TRATADO 51

Comentario a Jn 12,12-11, predicado en Hipona en otoño de 414, el día anterior al tratado 52

Traductor: José Anoz Gutiérrez

Las últimas predicaciones de Jesús

1. Después que el Señor levantó al muerto cuatriduano, estupefactos los judíos, algunos de los cuales, por el buen olor que a unos sirve para vida, a otros para muerte1, creyeron tras ver, otros perecieron por envidiar; después que en la casa se puso a la mesa con Lázaro recostado que, muerto, había sido levantado; tras haber sido derramado sobre sus pies el perfume en virtud del cual se llenó de olor la casa; después que los judíos concibieron con corazón perdido la inútil crueldad y el estultísimo y dementísimo crimen de matar también a Lázaro, de todo lo cual, como pude, dije en los sermones anteriores lo que el Señor dio, observe ahora Vuestra Caridad cuánto fruto de su predicación apareció antes de la pasión del Señor, y qué gran rebaño de ovejas de la casa de Israel, de entre estas que habían perecido, oyó la voz del Pastor.

Hosanna y su significado

2. Así, en efecto, habla el evangelio que oíais cuando se leía en público hace un momento: Pues bien, al día siguiente, la turbamulta que había venido al día festivo, como hubiese oído que Jesús viene a Jerusalén, tomaron ramos de palmas y le salieron al encuentro y gritaban: Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel2. Los ramos de palma son loas que significan victoria porque el Señor, muriendo, iba a vencer a la muerte y con el trofeo de la cruz iba a triunfar sobre el diablo, príncipe de la muerte. Por otra parte, hosanna es, como dicen algunos que conocen la lengua hebrea, voz de suplicante, la cual indica un sentimiento más bien que alguna realidad, como son en nuestra lengua las que llaman interjecciones: por ejemplo, cuando dolientes decimos «¡ay!», o cuando algo nos gusta decimos «¡bien!», o cuando nos asombramos decimos «¡oh, cosa grande!». De hecho, «¡oh!» no significa nada, sino el sentimiento de quien se asombra. Ha de creerse, por tanto, que esto es así porque ni el griego ni el latino pudieron traducirlo, como aquello: El que llame a su hermano «raca»3. De hecho, se dice que también ésta es una interjección que muestra el sentimiento de quien se indigna.

No pierde su divinidad cuando nos muestra su humildad

3. Por otra parte, «Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel»ha de tomarse de forma que «en nombre del Señor» se entienda «en nombre de Dios Padre», aunque puede también entenderse «en su nombre», porque también él mismo es el Señor. Por ende, también está escrito en otra parte: El Señor hizo llover de parte del Señor4. Pero dirigen mejor nuestro entendimiento las palabras de quien asevera: Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me acogisteis; otro vendrá en su nombre; a éste acogeréis5. En efecto, maestro de rebajamiento es Cristo, que se rebajó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte; ahora bien, muerte de cruz6. Por tanto, no pierde su divinidad cuando nos enseña el rebajamiento; en aquélla es igual al Padre, en éste, similar a nosotros; mediante lo que es igual al Padre nos creó para que existiéramos; mediante lo que es similar a nosotros nos redimió para que no pereciéramos.

El rey de la creación, proclamado rey de Israel

4. La turba le decía estas loas: Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. La envidia de los príncipes de los judíos ¿qué cruz de la mente podía tolerar cuando tamaña multitud aclamaba como a rey suyo a Cristo? Pero ¿qué significó para el Señor ser el Rey de Israel? ¿Qué grandeza fue para el rey de los siglos ser hecho rey de los hombres? En efecto, Cristo es el Rey de Israel no para exigir tributo o armar con espada a un ejército y derrotar visiblemente a los enemigos; sino que es el Rey de Israel para regir las mentes, para cuidarlas eternamente, para conducir al reino de los cielos a quienes creen, esperan y aman. Que, pues, el Hijo de Dios, igual al Padre, Palabra mediante la que todo se hizo, haya querido ser el Rey de Israel, es dignación, no promoción; es indicio de compasión, no aumento de potestad, ya que, quien en la tierra fue nominado el Rey de los judíos, en el cielo es el Señor de los ángeles.

El asnillo y el pueblo gentil

5. Y halló Jesús un asnillo y se sentó sobre él. Aquí está dicho brevemente porque con todas las letras se lee en los otros evangelistas cómo sucedió7. Ahora bien, se aplica a este hecho un testimonio profético, para que apareciese que las malignas autoridades de los judíos no entendían a ese en quien se cumplía lo que leían. Jesús, pues, halló un asnillo y se sentó sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sión, he ahí que tu rey viene sentado en un pollino de asna. Entre aquel pueblo estaba, pues, la hija de Sión; Jerusalén es la misma que Sión. Entre aquel pueblo réprobo y ciego, repito, estaba empero la hija de Sión, a la que se diría: No temas; he ahí que tu rey viene sentado sobre un pollino de asna8. Esta hija de Sión a quien se dice eso estaba entre las ovejas que escuchaban la voz del Pastor; estaba entre la multitud que con tanta devoción loaba, con tan gran grupo escoltaba al Señor que venía. A ella está dicho: «No temas; reconoce al que loas y, cuando padece, no tiembles, porque se derrama la sangre mediante la que se borre tu delito y se te devuelva la vida». Pero por el pollino de asna en que nadie se había sentado —esto, en efecto, se halla en otros evangelistas— entendemos el pueblo de las gentes, el cual no había recibido la Ley del Señor. Por el asna, en cambio —que uno y otro jumento se le trajo al Señor—, entendemos su plebe, que venía del pueblo de Israel; no la enteramente indómita, sino la que reconoció el pesebre del Señor.

6. Estas cosas no las comprendieron al principio sus discípulos; sino que, cuando fue glorificado Jesús, cuando manifestó la fuerza de su resurrección, entonces recordaron que estas cosas estaban escritas de él y que estas cosas le hicieron9; esto es, no le hicieron otras cosas que las que estaban escritas de él. En efecto, al reconsiderar, según la Escritura, lo que se cumplió antes de la pasión del Señor o en la pasión del Señor, allí hallaron también esto: que, según los dichos de los profetas, se había sentado en un pollino de asna.

La turba turbó a la turba

7. La turba, pues, que estaba con él cuando del sepulcro llamó a Lázaro y lo resucitó de entre los muertos, daba testimonio. La turba le salió también al encuentro precisamente porque oyeron que él había hecho este signo. Los fariseos, pues, se dijeron entre sí: ¿Veis que no adelantamos nada? He ahí que el mundo entero se marchó tras él10. La turba turbó a la turba. Ahora bien, ¿por qué, ciega turba, ves con malos ojos que el mundo se vaya tras este mediante quien se hizo el mundo?

El beso de paz de los dos muros

8. Pues bien, gentiles eran algunos de esos que habían subido a adorar en el día festivo. Éstos, pues, se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le rogaban diciendo: Señor, queremos ver a Jesús. Viene Felipe y lo dice a Andrés; a su vez, Andrés y Felipe lo dicen a Jesús11. Oigamos qué ha respondido a eso el Señor. He ahí que los judíos quieren matarlo, los gentiles verlo; pero de entre los judíos eran también los que gritaban: Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel12. He ahí venidos de la circuncisión unos, del prepucio otros, como dos muros que vienen de puntos opuestos y con el beso de la paz se juntan en la única fe de Cristo; oigamos, pues, la voz de la Piedra angular. Por su parte, afirma, Jesús les respondió: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre13. Alguien supone tal vez que, precisamente porque los gentiles querían verlo, aquí habló de sí como glorificado. No es así; sino que veía que, tras su pasión y resurrección, esos mismos gentiles que estaban en todas las gentes iban a creer porque, como dice el Apóstol: La ceguera aconteció parcialmente en Israel, hasta que entrase la totalidad de las gentes14. Así pues, con ocasión de esos gentiles que ansiaban verlo, anuncia la futura totalidad de las gentes y promete que en este mismo instante está presente la hora de su glorificación, acontecida la cual en los cielos, las gentes iban a creer. Por ende está predicho: Sé exaltado sobre los cielos, Dios, y sobre toda la tierra tu gloria15. Ésta es la totalidad de las gentes, de la que dice el Apóstol: La ceguera aconteció parcialmente en Israel, hasta que entrase la totalidad de las gentes.

Saber amarse y saber odiarse

9. Pero fue preciso que a la altura de la glorificación precediese la bajura de la pasión; por eso, al proseguir, añadió: En verdad, en verdad os digo, si el grano de trigo, tras caer en tierra, no hubiere muerto, él mismo permanece solo; si, en cambio, hubiere muerto, produce mucho fruto16. Ahora bien, hablaba de sí mismo. Él en persona era el grano que había de ser hecho morir y multiplicarse: hecho morir por la infidelidad de los judíos, multiplicarse por la fe de los pueblos.

10. Ya después, para exhortar a seguir las huellas de su pasión, afirma: Quien ama su alma, la perderá17. Esto puede entenderse de dos maneras. Quien ama, perderá; esto es, si la amas, piérdela; si ansías mantener la vida en Cristo, no temas la muerte por Cristo. Asimismo de otro modo: Quien ama su alma, la perderá; no la ames, para no perderla; no la ames en esta vida, para no perderla en la vida eterna. Ahora bien, parece que el sentido evangélico tiene, más bien, esto último que he dicho. En efecto, sigue: Y quien odia su alma en este mundo, la custodiará para vida eterna18. Lo que, pues, arriba está dicho, quien ama —se sobreentiende «en este mundo»—, ese mismo, evidentemente, perderá; quien, en cambio, odia —en este mundo, evidentemente—, ese mismo custodiará para vida eterna. ¡Grande y asombrosa sentencia, cómo el hombre tiene amor a su alma para que ella perezca, odio para que no perezca! Si la amares mal, entonces la odias; si la odiares bien, entonces la amas. Felices quienes, para no perderla amándola, la odian custodiándola. Pero mira que no te coja a traición el querer matarte a ti mismo, entendiendo así que debes odiar tu alma en este mundo. Por eso, en efecto, ciertos malvados, perversos, y homicidas muy crueles y funestos respecto a sí mismos, se entregan a las llamas, se ahogan en las aguas, se estrellan en un precipicio y perecen. No enseñó esto Cristo; más bien, al diablo que sugería el precipicio respondió: Regresa atrás, Satanás; está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios19. A Pedro, en cambio, para significar con qué muerte iba a glorificar a Dios, dijo: «Cuando eras más joven, te ceñías e ibas adonde querías; en cambio, cuando envejecieres, otro te ceñirá y llevará adonde tú no quieres»20, pasaje éste en que expresó suficientemente que quien sigue las huellas de Cristo debe no matarse a sí mismo, sino ser matado por otro. Cuando, pues, llegare el momento de la oportunidad en que se presente esta situación, o actuar contra el precepto de Dios o emigrar de esta vida, y el perseguidor que amenaza con la muerte fuerce al hombre a elegir una u otra de estas dos cosas, entonces elija morir para el Dios querido, en vez de vivir para el Dios ofendido; entonces odie en este mundo su alma, a fin de custodiarla para vida eterna.

¿Dónde estaremos bien sin Cristo, y mal con Cristo?

11. Si alguien me sirve, sígame21. ¿Qué significa sígame, sino imíteme? Cristo, en efecto, padeció por nosotros, asevera el apóstol Pedro, para dejarnos un ejemplo a fin de que sigamos sus huellas22. He ahí lo que está dicho: Si alguien me sirve, sígame. ¿Con qué fruto? ¿con qué paga? ¿con qué premio? Y donde yo estoy, afirma, allí estará también mi servidor. Sea amado gratis; así el salario del trabajo con que se le sirve será estar con él. En efecto, dónde se estará bien sin él, o cuándo se podrá estar mal con él? Escúchalo con más claridad: Si alguien me sirviere, lo honrará mi Padre. ¿Con qué honor, sino con el de estar con su Hijo? En efecto, se entiende que, cuando dice «lo honrará mi Padre»23, ha expuesto lo que más arriba asevera: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor. Ciertamente, ¿qué mayor honor podrá recibir un adoptado que estar donde está el Único, no hecho igual a la divinidad, sino consociado con la eternidad?

Servir a Cristo

12. Ahora bien, debemos investigar preferentemente esto: qué significa servir a Cristo, trabajo al que se promete paga tan grande. En efecto, si supusiéremos que servir a Cristo es preparar lo que es necesario para el cuerpo —cocinar o servirle las viandas cuando cenaba, o darle la copa y escanciar la bebida—, le hicieron esto quienes pudieron tenerlo presente en el cuerpo, como Marta y María cuando Lázaro era también uno de los que estaban recostados. Pero aun el perdido Judas le sirvió de este modo porque él tenía los cofrecillos y, aunque hurtaba muy criminalmente de lo que en ellos se echaba, sin embargo, mediante él se preparaba lo necesario24. A esto se debe que, cuando el Señor le dijo: «Lo que haces, hazlo presto», algunos opinaron que le mandaba preparar lo necesario en atención al día festivo, o dar algo a los indigentes25. Por tanto, de ningún modo diría de esta clase de servidores el Señor: «Donde yo estoy, allí estará también mi servidor» ni «Si alguien me sirviere, lo honrará mi Padre», porque a Judas, que servía tales cosas, lo vemos reprobado más bien que honrado. ¿Por qué, pues, buscamos en otra parte qué significa servir a Cristo y, más bien, no reconocemos esto en esas palabras mismas?

En efecto, cuando dijo: «Si alguien me sirve, sígame», quiso que esto se entendiera como si dijese: Si alguien no me sigue, no me sirve. Sirven, pues, a Jesucristo quienes buscan no lo suyo, sino lo de Jesucristo26. En efecto, «sígame» significa esto: camine por mis caminos, no por los suyos; como está escrito en otra parte: Quien dice que él permanece en Cristo, también ése mismo debe caminar como él caminó27. Si ofrece pan al hambriento, debe también obrar por misericordia, no por jactancia; no buscar allí otra cosa que la obra buena, sin que la izquierda sepa qué hace la derecha28, esto es, que de la obra de caridad sea alejada la intención egoísta. Quien sirve así, sirve a Cristo y con razón se le dirá: Cuando lo hiciste a uno de mis mínimos, a mí lo hiciste29. Al hacer por causa de Cristo no sólo lo que se refiere a la misericordia corporal, sino todas las obras buenas —por cierto, serán buenas entonces, porque el final de la Ley es Cristo para justicia en favor de todo el que cree30, es servidor de Cristo hasta esa obra de caridad grande que es deponer su alma por los hermanos, pues esto es deponerla también por Cristo, porque en atención a sus miembros va a decir también esto: Cuando lo hiciste por ésos, por mí lo hiciste. Por cierto, se dignó hacerse y llamarse servidor respecto a tal obra cuando asevera: Como el Hijo del hombre vino no a ser servido, sino a servir, y a deponer su vida por muchos31. Cada uno, pues, es servidor de Cristo en virtud de eso por lo que Cristo es también servidor. A quien así sirve a Cristo, su Padre lo honrará con el honor grande de estar con su Hijo sin que nunca falle su felicidad.

El servicio eclesiástico y episcopal de los laicos

13. Cuando, pues, oís, hermanos, decir al Señor: «Donde yo estoy, allí estará también mi servidor», no penséis sólo en los obispos y clérigos buenos. También vosotros servid a vuestra manera a Cristo, viviendo bien, dando limosna, predicando su nombre y doctrina a quienes podáis, de forma que también cada padre de familia reconozca por este nombre que él debe a su familia afecto paternal. Por Cristo y por la vida eterna amoneste, enseñe, exhorte, corrija a todos los suyos, emplee la benevolencia, ejerza la disciplina; así cumplirá en su casa una función eclesiástica y, en cierto modo, episcopal, pues sirve a Cristo para estar eternamente con él. De hecho, muchos de vuestra clase sirvieron ese máximo servicio del padecimiento; muchos no obispos ni clérigos, jóvenes y vírgenes, viejos con los más jóvenes, muchos casados y casadas, muchos padres y madres de familia, para servir a Cristo depusieron incluso sus vidas como testimonio a favor de él y, por haberlos honrado el Padre, recibieron coronas gloriosísimas.