TRATADO 66

Comentario a Jn 13,36-38, dictado en Hipona, probablemente el domingo 21 de diciembre de 419

Traductor: José Anoz Gutiérrez

¿Por qué tanta prisa, Pedro?

1. Como el Señor Jesús hubiese recomendado a los discípulos la dilección santa con que se quisieran recíprocamente, le dice Simón Pedro: Señor, ¿adónde vas? Evidentemente, cual dispuesto a seguirle dijo esto al Maestro el discípulo y el siervo al Señor, puesto que por eso el Señor, que vio su ánimo, por qué había preguntado esto, le respondió: «Adonde yo voy, no puedes seguirme ahora mismo», cual si dijera: «De momento no puedes eso por lo que preguntas». No asevera «no puedes», sino «No puedes de momento»: introdujo una dilación, no quitó la esperanza y con la frase siguiente, añadiendo y diciendo: «En cambio, me seguirás después», afianzó la misma esperanza que no quitó, sino que más bien dio. ¿Por qué te apresuras, Pedro? La Roca no te ha consolidado aún con su Espíritu. No te encumbres presumiendo, no puedes ahora mismo; no te abatas desesperando, me seguirás después.

Pero ¿qué le dice aún? ¿Por qué no puedo seguirte ahora mismo? Mi alma depondré por ti. Veía qué ansia había en su ánimo; no veía qué energías. De su decisión se jactaba el enfermo, pero su estado de salud inspeccionaba el médico; ése prometía, éste preconocía; quien desconocía, osaba; quien sabía por adelantado, enseñaba. ¡Cuánto se había arrogado Pedro, mirando qué quería, ignorando qué podía! ¡Cuánto se había arrogado! Tanto que, aunque el Señor había venido a deponer su alma por sus amigos y, por esto, también por ese mismo, él confiaba ofrecer esto al Señor y, no depuesta aún por él el alma de Cristo, prometía que él iba a deponer su alma por Cristo! Le respondió, pues, Jesús: ¿Tu alma depondrás por mí?: harás por mí lo que aún no he hecho yo por ti, ¿no es verdad? ¿Tu alma depondrás por mí? ¿Puedes ir por delante tú que no puedes seguir? ¿Por qué presumes tanto? ¿Qué piensas de ti? ¿Qué crees que eres? Escucha qué eres: En verdad, en verdad te digo: No cantará el gallo hasta que me niegues tres veces1. He ahí cómo aparecerás pronto ante ti que hablas de grandezas y desconoces que eres pequeñín. Tú que me prometes tu muerte, tres veces negarás tu Vida. Tú que supones poder morir por mí, primero vive por ti porque, temiendo la muerte de tu carne, la darás a tu alma, pues cuan gran vida es confesar a Cristo, tan gran muerte es negar a Cristo.

La importancia de Cristo hombre

2. ¿Acaso el apóstol Pedro no negó a Cristo como algunos se empeñan en excusarlo con favor perverso2 porque, como otros evangelistas testifican a una muy expresamente, interrogado por una criada respondió que él desconocía al hombre? ¡Cual si quien niega al hombre Cristo, no niega en verdad a Cristo y todavía niega respecto a éste lo que por nosotros se hizo para que no pereciera lo que nos había hecho! Porque, pues, Cristo murió en cuanto hombre, no murió por quien confiesa a Cristo Dios de forma que niegue al hombre Cristo. Quien niega al hombre Cristo no es reconciliado con Dios mediante el Mediador, pues hay un único Dios y un único mediador de Dios y hombres, Cristo Jesús hombre3. Quien niega al hombre Cristo no es justificado porque, como mediante la desobediencia de un único hombre fueron constituidos pecadores los muchos, así también mediante la obediencia de un único hombre serán constituidos justos los muchos4. Quien niega al hombre Cristo, no resucitará a resurrección de vida, porque mediante un hombre muerte, y mediante un hombre resurrección de muertos ya que, como en Adán todos mueren, así también en el Mesías todos serán vivificados5. Por otra parte, ¿mediante qué es cabeza de la Iglesia, sino mediante el hombre, porque la Palabra se hizo carne, esto es, el Dios Unigénito de Dios Padre se hizo hombre? Por eso, ¿cómo está en el cuerpo de Cristo quien niega al hombre Cristo? En efecto, quien niega a la cabeza ¿cómo es miembro?

Pero ¿por qué insistir yo en muchas cosas, cuando el Señor mismo ha suprimido todos los ambages de la argumentación humana? En efecto, no asevera: «No cantará el gallo hasta que niegues al hombre» ni, como con dignación muy familiar solía hablar con los hombres, «No cantará el gallo hasta que niegues tres veces al Hijo del hombre», sino que asevera: Hasta que me niegues tres veces. Qué significa «me» sino lo que él era? Y ¿qué era sino Cristo? Por eso, cualquier cosa suya que negó, le negó a él mismo, a Cristo negó, al Señor su Dios negó, porque también el condiscípulo suyo Tomás, cuando exclamó: «Señor mío y Dios mío», tocó no la Palabra, sino la carne; con curiosas manos manoseó no la incorpórea naturaleza de Dios, sino el cuerpo del hombre6; así pues, tocó al hombre y empero reconoció a Dios. Si, pues, lo que éste tocó, eso negó Pedro, lo que ése exclamó, esto ofendió Pedro.

No cantará el gallo hasta que me niegues tres veces7. Aunque digas «Desconozco al hombre»; aunque digas «Hombre, desconozco qué dices»8; aunque digas «No soy de entre sus discípulos»9, me negarás. Si Cristo dijo esto —dudarlo es sacrílego— y predijo la verdad, Pedro negó, sin duda, a Cristo. No acusemos a Cristo cuando defendemos a Pedro. Porque la Verdad no tiene mentira, la debilidad reconozca el pecado, pues la debilidad de Pedro reconoció su pecado, absolutamente lo reconoció y llorando mostró qué gran mal había cometido negando a Cristo. Ese mismo redarguye a sus defensores y para dejarlos convictos presenta como testigos las lágrimas.

Cuando digo esas cosas, tampoco a mí me agrada acusar al primero de los apóstoles; pero al mirarle es preciso que yo aconseje que ningún hombre se fíe de las fuerzas humanas. Efectivamente, el Doctor y Salvador nuestro ¿qué otra cosa pretendió, sino en el primero mismo de los apóstoles mostrarnos con un ejemplo que nadie debe nunca presumir de sí? Así pues, en el alma de Pedro sucedió lo que ofrecía en su cuerpo. Fue empero delante, no por el Señor, como presumía temerariamente, sino de modo distinto de como suponía. En efecto, antes de la muerte y resurrección del Señor murió negando y revivió llorando; pero murió porque él mismo presumió soberbiamente; revivió, en cambio, porque aquél le miró benignamente.