TRATADO 76

Comentario a Jn 14,22-24, dictado en Hipona, probablemente el domingo 25 de enero de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Seamos discípulos también nosotros

1. Al interrogar los discípulos y responderles el Maestro Jesús, también nosotros aprendemos con ellos, por así decirlo, cuando leemos u oímos el santo evangelio. Porque, pues, el Señor había dicho: «Aún un poco y el mundo ya no me ve; vosotros, en cambio, me veréis»1, le interrogó sobre esto mismo Judas, no aquel traidor suyo que se apellidó el Iscariote, sino ese cuya carta se lee entre las Escrituras canónicas: Señor, ¿qué ha sucedido para que vayas a manifestarte a ti mismo a nosotros, mas no al mundo?2 Con esos mismos seamos cual discípulos que interrogan, y también nosotros oigamos al Maestro común. Por cierto, Judas, el santo, no el inmundo ni perseguidor del Señor, sino seguidor suyo, preguntó la causa de por qué Jesús iba a manifestarse no al mundo, sino a los suyos, por qué aún un poco y el mundo no le vería y, en cambio, ellos le verían.

El amor atrae la presencia de Dios

2. Respondió Jesús y le dijo: Si alguien me quiere, guardará mi palabra y mi Padre le querrá y vendremos a él y haremos morada en él. Quien no me quiere, no guarda mis palabras3. He ahí que se ha expuesto la causa de por qué va a manifestarse a los suyos, no a los extraños, que nomina con el nombre de mundo, y la causa es ésta: que aquéllos le quieren, éstos no le quieren. Ésa es la causa acerca de la que un sagrado salmo hace resonar: Júzgame, Dios, y discierne de gente no santa mi causa4. En efecto, quienes le quieren, porque le quieren son elegidos; quienes, en cambio, no le quieren, aunque hablen en las lenguas de los hombres y de los ángeles, vienen a ser sonante objeto de bronce y címbalo tintineante y, aunque tuvieren profecía y conozcan todos los misterios y todo el saber y tuvieren toda la fe hasta el punto de que trasladen montes, son nada; y aunque distribuyeren toda su hacienda y entregaren su cuerpo para arder ellos, de nada les aprovecha5. La dilección, que hace a los unánimes habitar en casa, discierne del mundo a los santos6. En esta casa hacen morada el Padre y el Hijo, que también regalan la dilección a quienes al final regalarán asimismo esa manifestación suya acerca de la que el discípulo interrogó al Maestro para que pudieran saber esto no sólo, mediante la boca de él, los que entonces lo oían, sino, mediante su Evangelio, también nosotros. En efecto, había preguntado sobre la manifestación de Cristo y oyó hablar de dilección y mansión. Hay, pues, cierta manifestación interior de Dios, a la que en absoluto no conocen los impíos, que no tienen manifestación alguna de Dios Padre ni del Espíritu Santo; pudo, en cambio, haberla del Hijo, pero en la carne; mas no es tal cual aquélla ni, de cualquier clase que sea, puede estar siempre presente en ellos, sino por tiempo escaso y esto para juicio, no para gozo; para suplicio, no para premio.

El mundo no verá a Cristo

3. Ahora, pues, sucede realmente que, en cuanto él mismo se digna abrir, entendemos cómo está dicho: Aún un poco y el mundo ya no me ve; vosotros, en cambio, me veréis7. Verdad es ciertamente que también a su cuerpo, en que podían verle aun los impíos, tras un poquito iba a sustraerlo a sus ojos, puesto que ninguno de ellos lo vio tras la resurrección. Pero, porque, según testificaron los ángeles, está dicho: «Vendrá así como le visteis ir al cielo»8, y no creemos otra cosa, sino que en idéntico cuerpo va él a venir al juicio de vivos y muertos, sin duda lo verá entonces el mundo, nombre que alude a los mal dispuestos hacia su reinado. Y, por esto, se entiende ya mucho mejor que, mediante lo que asevera: «Aún un poco y el mundo ya no me ve», alude al tiempo cuando al final del mundo sea retirado de los ojos de los condenados, para que en adelante le vean esos en quienes, porque le quieren, el Padre y él en persona hacen morada. Ahora bien, ha dicho «un poco» porque, aun esto que a los hombres parece prolijo, es brevísimo ante los ojos de Dios. Por cierto, de este poco afirma este Juan Evangelista en persona: Hijitos, es la última hora9.

El justo, morada de la Trinidad

4. Aún más, para que nadie estime que sólo el Padre y el Hijo, sin el Espíritu Santo, hacen morada en sus queredores, recuerde lo que más arriba está dicho acerca del Espíritu Santo: A quien el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conoceréis, porque junto a vosotros permanecerá y en vosotros estará10. He ahí que con el Padre y el Hijo también el Espíritu Santo hace morada en los santos; evidentemente, dentro como Dios en su templo. El Dios Trinidad, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, vienen a nosotros, mientras vamos a ellos: vienen, viniendo a ayudar, vamos, obedeciendo; vienen, iluminando, vamos, contemplando; vienen, llenando, vamos, dándoles cabida, de forma que de ellos tengamos una visión no exterior, sino interna, y su morada en nosotros sea no transitoria, sino eterna. El Hijo no se manifiesta así al mundo, pues en este pasaje se llama mundo a esos acerca de los que ha añadido a continuación: Quien no me quiere, no guarda mis palabras. Éstos son quienes nunca ven al Padre ni al Espíritu Santo y, en cambio, ven por poco tiempo al Hijo, no para ser hechos felices, sino para ser juzgados; y a ese mismo, no en forma de Dios , donde con el Padre y el Espíritu Santo es igualmente invisible, sino en forma de hombre, donde para el mundo quiso ser, sufriendo, despreciable; juzgando, terrible.

Las palabras de la Palabra no son suyas

5. Por otra parte, no nos asombre, no temamos lo que ha añadido: Y la palabra que habéis oído no es mía, sino del que me ha enviado, el Padre11: no es menor que el Padre, pero no existe sino por el Padre; no es desigual a él, pero no existe por sí mismo. En efecto, no ha mentido diciendo: Quien no me quiere, no guarda mis palabras. He ahí que ha dicho que las palabras son suyas; ¿acaso se contradice a sí mismo cuando ha dicho inversamente: Y la palabra que habéis oído no es mía? Mas, tal vez por alguna distinción, donde ha hablado de las suyas ha hablado en plural, esto es, palabras; en cambio, donde ha dicho que la palabra, esto es, el Verbo, es no suya, sino del Padre, ha querido que se entienda que ella es él en persona, pues en el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios y la Palabra era Dios12. Evidentemente, es no su Palabra, sino la del Padre, como tampoco es su imagen, sino la del Padre, ni él mismo en persona es su Hijo, sino el del Padre. Por tanto, cualquier cosa que, igual él, hace, con razón la atribuye al Autor del cual tiene esto mismo: ser, sin diferencia, igual a él.