TRATADO 105

Comentario a Jn 17,1-5, dictado en Hipona, probablemente el sábado 15 de mayo de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Cómo glorifica el Hijo al Padre

1. Esta realidad misma indica y ningún cristiano duda que, según la forma de esclavo a la que el Padre ha resucitado de entre los muertos y colocado a su diestra, el Hijo ha sido glorificado por el Padre. Pero, porque no sólo ha dicho: «Padre, esclarece a tu Hijo», sino que también ha añadido: «Para que tu Hijo te esclarezca»1, con razón se pregunta cómo el Hijo ha esclarecido al Padre, pues la sempiterna claridad del Padre no se disminuyó en la forma humana ni pudo aumentarse en su perfección divina. Pero la claridad del Padre no puede disminuirse ni aumentarse en sí misma; en cambio, entre los hombres era, sin duda, menor cuando Dios era conocido sólo en Judea2 y sus sirvientes no loaban aún de la salida del sol hasta el ocaso el nombre del Señor3. Pues bien, porque mediante el Evangelio de Cristo sucedió esto —que mediante el Hijo se diera a conocer el Padre—, en verdad ha esclarecido al Padre también el Hijo. Si, en cambio, el Hijo hubiese muerto sólo, mas no hubiese resucitado, sin duda no habría sido esclarecido por el Padre ni él habría esclarecido al Padre; en cambio, ahora con la resurrección ha sido esclarecido por el Padre y con la predicación de su resurrección esclarece al Padre. Esto lo descubre ciertamente el orden mismo de las palabras; afirma: «Esclarece a tu Hijo, para que tu Hijo te esclarezca», como si dijera: «Resucítame, para que mediante mí te des a conocer al orbe entero».

La autoridad de Cristo sobre todo hombre

2. Para explicar más y más cómo esclarece al Padre, afirma después el Hijo: Como le diste potestad sobre toda carne para que, en cuanto a todo lo que le has dado, les dé vida eterna4. Ha llamado «toda carne» a todo hombre para significar por la parte el todo, como a la inversa, donde el Apóstol asevera: «Toda alma esté sometida a las potestades más sublimes»5, ha quedado aludido por su parte superior el hombre entero. En efecto, ¿a qué ha llamado «toda alma» sino a todo hombre? Ahora bien, esto —que el Padre ha dado a Cristo potestad sobre toda carne— ha de entenderse también en cuanto hombre porque, en cuanto Dios, todo se hizo mediante ese mismo6 y en ese mismo fue creado todo en el cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible7. Afirma, pues: Como le diste potestad sobre toda carne, glorifíquete así tu Hijo, esto es, hágate conocido para toda carne que le diste. En efecto, se la diste, de forma que, en cuanto a todo lo que le has dado, les dé vida eterna.

La vida eterna, eterna alabanza

3. Ahora bien, afirma, la vida eterna es ésta: que te conozcan a ti como solo verdadero Dios, y al que enviaste, Jesucristo8. El orden de las palabras es: Que a ti y al que enviaste, Jesucristo, os conozcan como solo verdadero Dios. Consiguientemente, como solo verdadero Dios se entiende, por cierto, también el Espíritu Santo porque, cual caridad sustancial y consustancial de ambos, es el Espíritu del Padre y del Hijo, porque no son dos dioses el Padre y el Hijo ni tres dioses el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, sino que la Trinidad misma es el único, solo verdadero Dios, y empero el Padre no es el mismo que el Hijo ni el Hijo es el mismo que el Padre ni el Espíritu Santo es el mismo que el Padre y el Hijo, sino que la Trinidad misma es el único Dios.

Si, pues, el Hijo te glorifica de ese modo —como le diste potestad sobre toda carne—; si se la diste de forma que, en cuanto a todo lo que le has dado, les dé vida eterna, y si la vida eterna es ésta, que te conozcan, el Hijo te glorifica, por tanto, de forma que te hace conocido para todos los que le has dado. Además, si el conocimiento de Dios es la vida eterna, tanto más tendemos a vivir cuanto más progresamos en este conocimiento; ahora bien, en la vida eterna no moriremos; luego el conocimiento de Dios será perfecto cuando no haya muerte alguna. Sumo será entonces el esclarecimiento de Dios, porque suma será la gloria, la cual se dice en griego dóxa, razón por la que está dicho dóxason, que ciertos latinos han traducido clarifica (esclarece), otros glorifica. Ahora bien, los antiguos han definido así la gloria en razón de la cual se llama gloriosos a los hombres: «Gloria es la fama generalizada acerca de alguno, con loa». Pero, si se loa a un hombre cuando se cree a su fama, ¿cómo será loado Dios cuando sea visto él en persona? Por eso está escrito: Dichosos quienes habitan en tu casa; por los siglos de los siglos te loarán9. Loa de Dios habrá sin fin allí donde será pleno el conocimiento de Dios y, porque pleno será el conocimiento, por eso, sumo será el esclarecimiento o glorificación.

Te esclarecí

4. Pero primeramente se esclarece aquí a Dios mientras notificado se da a conocer a los hombres y mediante la fe de los creyentes es predicado. Por eso dice: Yo te esclarecí sobre la tierra, terminé la obra que me has dado para hacer10. Asevera no «has mandado», sino «has dado», en lo cual se muestra evidente la gracia. En efecto, aun en el Unigénito la naturaleza humana ¿qué tiene que no haya recibido? O cuando a la unicidad de persona fue admitida por la Palabra, mediante la que todo se hizo, ¿no recibió el hacer no nada malo, sino toda clase de bienes? Pero, pues aún falta la experiencia de la pasión, en que a sus mártires les ha mostrado principalmente el ejemplo que seguirían, razón por la que el apóstol Pedro asevera: «Cristo padeció por nosotros para dejarnos un ejemplo a fin de que sigamos su huellas»11, ¿cómo ha terminado la obra que recibió para hacer, sino porque dice que él ha terminado lo que sabe certísimamente que él va a terminar? Como mucho antes, cuando tras muchísimos años iba a suceder lo que decía, usó en una profecía verbos de tiempo pretérito —Taladraron, afirma, mis manos y pies, contaron todos mis huesos12—; no asevera: taladrarán y contarán. Y en este evangelio mismo afirma: «Os di a conocer todas las cosas que oí a mi Padre»13, a quienes asevera después: Aún tengo muchas cosas para deciros, pero ahora mismo no podéis cargar con ellas14. En efecto, quien con causas ciertas e inmutables ha predestinado todo lo venidero, ha hecho cualquier cosa que va a hacer, porque mediante un profeta está dicho también acerca de él: El cual hizo las cosas que van a suceder15.

La mutua glorificación del Padre y del Hijo

5. Según esto, dice también lo que sigue: Y ahora esclaréceme tú, Padre, junto a ti mismo con la claridad que tuve, antes que el mundo existiese, junto a ti16. Por cierto, arriba había dicho: «Padre, ha venido la hora; esclarece a tu Hijo para que tu Hijo te esclarezca», orden de palabras con el que había mostrado que el Hijo había de ser esclarecido primeramente por el Padre, para que el Hijo esclareciera al Padre; en cambio, cual si él hubiere esclarecido previamente al Padre a quien después implora que lo esclarezca, ha dicho ahora mismo: Yo te esclarecí sobre la tierra, terminé la obra que me has dado para hacer; y ahora esclaréceme. Ha de entenderse, pues, que según eso que va a suceder y en ese orden en que iba a suceder ha usado más arriba uno y otro verbo —Esclarece al Hijo, para que te esclarezca el Hijo—, y que, en cambio, ahora mismo, cuando asevera: «Yo te esclarecí sobre la tierra, terminé la obra que me has dado para hacer», respecto a un hecho futuro ha usado un verbo de tiempo pretérito. Después, diciendo —cual si fuese a ser esclarecido posteriormente por el Padre, a quien primeramente había él esclarecido—: «Y ahora esclaréceme tú, Padre, junto a ti mismo», ¿qué muestra sino que más arriba, donde asevera: «Yo te esclarecí sobre la tierra», había él hablado como si hubiese hecho lo que iba a hacer, y que, en cambio, aquí ha pedido que el Padre hiciera eso en razón de lo cual el Hijo iba a hacer aquello, esto es, que el Padre esclareciese al Hijo, esclarecimiento mediante el cual también el Hijo iba a esclarecer al Padre?

Por eso, si, a propósito de una cosa que era futura, ponemos un verbo de tiempo también futuro donde, en vez del tiempo futuro, ese mismo ha puesto el pretérito, no quedará ninguna oscuridad de la idea, como si hubiese dicho: «Yo te esclareceré sobre la tierra, terminaré la obra que me has dado para hacer; y ahora esclaréceme tú, Padre, junto a ti mismo». Ciertamente es tan evidente como aquello donde asevera: «Esclarece a tu Hijo para que tu Hijo te esclarezca», y la idea es absolutamente la misma, excepto que aquí queda dicho y allí, en cambio, tácito el modo de ese mismo esclarecimiento, como si con esto se explicase, a esos a quienes podía perturbar mucho, aquello: cómo el Padre esclarecerá al Hijo y máxime cómo también el Hijo esclarecerá al Padre. En efecto, diciendo que por él es esclarecido sobre la tierra el Padre y que, en cambio, él lo es por el Padre junto al mismo Padre, muestra en realidad el modo de uno y otro esclarecimiento. Efectivamente, él mismo ha esclarecido sobre la tierra al Padre, predicándolo a las gentes; en cambio, el Padre lo ha esclarecido junto a sí mismo, colocándolo a su diestra. Pero después, donde asevera: «Yo te esclarecí», respecto a esclarecer al Padre ha preferido poner un verbo de tiempo pretérito, precisamente para mostrar que en la predestinación ha sucedido ya y que ha de tenerse por ya sucedido lo que certísimamente iba a suceder, esto es, que, glorificado junto al Padre por el Padre, también el Hijo glorificaría sobre la tierra al Padre.

La única persona del Verbo encarnado

6. Pero esta predestinación respecto a su esclarecimiento con que el Padre lo ha esclarecido, la ha puesto muy de manifiesto en eso que ha añadido: Con la claridad que tuve, antes que el mundo existiese, junto a ti. El orden de los vocablos es: que tuve junto a ti antes que el mundo existiese. Respecto a esto tiene valor lo que asevera, Y ahora esclaréceme; esto es, como entonces, así también ahora; como entonces por predestinación, así también ahora por realización completa; haz en el mundo lo que junto a ti había sido ya antes del mundo; haz a su tiempo lo que antes de todos los tiempos has establecido.

Algunos han supuesto que esto había de entenderse cual si la naturaleza humana que fue asumida por la Palabra se convirtiera en la Palabra y el hombre se mudase en Dios; mejor dicho, si pensamos más diligentemente en lo que opinaron, cual si el hombre pereciera en Dios. En efecto, nadie va a decir que en virtud de esta mutación del hombre se duplica o aumenta la Palabra de Dios, ni que son dos lo que fue uno, ni que es más lo que fue menos; pues bien, si, cambiada y convertida en la Palabra la naturaleza humana, la Palabra de Dios sigue siendo cuanto era y lo que era, ¿dónde está el hombre si no perece?

Nuestra predestinación y la del hombre Cristo Jesús

7. Pero a esta opinión, respecto a la cual no veo en absoluto que convenga a la verdad, nada nos empuja si, al decir el Hijo: «Y ahora esclaréceme tú, Padre, junto a ti mismo con la claridad que tuve, antes que el mundo existiese, junto a ti», entendemos la predestinación de la claridad de la naturaleza humana que hay en él, la cual de mortal será inmortal junto al Padre, y que, antes que el mundo existiese, ya había sucedido, predestinándolo, esto que en el mundo sucederá también a su tiempo.

Por cierto, si de nosotros ha dicho el Apóstol: «Como nos eligió en ese mismo antes de la constitución del mundo»17, ¿por qué se supone que es incompatible con la verdad el hecho de que el Padre haya glorificado a nuestra cabeza precisamente cuando, para que fuésemos sus miembros, nos eligió en ese mismo? En efecto, nosotros hemos sido elegidos como ese mismo ha sido esclarecido, porque, antes que el mundo existiese, no existíamos nosotros ni ese mismo Mediador de Dios y hombres, Cristo Jesús hombre18. Pero el que mediante ese mismo, en cuanto que es su Palabra, hizo aun las cosas que van a suceder y, cual si fuesen, llama esas cosas que no son19, a ese mismo, ciertamente en tanto que es hombre mediador de Dios y hombres, antes de la constitución del mundo lo glorificó por nosotros Dios Padre, si en ese mismo nos eligió entonces a nosotros también. En efecto, ¿qué dice el Apóstol? Por otra parte, sabemos que para quienes quieren a Dios todo coopera al bien, para estos que han sido llamados según su designio. En efecto, a quienes preconoció, también los predestinó a ser hechos conformes con la imagen de su Hijo, para que ese mismo sea primogénito entre muchos hermanos; por otra parte, a quienes predestinó, a ésos también llamó20.

Jesucristo, objeto de la predestinación

8. Salvo que, porque parece que sólo de nosotros lo ha dicho el Apóstol —predestinados para que seamos hechos conformes con su imagen—, temamos decir que ese mismo ha sido predestinado, cual si verdaderamente, alguien que al mirar fielmente la regla de la fe no puede negar que el Hijo de Dios es hombre, fuese a negar que ése ha sido predestinado. Ciertamente, en tanto que él es la Palabra de Dios, Dios en Dios, con razón no se le llama predestinado. En efecto, porque ya era lo que era, sempiterno, sin inicio, sin término, ¿por qué sería predestinado? En cambio, eso que aún no era había de predestinarse, para que a su tiempo deviniese exactamente como antes de todos los tiempos había sido predestinado que deviniese. Por tanto, cualquiera que niega que el Hijo de Dios ha sido predestinado, niega que este mismo es hijo de hombre.

Pero por los pleitistas, también acerca de esto escuchemos al Apóstol en el exordio de sus cartas. Efectivamente, en la primera de sus cartas, que es A los Romanos, el principio de esa misma carta es donde se lee: Pablo, esclavo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, segregado para el Evangelio de Dios que antes, mediante sus profetas, en las Escrituras Santas había prometido acerca de su Hijo, el cual para él fue hecho del linaje de David según la carne, el cual, desde la resurrección de los muertos, con poder fue predestinado Hijo de Dios según el Espíritu de santificación21. Según esta predestinación, pues, antes de que el mundo existiese fue esclarecido para que, desde la resurrección de los muertos, su claridad estuviese junto al Padre a cuya diestra está sentado. Como, pues, viese que el tiempo de ese predestinado esclarecimiento suyo había llegado ya, para que también ahora sucediese en realización lo que había ya sucedido en la predestinación, oró diciendo: «Y ahora esclaréceme tú, Padre, junto a ti mismo con la claridad que tuve, antes que el mundo existiese, junto a ti», cual si dijera: «Es tiempo de que, al vivir en tu diestra, junto a ti tenga también la claridad que tuve junto a ti, esto es, esa claridad que en tu predestinación tuve junto a ti».

Pero, porque el examen de esta cuestión nos ha ocupado largo tiempo, lo que sigue ha de tratarse en otro sermón.