TRATADO 43

Comentario a Jn 8,48-59, predicado en Hipona entre septiembre y octubre de 414

Traductor: José Anoz Gutiérrez

El Señor, maestro de paciencia

1. En esta lectura del santo evangelio que hoy se ha leído públicamente, de la Potencia aprendemos la paciencia. Efectivamente, ¿qué somos los siervos en comparación con el Señor, los pecadores en comparación con el Justo, la criatura en comparación con el Creador? Sin embargo, igual que si somos algo malo lo somos por nosotros, así, todo lo que de bueno somos, lo somos por él y mediante él. Además, nada busca el hombre tanto como la potencia: tiene como gran Potencia al Señor Cristo. Pero imite antes su paciencia, para llegar a la potencia. ¿Quién de nosotros oiría pacientemente si se dijese a alguno: Tienes un demonio? Esto se dijo a quien no sólo salvaba a los hombres, sino que también mandaba sobre los demonios.

Jesús no niega ser samaritano

2. Efectivamente, como los judíos hubiesen dicho esto: ¿Acaso no decimos bien nosotros que eres samaritano y tienes un demonio?1, de estas dos cosas que le echaron en cara, negó una, no negó la otra, pues respondió y aseveró: Yo no tengo un demonio2. No dijo «no soy samaritano» y, evidentemente, le habían sido echadas en cara las dos cosas. Aunque no haya devuelto maldición a la maldición, aunque no haya refutado insulto con insulto, le incumbió empero negar una cosa, no negar la otra. No sin motivo, hermanos. En efecto, samaritano se traduce custodio. Sabía él que él es nuestro custodio. No duerme, en efecto, ni dormita quien custodia a Israel3 y, si el Señor no custodiare la ciudad, en vano vigilarán quienes la custodian4. Quien, pues, es nuestro Creador es nuestro custodio, pues ¿acaso le incumbió que fuéramos redimidos, y no le incumbiría que fuésemos mantenidos intactos? Por eso, para que comprendáis muy plenamente el misterio de por qué no debió negar que él era samaritano, atended a la conocidísima parábola donde cierto hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y fue a dar en bandidos que, tras herirlo gravemente, lo dejaron medio vivo en el camino. Pasó un sacerdote, lo desatendió; pasó un levita, también él mismo pasó de largo; pasó cierto samaritano: ése mismo es nuestro Custodio; ése mismo se acercó al herido, ése mismo gastó misericordia y se mostró como prójimo a ese a quien no consideró como extranjero5. Respondió, pues, a esto solo, a que él no tenía un demonio; no, en cambio, a que él no era samaritano.

Yo honro a mi Padre

3. Después, tras tal insulto, acerca de su gloria dijo esto solo: Pero honro a mi Padre, afirma, y vosotros me deshonráis6. Esto es: para no pareceros arrogante, yo no me honro; tengo a quién honrar; pero, si vosotros me reconocierais, también vosotros me honraríais como yo honro al Padre; yo hago lo que debo, vosotros no hacéis lo que debéis.

No busco mi gloria

4. Yo, por mi parte, afirma, no busco mi gloria; hay quien la busque y juzgue.7 ¿Respecto a quién quiere que se entienda, sino respecto al Padre? Como, pues, en otro lugar dice: «El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio»8, también aquí dice: No busco mi gloria; hay quien la busque y juzgue. Si, pues, el Padre juzga, ¿cómo no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio?

Las aparentes contradicciones bíblicas

5. Atended a cómo resuelvo este problema; puede resolverlo una locución similar. Tienes escrito: «Dios no tienta a nadie»9, y de nuevo tienes escrito: El Señor, vuestro Dios, os tienta para que sepa si le queréis10. Veis que, como es notorio, hay un problema, pues ¿cómo Dios no tienta a nadie y cómo el Señor, vuestro Dios, os tienta para que sepa si le queréis? Asimismo está escrito: «En la caridad no hay temor, sino que la caridad perfecta echa fuera el temor»11, y en otro lugar está escrito: El temor del Señor es casto, permanente por siempre12. También esto es un problema, pues ¿cómo la caridad perfecta echa fuera el temor, si el temor casto del Señor permanece por siempre?

6. Entendemos, pues, que hay dos tentaciones: una que engaña, otra que pone a prueba; según esa que engaña, Dios no tienta a nadie; según la que pone a prueba, el Señor, vuestro Dios, os tienta para que sepa si le queréis. Pero de nuevo nace también aquí otro problema: ese a quien nada puede ocultarse antes de tentar, ¿cómo tienta para que sepa? Dios, pues, no ignora, pero está dicho «para que sepa»; lo cual significa: para haceros saber. Tales locuciones existen también en nuestros modos de hablar y se las encuentra en los maestros de elocuencia. Diré algo sobre nuestro modo de hablar. Ciega se llama a una fosa no porque ella ha perdido los ojos, sino porque, estando escondida, hace que no se la vea. Diré también algo sobre aquellos maestros. Un quidam califica de tristes, esto es, amargos, a los altramuces, no porque ellos mismos son tristes, sino porque al gustarlos contristan, esto es, ponen tristes13. Hay, pues, también en las Escrituras locuciones de esta laya. Quienes se fatigan por estudiar tales problemas, al solucionar tales problemas no se fatigan. Os tienta, pues, el Señor, vuestro Dios, para que sepa. ¿Qué significa para que sepa? Para haceros saber si le queréis. Job estaba oculto para sí, pero no estaba oculto para Dios; dio permiso al tentador e hizo conocedor de sí a aquél.

Dos clases de temor

7. ¿Qué decir de los dos temores? Existe un temor servil y existe un temor casto; existe el temor de que padezcas castigo; existe otro temor, el de que pierdas la justicia. El temor aquel, el de que padezcas castigo, es servil. ¿Qué hay de valioso en temer el castigo? Lo hace aun el peor esclavo, lo hace aun el asesino más cruel. No es valioso temer el castigo, pero es valioso amar la justicia. Quien, pues, ama la justicia ¿nada teme? Teme, lisa y llanamente, no ir a dar en el castigo, sino perder la justicia14. Hermanos míos, a partir de lo que amáis, haceos consideraciones y sacad conclusiones. Ama alguno de vosotros el dinero. ¿Supones que hallaré a alguien que no lo ame? Sin embargo, por este hecho mismo de amar, entenderá lo que digo. Teme su pérdida; ¿por qué teme su pérdida? Porque quiere al dinero. Cuanto ama al dinero, tanto teme perder el dinero. Uno, pues, se imagina algún amador de la justicia, que en el corazón tenga mucho más miedo a su pérdida, que tema más ser despojado de la justicia, que tú del dinero. Eso mismo es el temor casto, ese mismo permanece por siempre; la caridad no lo quita ni lo echa fuera, sino que, más bien, lo protege, lo tiene de compañero y a la vez lo posee. En efecto, llegamos al Señor para verle cara a cara; el temor casto nos guarda allí pues ese temor no perturba, sino que consolida. La esposa adúltera teme que su marido venga, mas la casta teme que su marido se vaya.

Resuelta la dificultad

8. Como, pues, según una tentación, Dios no tienta a nadie y, en cambio, según la otra, el Señor, vuestro Dios, os tienta; como, según un temor, en la caridad no hay temor, sino que la caridad perfecta echa fuera el temor y, en cambio, según el otro temor, el temor casto del Señor permanece por siempre15, así también en este lugar, según un juicio, el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio; en cambio, según el otro juicio, Yo no busco mi gloria, afirma: hay quien la busque y juzgue.

La gloria del Hombre-Dios

9. Resuélvase también este problema con ayuda de ese vocablo mismo. En el evangelio tienes citado un juicio penal: Quien no cree ya está juzgado16; y en otro lugar: Vendrá una hora cuando esos que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán: quienes obraron bien, para resurrección de vida; quienes obraron mal, para resurrección de juicio17. Ved cómo ha puesto «juicio» en vez de condena y pena. Y, sin embargo, si siempre se tomase «juicio» por condena, ¿acaso oiríamos en un salmo: Júzgame, Dios? «Juicio» está puesto allí en cuanto aflicción, aquí en cuanto discernimiento. ¿Cómo en cuanto discernimiento? Como expone el mismo que asevera: Júzgame, Dios. Lee, en efecto, y ve qué sigue. ¿Qué significa: Júzgame, Dios? Y de gente no santa, afirma, discierne mi causa18. Según, pues, lo que está dicho: «Júzgame, Dios, y de gente no santa discierne mi causa», ha aseverado poco ha el Señor Cristo: Yo no busco mi gloria; hay quien la busque y juzgue. ¿Cómo hay quien la busque y juzgue? Es el Padre quien de vuestra gloria discernirá y separará mi gloria. En efecto, vosotros os gloriáis según este siglo; yo, que digo al Padre: «Padre, glorifícame con esa gloria que tuve junto a ti antes que el mundo existiese»19, no me glorío según este siglo. ¿Qué significa «esa gloria»? Distinta de la hinchazón humana. Según esto juzga el Padre. ¿Qué significa «juzga»? Discierne. ¿Qué discierne? De la gloria de los hombres la gloria de su Hijo, porque por eso está dicho: Te ungió Dios, tu Dios, con aceite de exultación, más que a tus compañeros20.

En efecto, no porque se hizo hombre hay que igualarlo ya con nosotros. Nosotros, hombres con pecado; él, sin pecado; nosotros, hombres que de Adán adquieren muerte y delito; él, de la Virgen toma carne mortal, ninguna iniquidad. Además, nosotros ni hemos nacido porque queremos, ni vivimos todo el tiempo que queremos, ni morimos como queremos; él, antes de nacer, eligió a esa de la que nacer; nacido, hizo que lo adorasen los Magos; bebé, creció; mediante milagros se mostraba como Dios y mediante la debilidad se presentaba como hombre. Finalmente, eligió también el género de muerte, esto es, pender en la cruz, y grabar la cruz misma en las frentes de los fieles, para que el cristiano diga: Por mi parte, lejos de mí gloriarme a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo21. Cuando quiso, dejó el cuerpo en la cruz misma y se marchó; en el sepulcro mismo yació todo el tiempo que quiso; cuando quiso, se levantó como del lecho.

Según, pues, la forma misma de esclavo, hermanos —en verdad, ¿quién habla dignamente de «En el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios y la Palabra era Dios»?22—; según la forma misma de esclavo, digo, mucha diferencia hay entre la gloria de Cristo y la gloria de los demás hombres. De esa gloria misma decía cuando oía que tenía un demonio: Yo no busco mi gloria; hay quien la busque y juzgue23.

Jesús llama a la vida

10. Por tu parte, Señor, ¿tú qué dices de ti? En verdad, en verdad os digo: Si alguien guardare mi palabra, no verá jamás la muerte24. Vosotros decís «Tienes un demonio», afirma; yo os llamo a la vida; guardad mi palabra y no moriréis. Ellos oían: «No verá jamás la muerte quien guardare mi palabra», y se airaban porque estaban ya muertos de esa muerte que había de evitarse. Dijeron, pues, los judíos: Ahora hemos conocido que tienes un demonio. Abrahán murió, también los profetas; y tú dices: «Si alguien guardare mi palabra, no gustará jamás la muerte»25. Ved la locución de las Escrituras: No verá, esto es, gustará la muerte. Verá la muerte, gustará la muerte. ¿Quién la ve, quién la gusta, qué ojos tiene el hombre para verla cuando muere? Puesto que la muerte, al venir, cierra los ojos mismos para que no vean nada, ¿cómo se dice: No verá la muerte? Asimismo, ¿con qué paladar, con qué garganta se gusta la muerte, de forma que se discierna a qué sabe? Puesto que quita toda sensación, ¿qué quedará en el paladar? Pero «verá» y «gustará» está dicho en vez de lo que significa: experimentará.

¿De qué muerte libera el Señor?

11. Es poco si digo «el Señor declaraba esto a quienes iban a morir»; lo declaraba él que iba a morir porque, como declara un salmo, también del Señor son las salidas de la muerte26. Porque, pues, hablaba a quienes iban a morir y hablaba quien iba a morir, ¿qué significa «Quien guardare mi palabra no verá jamás la muerte», sino que el Señor veía otra muerte, a librarnos de la cual había venido, la muerte segunda, la muerte eterna, la muerte de los quemaderos, la muerte de la condenación con el diablo y sus ángeles? Esa misma es la verdadera muerte, porque ésta es migración. ¿Qué es esta muerte? Abandono del cuerpo, deposición de una carga pesada; pero si no se transporta otra carga que precipite en los quemaderos al hombre. De esa muerte misma, pues, ha dicho el Señor: No verá jamás la muerte quien guardare mi palabra.

La muerte verdadera

12. No nos espantemos de esta muerte, sino temamos aquélla. Pues bien, lo que es más grave, muchos, temiendo torcidamente ésta, vinieron a dar en aquélla. Se dijo a algunos: «Adorad los ídolos; si no lo hacéis, se os matará» o, como dijo el célebre Nabucodonosor: «Si no lo hacéis, os echarán al horno de ardiente fuego»27. Muchos temieron y adoraron; por no querer morir murieron; temiendo a la muerte de la que no se escapa, vinieron a dar en la muerte de la que podrían escapar felizmente, si no temieran infelizmente esa de la que no se escapa. Has nacido como hombre: vas a morir. ¿A dónde irás para no morir? ¿Qué harás para no morir? Para consolar tu Señor a quien necesariamente va a morir, por su voluntad se dignó morir. Cuando ves a Cristo muerto ¿te desdeñas de morir? Vas a morir, pues; no tienes cómo evadirlo. Sea hoy, sea mañana, va a ser; hay que pagar la deuda. ¿Qué logra, pues, el hombre que, pues teme, huye, se oculta para que el enemigo no lo encuentre? ¿Acaso logra no morir? Pero para poco más tarde morir. No recibe la exención de la deuda, sino que solicita una dilación. Aplácese largo tiempo, tanto cuanto se quiera: lo que se aplaza llegará. Temamos la muerte que temieron los tres héroes cuando dijeron al rey: Poderoso es Dios para librarnos incluso de esta llama; pero, aun si no28. El temor de la muerte con que amenaza poco ha el Señor, existió entonces cuando dijeron: «Pero, aun si no quisiere librar abiertamente, puede coronar en lo oculto».

Por ende, el Señor en persona, el cual iba a hacer a los mártires y a ser cabeza de los mártires, asevera: No temáis a quienes matan el cuerpo, mas después no tienen qué hacer. ¿Cómo no tienen qué hacer? ¿Y si, después de matar el cuerpo, lo arrojan a las bestias para que lo desgarren y a los pájaros para que se lo disputen? La crueldad parece tener aún algo que hacer. Pero ¿a quién lo hace? A quien ha emigrado. El cuerpo existe, pero no hay ninguna sensación. La habitación está por los suelos, el habitante se ha ido. Después no tienen, pues, qué hacer, pues a quien no siente no hacen nada. Pero temed a ese que tiene potestad de matar el cuerpo y el alma en el quemadero de fuego29. He ahí de qué muerte hablaba cuando decía: Quien guardare mi palabra no verá jamás la muerte. Guardemos, pues, con fe su palabra, para llegar a la visión cuando hayamos recibido la libertad plenísima.

13. Por su parte, esos muertos, y a muerte eterna predestinados, respondían insultantemente y decían indignados: Ahora mismo hemos conocido que tienes un demonio. Abrahán murió, también los profetas30. Pero, con esa muerte que el Señor quiere que se entienda, no murieron ni Abrahán ni los profetas, pues éstos han muerto y viven, aquéllos vivían y estaban muertos. Efectivamente, al responder en cierto lugar a los saduceos que plantearon la cuestión de la resurrección, el Señor mismo aseveró esto: Por otra parte, acerca de la resurrección de los muertos ¿no habéis leído cómo el Señor aseveró desde la zarza a Moisés: «Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob»? No es Dios de muertos, sino de vivos31. Si, pues, ellos viven, esforcémonos en vivir de forma que, cuando hayamos muerto, podamos vivir con ellos. ¿Quién imaginas que eres tú mismo, preguntan, para decir «No verá jamás la muerte quien guardare mi palabra»32, aunque sabes que Abrahán murió y también los profetas?

La herejía arriana

14. Respondió Jesús: «Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria no es nada; es mi Padre quien me glorifica»33. Aseveró esto por aquello que dijeron: ¿Quién imaginas que eres tú mismo? De hecho, asigna su gloria al Padre, de quien viene que aquél sea Dios. Los arrianos, a propósito también de ese dicho, a veces interpretan capciosamente nuestra fe y dicen: «He ahí que el Padre es mayor porque glorifica evidentemente al Hijo». Hereje, no has leído también que el Hijo mismo dice que glorifica a su Padre?34. Si aquél glorifica al Hijo y el Hijo glorifica al Padre, depón la terquedad, reconoce la igualdad, corrige la perversidad.

Hay que saber replicar a los herejes

15. Es, pues, afirma, mi Padre quien me glorifica, del que vosotros decís que «es nuestro Dios»; mas no le habéis conocido. Ved, hermanos míos, cómo muestra que el Padre de Cristo es ese mismo Dios que fue anunciado también a los judíos. Lo digo, precisamente, porque ciertos herejes dicen asimismo que el Dios anunciado en el Antiguo Testamento es no el Padre de Cristo, sino no sé qué príncipe de los ángeles malos. Los maniqueos son quienes dicen eso, los marcionitas son quienes dicen esto. Tal vez son también otros herejes, que no es preciso mencionar o no puedo recordar en este momento; sin embargo, no faltaron quienes dijesen esto. Así pues, para que tengáis qué decir también contra ellos, atended. El Señor Cristo llama Padre suyo a quien ellos llamaban Dios suyo, mas no le conocieron, ya que, si le hubiesen conocido, habrían acogido al Hijo. Yo, en cambio, afirma, le conozco. A quienes juzgaban según la carne pudo también parecer arrogante precisamente también por haber dicho: Yo le conozco. Pero ved qué sigue: Si dijere que no le conozco, sería un mentiroso similar a vosotros. La arrogancia, pues, no se evite de forma que la verdad se abandone. Pero le conozco y guardo su palabra35. Como Hijo declaraba la palabra del Padre y él era en persona la Palabra del Padre, la cual hablaba a los hombres.

La alegría de Abrahán

16. Abrahán, vuestro padre, se regocijó de que vería mi día, y lo vio y se alegró36. Gran testimonio da de Abrahán el Vástago de Abrahán, el Creador de Abrahán: Abrahán se regocijó, afirma, de que vería mi día. No lo temió, sino que se regocijó de que lo vería, pues estaba en él la caridad que echa fuera al temor37. No asevera «se regocijó porque lo vio», sino se regocijó de que lo vería. Evidentemente, porque creía esperando, se regocijó de que lo vería entendiendo. Y lo vio. ¿Y qué más pudo decir o qué más debió decir el Señor Jesucristo? Y lo vio, afirma, y se alegró. ¿Quién explicará este gozo, hermanos míos? Si se alegraron aquellos a quienes el Señor abrió los ojos de carne, ¿cuál fue el gozo de quien con los ojos del corazón veía la Luz inefable, la Palabra permanente, el Esplendor refulgente en las mentes piadosas, la Sabiduría indeficiente, el Dios que permanece junto al Padre, que un día vendría en la carne sin retirarse del seno del Padre? Todo esto vio Abrahán.

Respecto a lo que asevera, mi día, puede verdaderamente ser incierto de qué ha hablado: del día temporal del Señor en que vendría en la carne, o del día del Señor que no conoce aurora, no conoce ocaso. Pero yo no dudo que el padre Abrahán sabía todo. Y ¿dónde hallaré esto? ¿Debe bastarnos el testimonio de nuestro Señor Jesucristo? Supongamos que, porque quizá es difícil, no podemos hallar cómo es manifiesto que Abrahán se regocijó de que vería el día de Cristo, y lo vio y se alegró. Aun si nosotros no lo hallamos, ¿acaso puede mentir la Verdad? Creamos a la Verdad y de ningún modo dudemos de los méritos de Abrahán. Sin embargo, escuchad un pasaje que se me ocurre de momento. El padre Abrahán, cuando envió a su esclavo a pedir esposa para su hijo Isaac, con un sacramento le obligó a esto: a cumplir fielmente lo que se le mandaba y a saber él también lo que debía hacer. En efecto, se trataba un asunto importante cuando se buscaba matrimonio para el descendiente de Abrahán. Pero, para que el esclavo conociese lo que Abrahán conocía —que deseaba nietos no carnalmente y respecto a su descendencia no entendía nada carnal—, dice a su siervo al que enviaba: Pon tu mano bajo mi muslo y jura por el Dios del cielo. El Dios del cielo relacionado con el muslo de Abrahán: ¿qué significa? Ya entendéis el sacramento: por el muslo, la descendencia. ¿Qué, pues, quiso decir aquel juramento, sino que se aludía a que de la descendencia de Abrahán vendría en carne el Dios del cielo?38 Los estultos censuran a Abrahán porque dijo: Mete la mano bajo mi muslo. Quienes censuran la carne de Cristo censuran el hecho de Abrahán. Nosotros, en cambio, hermanos, si reconocemos como venerable la carne de Cristo, no despreciemos aquel muslo, sino entendamos que se lo menciona en profecía. Abrahán era, en efecto, profeta. Profeta ¿de quién? De su Vástago y de su Señor. Aludió a su Vástago al decir «mete la mano bajo mi muslo»; aludió a su Señor, añadiendo: y jura por el Dios del cielo.

Jesús, anterior a Abrahán

17. Los judíos respondieron airados: Aún no tienes cincuenta años ¿y has visto a Abrahán? Y el Señor: En verdad, en verdad os digo: Antes que Abrahán fuese hecho, yo soy39. Pesa tú las palabras y reconoce el misterio. Antes que Abrahán fuese hecho: entiende que «fuese hecho» se refiere a la hechura humana; «soy», a la sustancia divina. Fuese hecho, porque Abrahán es criatura. No dijo «antes que Abrahán fuese, yo era», sino «Yo soy, antes que Abrahán fuese hecho», el cual no sería hecho sino mediante mí. Tampoco dijo esto, «antes que Abrahán fuese hecho, yo he sido hecho», pues en el principio hizo Dios el cielo y la tierra40, porque en el principio existía la Palabra41. Antes que Abrahán fuese hecho, yo soy: reconoced al Creador, distinguid la criatura. Quien hablaba se había hecho descendencia de Abrahán y, para que Abrahán fuese hecho, antes de Abrahán existía él mismo.

Nuevo ejemplo de paciencia y humildad

18. Por eso, como por un insulto clarísimo contra Abrahán, se irritaron muy acremente. En efecto, les pareció que el Señor Cristo había blasfemado por haber dicho: Antes que Abrahán fuese hecho, yo soy. Llevaron, pues, piedras para arrojarlas contra él. Tanta dureza ¿a dónde correría sino hacia las similares? Por su parte, Jesús: como hombre, como en forma de esclavo, como sin categoría social, como quien iba a padecer, como quien iba a morir, como quien iba a redimirnos con su sangre; no como El que es, no como la Palabra en el principio y la Palabra en Dios. Ciertamente, cuando aquéllos llevaron piedras para tirarlas contra él, ¿qué dificultad había en que la tierra, hendiéndose a continuación, los engullese y en vez de piedras hallasen los infiernos? No era difícil para Dios; pero más que mostrar la potencia, había que hacer valer la paciencia. Se escondió, pues, de ellos para no ser lapidado. Como hombre, huye de las piedras; pero ¡ay de aquellos de cuyos corazones lapídeos huye Dios!