TRATADO 91

Comentario a Jn 15,24-25, dictado en Hipona, probablemente el sábado 20 de marzo de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

La incredulidad incluye todos los pecados

1. Había dicho el Señor: Quien me odia, odia también a mi Padre1. En efecto, es enteramente necesario que, quien odia la Verdad, odie también a ese del que la Verdad ha nacido; respecto a lo cual ya hablé cuanto me ha fue dado. Después ha añadido eso de lo que he de hablar ahora: Si en ellos no hubiese hecho las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado2, a saber, ese pecado grande acerca del cual asevera también más arriba: Si no hubiese venido y les hubiese hablado, no tendrían pecado3, esto es, el pecado a causa del cual no creyeron en él, que hablaba y actuaba. En efecto, antes que les hablase y actuase en ellos, también tenían pecado; pero este pecado a causa del cual no creyeron en él se recuerda así, precisamente porque este pecado mismo sujeta también los demás, ya que, si no lo tuvieran y creyeran en él, serían perdonados también los demás.

Nadie realizó obras como las de Jesús

2. Pero ¿qué significa esto que, tras haber dicho «Si en ellos no hubiese hecho las obras»: ha añadido inmediatamente: que ningún otro hizo? En efecto, entre las obras de Cristo ninguna parece ser mayor que la resurrección de muertos, cosa respecto a la que sabemos que también hicieron los profetas antiguos. Efectivamente, la hizo Elías4, la hizo Eliseo cuando vivía en esta carne5 y asimismo cuando yacía sepultado en su tumba: de hecho, como ciertos individuos que llevaban un muerto se hubiesen refugiado en ella al irrumpir unos enemigos, y lo hubiesen puesto allí, resucitó al instante6. Sin embargo, Cristo hizo algunas cosas que ningún otro hizo: con cinco panes alimentó a cinco mil hombres y a cuatro mil con siete7; caminó sobre las aguas y otorgó a Pedro que hiciera esto8; cambió en vino el agua9; abrió los ojos de uno nacido ciego10, y otras muchas, recordar las cuales es demasiado prolijo.

Pero se nos responde que también otros hicieron las que él no hizo y que ningún otro hizo. En efecto, ¿quién sino Moisés hirió a los egipcios con tantas y tan grandes plagas11, guió al pueblo dividido el mar12, del cielo consiguió para los hambrientos el maná13, de la roca derramó agua para los sedientos?14 ¿Quién sino Jesús Nave dividió las corrientes del Jordán para que el pueblo pasase15, y frenó y clavó, tras emitir una oración, el sol que corría?16 Excepto a Sansón, ¿a quién sació a causa de su sed la quijada desbordante de un asno muerto?17 Excepto a Elías, ¿quién fue transportado a las alturas por un carro de fuego?18 Excepto Eliseo —cosa que poco antes he mencionado— ¿quién, sepultado su cadáver, al cadáver de otro devolvió la vida? Excepto Daniel, ¿quién vivió indemne entre las bocas de leones hambrientos, encerrados con él?19 Excepto tres varones, Ananías, Azarías, Misael, ¿quién deambuló ileso entre llamas que ardían, mas no quemaban?20

3. Paso por alto lo demás porque estimo que esto es bastante para demostrar que también algunos santos hicieron ciertas obras sorprendentes que ningún otro hizo. Pero absolutamente de ninguno de los antiguos se lee que sanase con tan gran poder tan numerosas taras, malas enfermedades y sufrimientos. En efecto —por no hablar de esos a quienes, dando él una orden, hizo salvos uno a uno, según se presentaban—, el evangelista Marcos asevera en cierto lugar: Por otra parte, llegada la tarde, como se hubiese puesto el sol, le traían a todos los que se encontraban mal y tenían demonios; y toda la ciudad estaba congregada a la puerta; y curó a muchos que eran atormentados por enfermedades varias, y echaba muchos demonios21. Por su parte, Mateo, como hubiese mencionado esto, ha añadido también un testimonios profético, al decir: Para que se cumpliera lo que está dicho mediante el profeta Isaías cuando dice: «Él en persona tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras dolencias»22. Asimismo dice Marcos en otro lugar: Y por doquiera entraba en aldeas o en alquerías o en ciudades, ponían en las plazas a los enfermos y le rogaban que al menos tocasen la franja de su vestido; y cuantos le tocaban eran hechos salvos23. Esta cosas ningún otro las hizo en ellos. En efecto, lo que asevera, en ellos, ha de entenderse así: no entre ellos o ante ellos, sino directamente en ellos, porque los sanó. De hecho, quiso que se entienda que estas cosas eran no sólo para provocar admiración, sino también para conferir salud palpable; beneficios por los que, evidentemente, debieron devolver amor, no odio.

Supera, sin duda, todos los milagros de los demás el hecho de que ha nacido de virgen y ha sido el único que al ser concebido y al nacer pudo no violar la integridad de su madre; pero esto no sucedió ni ante ellos ni en ellos, pues los apóstoles llegaron a conocer la verdad de este milagro no mediante visión común con ellos, sino mediante el discipulado, separado de ellos. Ahora bien, el hecho de que, en la carne en que había sido asesinado, desde el sepulcro se ha devuelto vivo a sí mismo al día tercero y con ella ha ascendido al cielo para nunca morir después, supera incluso a todo lo que hizo; pero tampoco esto sucedió en los judíos ni ante ellos, ni lo había hecho aún cuando decía: Si en ellos no hubiese hecho las obras que ningún otro hizo.

Me odiaron sin razón

4. Ciertamente, pues, los milagros de salud que él mostró en las enfermedades de ellos son ciertamente tantos cuantos nadie regaló antes en ellos; de hecho, los vieron y, para echárselo a ellos en cara, añade y dice: Ahora, en cambio, las han visto y me han odiado a mí y a mi Padre; pero ¡que se cumpla la palabra que está escrita en la ley de ellos: «Que me odiaron gratis»!24 Ha llamado «ley de ellos» no a una inventada por estos mismos, sino a la que a estos mismos ha sido dada, como llamamos nuestro pan cotidiano a ese que empero pedimos a Dios añadiendo: Danos25. Por otra parte, odia gratis quien en virtud del odio no busca ninguna ventaja ni evita ninguna desventaja. Así odian al Señor los impíos; así le quieren los justos, esto es, gratis, de forma que, porque él en persona será todo en todos, no aguardan otros bienes, sino a él.

Cualquiera que muy profundamente hubiere prestado atención a Cristo que dice: «Si en ellos no hubiese hecho las obras que ningún otro hizo» —pero, si el Padre o el Espíritu Santo las hicieron, ningún otro las hizo, porque única es la sustancia de la entera Trinidad—, verdaderamente hallará que él en persona las ha hecho, si alguna vez hizo algo semejante algún hombre de Dios. En efecto, porque Cristo con el Padre y el Espíritu Santo son no tres dioses, sino el único Dios, del cual está escrito: «Bendito el Señor, Dios de Israel, el que hace maravillas solo»26, en sí mismo puede por sí mismo todo; en cambio, nadie puede nada sin ese mismo. Ningún otro, pues, hizo cualesquiera obras que en ellos hizo, porque cualquier otro hombre que hizo alguna de ellas, la hizo porque él en persona la hacía; ese mismo, en cambio, hizo éstas sin que ellos las hicieran.