habían creído en él como quería que se creyera en su persona, puesto que Pedro mismo, sobre el que había dado tan gran testimonio cuando aquél confesó y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo»12, en vez de creer que, muerto, iba a resucitar, no quería que él muriese, por lo que inmediatamente le nominó satanás13. Así pues, se descubre que quienes habían fallecido ya y por revelación del Espíritu no dudaban en absoluto que Cristo iba a resucitar, son mejores creyentes que quienes, aunque habían creído que él iba a redimir a Israel, vista su muerte, perdieron entera la esperanza que respecto a él habían tenido. Así pues, no opino nada mejor que esto: impartido tras su resurrección el Espíritu Santo, adoctrinados y confirmados los apóstoles y constituidos primeramente ellos como doctores en la Iglesia, mediante su palabra otros habían creído en Cristo como era preciso que se creyera, esto es, de forma que mantuviesen la fe en su resurrección; y, por eso, todos esos a quienes se veía que habían creído en él, habían pertenecido al número de esos por quienes oró al decir: Ahora bien, ruego no sólo por éstos, sino también por esos que mediante su palabra van a creer en mí.

La fe de Pablo y la del buen ladrón

4. Pero para resolver esta cuestión nos faltan aún el bienaventurado Apóstol y el asesino aquel, cruel en el crimen, fiel en la cruz. El apóstol Pablo dice, en efecto, haber sido hecho apóstol no por hombres ni mediante un hombre, sino mediante Jesucristo y, al hablar de su Evangelio mismo, asevera: Pues no lo recibí ni aprendí de hombre, sino mediante revelación de Jesucristo14. Por tanto, ¿cómo estaba entre esos de quienes está dicho: Mediante su palabra van a creer en mí? Por otra parte, el asesino aquel creyó precisamente cuando en los doctores mismos falló la fe que había habido, cualquiera fuese su calidad. Así pues, tampoco él creyó en Cristo Jesús mediante la palabra de ellos, y empero creyó de forma que, diciendo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino»15, respecto a quien veía crucificado confesó que iba no sólo a resucitar, sino también a reinar.

La palabra de los apóstoles, palabra de Cristo

5. Por ende, queda que, si ha de creerse que con esta oración el Señor Jesús ha orado por todos los suyos —cualesquiera que o estaban entonces o iban a estar en esta vida, que sobre la tierra es tentación16—, lo que está dicho: Mediante su palabra, lo entendamos de forma que creamos que aquí se alude a esa palabra misma de la fe que predicaron en el mundo y que, por otra parte, está dicho «su palabra» por haberla esos mismos predicado primera y principalmente. En efecto, esos mismos la predicaban ya en la tierra, cuando mediante revelación de Jesucristo recibió Pablo esa misma palabra de ellos. Por ende, habló con ellos del Evangelio no fuese que en vano hubiese corrido o corriera, y le dieron las manos diestras porque hallaron que la palabra que ya predicaban y en la que habían sido cimentados estaba también él, aunque no dada a él mediante ellos, suya empero17. De esta palabra de la resurrección de Cristo dice idéntico apóstol: «Sea yo o sean ellos, así predicamos y así creísteis»18, y de nuevo afirma: Ésta es la palabra de la fe que predicamos; porque, si con tu boca hubieres confesado Señor a Jesús, y con tu corazón creyeres que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo19. Y en Hechos de los Apóstoles se lee que en Cristo ha establecido Dios para todos una garantía, al resucitarlo de entre los muertos20.

A esta palabra de la fe se la ha llamado «su palabra», precisamente porque principal y primeramente fue predicada mediante los apóstoles, los cuales se habían adherido sólidamente a ella. Por cierto, porque se la ha llamado «su palabra», no por eso deja de ser palabra de Dios, pues idéntico apóstol dice que los tesalonicenses la han recibido de él no como palabra de hombres, sino, afirma, como es verdaderamente, como palabra de Dios21. De Dios, pues, precisamente porque Dios la donó; por otra parte, se la ha llamado «palabra de ellos», porque a ellos se la encomendó primera y principalmente Dios para predicarla. Y, por esto, incluso aquel asesino tenía en su fe la palabra de ellos, la cual había sido llamada de ellos porque primera y principalmente pertenecía al oficio de ellos ser predicada. Por eso, antes que Pablo hubiese creído en Cristo, como las viudas de los griegos hubiesen producido habladurías sobre el servicio de las mesas, los apóstoles, que antes se habían adherido sólidamente al Señor, respondieron: No es bueno que nosotros abandonemos la palabra de Dios y sirvamos a las mesas22. Entonces, para que esos mismos no fuesen desviados del oficio de predicar la palabra, resolvieron ordenar diáconos. Por ende, con razón se ha llamado «su palabra» a la que es la palabra de la fe, mediante la cual todos, de cualquier lugar en que la hubieren oído o van a oírla, han creído y van a creer en Cristo. Nuestro Redentor, pues, cuando al rogar por los apóstoles que entonces estaban con él ha añadido también los que mediante su palabra iban a creer en él, en esa oración ha orado por todos los que ha redimido, bien quienes vivían entonces en la carne, bien quienes después vendrán. Por otra parte, qué dice después, añadidos aquéllos, ha de tratarlo otra disertación.