TRATADO 98

Comentario a Jn 16,12, dictado en Hipona, probablemente el domingo 11 de abril de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

¿Hay algún secreto para los más espirituales?

1. La cuestión difícil, surgida de las palabras de nuestro Señor donde dice: «Aún tengo muchas cosas para deciros, pero ahora mismo no podéis cargar»con ellas1, recuerdo haberla yo diferido para que de ella se tratase con más sosiego, porque la medida adecuada compelía a terminar aquel sermón. Porque, pues, es tiempo de cumplir lo prometido, examínesela ahora a fondo, según diere el Señor mismo, el cual inculcó a mi corazón proponerla. Pues bien, ésta es la cuestión: si, en cuanto a la doctrina, los hombres espirituales tienen algo que callar a los carnales y decir a los espirituales. Porque, si dijéremos «No lo tienen», se nos responderá: «¿Qué significa, pues, lo que el Apóstol decía al escribir a los Corintios «No pude hablaros cual a espirituales, sino cual a carnales. Cual a pequeñines en Cristo os di bebida, leche, no comida, pues no podíais aún. Pero ni siquiera podéis aún, pues aún sois carnales»?»2 Si, en cambio, dijéremos «Lo tienen», es de temer y evitar que en este caso se enseñen en lo oculto abominaciones y parezca como si, bajo el nombre de cosas espirituales, eso que los carnales no pueden captar no sólo ha de blanquearlo la excusa, sino también loarlo la predicación.

Idéntica verdad, creída por los principiantes, profundizada por los espirituales

2. Primero, pues, Vuestra Caridad debe saber que sobre Cristo crucificado mismo, respecto al cual dice el Apóstol haber él alimentado como con esa leche a los pequeñines; sobre su carne misma, por otra parte, en la que sucedieron su verdadera muerte y las heridas de horadado verdaderas y sobre su sangre de herido, los carnales no piensan del mismo modo que los espirituales; además debe saber que eso es para aquéllos leche y para éstos comida porque, aun si no oyen más, entienden más. En efecto, la mente no percibe igualmente ni aun lo que de igual manera reciben por la fe unos y otros. Así sucede que Cristo crucificado, predicado por los apóstoles, era escándalo para los judíos y estulticia para las gentes, mas para los llamados mismos, judíos y griegos, Fuerza de Dios y Sabiduría de Dios3; pero para los carnales, los pequeñines, que mantenían esto creyéndolo sólo y, en cambio, para los espirituales, los más capaces, que lo percibían entendiéndolo también, para aquéllos, pues, era como bebida láctea y para éstos como comida sólida, no porque aquéllos lo conocieron de una manera, entre las multitudes, y éstos de otra, en cubículos, sino porque unos y otros lo oían de idéntico modo cuando se decía abiertamente, mas cada uno lo captaba a su modo. En efecto, porque Cristo ha sido crucificado precisamente a fin de derramar para la remisión de los pecados la sangre —para que nadie se gloríe en el hombre, elogia a la divina gracia esta pasión de su Unigénito—, ¿cómo entendían a Cristo crucificado quienes decían aún: Yo soy de Pablo?4. ¿Acaso como Pablo mismo, quien decía: Por mi parte, lejos de mí gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo?5 Así pues, de este Cristo crucificado mismo tomaba él comida, según su capacidad, y con leche los nutría según la debilidad de ellos.

Finalmente, sabedor de que lo que escribió a los Corintios podían, evidentemente, entenderlo de un modo los pequeñines mismos, de otro los más capaces, asevera: Si alguien es entre vosotros profeta o espiritual, reconozca que lo que os escribo es mandato del Señor; si, en cambio, alguien lo ignora, será ignorado6. En realidad quiso que sea sólida la ciencia de los espirituales, donde no se ofreciera la sola fe, sino que se aferrase el conocimiento cierto; y, por eso, aquéllos creían eso mismo que los espirituales reconocían además. En cambio, asevera, será ignorado quien ignora porque aún no le ha sido revelado que sepa lo que cree. Cuando esto sucede en la mente del hombre, se dice que este mismo es conocido por Dios, porque Dios le hace conocedor, como en otra parte asevera: Ahora, en cambio, conocedores de Dios, mejor dicho, conocidos por Dios7. En efecto, a ellos, preconocidos y elegidos antes de la constitución del mundo8, no los había conocido entonces Dios, sino que había hecho que ellos le conocieran entonces a él mismo.

No hay secretos reservados a los espirituales

3. Por tanto, conocido primeramente esto —que las cosas mismas que oyen a la vez espirituales y carnales las capta cada uno según su medida, éstos como pequeñines, aquéllos como mayores, ésos como alimento de leche, éstos como comida que da consistencia—, parece que no hay ninguna necesidad de que algunos secretos de la doctrina se callen y escondan a los fieles pequeñines, para decirlos aparte a los mayores, esto es, a los más inteligentes, ni de que se suponga que ha de hacerse esto precisamente porque el Apóstol dijo: No puede hablaros cual a espirituales, sino cual a carnales. En efecto, de esto mismo —haber juzgado no saber entre ellos sino a Jesucristo y a éste crucificado9—, no pudo hablar a ellos cual a espirituales, sino cual a carnales, porque no eran capaces de captarlo como espirituales. En cambio, cualesquiera que entre ellos eran espirituales, esos mismos captaban con intelección espiritual lo mismo que aquéllos oían como carnales; así, lo que asevera: No pude hablaros cual a espirituales, ha de entenderse como si dijera: «Lo que yo hablaba no pudisteis captarlo cual espirituales, sino cual carnales». En efecto, un hombre animal, esto es, quien comprende según el hombre —porque el hombre entero consta de ánima y carne, se le llama animal en atención al ánima, carnal en atención a la carne—, no percibe lo que es del Espíritu de Dios10, esto es, qué clase de gracia confiere a los creyentes la cruz de Cristo, y supone que en esa cruz estuvo en juego sólo esto: que a nosotros que hasta la muerte luchamos por la verdad, se nos mostrase un ejemplo que imitar. En realidad, si los hombres de esta laya, que no quieren ser sino hombres, supieran cómo Cristo crucificado fue hecho por Dios para nosotros sabiduría y justicia y santificación y redención, para que, como está escrito: «Quien se gloría, en el Señor se gloríe»11, sin duda no se gloriarían en el hombre ni dirían carnalmente: «Yo soy ciertamente de Pablo; yo, por mi parte, de Apolo; yo, en cambio, de Cefas», sino espiritualmente: Yo soy de Cristo12.

Quiénes son iniciados y quiénes no

4. En verdad plantea aún una cuestión lo que se lee en la carta a los Hebreos: Aunque en ese tiempo mismo deberíais ser profesores, de nuevo tenéis necesidad de doctrina, cuáles son los principios elementales de las palabras de Dios, y habéis venido a tener necesitad de leche, no de comida sólida. En efecto, todo el que es amamantado, no ha probado palabra de justicia, pues es bebé. En cambio, de perfectos es la comida sólida, de esos que mediante el hábito tienen entrenados para separar del mal el bien los sentidos13. En efecto, aquí vemos que, por así decir, queda definido el alimento sólido de los perfectos del cual habla, y que esto es eso que está escrito a los Corintios: Sabiduría hablamos entre los perfectos14.

Pues bien, respecto a quiénes quiso que en este lugar se entienda que son perfectos, ha añadido y aseverado: Quienes mediante el hábito tienen entrenados para separar del mal el bien los sentidos. A quienes, pues, a causa de la mente incapaz y desentrenada no pueden esto si cierta leche, la de la fe, no los sostiene de hecho para que crean lo invisible, que no ven, y lo inteligible, que aún no entienden, la promesa de ciencia los lleva fácilmente a fábulas vanas y sacrílegas, para que en el bien y el mal no piensen sino mediante imágenes corporales, y estimen que Dios mismo no es sino algún cuerpo y no puedan considerar el mal sino como sustancia, aunque es, más bien, cierta defección, respecto a la inmutable sustancia, de las sustancias mudables, a las que de la nada hizo la inmutable y suma sustancia en persona, que es Dios. De cualquiera que no sólo cree esto, sino que, entrenados los interiores sentidos del ánimo, también lo entiende, percibe y conoce, ya no es de temer que lo seduzcan esos que, suponiendo que el mal es una sustancia que no hizo Dios, de Dios mismo hacen una sustancia mudable, como los maniqueos u otras pestes, si las hay, que deliran así.

Conveniencia de no explicar todo a los principiantes

5. Pero para los aún pequeñines de mente, a quienes el Apóstol llama carnales que nutrir con leche, todo discurso sobre este asunto, mediante el cual se trata de que uno no sólo crea, sino que también entienda y sepa lo que se dice, es oneroso, pues no pueden percibir tales cosas y los oprime más fácilmente que los nutre. De esto resulta que en atención a la fe católica, la cual ha de predicarse a todos, los espirituales no callan en absoluto esas cosas a los carnales; sin embargo, tampoco las exponen de forma que, al querer llevarlas a una inteligencia no capaz, más fácilmente que el que la verdad se perciba en el discurso logran que sea despreciado el discurso a propósito de la verdad. Por eso, al escribir a los Colosenses, dice: «Aunque con el cuerpo estoy ausente, con el espíritu estoy con vosotros, pues gozo también al ver vuestra organización y esto que falta a vuestra fe en Cristo»15, y al escribir a los Tesalonicenses afirma: Mientras noche y día pedimos muy abundantemente ver vuestro rostro y completar lo que falta a vuestra fe16. Evidentemente, ha de entenderse que primero se los catequizó de forma que se alimentaron con leche, no con comida sólida; la riqueza de esta leche se recuerda a esos que quería nutrir ya con solidez de comida (a los Hebreos). Por lo cual asevera: Y por eso, tras dejar la palabra del inicio del Mesías, miremos a la consumación, sin echar otra vez cimiento de arrepentimiento de obras muertas, de fe en Dios, de doctrina de lavado y de imposición de manos, también de resurrección de muertos y de juicio eterno17. Ésta es la riqueza de la leche sin la que no viven quienes para poder creer usan ya ciertamente la razón, pero no pueden separar del mal el bien no sólo creyendo, sino también entendiendo, lo cual atañe a la comida sólida. Por otra parte, porque en el recuerdo de la leche ha incluido también la doctrina, esta misma es la que se entrega mediante el símbolo y la oración dominical.

El alimento oportuno, según las etapas de crecimiento

6. Pero ni pensar que a esta leche sea contraria la comida de las cosas espirituales, que la inteligencia robusta ha de tomar, que faltó a los colosenses y tesalonicenses y hubo que añadirla —por cierto, cuando se añade lo que faltó, no se censura lo que hubo—, porque, a propósito de esos alimentos mismos que tomamos, la comida sólida tampoco es contraria a la leche hasta el punto de que aquella misma no se convierta en leche a fin de poder ser apta para los bebés, a los que llega mediante la carne de la madre o de la nodriza, como hizo también la madre Sabiduría en persona, la cual, aunque en las alturas es la comida sólida de los ángeles, se ha dignado hacerse en cierto modo leche para los pequeñines, cuando la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros18. Pero a ese mismo hombre Cristo, a quien por la carne verdadera, por la cruz verdadera, por la muerte verdadera, por la resurrección verdadera, se llama leche pura de pequeñines, se le descubre como Señor de los ángeles, cuando los espirituales lo captan bien.

Por ende, los pequeñines no han de ser amamantados de forma que siempre estén sin entender que Cristo es Dios, ni destetados de forma que abandonen al hombre Cristo. Esto, lo mismo, puede decirse así: no han de ser amamantados de forma que nunca entiendan que Cristo es el Creador, ni destetados de forma que alguna vez abandonen al Mediador Cristo. Respecto a éste, ciertamente conviene a este asunto la comparación no de la leche materna y de la comida sólida, sino, más bien, la del cimiento porque, a propósito, un niño, cuando es destetado para que se retire ya de los alimentos de la infancia, no vuelve a buscar entre las comidas sólidas las ubres que mamaba; en cambio, Cristo crucificado es leche para quienes maman y comida para quienes progresan. La comparación del cimiento es, en verdad, más apta precisamente porque, para que se concluya lo que se edifica, se añade el edificio, no se sustrae el cimiento.

Sobre el cimiento de la fe edifiquemos con la inteligencia

7. Pues esto es así, ¡oh cualesquiera que sois pequeñines en Cristo, que sin duda sois muchos, progresad hacia la comida sólida de la mente, no del vientre! Progresad en cuanto a separar del mal el bien y adheríos más y más al Mediador mediante el que sois librados del mal, que no ha de ser separado de vosotros en cuanto al lugar, sino, más bien, ha de ser sanado en vosotros. Pues bien, cualquiera que os dijere: «No creáis que Cristo es hombre verdadero» o «El verdadero Dios no ha creado el cuerpo de cualquier hombre ni de cualquier animal» o «El verdadero Dios no ha dado el Viejo Testamento», o si dijere algo de esta laya —por cierto, antes, cuando erais nutridos con leche, estas cosas no se os decían precisamente porque aún no teníais apto para captar las verdades el corazón—, ése os prepara no comida, sino veneno. Por lo cual, el bienaventurado Apóstol, al hablar a quienes, aunque ese mismo decía que él era imperfecto, les parecía que eran ya perfectos, afirma: Cuantos, pues, somos perfectos, pensemos esto; y, si en algo pensáis de otra manera, también esto os lo revelará Dios19. Y no sea que cayeran en seductores que, prometiendo el conocimiento de la verdad, quisieran apartarlos de la fe, y supusieran que lo que el Apóstol dijo: También esto os lo revelará Dios, es esto, al instante ha puesto a continuación: Sin embargo, caminemos en eso a que hemos llegado20. Si, pues, hubieres entendido algo que no está contra la regla católica a la que has llegado cual a camino que te conduzca a la patria, y lo hubieres entendido de forma que no debes en absoluto dudar de ello, añade el edificio; sin embargo, no abandones el cimiento.

Los mayores deben enseñar algo a los pequeñines, sin decir que Cristo, Señor de todo, los profetas y los apóstoles, muy superiores incluso a aquellos mismos, han mentido en algo. Pues bien, no sólo debéis evitar a los charlatanes y seductores de la mente, que parlotean de fantasías y falsedades y con esas vaciedades prometen un conocimiento profundo, por así calificarlo, contra la regla de fe que habéis recibido como católica, sino huid también, cual de peste más insidiosa que las demás, de esos mismos que sobre la inmutabilidad misma de la naturaleza divina o sobre la criatura incorpórea o sobre Dios disertan verazmente, prueban absolutamente con documentos y razones certísimas lo que dicen y empero intentan apartar del único Mediador de Dios y hombres. Tales son, de hecho, esos acerca de quienes dice el Apóstol: Porque, aunque conocieron a Dios, no lo glorificaron como a Dios21. En efecto, a quien no se aferra a ese mediante el cual sea librado del mal, ¿qué le aprovecha tener un concepto verdadero acerca del bien inmutable? En suma, no se retire de vuestros corazones el aviso del beatísimo Apóstol: Si alguien os hubiere evangelizado fuera de lo que recibisteis, sea anatema22. Asevera «no más de lo que recibisteis», sino «fuera de lo que recibisteis», porque, si dijera aquello, se contradiría ese mismo que ansiaba venir a los tesalonicenses a suplir lo que faltó a la fe de ellos. Pero quien suple, añade lo que había de menos, no suprime lo que allí había; en cambio, quien rebasa la regla de fe no se acerca por el camino, sino que se aleja del camino.

Seamos aprendices de Dios. El «Apocalipsis» de Pablo

8. Así pues, porque el Señor asevera: «Aún tengo muchas cosas para deciros, pero ahora mismo no podéis cargar» con ellas23, iban a serles añadidas las que desconocían, no destruidas las que habían aprendido. Y, como ya expuse en el sermón anterior, él pudo decir esto así, ciertamente porque, si quisiera manifestarles, según los ángeles las conciben en él, esas mismas que les había enseñado, la debilidad humana en que aún estaban no podría llevarlas. En cambio, cualquier hombre espiritual puede enseñar a otro hombre lo que sabe, si lo hace más capaz de progresar el Espíritu Santo, gracias al cual también el enseñante mismo ha podido aprender bien algo más; así ambos son aprendices de Dios24. Por otra parte, también entre los espirituales mismos hay, evidentemente, unos más capaces y mejores que otros, de forma que un quídam de ellos ha llegado a eso que a hombre no es lícito decir. Con esta ocasión, ciertos sujetos vanos han inventado con estultísima presunción el Apocalipsis de Pablo, que la sana Iglesia no recibe, lleno de no sé qué fabulas, para decir que a propósito de éste había dicho que él había sido raptado al cielo tercero y que allí había oído palabras inefables que a hombre no es lícito decir25. En todo caso, la audacia de ésos sería tolerable si hubiese dicho que él había oído lo que a hombre no es «aún» lícito decir. Ahora bien, porque ha dicho «que a hombre no es lícito decir», ésos ¿quiénes son para osar decir desvergonzada y funestamente estas cosas? Pero con este final concluiré ya este sermón y ansío que gracias a él seáis ciertamente sabios en el bien y, en cambio, no partícipes del mal.