TRATADO 52

Comentario a Jn 12,27-36, predicado en Hipona en otoño de 414, al día siguiente del tratado 51

Traductor: José Anoz Gutiérrez

La cabeza quiere sufrir con sus miembros

1. Después que con las palabras de la lectura de ayer el Señor Jesucristo exhortó a sus servidores a seguirlo una vez que hubo predicho su pasión así: «Si el grano de trigo, tras caer en tierra, no hubiere muerto, él mismo permanece solo; si, en cambio, hubiere muerto, produce mucho fruto»1 —pasaje este en que, a quienes quisieran seguirlo al reino de los cielos, los estimuló a odiar su alma en este mundo si pensaban custodiarla para vida eterna—, de nuevo adaptó a nuestra debilidad su sentimiento y aseveró: «Ahora mi alma se ha turbado»2, aserto a partir del cual ha comenzado la lectura hodierna. ¿Por qué, Señor, se ha turbado tu alma? Como es notorio, poco antes has dicho: El que odia su alma en este mundo, la custodia para vida eterna3. ¿Tu alma, pues, es por ti amada en este mundo, y por eso se turba al llegar la hora en que salga de este mundo? ¿Quién osará a afirmar esto del alma del Señor? Más bien, nos ha trasladado a su persona, nuestra Cabeza nos ha asumido en ella, ha asumido el sentimiento de sus miembros y, por eso, no la ha turbado nadie, sino que, como está dicho de él cuando levantó a Lázaro, se turbó a sí mismo4. Era preciso, en efecto, que el único mediador de Dios y hombres, Cristo Jesús hombre, como nos estimuló a lo más alto, así con nosotros padeciera también lo más bajo.

Reconozco tu misericordia

2. Le oigo decir más arriba: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre; si el grano de trigo fuere hecho morir, produce mucho fruto. Oigo: El que odia su alma en este mundo, la guarda para vida eterna5. No se me permite admirar sólo, sino que se me manda imitar. Las palabras que siguen después: Si alguien me sirve, sígame, y donde estoy yo, allí estará también mi servidor6, me provocan a despreciar el mundo, y nada es en mi presencia el vapor entero de esta vida, por largo que sea; por el amor de lo eterno, todo lo temporal se me deprecia y, por el contrario, a mi Señor mismo, que con aquellas palabras me arrastró consigo desde mi debilidad a su firmeza, le oigo decir: Ahora mi alma se ha turbado. ¿Qué significa esto? ¿Cómo mandas a mi alma seguirte, si veo que la tuya se turba? ¿Cómo soportaré lo que tan gran firmeza siente pesado? ¿Qué cimiento buscaré, si la Roca sucumbe? Pero me parece oír en mi imaginación al Señor responderme y decir de alguna forma: «Me seguirás más, porque me interpongo de forma que aguantes. Has oído dirigida a ti la voz de mi fortaleza; oye en mí la voz de tu debilidad. Te procuro fuerzas para correr y no freno el hecho de que aceleres, sino que transfiero a mí lo que temes y guarnezco el lugar por donde pases». ¡Oh Señor, Mediador, Dios por encima de nosotros, hombre por nosotros! Reconozco tu misericordia. Efectivamente, porque tú, tan grande, te turbas por decisión de tu caridad, a muchos de tu cuerpo a los que turba la necesidad de su debilidad los consuelas para que no perezcan por desesperar.

Quiere levantarte de tu bajeza

3. Por eso, el hombre que quiere seguir, escuche por dónde siga. Quizá ha llegado una hora terrible, se propone la opción o de hacer una iniquidad o de padecer el sufrimiento. Se turba el alma débil por causa de la cual se ha turbado espontáneamente al alma invicta; antepón a tu voluntad la voluntad de Dios. Observa, en efecto, qué añade tu Creador y tu Maestro, que te hizo y, para enseñarte, se hizo también él mismo lo que hizo, pues se hizo hombre quien hizo al hombre, pero permaneció como inmutable Dios y cambió a mejor al hombre. Escucha, pues, qué añade después, tras haber dicho: Ahora mi alma se ha turbado.Afirma: ¿Y qué diré: «Padre, sálvame de esta hora»? Pero por esto vine a esta hora. Padre, esclarece tu nombre7. Te ha enseñado qué has de pensar, te ha enseñado qué has de decir, a quién has de invocar, en quién has de esperar, la voluntad de quién, segura y divina, has de anteponer a tu voluntad humana y débil. No te parezca que, precisamente porque quiere que tú te pongas en marcha desde lo profundo, se aparta de la altura. De hecho, se dignó ser tentado por el diablo, por el cual, evidentemente, si no quisiera no sería tentado, como no sufriría si no quisiera, y respondió al diablo lo que tú debes responder en las tentaciones8. Y, por cierto, él fue tentado, pero no peligró, para enseñarte a ti, que en la tentación peligras, a responder al tentador y a no ir tras el tentador, sino a salir del peligro de la tentación. Pues bien, como dijo aquí: «Ahora mi alma se ha turbado», así también, donde dice: «Triste hasta la muerte está mi alma»9 y «Padre, si puede suceder, pase de mí ese cáliz»10, asumió la debilidad del hombre para enseñar así al contristado y conturbado a decir lo que sigue: Sin embargo, no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres, Padre. El hombre, en efecto, se dirige de lo humano a lo divino así: cuando a la voluntad humana se antepone la voluntad divina.

Por otra parte, ¿qué significa «Esclarece tu nombre»,sino con su pasión y resurrección? ¿Qué otra cosa significa, pues, sino que el Padre esclarezca al Hijo, el cual también con los padecimientos similares de sus siervos esclarece el nombre de aquél? Por ende, de Pedro está escrito que, precisamente porque quiso dar a entender con qué muerte iba a glorificar a Dios11, dijo respecto a él: Otro te ceñirá y llevará adonde tú no quieres. También en él, pues, Dios esclareció su nombre, porque así esclarece a Cristo también en sus miembros.

Lo esclarecí y de nuevo lo esclareceré

4. Vino, pues, del cielo una voz: Lo esclarecí y de nuevo lo esclareceré12. Lo esclarecí antes de hacer el mundo, y de nuevo lo esclareceré, cuando él resucite de entre los muertos y ascienda al cielo. También puede entenderse de otra manera: lo esclarecí, cuando nació de la Virgen; cuando obró prodigios; cuando, a indicación del cielo mediante una estrella, fue adorado por los Magos; cuando fue reconocido por santos llenos del Espíritu Santo; cuando lo puso de manifiesto el Espíritu Santo, al descender en forma de paloma; cuando lo mostró la voz que sonó desde el cielo; cuando se transfiguró en el monte; cuando hizo muchos milagros; cuando a muchos sanó y limpió; cuando alimentó con poquísimos panes a tan gran muchedumbre cuando se impuso a los vientos y a las olas cuando resucitó a los muertos. Y de nuevo lo esclareceré, cuando él resucite de entre los muertos; cuando la muerte ya no lo domina; cuando en calidad de Dios sea exaltado sobre los cielos, y su gloria sobre toda la tierra.

5. La turba, pues, que estaba allí y había oído, decía que se había producido un trueno; otros decían: Le ha hablado un ángel. Jesús respondió y dijo: Esta voz ha venido no en atención a mí, sino en atención a vosotros13. Aquí muestra que lo que ya sabía fue indicado por esa voz no a él, sino a quienes era preciso que se indicase. Pues bien, como esa voz se ha producido por la divinidad no en atención a él, sino en atención a los otros, así su alma se ha turbado por la voluntad no en atención a él, sino en atención a los otros.

El juicio actual del mundo

6. Atiende a lo demás. Ahora, afirma, hay un juicio del mundo14. ¿Qué, pues, ha de esperarse al fin del mundo? Pero el juicio que se espera al final será el de juzgar a vivos y muertos, será juicio de premios y penas eternos. ¿Cuál, pues, es ahora el juicio? A propósito de lecturas anteriores, en la medida en que pude, recordé ya a Vuestra Caridad que se habla también de un juicio no de condenación, sino de separación; por ende está escrito: Júzgame, Dios, y de gente no santa discierne mi causa15. Ahora bien, muchos son los juicios de Dios; por ende se dice en un salmo: Tus juicios son profundo abismo16. Dice también el Apóstol: ¡Oh profundidad de riquezas de sabiduría y conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios!17. De entre estos juicios es también este que aquí menciona el Señor: Ahora hay un juicio del mundo,reservado para el final el juicio donde últimamente van a ser juzgados vivos y muertos. El diablo, pues, poseía al género humano y con el recibo de los pecados tenía en su poder a los reos de suplicios; dominaba en los corazones de los infieles, los arrastraba, engañados y cautivos, a adorar a la criatura, abandonado el Creador. En cambio, mediante la fe de Cristo, que por su muerte y resurrección ha sido afianzada; mediante su sangre, que fue derramada para remisión de pecados, miles de creyentes son liberados del dominio del diablo, son unidos al Cuerpo de Cristo y, bajo tan importante Cabeza, por su único Espíritu son vivificados los miembros fieles. A esto llamaba juicio, a esta separación, a esta expulsión del diablo de sus redimidos.

7. Por eso, considera tú qué dice. Cual si buscásemos qué significaba lo que asevera: Ahora hay un juicio del mundo, a continuación lo ha expuesto, pues asevera: Ahora el jefe de este mundo será echado fuera. Acabamos de oír cuál ha dicho que es el juicio. No, pues, el que va a venir al final, cuando van a ser juzgados vivos y muertos, separados unos a la derecha, otros a la izquierda, sino el juicio por el que el jefe de este mundo será echado fuera18. ¿Cómo, pues, estaba dentro y adonde él ha de ser echado lo ha llamado fuera? ¿Acaso estaba en el mundo y al exterior del mundo fue enviado fuera? En efecto, si hablase del juicio que va a venir al final, alguien podría opinar que el fuego eterno, adonde va a ser enviado el diablo con sus ángeles y con todos los que son de su partido no por naturaleza, sino por tara; no porque los creó o engendró, sino por haberlos seducido y hecho cautivos; alguien, pues, podría opinar que ese fuego eterno está al exterior del mundo y que por eso está dicho: será echado fuera. Pero, porque asevera: «Ahora hay un juicio del mundo» y, para exponer qué dijo, afirma: «Ahora el jefe de este mundo será echado fuera», ha de entenderse esto que sucede ahora, no lo que va a suceder tanto tiempo después, en el último día. Predecía, pues, el Señor lo que sabía: que tras su pasión y glorificación iban a creer por todo el mundo muchos pueblos, en cuyos corazones estaba dentro el diablo que, cuando en virtud de la fe renuncian a él, es arrojado fuera.

El Espíritu Santo antes y ahora

8. Pero dice alguien: ¿acaso no fue echado fuera del corazón de los patriarcas, del de los profetas y del de los antiguos justos? Simple y llanamente, fue echado. ¿Cómo, pues, está dicho: Ahora será echado fuera? ¿Cómo, suponemos, sino porque está predicho que ya muy pronto va a suceder ahora en muchos y grandes pueblos lo que entonces sucedió en poquísimos hombres? Así también, lo que está dicho: Ahora bien, aún no había sido dado el Espíritu, porque aún no había sido glorificado Jesús19, puede tener una cuestión semejante y una solución semejante. En efecto, los profetas no prenunciaron sin el Espíritu Santo el futuro, ni tampoco el anciano Simeón ni la viuda Ana reconocieron sin influjo del Espíritu Santo20 al Señor en condición de bebé; tampoco Zacarías e Isabel, quienes gracias al Espíritu Santo predijeron tantas cosas sobre él, aún no nacido, pero ya concebido21. Pero aún no había sido dado el Espíritu, esto es, la abundancia de gracia espiritual en virtud de la cual los congregados hablarían en las lenguas de todos22 y así sería prenunciada la Iglesia que iba a existir en las lenguas de todas las gentes; gracia espiritual que congregaría a los pueblos, mediante la cual serían perdonados a lo largo y a lo ancho los pecados, y millones serían reconciliados con Dios.

Dominio y ataques del diablo

9. «¿Qué, pues?», pregunta alguno, «porque el diablo será echado fuera de los corazones de los creyentes, ¿ya no tienta a nadie de los fieles?». Al contrario; antes bien, no cesa de tentarlos. Pero una cosa es reinar por dentro, otra atacar por fuera; efectivamente, a veces, el enemigo ataca una ciudad bien fortificada, pero no la conquista. Y, si llegan algunos dardos suyos enviados, el Apóstol alecciona sobre cómo no harán daño, recuerda la coraza y el escudo de la fe23. Y, si a veces hiere, está presente quien sana, porque, como a los luchadores está dicho: «Os escribo esto para que no pequéis», así quienes son heridos oyen lo que sigue: Y si alguien pecare, como abogado ante el Padre tenemos a Jesucristo, justo; él en persona es propiciación de nuestros pecados24. En efecto, ¿qué pedimos cuando decimos «Perdónanos nuestras deudas», sino que sean sanadas nuestras heridas? Y ¿qué otra cosa pedimos cuando decimos «No nos metas en tentación»25, sino que, el que insidia o combate por fuera, no irrumpa por ninguna parte, no pueda vencernos con engaño alguno, no pueda vencernos con fuerza alguna? Por muchas máquinas que empero yerga contra nosotros, cuando no ocupa el lugar del corazón donde habita la fe, ha sido echado fuera. Pero si el Señor no custodiare la ciudad, en vano vigilará quien la custodia26. No presumáis, pues, de vosotros mismos, si no queréis volver a llamar de nuevo adentro al diablo echado fuera.

El jefe de este mundo

10. Por otra parte, ¡lejos de nosotros pensar que al diablo se lo ha llamado jefe del mundo, de forma que creamos que él puede dominar cielo y tierra!. Más bien, como se habla de casa en atención a estos que la habitan —según decimos «Es una casa buena» o «Es una casa mala», no cuando criticamos o loamos el edificio de paredes y techos, sino cuando criticamos las costumbres de los hombres, buenos o malos—, se habla de mundo en atención a los hombres malos, que están esparcidos por el entero disco de las tierras. Así está, pues, dicho: «El jefe de este mundo», esto es, el jefe de todos los malos que habitan en el mundo. También se habla de mundo en atención a los buenos, que similarmente están esparcidos por el entero disco de las tierras; por eso dice el Apóstol: En Cristo estaba Dios reconciliando consigo el mundo27. Éstos son esos de cuyos corazones es echado fuera el jefe de este mundo.

Todo lo atraeré hacia mí

11. Como, pues, hubiese dicho: «Ahora el jefe de este mundo será echado fuera», afirma: Y yo, si fuere elevado de la tierra, tras de mí arrastraré todo28. ¿Qué todo, sino esos de quienes aquél es echado fuera? Ahora bien, ha dicho no «todos», sino todo, pues la fe no es de todos29. Así pues, ha referido esto no a la totalidad de los hombres, sino a la integridad de la criatura, esto es, el espíritu, el alma y el cuerpo: a eso mediante lo que entendemos, a eso mediante lo que vivimos, y a eso mediante lo que somos visibles y palpables. En efecto, quien ha dicho: «No perecerá un pelo de vuestra cabeza»30, arrastra todo tras de sí. O, si por todo ha de entender a los hombres mismos, podemos decir «todo lo predestinado a la salvación»; cuando arriba hablaba de sus ovejas31, aseveró que nada de ese todo va a perecer. O ciertamente afirma: «Tras de mí», para ser él su cabeza y ellos sus miembros, «arrastraré todo»: todo género de hombres, ora en atención a todas las lenguas, ora en atención a todas las edades, ora en atención a todos los grados de honores, ora en atención a todas las diversidades de talentos, ora en atención a todas las profesiones de oficios lícitos y útiles, y cualquier otra cosa que puede decirse según las innumerables diferencias mediante las que, exceptuados los pecados, distan entre sí los hombres, desde los más encumbrados hasta los más viles, del rey hasta el mendigo. Pero, si fuere elevado de la tierra, afirma; esto es, cuando fuere elevado; no duda, en efecto, que sucederá lo que él vino a cumplir. Esto se refiere a lo que asevera más arriba: En cambio, si el grano hubiere muerto, produce mucho fruto32. Verdaderamente, ¿a qué otra cosa llama elevación suya, sino al padecimiento en la cruz? No calló esto el evangelista mismo, pues añadió y aseveró: Ahora bien, decía esto para indicar de qué muerte iba a morir.

Será levantado el Hijo del hombre

12. Le respondió la turba: «Nosotros conocimos por la Ley que el Mesías permanece eternamente; ¿y cómo dices tú: Es preciso que sea elevado el Hijo del hombre?»33 y «¿quién es ese Hijo del hombre?» Que el Señor decía asiduamente que él era el Hijo del hombre, lo retuvieron de memoria, porque en este lugar no asevera «Si el Hijo del hombre fuere elevado de la tierra», sino que más arriba, cuando le dieron noticia de los gentiles que deseaban verle (*cf. Jn 12,20-22), había dicho lo que se leyó y comentó el día de ayer: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre34. Así pues, ésos, que en el ánimo retenían esto y entendieron respecto a la muerte de cruz lo que ahora asevera —cuando fuere elevado de la tierra—, le preguntaron y dijeron: Nosotros conocimos por la Ley que el Mesías permanece eternamente; ¿y cómo dices tú: Es preciso que sea elevado el Hijo del hombre? ¿Quién es, entonces, ese Hijo del hombre? En efecto, afirman, si es el Mesías, permanece eternamente; si permanece eternamente, ¿cómo será elevado de la tierra, esto es, cómo morirá por el padecimiento de la cruz? Entendían, en efecto, que él había dicho lo que pensaban hacer. La oscuridad, pues, de esas palabras se la abrió a ellos no una sabiduría infusa, sino la conciencia aguijoneada.

13. Les dijo, pues, Jesús: Aún un poco está la luz entre vosotros. A eso se debe que entendáis que el Mesías permanece eternamente. Caminad, pues, mientras tenéis la luz, para que las tinieblas no os apresen35. Caminad, acercaos, entended que Cristo entero va a morir, a vivir eternamente, a derramar su sangre para redimiros y a ascender a las alturas para conduciros allí. En cambio, las tinieblas os apresarán, si creyereis la eternidad de Cristo de forma que neguéis en él la humillación de la muerte. Y quien camina en las tinieblas desconoce a dónde va36. Así puede tropezar en la piedra de tropiezo y en la roca de traspiés, cosa que el Señor fue para los judíos ciegos, como para los creyentes llegó a ser cabeza de ángulo la piedra que desecharon los constructores37. Se desdeñaron de creer en Cristo, precisamente porque su impiedad lo despreció muerto, se rió de él, asesinado, mas esa misma muerte era la del grano que había de multiplicarse, y la elevación de quien arrastra tras de todo. Mientras tenéis la luz, afirma, creed en la luz para que seáis hijos de luz38. Porque tenéis oído algo verdadero, creed en la Verdad para que renazcáis en la Verdad.

Se escondió por nuestra debilidad

14. Esto dijo Jesús y se marchó y se escondió de ellos. No de quienes habían ya comenzado a creer en él y quererle; no de quienes habían salido a su encuentro con ramos de palmas y con loas, sino de quienes le veían y envidiaban porque ni siquiera le veían, sino que por ceguera tropezaban en la piedra aquella. Pues bien, cuando Jesús se escondió de ellos, que deseaban asesinarlo, miró por nuestra debilidad, no restó crédito a su potestad, cosa que por el olvido hay que recordaros frecuentemente.