TRATADO 106

Comentario a Jn 17,6-8, dictado en Hipona, probablemente el domingo 16 de mayo de 420 

Traductor: José Anoz Gutiérrez

¿Se manifiesta a todos o sólo a sus discípulos?

1. De estas palabras del Señor que están así: Manifesté tu nombre a los hombres que del mundo me diste1, voy a disertar en este sermón, como él concediere. Si lo dice sólo de estos discípulos con quienes cenó y a quienes, antes que comenzase a orar, habló de tan numerosas cosas, esto no se refiere a ese esclarecimiento —o, según otros han traducido, glorificación— acerca del que hablaba más arriba, con el cual esclarece o glorifica al Padre el Hijo. En efecto, ¿cuánta o qué clase de gloria es haberse dado a conocer a doce o, mejor dicho, a once mortales? Si, en cambio, quiso que, respecto a lo que asevera: «Manifesté tu nombre a los hombres que del mundo me diste», se entiendan todos —también quienes iban a creer en él, pertenecientes a su gran Iglesia que iba a provenir de todas las gentes, acerca de la cual se canta en un salmo: «En la Iglesia grande te alabaré»2—, lisa y llanamente es ése el esclarecimiento con que el Hijo esclarece al Padre cuando hace que todas las gentes y tan numerosas generaciones de hombres conozcan el nombre de éste. Y esto que asevera: «Manifesté tu nombre a los hombres que del mundo me diste», es tal cual eso que había dicho poco antes: «Yo te esclarecí sobre la tierra»3, de modo que allí y aquí pone en vez del tiempo futuro el pretérito, como quien sabía que estaba predestinado que esto sucediese y, por eso, dice que él había hecho lo que sin duda alguna iba a hacer.

2. Pero eso que sigue, muestra que es bastante creíble que lo que ha dicho: «Manifesté tu nombre a los hombres que del mundo me diste», él lo haya dicho acerca de estos que eran ya sus discípulos, no de todos los que en él iban a creer. En efecto, tras haber dicho esto, ha añadido: Tuyos eran y me los diste y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado proviene de ti, porque les he dado y esos mismos aceptaron las palabras que me diste, y conocieron verdaderamente que de ti salí, y creyeron que tú me enviaste4. Por otra parte, todo esto, cumplido ya en esperanza si bien era aún futuro, pudo también haberse dicho acerca de todos los fieles futuros. Pero a que se entienda que de esto habla a propósito de solos estos discípulos que entonces tenía, incita, más bien, lo que poco después asevera para aludir a Judas, que lo entregó —por cierto, de entre ese número duodenario pereció él solo—: Cuando estaba con ellos, yo los guardaba en tu nombre; custodié a los que me has dado, y ninguno de ésos pereció, a no ser el hijo de la perdición, para que la Escritura se cumpla5.

Después añade: Ahora, en cambio, voy a ti6. Por ende es manifiesto que de su presencia corporal ha dicho: «Cuando estaba con ellos, yo los guardaba», como si con ellos no estuviera ya mediante esa presencia. En efecto, de ese modo ha querido indicar que muy pronto sucederá su ascensión, de la cual ha dicho: «Ahora, en cambio, voy a ti»: evidentemente, iba a ir a la derecha del Padre, de donde, según la regla de fe y la sana doctrina, con presencia asimismo corporal va a venir a juzgar a vivos y muertos; por cierto, tras su ascensión, mediante presencia evidentemente espiritual iba a estar en este mundo con ellos y con su Iglesia entera, hasta la consumación del tiempo7. Así pues, no se entiende rectamente de quiénes ha dicho: «Cuando estaba con ellos, yo los guardaba», como no sean estos a los que, por haber creído en él, había ya comenzado a guardar mediante la presencia corporal y a los que iba a abandonar con la ausencia corporal, para que mediante la presencia espiritual los guardase con el Padre. En cambio, después añade también los demás suyos, cuando dice: «Ahora bien, ruego no sólo por éstos, sino también por estos que mediante la palabra de esos van a creer en mí»8, donde muestra bastante manifiestamente que más arriba, desde ese pasaje donde asevera: «Manifesté tu nombre a los hombres que me diste», hablaba no de todos los que le pertenecen, sino sólo de estos que le oían cuando decía esas cosas.

El Padre será glorificado en todos los hombres

3. Así pues, desde el exordio mismo de su oración, donde, levantados al cielo los ojos, dijo «Padre, ha venido la hora; esclarece a tu Hijo para que también tu Hijo te esclarezca», hasta lo que poco después asevera: Y ahora esclaréceme tú, Padre, junto a ti mismo con la claridad que tuve, antes que el mundo existiese, junto a ti9, quería que se entendiera de todos los suyos: haciéndoles conocer al Padre, lo esclarece. En efecto, tras haber dicho: «Para que tu Hijo te esclarezca», inmediatamente mostró cómo sucedería esto, al decir: Como le diste potestad sobre toda carne para que, en cuanto a todo lo que le has dado, les dé vida eterna; ahora bien, la vida eterna es ésta, que te conozcan a ti, el solo verdadero Dios, y al que enviaste, Jesucristo10. En efecto, el conocimiento de los hombres no puede esclarecer al Padre, a no ser que también él sea conocido mediante quien lo esclarece, esto es, mediante quien él se da a conocer a los pueblos. Ésta es la glorificación del Padre, la cual no ha acontecido cerca de solos esos apóstoles, sino que acontece cerca de todos los hombres para quienes, miembros suyos, Cristo es la cabeza. En efecto: «Como le diste potestad sobre toda carne para que, en cuanto a todo lo que le has dado, les dé vida eterna», tampoco puede entenderse acerca de solos los apóstoles, sino ciertamente acerca de todos a quienes, creyentes en él, se da vida eterna.

Dios es conocido por todos los hombres

4. Ahora, pues, veamos ya qué dice de esos discípulos que le oían entonces. Afirma: Manifesté tu nombre a los hombres que me diste. ¿No habían, pues, conocido el nombre de Dios, judíos como eran? Y ¿dónde tiene su razón de ser lo que se lee: Conocido en Judea es Dios; en Israel es grande su nombre?11 A estos hombres, pues, que del mundo me diste, los cuales me oyen decir estas cosas, manifesté tu nombre; no ese nombre tuyo con que se te llama Dios, sino ese con que se te llama Padre mío; nombre que no podría ser manifestado sin la manifestación del Hijo mismo. Efectivamente, porque se dice que es Dios de toda la creación, este nombre no pudo de ningún modo ser desconocido tampoco para ninguna de las gentes antes que creyeran en Cristo, pues la fuerza de la divinidad auténtica es ésta: que no puede esconderse en absoluto y completamente a la criatura racional que usa ya la razón. En efecto, exceptuados los pocos en quienes la naturaleza está depravada en exceso, el entero género humano confiesa a Dios como autor de este mundo. Porque, pues, hizo visible en cielo y tierra este mundo, Dios es conocido para todas las gentes, aun antes de ser imbuidas en la fe de Cristo. Por otra parte, porque para deshonor de él no ha de adorársele con dioses falsos, conocido en Judea es Dios. En cambio, porque es el Padre de este Cristo mediante el cual quita el pecado del mundo, a esos que del mundo le dio el Padre mismo, manifestó ahora este nombre suyo, oculto antes a todos.

Pero ¿cómo lo manifestó, si aún no viene la hora acerca de la que más arriba había dicho que vendría una hora cuando ya no os hablaré en parábolas, afirma, sino que abiertamente os informaré sobre mi Padre?12 ¿O se tendrá por verdaderamente manifiesta una información en parábolas? ¿Por qué, pues, está dicho «abiertamente os informaré», sino porque en parábolas no es abiertamente y, en cambio, lo que no se oculta en parábolas, sino que se manifiesta con palabras, sin duda se dice abiertamente? ¿Cómo, pues, manifestó lo que aún no dijo abiertamente? Por ende, ha de entenderse como aquello: Os di a conocer todas las cosas que oí a mi Padre13 —está puesto en vez del tiempo futuro el pretérito—: aún no lo había hecho, pero hablaba cual si hubiera hecho lo que sabía que estaba inmoblemente prefijado que haría.

Los discípulos del Hijo pertenecen también al Padre

5. Por otra parte, ¿qué significa «los que me diste del mundo», pues de ellos está dicho que no eran del mundo? Pero les dio esto la regeneración, no la generación. Además, ¿qué significa lo que sigue: Tuyos eran y me los diste? ¿Acaso alguna vez eran del Padre, a veces no eran de su Unigénito Hijo y sin el Hijo tuvo alguna vez algo el Padre? ¡Ni pensarlo! Sin embargo, el Dios Hijo, tuvo alguna vez algo que este mismo en persona, el hombre Hijo, no tuvo aún porque aún no era hombre hecho de una madre, cuando empero tenía con el Padre absolutamente todo. Por tanto, porque ha dicho: «Tuyos eran», no por eso se ha separado el Dios Hijo, sin el que el Padre nunca ha tenido nada, sino que todo lo que puede suele atribuirlo a ese de quien procede ese mismo que puede. En efecto, de quien tiene el ser, de ése tiene el poder y simultáneamente ha tenido siempre una y otra cosa porque nunca existió sin poder. En consecuencia, cualquier cosa que el Padre ha podido, con él la ha podido siempre el Hijo porque el que nunca ha existido sin poder nunca ha existido sin el Padre, nunca ha existido sin aquél el Padre. Y, por eso, como el Padre es eterno omnipotente, así el Hijo es coeterno omnipotente, y si omnipotente, omnimantenedor, evidentemente. Por cierto, traducimos, más bien, a la letra esta palabra, si queremos decir en términos apropiados lo que los griegos dicen pantokrátôr que, pues pantokrátôr significa «omnimantenedor», los nuestros no traducirían de forma que dijeran «omnipotente», a no ser que opinasen que vale exactamente lo mismo. ¿Qué, pues, pudo jamás tener el eterno omnimantenedor, que no haya tenido simultáneamente el coeterno omnimantenedor?

Así pues, porque quien siempre fue omnipotente no siempre fue hombre, lo que asevera: «Y me los diste», muestra que él, hombre, ha recibido esta potestad de tenerlos. Por eso, aunque, más bien, parece que el haberlos recibido de él lo ha atribuido al Padre porque, de ese mismo de quien él es, es cualquier cosa que él es, también se los dio él en persona; esto es, Cristo, Dios con el Padre, dio los hombres a Cristo hombre, cosa que él no es con el Padre. Por eso, quien en este lugar dice: «Tuyos eran y me los diste», más arriba había ya dicho a idénticos discípulos: Yo os elegí del mundo. Aquí sea triturado y desaparezca el pensamiento carnal! El Hijo dice que por el Padre le han sido dados del mundo los hombres a quienes en otro lugar dice: Yo os elegí del mundo14. Los que con el Padre eligió del mundo el Dios Hijo, este mismo en persona, el hombre Hijo, del mundo los ha recibido del Padre, pues el Padre no se los habría dado al Hijo si no los hubiese elegido. Y, por esto, como el Hijo no separó de ahí al Padre cuando dijo: «Yo os elegí del mundo», porque a la vez los eligió también el Padre, así tampoco se separó de ahí cuando dijo: «Tuyos eran», porque igualmente eran también de ese mismo Hijo. Ahora, en cambio, este mismo Hijo en persona ha recibido en cuanto hombre a esos que no eran de él, porque este mismo ha recibido en cuanto Dios forma de esclavo, la cual no era de él.

Se acepta la palabra cuando la inteligencia la comprende

6. Sigue y dice: Y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado proviene de ti, esto es, han conocido que provengo de ti. En efecto, el Padre le ha dado todo cuando lo ha engendrado para que tuviera todo.

Porque les he dado, afirma, y esos mismos aceptaron las palabras que me diste, esto es, las entendieron y mantuvieron. En efecto, la palabra se acepta precisamente cuando es percibida por la mente.

Y conocieron verdaderamente que de ti salí, afirma, y creyeron que tú me enviaste. También aquí ha de sobrentenderse «verdaderamente», pues lo que ha dicho, conocieron verdaderamente, ha querido explicarlo añadiendo: Y creyeron. Así pues, creyeron verdaderamente esto que conocieron verdaderamente, pues «salí de ti» es lo mismo que «tú me enviaste». Como, pues, hubiese dicho «conocieron verdaderamente», para que nadie supusiera que este conocimiento se había producido ya mediante visión, no mediante fe, explicando ha añadido «y creyeron», de forma que sobrentendamos «verdaderamente» y entendamos que esto, conocieron verdaderamente, ha sido dicho porque significa «creyeron verdaderamente»: no de ese modo que indicó poco antes, cuando dijo: «¿Ahora mismo creéis? Viene una hora, y ya ha venido: la de que os disperséis cada uno a lo propio y me dejéis solo»15, sino que creyeron verdaderamente, esto es, como hay que creer, inconcusa, firme, estable, valerosamente, no de forma que iban ya a regresar a lo propio y dejar a Cristo.

Los discípulos, pues, no eran aún tales cuales, como si ya fuesen así, con palabras de tiempo pretérito los describe al prenunciar cómo iban a ser, naturalmente tras recibir al Espíritu Santo, que, como está prometido, les enseñaría todo. Antes de recibirlo, ¿cómo han guardado su palabra —esto ha dicho acerca de ellos cual si lo hubieran hecho—, cuando el primero de ellos lo negó tres veces16, aunque de su boca había oído qué iba a sucederle al hombre que lo hubiese negado ante los hombres?17 Según, pues, ha dicho, les ha dado las palabras que le dio el Padre; pero, cuando las aceptaron espiritualmente, no fuera, en los oídos, sino dentro, en los corazones, entonces las aceptaron verdaderamente, porque entonces las conocieron verdaderamente; ahora bien, las conocieron verdaderamente porque creyeron verdaderamente.

Al engendrar a su Palabra, Dios ha dicho todo

7. Ahora bien, cómo el Padre había dado al Hijo mismo esas palabras, ¿con qué palabras podrá un hombre explicarlo? La cuestión parece realmente bastante fácil, si se cree que en cuanto que es hijo de hombre ha recibido del Padre aquellas palabras. Sin embargo, ¿quién explicará con todo detalle cuándo y cómo las había aprendido el nacido de la Virgen, puesto que quién explicará con todo detalle aun esa misma generación suya que aconteció mediante la Virgen? Si, en cambio, se piensa que en cuanto que ha sido engendrado por el Padre y es coeterno con el Padre había recibido del Padre estas palabras, ahí no se piense en nada de tiempo —cual si primeramente hubiera existido quien no las había tenido y las hubiera recibido para tener las que no tenía—, porque cualquier cosa que Dios Padre ha dado a Dios Hijo, engendrándolo se la ha dado. En efecto, como así el Padre ha dado al Hijo que existiera, le ha dado así las palabras sin las que el Hijo no podría existir. Efectivamente, ¿cómo daría otramente algunas palabras a la Palabra en que inefablemente ha dicho todo? Pero otro sermón ha de observar atentamente lo que sigue ya.