TRATADO 107

Comentario a Jn 17,9-13, dictado en Hipona, probablemente el sábado 22 de mayo de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Los discípulos no son ya del mundo

1. Como el Señor hablase al Padre acerca de estos que tenía ya por discípulos, entre otras cosas dijo también esto: Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que me has dado1. Quiere ahora mismo que por mundo se entienda a quienes viven según la concupiscencia del mundo y no están en esa condición de la gracia de ser por él elegidos del mundo. Así pues, dice que él ruega no por el mundo, sino por estos que el Padre le ha dado; en efecto, porque el Padre se los ha dado ya, ha sucedido que no pertenecen a ese mundo por el que no ruega.

El Hijo de Dios está sobre toda la creación

2. Después añade: Porque son tuyos. En efecto, no porque el Padre los ha dado al Hijo ha perdido aquel mismo lo que ha dado, pues el Hijo sigue aún y dice: «Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío»2, donde suficientemente se muestra con claridad cómo es del Unigénito Hijo todo lo que es del Padre: evidentemente, porque también ese mismo es Dios y del Padre ha nacido igual al Padre; no como está dicho a uno de los dos hijos, o sea, al mayor: Tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo3. En efecto, esto está dicho de todas estas criaturas que están bajo la criatura racional santa, las cuales están, evidentemente, sometidas a la Iglesia —respecto a esa Iglesia en conjunto se entienden también esos dos hijos, mayor y menor, con todos los ángeles santos, a los que en el reino de Cristo y de Dios seremos iguales4—; esto, en cambio: Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, está dicho de forma que aquí está también esa misma criatura racional que no se somete sino a Dios, para que se le someta todo lo que está debajo de ella.

Ésta, pues, porque es de Dios Padre, no sería simultáneamente también del Hijo, si éste no fuese igual al Padre; de esa misma, en efecto, trataba cuando decía: No ruego por el mundo, sino por estos que me has dado, porque son tuyos, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío. No es legítimo que los santos, acerca de los que ha dicho esto, sean de alguien, sino de ese por quien fueron creados y santificados y, por eso, es necesario que todo lo que es de ellos sea también de ese de quien son también ellos. Porque, pues, son del Padre y del Hijo, demuestran que son iguales esos de quienes son por igual. En cambio, lo que aseveró cuando hablaba del Espíritu Santo: Todas las cosas que tiene el Padre son mías; por eso he dicho que de lo mío recibirá y os lo hará saber5, lo dijo de estas cosas que atañen a la divinidad misma del Padre, en las cuales es igual a él, teniendo todas las cosas que él tiene. En efecto, eso respecto a lo que asevera: «De lo mío recibirá», el Espíritu Santo iba a recibirlo no de una criatura que está sometida al Padre y al Hijo sino, evidentemente, del Padre, del cual procede el Espíritu, también del cual ha nacido el Hijo.

Cristo, glorificado en sus discípulos

3. Y he sido esclarecido en ellos6, afirma. Ahora habla de su esclarecimiento como si hubiese sucedido, aunque era aún futuro; en cambio, más arriba imploraba al Padre que sucediese. Pero, evidentemente, ha de investigarse si ese mismo es el esclarecimiento acerca del que había dicho: Y ahora esclaréceme tú, Padre, junto a ti mismo con la claridad que tuve, antes que el mundo existiese, junto a ti7. En efecto, si «junto a ti», ¿cómo «en ellos»? ¿Acaso cuando les da a conocer esto mismo, y mediante ellos a todos los que creen a esos testigos suyos? Así podemos entender simple y llanamente que acerca de los apóstoles ha dicho el Señor que ha sido esclarecido en ellos; en efecto, diciendo que ha sucedido ya, muestra que había sido ya predestinado, y ha querido que se tenga por cierto lo que iba a suceder. 

Ya no estoy en el mundo

4. Y no estoy ya en el mundo, afirma, mas éstos están en el mundo8. Si te fijas directamente en la hora esa en que hablaba, uno y otros, o sea, tanto él cuanto esos de quienes decía esto, estaban aún en el mundo. Por cierto, no podemos ni debemos entender esto según el progreso del corazón y de la vida, de forma que de ellos se diga que están aún en el mundo precisamente porque saborean aún lo mundano y, en cambio, de él se diga que, saboreando lo divino, no está ya en el mundo. En efecto, está aquí puesta una palabra que no nos permita en absoluto entenderlo así, porque no asevera «y no estoy en el mundo», sino «No estoy “ya” en el mundo», para mediante ella mostrar que él había estado en el mundo, mas que ya no está. ¿Tal vez, pues, es legítimo que creamos que alguna vez había él saboreado lo mundano y que, liberado de este error, ya no lo saboreaba? ¿Quién caerá en parecer tan impío?

Queda, por tanto, que haya dicho —para mediante esto mostrar que él no está ya aquí— que él ya no está en el mundo según él mismo estaba también antes en el mundo, con presencia corporal ciertamente, o sea, que su ausencia del mundo iba ya a suceder pronto; la de ellos, en cambio, más tarde; empero, porque él en persona y ellos estaban aún aquí, ha dicho que están ellos aquí. Por cierto, hombre que se adapta a los hombres, ha hablado como es la costumbre de hablar humana. ¿O, de alguien que va a marcharse cuanto antes, no decimos cotidianamente: «Ya no está aquí»? Y esto suele decirse máxime de los moribundos. Por otra parte, el Señor en persona, como si previera qué podría turbar a quienes iban a leer, ha añadido: «Mas yo voy a ti», para en cierto modo exponer así por qué había dicho: Ya no estoy en el mundo.

Que todos sean uno

5. Al decir, pues: «Padre santo, guarda en tu nombre a esos que me has dado»9, encomienda al Padre esos que va a abandonar con ausencia corporal. De seguro, como hombre ruega a Dios por sus discípulos, que ha recibido de Dios.

Pero fíjate en lo que sigue: Para que sean, afirma, una sola cosa como también nosotros. No asevera «para que con nosotros sean una sola cosa» o «para que seamos una sola cosa ellos y nosotros, como una sola somos nosotros», sino que asevera: «Para que sean una sola cosa como también nosotros»: evidentemente, en su naturaleza sean ellos una sola cosa, como también nosotros somos una sola cosa en la nuestra. Sin duda, no diría esto como verdadero si no lo dijese en cuanto que es Dios de idéntica naturaleza que el Padre —conforme a lo que en otra parte ha dicho: Yo y el Padre somos una sola cosa—10, y no en tanto que es también hombre; efectivamente, en atención a esto ha dicho: El Padre es mayor que yo11. Pero, porque una sola e idéntica persona es Dios y hombre, en el hecho de que ruegue la entendemos como hombre; en cambio, la entendemos como Dios por el hecho de que son una sola cosa tanto él mismo cuanto ese a quien ruega. Pero en lo que sigue hay aún un pasaje donde este asunto ha de examinarse más concienzudamente.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo cuidan de nosotros

6. Pues bien, aquí sigue: Mientras estaba con ellos yo los guardaba en tu nombre12. Afirma: «Pues yo voy a ti, guárdalos en tu nombre, en el que, cuando estaba con ellos, también yo los guardaba». En el nombre del Padre guardaba a sus discípulos el Hijo hombre, situado con ellos mediante la presencia humana; pero también el Padre guardaba en el nombre del Hijo a los que escuchaba pedir en el nombre del Hijo. Efectivamente, idéntico Hijo les había dicho: En verdad, en verdad os digo: «Si pidiereis algo al Padre en mi nombre, os lo dará»13.

No debemos entender esto tan carnalmente como si el Padre y el Hijo nos guardasen alternativamente, alternándose la custodia de ambos al custodiarnos, cual si uno se acercase cuando el otro se hubiere retirado; en efecto, a una nos custodian el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, los cuales son el único verdadero y feliz Dios. Pero la Escritura no nos eleva si no desciende a nosotros, como la Palabra hecha carne ha descendido para elevar, no se ha caído para yacer. Si conocemos al que ha descendido, levantémonos con el que eleva y, cuando habla así, entendamos que él distingue las personas, no separa las naturalezas. Cuando, pues, el Hijo guardaba con su presencia corporal a sus discípulos, el Padre, para custodiarlos, no aguardaba suceder al Hijo, tras haberse retirado éste, sino que ambos los guardaban con potencia espiritual y, cuando el Hijo les retiró su presencia corporal, mantuvo con el Padre la custodia espiritual, porque, cuando el Hijo hombre los recibió para custodiarlos, no los retiró de la custodia paterna ni, cuando el Padre los dio al Hijo para custodiarlos, se los dio sin ese mismo a quien se los dio, sino que al hombre Hijo los dio no sin el Dios Hijo, este mismo en persona, evidentemente.

7. El Hijo, pues, sigue y dice: Custodié a los que me has dado, y ninguno de estos pereció, a no ser el hijo de la perdición, para que la Escritura se cumpla14. «El hijo de la perdición» se ha llamado al traidor de Cristo, predestinado a la perdición, según la Escritura que acerca de él se profetiza máxime en el salmo centésimo octavo.

El gozo cumplido

8. Afirma: Ahora, en cambio, voy a ti y hablo de esto en el mundo, para que en sí mismos tengan colmado mi gozo15. He ahí que dice que en el mundo habla él, que poco antes había dicho: «Ya no estoy en el mundo». Por qué había dicho esto lo expuse allí, mejor dicho, enseñé que él mismo lo había expuesto. Porque, pues, no se había ido aún, aún estaba aquí; mas, porque iba a irse muy pronto, en cierto modo ya no estaba aquí. Por otra parte, cuál es este gozo acerca del que asevera: «Para que en sí mismos tengan colmado mi gozo», ya ha quedado expresado más arriba, donde asevera: Para que sean una sola cosa como también nosotros. Dice que este gozo suyo, esto es, conferido por él a ellos, ha de colmarse en ellos, por lo cual ha dicho que él ha hablado en el mundo. Ésta es la paz y felicidad en la era futura, por conseguir las cuales hay que vivir en esta edad con moderación, justa y piadosamente.