TRATADO 55

Comentario a Jn 13,1-5, dictado en Hipona, probablemente el sábado 15 de noviembre de 419

Traductor: José Anoz Gutiérrez

La Pascua como paso

1. La Cena del Señor según Juan, en los tratados debidos, ha de explicarse con ayuda de aquel mismo y ha de exponerse como él me diere poder exponerla.

Ahora bien, antes del día festivo de la Pascua, al saber Jesús que vino su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese querido a los suyos que estaban en el mundo, los quiso hasta el final1. Pascua, hermanos, es nombre no griego, como algunos estiman, sino hebreo; sin embargo, en este nombre se presenta cierta congruencia de una y otra lenguas. En efecto, precisamente porque «padecer» se dice en griego pásjein, se supuso que «pascua» significa «pasión», como si ese nombre se derivase de «pasión»; realmente, en su lengua, esto es, en la hebrea, se llama «pascua» al paso; por eso el pueblo de Dios celebró la primera Pascua, exactamente cuando los huidos de Egipto pasaron el Mar Rojo2. Esa figura profética, pues, en la realidad se ha cumplido ahora, cuando como oveja para ser inmolada3 es conducido Cristo, untadas por cuya sangre nuestras jambas, esto es, signadas nuestras frentes con la señal de su cruz, somos librados de la perdición de este mundo cual de la cautividad o de la matanza egipcia4; y realizamos el salubérrimo paso cuando pasamos del diablo a Cristo, y de este inestable mundo a su solidísimo reino. En efecto, al permanente Dios pasamos precisamente para no pasar con el pasajero mundo. El Apóstol, al loar a Dios por esta gracia otorgada a nosotros, dice: El cual nos arrancó de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su caridad5. Así pues, el bienaventurado evangelista, al interpretarnos, digamos, este nombre, esto es, pascua, que, como he dicho, en nuestra lengua se llama paso, afirma: Antes del día festivo de la Pascua, al saber Jesús que vino su hora de pasar de este mundo al Padre. He ahí la pascua, he ahí el paso. ¿De dónde y a dónde? A saber: De este mundo al Padre. En la cabeza se ha dado a los miembros la esperanza de que, por haber pasado él, van sin duda a seguirle. Los incrédulos, pues, y los mal dispuestos hacia esta cabeza y hacia su cuerpo, ¿qué? ¿Acaso no pasan también ellos? ¡Porque no permanecen! Lisa y llanamente, pasan también esos mismos; pero una cosa es pasar del mundo; otra, pasar con el mundo; una, al Padre, otra, al enemigo. De hecho, también los egipcios pasaron; sin embargo, no pasaron por el mar al reino, sino en el mar al aniquilamiento.

Nos amó hasta la muerte

2. Sabedor, pues, Jesús de que vino su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiese querido a los suyos que estaban en el mundo, los quiso hasta el final, evidentemente para que, de este mundo donde estaban, también ellos, gracias al cariño de su cabeza, pasasen a ella, que de aquí había pasado. En efecto, ¿qué significa hasta el final sino hasta Cristo, pues el Apóstol asevera: El final de la Ley es Cristo, para justicia en favor de todo el que cree?6 Final perfeccionador, no aniquilador; final hasta el que vayamos, no donde perezcamos. Absolutamente así ha de entenderse: Fue inmolado Cristo, nuestra Pascua7. Él en persona es nuestro final, hasta él es nuestro paso. Por cierto, veo que esas palabras evangélicas pueden entenderse también así, en cierto modo humano: como si Cristo nos hubiera querido hasta la muerte, de forma que «los quiso hasta el final» parezca significar esto. Humana es esta opinión, no divina, pues no nos ha querido hasta ahí quien siempre y sin final nos quiere. ¡Ni pensar que mediante la muerte haya acabado con el cariño, ese con quien la muerte no ha acabado! Aun tras la muerte quiso a sus cinco hermanos el rico aquel, soberbio e impío8, y ¿ha de suponerse que Cristo nos ha querido hasta la muerte? ¡Ni pensarlo, carísimos! De ninguna manera llegaría él, queriéndonos, hasta la muerte, si mediante la muerte acabara con el cariño hacia nosotros. A no ser que «los quiso hasta el final» haya de entenderse quizá así: que los quiso tanto que murió por causa de ellos. En efecto, testificó esto, al decir: Nadie tiene mayor caridad que ésta: que alguien deponga su vida por sus amigos9. Realmente no me opongo a que «los quiso hasta el final» se entienda así, esto es, el cariño mismo le condujo hasta la muerte.

3. Y, hecha la cena, afirma, como el diablo ya hubiese enviado al corazón que lo entregase Judas de Simón Iscariote, sabedor de que el Padre le puso todo en las manos y de que de Dios salió y a Dios va, se levanta de la cena y depone sus vestidos y, como hubiese tomado un paño, se ciñó. Después echa agua en el barreño y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con el paño con que estaba ceñido10. Que se había hecho la cena no debemos entenderlo así, como si ya se hubiese acabado y pasado, ya que, cuando el Señor se levantó y lavó los pies a sus discípulos, aún se cenaba porque después se recostó y dio después el bocado a su traidor, evidentemente no acabada aún la cena, esto es, mientras aún había pan en la mesa. Está, pues, dicho «hecha la cena»: ya preparada y llevada a la mesa y para uso de los participantes en el banquete.

El corazón de Judas y los designios divinos

4. Ahora bien, si porque asevera «Como el diablo ya hubiese enviado al corazón que lo entregase Judas de Simón Iscariote», preguntas qué fue enviado al corazón de Judas, es evidentemente esto: que lo entregase. Ese envío es una sugerencia espiritual; se hace no a través del oído, sino mediante el pensamiento y, por esto, no corporal, sino espiritualmente. Por cierto, no siempre ha de tomarse en buen sentido lo que se califica de espiritual. El Apóstol conoce ciertas realidades de maldad espirituales, en las regiones celestes, respecto a las que testifica que contra ellas tenemos lucha cuerpo a cuerpo11; ahora bien, puesto que de «espíritu» reciben nombre las realidades espirituales, no habría también realidades espirituales malignas si no hubiera también espíritus malignos. Pero ¿de dónde sabe el hombre cómo sucede esto: que las sugerencias diabólicas son introducidas y mezcladas con los pensamientos humanos, de forma que el hombre las considera como suyas? No ha de dudarse que así, latente y espiritualmente, también el buen espíritu hace sugerencias buenas; pero importa a cuáles de ellas consiente la mente humana, según que por mérito la abandone el auxilio divino o por gracia la ayude. Mediante inmisión diabólica, pues, en el corazón de Judas había sucedido que el discípulo traicionase al Maestro, pero respecto al cual no había aprendido que es Dios. Al banquete había venido él, que ya era de tal ralea: espía del Pastor, insidiador del Salvador, vendedor del Comprador; él, que ya era de tal ralea, había venido, era visto y tolerado y, porque se engañaba respecto a quien quería engañar, estimaba que se le desconocía. Mas aquél, inspeccionado éste dentro, en el corazón mismo, lo usaba a sabiendas sin saberlo él.

El mal convertido en bien

5. Sabedor de que el Padre le puso todo en las manos. También, pues, al traidor mismo porque, si no lo tuviera en las manos, no lo usaría en absoluto como quisiera. Por ende, el traidor había sido ya entregado a ese a quien deseaba entregar y, traicionando, hacia un mal, de forma que de aquel traicionado resultase un bien que desconocía. En efecto, el Señor, que pacientemente usaba a los enemigos, sabía qué hacer por los amigos, y así el Padre le había puesto todo en sus manos: lo malo, para usarlo; lo bueno, para efectuarlo. Sabedor también de que de Dios salió y a Dios va sin abandonar a Dios aunque de allí salió, ni a nosotros aunque regresó.

La redentora humildad de Cristo

6. Sabedor, pues, de esto, se levanta de la cena y depone sus vestidos y, como hubiese tomado un paño, se ciñó. Después pone agua en el barreño y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con el paño con que estaba ceñido. Debemos, dilectísimos, observar diligentemente la intención del evangelista. En efecto, quien iba a hablar de tan gran abajamiento del Señor, quiso primero encarecer su excelsitud. A esto se refiere lo que asevera: Sabedor de que el Padre le puso todo en las manos, y de que de Dios salió y a Dios va. Aunque, pues, el Padre le había puesto todo en las manos, de los discípulos lava él no las manos, sino los pies; y, aunque sabía que él había salido de Dios y se dirigía a Dios, desempeñó no el oficio del Dios Señor, sino el de un hombre esclavo. Por otra parte, a esto se refiere también el haber querido hablar primeramente de su traidor, que había venido cuando era ya de esa ralea, al cual él no desconocía tampoco; así a este máximo colmo de abajamiento se sumaría el no haberse desdeñado de lavar los pies incluso a ese cuyas manos preveía metidas en el crimen.

7. Por otra parte, ¿qué tiene de particular, si se levantó de la cena y depuso sus vestidos quien, aunque existía en forma de Dios, se vació a sí mismo? Y ¿qué tiene de particular, si se ciñó con un paño quien, al tomar forma de esclavo, en el porte fue hallado como hombre?12 ¿Qué tiene de particular, si en el barreño echó agua con que lavar los pies de los discípulos quien al suelo derramó su sangre con la que diluir la inmundicia de los pecados? ¿Qué tiene de particular, si con el paño con que estaba ceñido secó los pies que había lavado quien con la carne de que estaba vestido consolidó las huellas de los evangelistas? Y, por cierto, para ceñirse con el paño, depuso los vestidos que tenía; en cambio, para tomar forma de esclavo cuando se vació a sí mismo, no depuso lo que tenía, sino que asumió lo que no tenía. Para ser crucificado fue enteramente despojado de sus vestidos; muerto, fue envuelto en paños y esa su entera pasión es nuestra purificación. Así pues, quien iba a padecer desastres, presentó sus respetos no sólo a esos por quienes iba a sufrir la muerte, sino incluso a quien iba a entregarlo a la muerte. Por cierto, es tanta la utilidad del abajamiento humano, que incluso lo recomendó con su ejemplo la sublimidad divina, porque el hombre soberbio perecería para siempre, si el Dios humilde no lo hallase, pues vino el Hijo del hombre a buscar y hacer salvo lo que había perecido13. Ahora bien, había perecido por seguir la soberbia del embaucador; siga, pues, una vez hallado, el abajamiento del Redentor.