TRATADO 35

Comentario a Jn 8,13-14, predicado en Hipona un viernes, 28 de agosto, o en septiembre de 414

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

Sigamos a Cristo, Luz del mundo

1. Quienes ayer estuvisteis presentes, recordáis que durante largo rato se expusieron con detalle las palabras de nuestro Señor Jesucristo, donde asevera: «Yo soy la luz del mundo; quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida»1; y, si todavía queremos exponer con detalle esa luz, podemos hablar largo rato porque no podemos explicarlo en compendio. Así pues, hermanos míos, sigamos a Cristo, Luz del mundo, para no caminar en tinieblas. Son de temer las tinieblas; las de las costumbres, no las de los ojos; y si las de los ojos, no las de los exteriores, sino las de los interiores, con los que se discierne no lo blanco y lo negro, sino lo justo e injusto.

Juan, la lámpara

2. Como, pues, nuestro Señor Jesucristo hubiese dicho esto, los judíos respondieron: Tú dices un testimonio acerca de ti; tu testimonio no es verdadero2. Antes que viniera nuestro Señor Jesucristo, encendió y envió delante de sí muchas lámparas proféticas. De entre éstas era también Juan Bautista, de quien tan gran Luz en persona, que es el Señor Cristo, dio testimonio, como no lo dio de ningún hombre, pues asevera: Entre los nacidos de mujeres no ha surgido mayor que Juan Bautista3. Éste empero, mayor que el cual nadie había entre los nacidos de mujeres, dice del Señor Jesucristo: Yo os bautizo con agua, sí; ahora bien, el que viene, cuya sandalia no soy digno de desatar, es más fuerte que yo4. Ved cómo la lámpara se somete al día. El Señor en persona atestigua verdaderamente que Juan mismo fue lámpara: Él era, afirma, la lámpara que ardía y lucía, y vosotros quisisteis un momento exultar en su luz5. Pues bien, cuando los judíos dijeron al Señor: «Dinos con qué autoridad haces eso»6, el Señor, porque sabía que tenían en gran cosa a Juan Bautista y porque ese mismo a quien tenían en gran cosa les había dado testimonio del Señor, les respondió: Os interrogaré yo también una sola palabra; decidme, el bautismo de Juan ¿de dónde es, del cielo o de los hombres?7 Turbados ellos, deliberaban entre sí mismos que, si decían «De los hombres», podría lapidarlos la turba, que creía que Juan era un profeta; si decían «Del cielo», les respondería: «Ese respecto a quien confesáis que del cielo ha tenido la profecía, ha dado testimonio de mí y de él habéis oído con qué autoridad hago yo eso». Vieron, pues, que, cualquiera de estas dos cosas que hubiesen respondido, iban a caer en la trampa, y dijeron8: No sabemos. Y el Señor a ellos: Tampoco yo os digo con qué autoridad hago eso9. No os digo lo que sé, porque tampoco queréis declarar lo que sabéis. Rechazados de modo absolutamente justísimo, se marcharon confundidos y se cumplió lo que Dios Padre dice en un salmo mediante un profeta: He preparado para mi Cristo una lámpara, esto es, a Juan en persona; vestiré de confusión a sus enemigos10.

Luz que ilumina y luz iluminada

3. Tenía, pues, el Señor Jesucristo el testimonio de los profetas enviados delante de sí, de los heraldos que habían precedido al Juez; tenía el testimonio recibido de Juan; pero su persona era el mayor testimonio que daba de sí. En cambio, ellos buscaban con ojos enfermos la luz de las lámparas, porque no podían soportar el día. En efecto, el mismo apóstol Juan en persona, cuyo evangelio tengo en las manos, dice del Bautista en el comienzo de su evangelio mismo: Había un hombre, enviado por Dios, cuyo nombre era Juan; éste vino para testimonio, a dar testimonio de la Luz, para que todos creyeran mediante él. No era él la Luz; sino a dar testimonio de la Luz. Existía la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo11. Si a todo hombre, también a Juan, pues. Por eso dice también Juan mismo: De su plenitud hemos recibido todos nosotros12. Discernid, pues, eso, para que vuestra mente avance en la fe de Cristo; así, no seréis siempre bebés que buscan los pechos y se retiran rápidamente del alimento sólido. En la santa Madre Iglesia debéis ser nutridos y destetados y acceder, no con el vientre, sino con la mente, a alimentos más sólidos. Discernid, pues, esto: una cosa es la luz que ilumina, otra es la que es iluminada. De hecho, a nuestros ojos se les llama también luces y cada cual, mientras toca sus ojos, jura así por sus luces: «Así vivan mis luces» es juramento usual. Si estas luces son luces, falte la luz en tu dormitorio cerrado, ábranse y brillen para ti; no pueden en absoluto. Como, pues, esas que tenemos en la cara se llaman luces y, cuando están sanas y cuando se abren, necesitan de fuera la ayuda de la luz, quitada la cual o no traída, están sanas, están abiertas y empero no ven, así nuestra mente, que es el ojo del alma, si no la hace radiante la luz de la verdad y la alumbra asombrosamente quien ilumina y no es iluminado, no podrá llegar a la sabiduría ni a la justicia. Por cierto, nuestro camino es ése: vivir justamente. Ahora bien, ¿cómo no tropieza en el camino ese para quien no luce la luz? Y, por eso, en tal camino es necesario ver, en tal camino gran cosa es ver. De hecho, cerrados tenía en la cara los ojos Tobías y el hijo daba al padre la mano; el padre mostraba al hijo el camino, enseñándole13.

La luz, testigo de sí misma

4. Respondieron, pues, los judíos: Tú dices un testimonio acerca de ti; tu testimonio no es verdadero14. Veamos qué oyen; oigámoslo también nosotros, pero no como ellos: ellos desdeñosos, nosotros creyentes; ellos queriendo asesinar a Cristo, nosotros ansiosos de vivir gracias a Cristo. Entre tanto, esa diferencia distinga nuestros oídos y mentes, y oigamos qué respondió a los judíos el Señor: Respondió Jesús y les dijo: Aunque yo doy testimonio de mí, verdadero es mi testimonio, porque sé de dónde vine y a dónde voy15. La luz se muestra a sí misma y a otras cosas. Enciendes una lámpara para buscar, verbigracia, una túnica, y esa la lámpara que arde te suministra el encontrar la túnica; ¿acaso enciendes una lámpara para ver la lámpara que arde? La lámpara que arde es, por cierto, idónea para dejar al descubierto las otras cosas que las tinieblas cubrían y para mostrarse a sí misma a tus ojos. Así también, el Señor Cristo distinguía entre sus fieles y los enemigos judíos, como entre la luz y las tinieblas, como entre aquellos a quienes inundaba con el rayo de la fe y aquellos cuyos ojos cerrados rodeaba con él. De hecho, ese sol alumbra tanto el rostro de quien ve como el de un ciego; ambos, mientras están igualmente en pie y tienen la cara hacia el sol, son alumbrados en la carne, pero ambos no son iluminados en su vista: uno ve, el otro no ve; para ambos está presente el sol, pero uno está ausente del sol presente. Así también, la Sabiduría de Dios, la Palabra de Dios, el Señor Jesucristo, está presente por doquier, porque por doquier está la verdad, por doquier está la sabiduría. En oriente alguien entiende la justicia; otro, en occidente, entiende la justicia; ¿acaso una es la justicia que entiende aquél, otra la que entiende éste? Están separados en cuanto al cuerpo, mas tienen en una única cosa la mirada de sus mentes. La justicia que veo, establecido en este lugar, si es justicia, la ve a esa misma el justo separado de mí, en cuanto a la carne, por no sé cuántas jornadas, mas unido en la luz de esa justicia. La luz, pues, da testimonio de sí misma; abre los ojos sanos y esa misma es testigo de sí para que la luz sea conocida. Pero ¿qué diremos de los infieles? ¿Acaso no les está presente? Les está también presente; pero no tienen los ojos del corazón para verla. Acerca de ellos, escucha la sentencia citada del evangelio: Y la luz luce en las tinieblas, mas las tinieblas no la comprendieron16. Asevera, pues, el Señor y asevera una verdad: Aunque yo doy testimonio de mí, verdadero es mi testimonio, porque sé de dónde vine y a dónde voy. Quería que se entendiera al Padre. Al Padre daba gloria el Hijo; el Igual glorifica a quien lo ha enviado; ¡cuánto debe el hombre glorificar a quien lo ha creado!

Vino sin dejar el seno del Padre

5. Sé de dónde vine y a dónde voy. Ese que os habla ahora tiene lo que, a pesar de haber venido, no ha abandonado. En efecto, viniendo, no se ha marchado de ello ni, regresando, nos ha abandonado. ¿De qué os asombráis? Es Dios. Esto no puede ser hecho por un hombre; no puede esto ser hecho por el sol mismo. Cuando se dirige a occidente, abandona el oriente y, hasta que para salir regrese a oriente, no está en el oriente. En cambio, nuestro Señor Jesucristo ha venido y está allí; regresa y está aquí. Escucha al evangelista mismo decir en otro lugar y, si puedes, entiende; si no puedes, cree: Nadie, afirma, ha visto nunca a Dios; sino que el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, ése mismo lo explicó con todo detalle17. No dice «estuvo en el seno del Padre», como si al venir hubiera abandonado el seno del Padre. Hablaba aquí y decía que él está allí. Quien estaba también a punto de marcharse de aquí, ¿qué dijo? He aquí que yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo18.

La luz tuvo necesidad de la lámpara

6. Es, pues, verdadero el testimonio de la luz, sea que se muestre a sí misma, sea que muestre otras cosas, porque sin luz no puedes ver ni la luz, y sin luz no puedes ver cualquier otra cosa que no es la luz. Si la luz es idónea para mostrar lo que no son luces, ¿acaso falla en cuanto a sí? ¿Acaso no se abre ella, sin la que las otras cosas no pueden estar patentes? El profeta dijo la verdad; pero ¿de dónde la tendría, si no la sacase de la fuente de la verdad? Juan ha dicho la verdad; pero interrógale a él mismo en virtud de qué la ha dicho: Todos nosotros, afirma, hemos recibido de su plenitud19. Idóneo es, pues, nuestro Señor Jesucristo para dar testimonio de sí. Pero, simple y llanamente, hermanos míos, en la noche de este mundo oigamos atentamente también la profecía, pues nuestro Señor quiso venir ahora en condición baja hasta nuestra debilidad y hasta las tinieblas íntimas de nuestro corazón. Vino como hombre a ser desdeñado y a recibir honor, vino a ser negado y confesado; a ser desdeñado y negado por los judíos; a recibir honor y ser confesado por nosotros; a ser juzgado y a juzgar; a ser juzgado injustamente, a juzgar justamente. Vino, pues, de modo que necesitó que una lámpara diera testimonio de él. En verdad, ¿qué necesidad había de que Juan, cual lámpara, diera testimonio del día, si el día mismo pudiera ser visto por nuestra debilidad? Pero no podíamos; se hizo débil para los débiles, mediante la debilidad sanó la debilidad; mediante la carne mortal suprimió la muerte de la carne; de su cuerpo hizo un colirio para nuestras luces. Porque, pues, el Señor ha venido y aún estamos en la noche del mundo, es preciso que oigamos también las profecías.

El testimonio de los profetas

7. En verdad, a partir de la profecía dejamos convictos a los paganos contradictores. ¿Quién es Cristo?, dice el pagano. Le respondemos: A quien prenunciaron los profetas. Y él: ¿Qué profetas? Decimos de memoria: Isaías, Daniel, Jeremías, otros profetas santos; decimos cuánto tiempo antes que él vinieron, en cuánto tiempo precedieron a su venida. Esto, pues, respondemos: «Los profetas le precedieron, predijeron que él iba a venir». «¿Qué profetas?», responderá alguno de ellos. Nosotros decimos de memoria los que cotidianamente se nos leen en público. Y él: «¿Quiénes son estos profetas?». Nosotros respondemos: «Quienes predijeron también lo que vemos que sucede». Y él: «Vosotros os inventáis eso; habéis visto que esto sucede y, cual si se hubiera predicho que sucedería, lo habéis escrito en los libros que quisisteis». Aquí contra los enemigos paganos nos sale al encuentro el testimonio de otros enemigos. De los judíos sacamos los códices y respondemos: «Como es notorio para todos, vosotros y ellos sois enemigos de nuestra fe. Ellos están dispersos por las naciones, precisamente para que por unos enemigos podamos dejar convictos a otros».

Presenten los judíos el códice de Isaías; veamos si no leo allí: Como oveja fue conducido a ser inmolado y, como estuvo sin voz un cordero ante el esquilador, así no abrió su boca. Mediante la bajeza fue sustraído su juicio; su contusión nos ha sanado. Todos hemos vagado errantes como ovejas, y él mismo ha sido entregado a cambio de nuestros pecados20. He aquí una lámpara. Sea presentada otra, ábrase el salmo, también de él léase en público, predicha, la pasión de Cristo: Taladraron mis manos y mis pies, contaron todos mis huesos; por su parte, ellos me contemplaron y observaron; se dividieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica. En ti está mi alabanza, en la gran asamblea te confesaré. Se acordarán y se volverán al Señor todos los límites de la tierra y adorarán en su presencia todos los países de las naciones, porque del Señor es el reino y él será dueño de las naciones21. Ruborícese un enemigo, porque el otro enemigo me sirve un códice. Pero he aquí que con los códices presentados por un enemigo he vencido al otro; mas no ha de dejarse de lado a ese mismo que me presentó el códice; preséntelo él, para ser vencido él mismo. Leo otro profeta y hallo que el Señor dice a los judíos: Mi voluntad no está en vosotros, dice el Señor, ni de vuestras manos aceptaré sacrificio, porque de la salida del sol hasta el ocaso se ofrece a mi nombre un sacrificio puro22. No vienes, judío, al sacrificio puro; te dejo convicto de ser impuro.

Las lámparas atestiguan el día

8. He aquí que también las lámparas dan testimonio del día por nuestra debilidad, porque no podemos soportar ni mirar la claridad del día. En verdad, también nosotros, los cristianos, ciertamente somos ya luz en comparación con los infieles; por eso dice el Apóstol: Pues fuisteis otrora tinieblas; ahora, en cambio, luz en el Señor; caminad como hijos de luz23; y en otro lugar: La noche ha avanzado; el día, en cambio, se ha acercado; rechacemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz; como de día, caminemos honestamente24. Sin embargo, porque en comparación con la luz a que hemos de llegar, aún es noche aun el día en que estamos, escucha al apóstol Pedro; dice que desde la magnífica potestad se dirigió al Señor Cristo esta voz: Tú eres mi Hijo querido, respecto al cual pensé bien. Esta voz, afirma, nosotros la oímos dirigida desde el cielo, cuando estuvimos con él en el monte santo25. Pero, porque nosotros no estuvimos allí ni entonces oímos del cielo esa voz, nos dice Pedro mismo: Y tenemos por más cierta la palabra profética. No habéis oído la voz dirigida desde el cielo, pero tenéis por más cierta la palabra profética. En efecto, el Señor Jesucristo, al prever que iba a haber ciertos impíos que interpretarían capciosamente sus milagros, atribuyéndolos a artes mágicas, envió por delante a los profetas. Por cierto, si era mago y con artes mágicas hizo que se le tributara culto incluso después de muerto, ¿era mago antes de nacer? Escucha a los profetas, oh hombre muerto y trapacero porque te agusanas; escucha a los profetas; leo, escucha a quienes vinieron antes que el Señor. Tenemos, afirma el apóstol Pedro, por más cierta la palabra profética, a la cual hacéis bien en atender como a lámpara en lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones26.

La luz que ni el ojo vio ni el corazón se imaginó

9. Cuando, pues, venga nuestro Señor Jesucristo y, como dice también el apóstol Pablo, ilumine lo oculto de las tinieblas y manifieste los pensamientos del corazón, para que cada uno tenga de Dios la alabanza27, entonces, presente tal día, no serán necesarias las lámparas, no se nos leerá ningún profeta, no se abrirá el códice del Apóstol, no buscaremos con insistencia el testimonio de Juan, no necesitaremos el evangelio mismo. Serán, pues, retiradas del medio todas la Escrituras que en la noche de este mundo se nos encendían cual lámparas, para no quedarnos en tinieblas; retiradas todas éstas, cuya luz ya no nos hará falta, y cuando los hombres mismos de Dios, mediante los que se nos sirvieron estas cosas, vean con nosotros aquella luz verdadera y clara; apartadas, pues, estas ayudas, ¿qué veremos?, ¿de qué se alimentará nuestra mente?, ¿de qué se alegrará la mirada?, ¿de dónde vendrá aquel gozo que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió?28, ¿qué veremos? Por favor, amad conmigo, corred creyendo conmigo; deseemos la patria de arriba, suspiremos por la patria de arriba, sintámonos aquí exiliados. ¿Qué veremos entonces? Dígalo el evangelio: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios29. Llegarás a la fuente desde la que se derramó sobre ti el rocío; verás desnuda esa luz misma, para ver y soportar la cual eres limpiado, desde la que, indirectamente y a través de sinuosidades, te fue enviado un rayo al corazón tenebroso.

Queridísimos, dice Juan mismo —cosa que también ayer recordé—, somos hijos de Dios y aún no ha aparecido qué seremos; sabemos que, cuando haya aparecido, seremos similares a él porque lo veremos como es30. Percibo que vuestros afectos son llevados conmigo a lo alto; pero el cuerpo, que se corrompe, embota al alma, y la morada terrena abate a la mente, que piensa muchas cosas31. Voy a dejar yo ese códice, y vosotros vais a marcharos cada uno a lo suyo. En la luz común nos ha ido bien, hemos gozado bien, hemos exultado bien; pero, cuando nos separamos unos de otros, no nos separemos de ella.