TRATADO 58

Comentario a Jn 13,10-15, dictado en Hipona, probablemente el domingo 23 de noviembre de 419

Traductor: José Anoz Gutiérrez

No todos estáis limpios

1. Según el Señor se dignó dar, ya he expuesto a Vuestra Dilección las palabras del evangelio donde el Señor, tras lavar los pies a sus discípulos, asevera: El que se ha bañado una vez, no tiene necesidad de lavarse sino los pies, sino que entero está limpio1; ahora veamos lo que sigue: También vosotros estáis limpios, afirma, pero no todos. Para que no preguntáramos qué significa esto, el evangelista mismo lo ha desvelado al añadir: Pues sabía quién era el que lo entregaría, por eso dijo: «No estáis limpios todos»2. ¿Qué mas claro que esto? Por ende pasemos a lo siguiente.

Jesús quiere explicar su gesto

2. Después que lavó, pues, sus pies y tomó los vestidos propios, tras haberse recostado de nuevo, les dijo: ¿Sabéis qué os he hecho?3 Ahora es cuando se le cumple al bienaventurado Pedro aquella promesa; en efecto, se le habían dado largas cuando a él, espantado y que dijo: «No me lavarás los pies jamás», se le respondió: Tú desconoces ahora mismo lo que yo hago; en cambio, lo sabrás después4. He ahí que es ese «después»; ya es tiempo de que se diga lo que se ha diferido poco antes. Así pues, el Señor, al acordarse de haber ya prometido recientemente el conocimiento de su acción tan inopinada, tan asombrosa, tan de espantarse por ella e intolerable de todo punto si él mismo no hubiese infundido vehementemente terror —la de que el Maestro no sólo de ellos, sino de los ángeles, y el Señor no sólo de ellos, sino de todas las cosas, lavase los pies de sus discípulos y siervos—; porque, pues, al decir «en cambio, lo sabrás después», había prometido el conocimiento de acción tan grande, ahora comienza a enseñar qué significa lo que ha hecho.

Llámese Señor quien es el Señor

3. Vosotros, afirma, me llamáis «¡Maestro!» y «¡Señor!», y decís bien, pues lo soy5. Decís bien porque decís la verdad, pues soy lo que decís. Se ha preceptuado al hombre «No te loe tu boca, sino lóete la boca de tu prójimo»6, pues es peligroso que se plazca quien ha de evitar ensoberbecerse. En cambio, por mucho que a sí mismo se loe quien está sobre todo, no se encumbra el Excelso ni con razón puede decirse que Dios es arrogante. En efecto, conocerle es útil para nosotros, no para él, ni le conoce nadie, si ese mismo que se conoce no se manifiesta; si, pues, por así decirlo, quisiere evitar la arrogancia no loándose, nos denegará la sabiduría.

Tampoco, ciertamente, nadie, ni aun quien creyera que él no es ninguna otra cosa que hombre, censuraría que diga que él es el Maestro, porque declara lo que, respecto a cualesquiera saberes, aun los hombres mismos declaran sin arrogancia hasta el punto de que los llaman profesores. En cambio, que él mismo diga que es el Señor de sus discípulos, aunque ellos sean, según el siglo, ingenuos, ¿quién lo soportará en un hombre? ¡Pero habla Dios! Aquí no hay orgullo alguno de tan gran Alteza ni mentira alguna de la Verdad; nos es útil estar sometidos a esa Alteza, nos es útil servir a la Verdad. Que diga que él es el Señor es no tara suya, sino un beneficio para nosotros. Se loan las palabras de cierto autor secular, porque dijo: «Toda arrogancia es odiosa; la más molesta, con mucho, la del ingenio y la elocuencia»7; y empero ése mismo, al hablar de su elocuencia, afirma: «De perfecta la calificaría, si opinase así; en verdad, tampoco temería mucho la acusación de arrogancia»8. Si, pues, ese hombre elocuentísimo no temería en verdad la arrogancia, ¿cómo temerá la arrogancia la Verdad misma? Quien es el Señor diga que él es el Señor, diga la verdad quien es la Verdad, no sea que, mientras él calla lo que es, no aprenda yo lo que es útil. El felicísimo Pablo, no hijo unigénito de Dios, evidentemente, sino siervo y apóstol del Unigénito Hijo de Dios, no la verdad, sino partícipe de la Verdad, asevera libre y firmemente: Y si quisiere gloriarme, no seré insensato, pues digo verdad9. De hecho, porque él mismo ha preceptuado también que quien se gloría, se gloríe en el Señor10, humilde y verazmente se gloriaría no en sí mismo, sino en esa Verdad misma que es superior a él. Si el amador de la Sabiduría quisiera gloriarse, no temería la insensatez, ¿no es así?; ¿y la Sabiduría en persona temerá la insensatez a propósito de su gloria? Quien dijo: «En el Señor será loada mi alma»11, no temió la arrogancia; ¿y temerá la arrogancia a propósito de su loa la potestad del Señor a propósito de la cual es loada el alma del siervo? Vosotros, afirma, me llamáis “¡Maestro!” y “‘¡Señor!”, y decís bien, pues lo soy. Decís bien, precisamente porque lo soy; de hecho, si no fuese lo que decís, hablarías mal aun si me loarais. ¿Cómo, pues, puede la Verdad negar lo que dicen los discípulos de la Verdad? ¿Cómo esa misma de donde aprendieron puede negar lo que dicen quienes aprendieron? ¿Cómo la Fuente negará lo que predica quien bebe? ¿Cómo la Luz ocultará lo que indica quien ve?

El cristiano no se desdeñe de hacer lo que Cristo hizo

4. Si, pues, afirma, yo, el Señor y el Maestro, lavé vuestros pies, también vosotros debéis lavar uno los pies de otro, pues os di ejemplo para que, como yo os hice, así hagáis también vosotros12. Esto es, feliz Pedro, lo que desconocías cuando no permitías que se hiciera. Saber esto después, te lo prometió cuando, para que lo permitieses, al lavar tus pies te aterró tu Maestro y tu Señor. Del Excelso hemos aprendido, hermanos, la humildad; humildes hagamos mutuamente lo que el Excelso hizo humildemente. Grande es esta recomendación de la humildad y los hermanos se hacen mutuamente esto aun con la obra visible misma, cuando mutuamente se acogen con hospitalidad. En efecto, existe en muchísimos la costumbre de esta humildad, hasta el hecho con que se manifiesta expresada. Por ende, el Apóstol, cuando encomiaba a la viuda benemérita, afirma: Si acogió con hospitalidad, si lavó pies de santos13. Y, dondequiera no existe entre los santos esta costumbre porque no lo hacen con la mano, lo hacen con el corazón si están en el número de esos a quienes se dice en el himno de los tres felices varones: Bendecid al Señor, santos y humildes de corazón14. Ahora bien, es mucho mejor y, sin discusión, mucho más auténtico si se hace también con las manos; el cristiano no se desdeñe de hacer lo que hizo Cristo. De hecho, cuando el cuerpo se inclina hacia los pies del hermano, también en el corazón mismo se suscita o, si ya estaba dentro, se consolida la actitud de la humildad misma.

La oración y el perdón mutuos

5. Pero, exceptuada esta interpretación moral, recuerdo haber encomiado así yo la profundidad de este hecho del Señor: lavando los pies de los discípulos, ya bañados y limpios, el Señor, en atención a los afectos humanos con que vivimos en la tierra, ha dado a entender que, por mucho que hayamos avanzado en la toma de la justicia, hemos de saber que no estamos sin pecado; intercediendo por nosotros, lo limpia inmediatamente después, cuando al Padre que está en los cielos pedimos que nos perdone nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores15.

¿Cómo, pues, podrá tener que ver con esta interpretación lo que él mismo enseñó después, cuando expuso la razón de su hecho, al decir: Si, pues, yo, el Señor y el Maestro, lavé vuestros pies, también vosotros debéis lavar uno los pies de otro, pues os di ejemplo para que, como yo os hice, así hagáis también vosotros? ¿Acaso podemos decir que un hermano podrá también limpiar del contagio del delito al hermano? Nada de eso; antes bien, sepamos que con la profundidad de esta obra del Señor se nos estimula a que, tras confesar mutuamente nuestros delitos, oremos por nosotros como también Cristo intercede por nosotros16. Oigamos al apóstol Santiago preceptuar evidentísimamente esto mismo y decir: «Confesaos mutuamente vuestros delitos y orad por vosotros»17, porque también respecto a esto nos ha dado ejemplo el Señor. En efecto, si el que no tiene ni tuvo ni tendrá pecado alguno ora por nuestros pecados ¿cuánto más debemos nosotros orar mutuamente por los nuestros? Y si nos perdona ese a quien no tenemos nada que perdonar, ¿cuánto más debemos perdonarnos mutuamente nosotros que no somos capaces de vivir aquí sin pecado? En efecto, ¿qué parece dar a entender el Señor en esta profundidad del sacramento cuando dice: «Pues os di ejemplo para que, como yo os hice, así hagáis también vosotros», sino lo que clarísimamente dice el Apóstol: Perdonándoos a vosotros mismos, si alguien tiene queja contra alguien; como el Señor os perdonó, así también vosotros?18 Así pues, perdonémonos mutuamente los delitos y oremos mutuamente por nuestros delitos y así lavemos, en cierto modo, mutuamente nuestros pies. Asunto nuestro es proporcionar por donación suya el servicio de la caridad y de la humildad; asunto de él es escuchar y mediante Cristo y en Cristo limpiarnos de toda contaminación de pecados, para que lo que perdonamos también a otros, esto es, soltamos en la tierra, sea soltado en el cielo.