TRATADO 73

Comentario a Jn 14,13, dictado en Hipona, probablemente el sábado 17 de enero de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Pedir al Padre y no recibir

1. Gran esperanza ha garantizado el Señor a sus esperanzados, cuando dice: Porque yo voy al Padre y cualquier cosa que pidiereis en mi nombre, esto haré1. Se fue, pues, directamente al Padre de forma que no abandonase a los necesitados, sino que escuchase a quienes piden. Pero ¿qué significa «cualquier cosa que pidiereis», pues vemos que sus fieles piden y casi nunca reciben? ¿Quizá porque piden mal? De hecho, esto ha censurado el apóstol Santiago al decir: Pedís y no recibís, porque pedís mal, para invertir en vuestras concupiscencias2. Quien, pues, mal va a usar lo que quiere recibir, más bien no recibe porque Dios se compadece. Por ende, si se le pide esto con que el hombre se perjudique escuchado, más bien ha de temerse que dé airado lo que propicio puede no dar. ¿No vemos que los israelitas consiguieron para su mal lo que con ansia culpable pidieron? En efecto, esos para quienes llovía del cielo el maná habían ansiado alimentarse de carnes3, pues estaban asqueados de lo que tenían y pedían desvergonzadamente lo que no tenían, cual si no hubiera sido mejor pedir no que se diese al deseo inconveniente el alimento que faltaba, sino que, sanado el asqueo, fuese tomado el que estaba presente. En efecto, cuando nos deleita lo nocivo y no nos deleitan los bienes, a Dios debemos rogar que, en vez de que se nos conceda lo nocivo, nos deleiten los bienes, no porque es malo alimentarse de carne, pues el Apóstol dice al hablar de este asunto: «Toda criatura de Dios es buena y no ha de menospreciarse nada que se toma con acción de gracias»4, sino porque, como asevera igualmente ese mismo: «Hay mal para el hombre que come con ofensa»5; y, si con ofensa del hombre, ¿cuánto más con ofensa de Dios? Ofensa no pequeña contra él era, en los israelitas, repudiar lo que la sabiduría daba y pedir lo que ansiaba la concupiscencia, aunque ellos ni siquiera pidieron, sino que murmuraban porque faltaba. Pero, para que supiéramos que culpable es no la criatura de Dios, sino la desobediencia contumaz y el ansia desordenada, el primer hombre halló la muerte no por el cerdo, sino por una fruta6, y Esaú perdió su primacía no por una gallina, sino por las lentejas7.

2. Si, pues, Dios no hace algunas cosas mirando precisamente por el bien de los fieles que las piden, ¿cómo ha de entenderse: Cualquier cosa que pidiereis en mi nombre, esto haré? ¿Quizá debemos tomarlo como dicho a solos los apóstoles? ¡Ni pensarlo! En efecto, ha llegado a esto, para decirlo, desde donde arriba había dicho: «Quien cree en mí, también ese mismo hará las obras que yo hago y mayores que éstas hará», asunto del que he tratado en el sermón anterior. Y, para que nadie se atribuyese esto, a fin de mostrar que él mismo hace también esas obras mayores, ha añadido y aseverado: Porque yo voy al Padre y cualquier cosa que pidiereis en mi nombre, esto haré8. ¿Acaso solos los apóstoles han creído en él? Así pues, diciendo «quien cree en mí», hablaba a esos entre quienes por donación suya estamos también nosotros que, evidentemente, no recibimos cualquier cosa que hayamos pedido. Si pensamos en estos mismos felicísimos apóstoles, hallamos que ese que se fatigó más que todos, no empero él, sino la gracia de Dios con él9, rogó tres veces al Señor que se apartase de él el ángel de Satanás, pero no recibió lo que había rogado10. ¿Qué diremos, carísimos? ¿Supondremos que ni siquiera a los apóstoles ha cumplido él esta promesa donde asevera: Cualquier cosa que pidiereis en mi nombre, esto haré? Y, por eso, ¿a quién cumplirá lo que promete, si en su promesa defraudó a sus apóstoles?

Condiciones para pedir bien

3. Por tanto, despierta, hombre fiel, y escucha despiertamente lo que aquí está puesto, en mi nombre; asevera, en efecto, «cualquier cosa que pidiereis» no de cualquier modo, sino «en mi nombre». Quien, pues, ha prometido tan gran beneficio, ¿cómo se llama? Evidentemente, Cristo Jesús: Cristo significa rey, Jesús significa salvador; evidentemente, nos hará salvos no cualquier rey, sino el Rey Salvador y, por eso, cualquier cosa que pedimos contra el interés de la salvación, no la pedimos en el nombre del Salvador. Y empero él mismo es Salvador no sólo cuando hace lo que pedimos, sino también cuando no lo hace, porque se muestra como Salvador, más bien, no haciendo lo que ve que se pide contra la salvación. En efecto, el médico sabe qué exige el enfermo en pro de su salud, qué contra ella y, por eso, para procurar la salud de quien pide lo contrario, no hace la voluntad de éste. Por tanto, cuando queremos que haga cualquier cosa que pedimos, pidámosla no de cualquier modo, sino en su nombre, esto es, pidámosla en el nombre del Salvador. No pidamos, pues, contra nuestra salvación; si lo hiciere, no lo hace como Salvador, nombre que es el suyo para sus fieles, pues para los impíos es condenador quien para los fieles se digna ser Salvador. Hace, pues, esto —cualquier cosa que quien cree en él haya pedido en ese nombre que es para quienes creen en él—, porque lo hace como Salvador. Si, en cambio, por ignorancia pide algo contra su salvación quien cree en él, no lo pide en el nombre del Salvador, porque no será su Salvador si hiciere lo que impide su salvación. Por ende, conviene, más bien, que, no haciendo eso en razón de lo cual se le llama, haga entonces lo que él se llama. Por eso, no sólo el Salvador, sino también el Maestro bueno, para hacer cualquier cosa que hayamos pedido, en esa oración misma que nos ha dado ha enseñado qué pidamos, para que así entendamos también que no pedimos en el nombre del Maestro lo que pedimos fuera de la regla de ese magisterio suyo.

No desfallecer en la oración

4. Realmente, aunque pidamos ciertas cosas en su nombre, esto es, aunque las pidamos según el Salvador y según el Maestro, no las hace en el momento en que las pedimos; pero en todo caso las hace. En efecto, pedimos que venga el reino de Dios11 y, porque no reinamos inmediatamente con él en la eternidad, no precisamente por eso deja de hacer lo que pedimos; en efecto, lo que pedimos se difiere, no se niega. Sin embargo, cual sembradores, no cesemos de orar, pues en el tiempo apropiado cosecharemos. Y, cuando pedimos bien, a la vez pidamos que no haga lo que no pedimos bien, porque también a esto se refiere lo que decimos en idéntica oración dominical: No nos metas en tentación12. En efecto, no es pequeña la tentación si contra tu causa está tu postulación.

Por otra parte, para que nadie supusiera que sin el Padre va a hacer lo que a quienes piden ha prometido hacer, no ha de oírse negligentemente lo que el Señor, tras haber dicho: «Cualquier cosa que pidiereis en mi nombre, esto haré»13, ha añadido a continuación: Para que en el Hijo sea glorificado el Padre, si algo pidiereis en mi nombre, esto haré. Por tanto, de ningún modo hace esto el Hijo sin el Padre, pues lo hace precisamente para que en él sea glorificado el Padre. Lo hace, pues, en el Hijo el Padre, para que el Hijo sea glorificado en el Padre, y en el Padre lo hace el Hijo, para que en el Hijo sea glorificado el Padre, porque el Padre y el Hijo son una única cosa.