TRATADO 31

Comentario a Jn 7,25-36, predicado en Hipona durante la segunda quincena de agosto de 414

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

Jesús escondido, misterio oculto

1. Recuerda Vuestra Caridad que en los sermones anteriores se ha leído en el evangelio —y os he explicado como he podido— que el Señor Jesús subió a la fiesta como en secreto, no porque temiera ser detenido él, que tenía poder de no ser detenido, sino para dar a entender que también en el día festivo mismo que celebraban los judíos se ocultaba él, y que esto era un misterio suyo. El poder, pues, que se consideraba timidez ha aparecido en la lectura hodierna, pues en el día festivo hablaba públicamente, hasta el punto de que las turbas se asombraban y decían lo que hemos oído cuando se leía la lectura: ¿Acaso no es este a quien buscaban matar? Y he aquí que habla públicamente y no le dicen nada. ¿Acaso las autoridades han reconocido que éste es el Mesías?1 Quienes conocían con qué saña se le buscaba, se asombraban del poder en virtud del cual no se le detenía. Después, por no entender su poder, supusieron que las autoridades tenían saber —que habían reconocido que él mismo era el Mesías—, y que por eso tuvieron miramientos con él, a quien tanto habían buscado matar.

El origen de Cristo

2. Después, los mismos que habían dicho entre ellos «¿Acaso las autoridades han reconocido que éste es el Mesías?», se plantearon la cuestión de por qué les parecía que él no era el Mesías, pues continuaron diciendo: Pero en cuanto a ése sabemos de dónde es; cuando, en cambio, venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es2. De dónde surgió entre los judíos esta opinión, que cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es —pues no surgió sin razón—, si consideramos las Escrituras, encontramos, hermanos, que las Santas Escrituras dijeron del Mesías que será llamado Nazareo3. Predijeron, pues, de dónde es. De nuevo, si buscamos el lugar de su nacimiento, como si él viniera de donde nació, tampoco esto se ocultaba a los judíos, en razón de las Escrituras que predijeron esas cosas. En efecto, cuando los Magos, vista la estrella, buscaban adorarlo, vinieron a Herodes4 y dijeron qué buscaban y qué querían; él, por su parte, convocados quienes sabían la Ley, les preguntó dónde nacería el Mesías. Ellos dijeron: «en Belén de Judá»5, y profirieron también un testimonio profético6. Si, pues, los profetas habían predicho el lugar de donde era el origen de su carne y el lugar donde su madre lo parió, ¿de dónde nació entre los judíos esa opinión que acabamos de escuchar, Cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es, sino de que las Escrituras habían predicho y prenunciado una y otra cosa? Las Escrituras habían predicho de dónde era en cuanto hombre; en cuanto Dios, se ocultaba a los impíos y buscaba a los piadosos. Por cierto, respecto a esto también ésos dijeron: «Cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es», porque esta opinión se la había producido lo que mediante Isaías está dicho: ¿Quién explicará con todo detalle su generación?7 Al fin, el Señor mismo respondió también a una y otra cosa, que sabían y no sabían de dónde era, para dar testimonio de la santa profecía que respecto a él se había predicho, la de la debilidad, según la humanidad, y la de la majestad, según la divinidad.

3. Escuchad, pues, hermanos, la Palabra del Señor y ved cómo les confirmó tanto lo que dijeron: «En cuanto a ése sabemos de dónde es», como lo que dijeron: Cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es. Gritaba, pues, Jesús mientras enseñaba en el templo: Me conocéis y sabéis de dónde soy; mas no he venido por mí mismo, pero es veraz quien me envió, al que vosotros no conocéis8. Esto es decir: «Me conocéis y no me conocéis»; esto es decir: Sabéis de dónde soy y no sabéis de dónde soy. Sabéis de dónde soy, Jesús de Nazaret, a cuyos padres también conocéis. De hecho, en este asunto se ocultaba sólo el parto virginal, cuyo testigo era empero el marido, pues podía indicar fielmente esto el mismo que maritalmente podría también sentir celos. Exceptuado, pues, este parto virginal, respecto a Jesús conocían por entero todo lo que se refiere al hombre: su rostro era conocido, su patria era conocida, su ascendencia era conocida, se sabía donde nació. Con razón, pues, según la carne y la efigie humana que llevaba, dijo: «Me conocéis y sabéis de dónde soy»; en cambio, según la divinidad, dijo: «Mas no he venido por mí mismo, pero es veraz quien me envió, al que vosotros no conocéis; pero, para conocerlo, creed en quien me envió, y lo conoceréis. En efecto, nadie ha visto nunca a Dios, sino que el Unigénito Hijo que está en el seno del Padre, ése mismo lo explicó con todo detalle9; y: Al Padre no lo conoce sino el Hijo y a quien el Hijo quiera revelarlo10.

4. Finalmente, después de haber dicho: «Pero es veraz quien me envió, al que vosotros no conocéis», para manifestarles cómo podrían saber lo que ignoraban, añadió: Yo lo conozco. Preguntadme, pues, para que lo conozcáis. Ahora bien, ¿por qué lo conozco? Porque procedo de él, y él mismo me envió11. Magníficamente ha manifestado una y otra cosa. Afirma «procedo de él» porque, en cuanto Hijo, procede del Padre y cualquier cosa que es el Hijo procede de aquel cuyo Hijo es. Por eso llamamos «Dios de Dios» al Señor Jesús, y al Padre no lo llamamos «Dios de Dios», sino sólo «Dios»; y llamamos al Señor Jesús «Luz de Luz», y al Padre no lo llamamos «Luz de Luz», sino sólo «Luz». A esto, pues, se refiere lo que dijo: Procedo de él. En cambio, respecto a que me veis en la carne, él mismo me envió. Cuando oyes «él mismo me envió», no entiendas desemejanza de naturaleza, sino la autoridad del Engendrador.

La hora de Jesús

5. Buscaban, pues, prenderlo, mas nadie echó las manos contra él, porque aún no había llegado su hora12; esto es, porque no quería. En efecto, ¿qué significa: Aún no había llegado su hora? Por cierto, el Señor no nació sujeto al hado. Esto no ha de creerse ni siquiera respecto a ti, ¡cuánto menos de aquel mediante el que has sido hecho! Si tu hora es voluntad suya, su hora ¿cuál es, sino su voluntad? Habló, pues, no de la hora en que sería forzado a morir, sino de esa en que se dignaría ser asesinado, pues aguardaba el tiempo de morir, porque aguardó el tiempo de nacer. Al hablar de este tiempo, asevera el Apóstol: Cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo13. Por eso, muchos dicen: ¿Por qué Cristo no vino antes? A los cuales ha de responderse que aún no había venido la plenitud del tiempo, dirigida por aquel mediante el que han sido hechos los tiempos, pues sabía cuándo debía venir. Primeramente había de ser anunciado a través de una larga serie de épocas y años, pues estuvo por venir algo no insignificante: durante largo tiempo había que anunciarlo a él, siempre había que poseerlo. Cuanto más importante era el juez que venía, tanto más larga serie de heraldos lo precedía. Por fin, cuando vino la plenitud del tiempo, vino también quien nos libraría del tiempo. En efecto, libres del tiempo, vamos a llegar a aquella eternidad donde no hay tiempo ni se dice allí: «Cuándo vendrá la hora», pues es un día eterno al que no precede el de ayer ni lo desplaza el de mañana. En cambio, en este mundo giran los días y unos pasan y otros vienen; ninguno permanece y los momentos en que hablamos se expelen recíprocamente y, para que pueda sonar la segunda sílaba, la primera no se mantiene. Desde que he comenzado a hablar he envejecido un poco y, sin duda alguna, ahora soy más viejo que esta mañana. Así, nada se mantiene, nada permanece fijo en el tiempo. Así pues, para ser liberados del tiempo y fijados en la eternidad, donde ya no hay ninguna mutabilidad de los tiempos, debemos amar a aquel mediante quien han sido hechos los tiempos. Por tanto, gran misericordia de nuestro Señor Jesucristo es que por nosotros se haya hecho temporal él, mediante el cual han sido hechos los tiempos; que se haya hecho una criatura entre todas él, mediante quien todo se hizo; que se haya hecho lo que había hecho. En efecto, se hizo lo que había hecho, ya que, para que no pereciese lo que había hecho, hombre se hizo quien había hecho al hombre. Según esta dispensación, había llegado ya la hora del nacimiento y él había nacido; pero aún no había llegado la hora de la pasión; por eso, no había padecido aún.

En Cristo hay no fatalidad, sino libertad

6. En fin, para que conozcáis no la fatalidad, sino la potestad del Muriente —digo esto por algunos que, al oír: «Aún no había llegado su hora», se afianzan en creer los fatos y sus corazones se hacen fatuos—; para que, pues, conozcáis la potestad del Muriente, recordad la pasión misma, mirad al Crucificado. Dijo, cuando pendía en el madero: Tengo sed. Ellos, oído esto, con una caña le ofrecieron en la cruz, mediante una esponja, vinagre; lo tomó, y aseveró: Está terminado. E, inclinada la cabeza, entregó el espíritu14. Veis la potestad del Muriente, porque aguardaba esto, mientras se cumplía lo que respecto a él se predijo que iba a suceder antes de la muerte. En efecto, había dicho un profeta: Para comida mía dieron hiel, y en mi sed me dieron de beber con vinagre15. Aguardaba que todo esto se cumpliese; tras haberse cumplido, dijo: «Está terminado», pues se marchó por potestad porque no había venido por fatalidad. Por eso, algunos se asombraron más de esa potestad del Muriente que de la potencia del hacedor de milagros. Por cierto, se acercaron a la cruz a bajar del madero los cuerpos, porque amanecía el sábado, y encontraron vivos a los bandidos. De hecho, el suplicio de la cruz era más duro, porque atormentaba más y a todos los crucificados los mataba una muerte lenta. Pues bien, para que aquéllos no permaneciesen en el madero, fueron forzados a morir quebradas las piernas, para poder bajarlos de allí. Al Señor, en cambio, lo encontraron muerto16, y se asombraron los hombres; y quienes vivo lo despreciaron, muerto lo admiraron, de modo que algunos decían: Realmente éste es un hijo de Dios17. A eso se debe, hermanos, también aquello, cuando dijo a quienes lo buscaban: «Yo soy», y ellos, tras retroceder, cayeron todos18. Había, pues, en él suprema potestad. No le forzaba a morir una hora, sino que aguardaba la hora en que se realizase oportunamente la voluntad, no en la que se cumpliera la fatalidad de alguien obligado.

El enfermo busca al médico

7. Ahora bien, muchos de la turba creyeron en él. El Señor hacía salvos a los de baja condición y a los pobres. Las autoridades estaban fuera de sí y, por eso, no sólo no reconocían al médico, sino que incluso ansiaban matarlo. Había cierta turba que vio pronto su enfermedad y conoció sin dilación la medicina de aquél. Ved qué se dijo esa turba impresionada por los milagros: ¿Acaso cuando venga el Mesías va a hacer más numerosos milagros?19 Ciertamente, si no habrá dos Mesías, éste es. Creyeron, pues, en él quienes decían eso.

La voluntad de Jesús impide su arresto

8. Las autoridades aquellas, en cambio, oída la fe de la muchedumbre y el murmullo que glorificaba a Cristo, enviaron agentes a prenderlo. ¿A quién iban a prender? ¿A quien aún no quería? Porque, pues, no podían prender a quien no quería, fueron enviados a oír a quien enseñaba. A quien enseñaba ¿qué? Dice, pues, Jesús: Poco tiempo estoy aún con vosotros. Lo que queréis hacer ahora mismo, vais a hacerlo, pero no ahora mismo, porque ahora mismo no quiero. ¿Por qué aún no quiero ahora mismo? Porque poco tiempo estoy aún con vosotros y entonces voy a quien me envió20. Debo cumplir mi dispensación y llegar así a mi pasión.

9. Me buscaréis, mas no me hallaréis; y adonde estoy yo, vosotros no podéis venir21. Aquí ha predicho ya su resurrección, pues no quisieron reconocerlo presente y después lo buscaron cuando vieron a la multitud creer ya en él, pues grandes signos tuvieron lugar, también cuando el Señor resucitó y ascendió al cielo. Entonces tuvieron lugar mediante los discípulos grandes señales; pero mediante ellos las realizaba él, que también las realizaba por sí mismo, pues él mismo les había dicho: Sin mí no podéis hacer nada22. Cuando el cojo aquel que se sentaba a la puerta se levantó a la voz de Pedro y caminó por su pie, de modo que los hombres se asombraron, Pedro les dijo que hizo eso no con su poder, sino con la fuerza de aquel a quien ellos asesinaron23. Muchos, compungidos, dijeron: ¿Qué haremos?24 Se vieron, en efecto, ligados por el ingente crimen de impiedad, porque asesinaron a quien debieron venerar y adorar, y supusieron que esto era inexpiable. Grande era, en efecto, el delito cuya consideración los hacía desesperar; pero no debían desesperar esos por quienes el Señor, pendiente en la cruz, se dignó orar. Había dicho, en efecto: Padre, perdónalos, porque desconocen qué hacen25. Veía, entre muchos extraños, a algunos suyos; pedía perdón para esos de quienes aún recibía injurias, pues se fijaba no en que moría a manos de ésos mismos, sino en que moría por ésos mismos. Mucho es lo que les fue concedido —a manos de ésos mismos y por ésos mismos— para que nadie desespere del perdón de su pecado, siendo así que merecieron el perdón quienes asesinaron a Cristo. Cristo murió por nosotros; pero ¿acaso a manos nuestras? En cambio, por su asesinato vieron ellos a Cristo morir y creyeron en Cristo que perdonaba sus asesinatos. Hasta que bebieron la sangre que habían derramado, desesperaron de su salvación.

Dijo, pues, esto: Me buscaréis, mas no me hallaréis; y adonde estoy yo, vosotros no podéis venir, porque tras la resurrección iban a buscarlo compungidos. No dijo «donde estaré», sino «donde estoy», pues Cristo estaba siempre allí adonde había de regresar, pues vino sin marcharse. Por ende asevera en otro lugar: «Nadie ha ascendido al cielo, sino quien ha descendido del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo»26; no ha dicho «que estuvo en el cielo». Hablaba en la tierra y decía estar en el cielo. Vino sin marcharse de allí; ha regresado sin abandonarnos. ¿De qué os asombráis? Dios hace esto, pues el hombre, según el cuerpo, está en un lugar y de ese lugar se marcha; y, cuando va a otro lugar, no estará en este lugar de donde vino; Dios, en cambio, llena todo y está entero por doquier; los lugares no lo contienen mediante el espacio. Sin embargo, el Señor Cristo estaba en la tierra según la carne visible, en el cielo y en la tierra según la invisible majestad; por eso asevera: Adonde yo estoy, vosotros no podéis venir. No ha dicho «no podréis», sino «no podéis», pues entonces eran de tal condición que no podían. Por cierto, para que sepáis que esto no está dicho para desesperación, también a sus discípulos dijo algo parecido: Adonde yo voy, vosotros no podéis venir27, aunque, al orar por ellos, había dicho: Padre, quiero que donde yo estoy, también ésos mismos estén conmigo28. Finalmente expuso esto a Pedro y le dijo: Adonde yo voy, no puedes seguirme ahora mismo; en cambio, me seguirás después29.

Una profecía involuntaria

10. Dijeron, pues, los judíos, no a él, sino a ellos mismos: ¿A dónde va a ir éste, porque no lo hallaremos? ¿Acaso va a ir a la dispersión de los gentiles y a enseñar a los gentiles?30 De hecho, no sabían lo que dijeron, pero profetizaron porque él quiso, pues el Señor iba a ir a los gentiles no con la presencia de su cuerpo, sino en todo caso con sus pies. ¿Quiénes eran sus pies? Los pies que Pablo quería pisotear persiguiéndolos, cuando la cabeza le gritó: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?31 ¿Qué significa esta palabra que dijo: me buscaréis y no me hallaréis; y adonde yo estoy, vosotros no podéis venir?32 Desconocían por qué dijo esto el Señor y empero profetizaron, sin saberlo, algo que iba a suceder. Dijo, en efecto, esto el Señor, porque ellos no conocían el lugar, si empero hay que hablar de lugar, esto es, el seno del Padre, de donde el Hijo unigénito no se ausenta nunca, ni eran idóneos para pensar en el lugar donde estaba Cristo, de donde no se ha alejado Cristo, a donde iba a regresar Cristo, donde permanecía Cristo. ¿Cómo podrá pensar en esto el corazón humano y, menos aún, explicarlo con la lengua? Ellos, pues, no entendieron esto de ningún modo y empero con esta ocasión predijeron nuestra salvación: que el Señor iba a ir a la dispersión de los gentiles y a cumplir lo que leían y no entendían: Un pueblo al que no conocí me sirvió como esclavo, me prestó atención con la atención del oído33. No le oyeron aquellos ante cuyos ojos estuvo; le oyeron aquellos a cuyos oídos se dejó oír con claridad.

El que fue juzgado juzgará

11. Por cierto, la mujer que padecía flujo de sangre representaba el tipo de aquella Iglesia que iba a venir de los gentiles; tocaba y no era vista; nadie la conocía y era sanada. De hecho, era una figura lo que el Señor interrogó: ¿Quién me ha tocado?34 Como si él lo desconociese, sanó a la desconocida; así hizo también a los gentiles. No lo hemos conocido en la carne, mas hemos merecido comer su carne y en su carne ser miembros. ¿Por qué? Porque envió hacia nosotros. ¿A quiénes? A sus heraldos, a sus discípulos, a sus siervos, a sus redimidos que ha creado, más bien, a sus hermanos que ha redimido —absolutamente todo lo que he dicho es poco—, a sus miembros, a él mismo, pues nos envió a sus miembros y nos ha hecho miembros suyos. Sin embargo, según el aspecto corporal que los judíos vieron y despreciaron, Cristo no estuvo entre nosotros, porque también esto estaba dicho de él, como también el Apóstol dice: Pues digo que Cristo fue ministro de la circuncisión en atención a la veracidad de Dios, para confirmar las promesas de los padres35. Debió venir a esos por cuyos padres y a cuyos padres fue prometido; por eso también él mismo asevera así: No he sido enviado sino a las ovejas de la casa de Israel que perecieron36. Pero ¿qué dice el Apóstol a continuación? Para que, por su parte, los gentiles glorifiquen a Dios por la misericordia37. Y el Señor mismo, ¿qué dice? Tengo otras ovejas que no son de este redil38. Quien había dicho: «No he sido enviado sino a las ovejas de la casa de Israel que perecieron», ¿cómo tiene otras ovejas a las que no ha sido enviado, sino porque dio a entender que él había sido enviado a mostrar su presencia corporal sólo a los judíos, que lo vieron y asesinaron? Mas muchos de ellos creyeron antes y después. La cosecha primera se aventó desde la cruz, para que hubiese semilla de donde surgiera otra cosecha. En verdad, ahora, cuando estimulados por la reputación del Evangelio y por su buen olor creen sus fieles de todas las naciones, acontecerá la expectación de las naciones, cuando venga quien ya ha venido39; cuando todos verán a ese a quien entonces no vieron algunos y algunos vieron; cuando venga a juzgar quien vino a ser juzgado; cuando venga a reconocer quien vino a no ser reconocido. De hecho, Cristo fue no separado de los impíos, sino juzgado con los impíos, pues de él está dicho: Entre los inicuos fue contado40. El bandido quedó libre; Cristo fue condenado41. Recibió perdón el culpable, fue condenado quien perdonó los crímenes de cuantos los confiesan. Sin embargo, si te fijas, incluso la cruz misma fue un tribunal, ya que, colocado en medio el juez, un bandido, el que creyó, fue liberado42; el otro, el que escarneció, fue condenado. Daba ya a entender lo que va a hacer con los vivos y los muertos: poner a unos a la derecha, y a otros a la izquierda. Un bandido es similar a quienes estarán a la izquierda, el otro es similar a quienes estarán a la derecha. Era juzgado y amenazaba con el juicio.