TRATADO 69

Comentario a Jn 14,4-6, dictado en Hipona, probablemente el sábado 3 de enero de 420

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Por la fe se prepara ahora nuestra morada eterna

1. Ahora, dilectísimos, toca que, mediante lo que habéis oído que se respondió al apóstol Tomás cuando preguntó, por las palabras del Señor posteriores entendamos, en la medida en que somos capaces, las anteriores y por las siguientes las precedentes. He aquí el hecho: arriba había dicho el Señor cuando hablaba de las moradas respecto a las que dijo que están en la casa de su Padre y que él se iba a prepararlas —donde hemos entendido que en la predestinación existen ya esas mismas moradas y que son preparadas cuando mediante la fe son limpiados los corazones de esos que allí van a permanecer, y qué otra cosa es permanecer en la casa de Dios, sino estar en el pueblo de Dios, pues el mismo pueblo está en Dios y Dios en él; a preparar esto se marchó el Señor para que, creyendo en ese a quien no se ve, mediante la fe sea preparada ahora la morada que a la vista va a existir siempre—; por eso, pues, había dicho: Y si me hubiere ido y os hubiere preparado lugar, de nuevo vengo y os tomaré junto a mí mismo para que donde estoy yo estéis también vosotros, y sabéis adónde voy yo y sabéis el camino.

A esto le dice Tomás: Señor, desconocemos adónde vas y ¿cómo podemos saber el camino?1 El Señor había dicho que ellos sabían una y otra cosa; aquél dice que desconoce una y otra, el lugar adonde se va y el camino por el que se va. Pero él desconoce mentir; ellos, pues, sabían y desconocían que sabían. Convénzalos ya de que saben lo que ellos suponen desconocer hasta ahora. Le dice Jesús: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida2. ¿Qué significa, hermanos? He ahí que hemos oído al discípulo preguntar, hemos oído también al Maestro enseñar, mas aun después de haber sonado la frase aún no captamos la idea escondida. Pero ¿qué no podemos captar? ¿Acaso sus apóstoles, con quienes hablaba, podían decirle: «Te desconocemos»? Por ende, si le conocían y él en persona es el Camino, sabían el Camino; si le conocían y él en persona es la Verdad, sabían la Verdad; si le conocían y él en persona es la Vida, conocían la Vida. He ahí que se les convenció de que sabían lo que desconocían.

Vamos a Jesús por él, y al Padre con él

2. Por tanto, ¿qué no hemos captado tampoco nosotros en este dicho? ¿Qué suponéis, hermanos míos, sino que dijo: Y sabéis adónde voy y sabéis el camino? Y he ahí que, porque conocían a ese mismo que es el Camino, conocemos que sabían el Camino; pero el camino es por donde uno va; ¿acaso el camino es también adonde uno va? Ahora bien, había dicho que ellos sabían una y otra cosa, adónde va él y el camino. Era, pues, necesario que dijese «Yo soy el Camino», para mostrar que, quienes le conocieran, sabían el Camino que ellos suponían desconocer; en cambio, porque, conocido el camino por el que iría, quedaba por conocer adónde iría, ¿por qué era necesario que dijese «Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida», sino porque iba a la Verdad, iba a la Vida? A sí mismo iba, pues, por sí mismo. Y nosotros ¿adónde vamos sino a él? Y ¿por dónde vamos sino por él? Por tanto, él a sí mismo por sí mismo; nosotros, a él por él; mejor dicho, al Padre él y nosotros. Efectivamente, de sí mismo dice en otra parte: «Al Padre voy»3, y en este lugar afirma en atención a nosotros: Nadie viene al Padre sino por mí4. Y, por esto, él por sí mismo a sí mismo y al Padre, y nosotros, por él a él y al Padre.

¿Quién capta esto sino quien entiende espiritualmente? Y ¿cuánto es lo que éste capta, aunque entiende espiritualmente? Hermanos, ¿por qué queréis que yo os exponga esto? Pensad cuán excelso es. Veis qué soy, veo qué sois; en todos nosotros el cuerpo que se corrompe embota al alma y la habitación terrena abate a la mente, que piensa muchas cosas5. ¿Suponemos que podemos decir: Elevé mi alma a ti que habitas en el cielo?6 Pero donde gemimos agobiados bajo tanto peso, ¿cómo elevaré mi alma, si conmigo no la eleva quien por mí depuso la suya? Diré, pues, lo que pueda; de entre vosotros capte quien pueda. Lo digo por donación de ese por cuya donación capta quien capta, y por cuya donación cree quien aún no capta, pues el profeta afirma: Si no creyereis, no entenderéis7.

Su carne mortal es su camino

3. Dime, Señor mío, qué diré a tus siervos, consiervos míos. El apóstol Tomás te tuvo ante sí para interrogarte; sin embargo, no te entendería si no te tuviera en sí; yo te interrogo porque sé que tú estás sobre mí; ahora bien, interrogo en la medida en que por encima de mí puedo derramar mi alma en la que puedo escucharte enseñar sin empero sonar.

Dime, por favor, cómo vas a ti. ¿Acaso para venir a nosotros te habías abandonado, máxime porque has venido no por tu cuenta, sino que el Padre te envió? Sé ciertamente que te vaciaste, pero porque asumiste forma de esclavo8, no porque dejaste la forma de Dios a la que regresases, ni porque la perdiste para recibirla; y empero viniste y llegaste no sólo hasta los ojos carnales, sino también hasta las manos de los hombres. ¿Cómo sino en la carne? Mediante ésta viniste, aunque permaneciste donde estabas; mediante ésta regresaste sin abandonar el lugar adonde habías venido. Si, pues, mediante ésta viniste y regresaste, mediante ésta, sin duda, no sólo eres para nosotros el Camino por el que llegáramos a ti, sino que también fuiste para ti el Camino por el que vinieras y regresases. Por otra parte, cuando fuiste a la Vida, cosa que eres tú en persona, en realidad condujiste de la muerte a la vida esa misma carne tuya. En efecto, una cosa es el Dios Palabra, otra el hombre; pero la Palabra se hizo carne, esto es, hombre. Así pues, no es una la persona de la Palabra, otra la del hombre, porque Cristo, única persona, es una y otra cosa; y, por esto, como Cristo murió cuando la carne murió y cuando la carne fue sepultada, Cristo fue sepultado —así, de hecho, para justicia creemos con el corazón, así para salvación hacemos con la boca la confesión9—, del mismo modo, cuando la carne vino de la muerte a la vida, Cristo vino a la vida, y, porque Cristo es la Palabra de Dios, Cristo es la Vida. Así, en cierto modo asombroso e inefable, quien nunca se ha abandonado ni perdido a sí mismo, ha venido a sí mismo. Ahora bien, como queda dicho, mediante la carne había venido a los hombres Dios, la Verdad a los mendaces, pues Dios es veraz; todo hombre, en cambio, mendaz10. Así pues, cuando él retiró su carne a los hombres y la elevó allí donde nadie miente, él mismo en persona, porque la Palabra se hizo carne, por sí mismo, esto es, mediante la carne, retornó a la Verdad, cosa que es él en persona. Por cierto, aun en la muerte conservó esta Verdad, aunque entre mendaces, pues Cristo murió en cierta ocasión, pero nunca fue impostor.

Salir de sí mismo sin dejarse a sí mismo

4. Aunque distante y ampliamente desproporcionado, tomad empero, de lo que del modo más cercano está sometido a Dios, un ejemplo para entender de alguna manera a Dios. Heme aquí a mí mismo porque en lo que atañe a mi ánimo soy lo que sois también vosotros: si callo, estoy en mí mismo; si, en cambio, os digo lo que entendáis, de algún modo salgo hacia vosotros, mas no me abandono, sino que me acerco a vosotros y no me retiro de donde salgo. En cambio, cuando haya callado, a mí regreso en cierto modo y en cierto modo permanezco con vosotros, si retuviereis lo que habéis oído en el sermón que digo. Si esto puede la imagen que hizo Dios, ¿qué puede el Dios imagen de Dios, no hecha por Dios, sino nacida de Dios, cuyo cuerpo, ése con que hacia nosotros ha salido y en que de nosotros ha regresado, no se ha desvanecido como mi sonido, sino que permanece allí donde ya no muere y la muerte no lo dominará más?11 Tal vez podía y debía decirse aún mucho sobre estas palabras evangélicas; pero los alimentos espirituales, aunque suaves, no han de abrumar a vuestros corazones, máxime porque el espíritu está pronto; la carne, en cambio, es débil12.