TRATADO 29

Comentario a Jn 7,14-18, predicado en Hipona al día siguiente del tratado anterior

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

¿Jesús, seductor de la gente?

1. Lo que sigue del evangelio y se ha leído hoy, veámoslo consiguientemente también nosotros y a propósito digamos lo que el Señor nos conceda. Ayer leímos hasta aquí: que, aunque no habían visto en el templo al Señor Jesús durante el día festivo, hablaban empero de él, y unos decían: «Es bueno»; otros, en cambio: No, sino que seduce a las turbas1. De hecho, esto está dicho para solaz de quienes, al predicar después la palabra de Dios, iban a ser como seductores, mas veraces2. Por cierto, si seducir es engañar, ni Cristo ni sus apóstoles son seductores ni cristiano alguno debe ser seductor; si, en cambio, seducir es conducir a alguien de un punto a otro mediante persuasión, ha de preguntarse de dónde y a dónde; si del mal al bien, es seductor bueno; si del bien al mal, es seductor malo. Ojalá, pues, se nos llame y seamos seductores hacia esta parte que del mal seduce al bien a los hombres.

Extrañeza por la sabiduría de Jesús

2. Subió, pues, más tarde el Señor al día festivo, mediado el día festivo, y enseñaba. Y se asombraban los judíos, diciendo: ¿Cómo éste sabe letras aunque no ha aprendido?3 El que estaba oculto enseñaba, hablaba públicamente y no se le arrestaba. Lo de ocultarse era a causa del ejemplo; lo otro, del poder. Pero, porque enseñaba, se asombraban los judíos. Ciertamente, todos, en cuanto supongo, se asombraban, pero no todos se convertían. ¿Y por qué el asombro? Porque muchos conocían dónde había nacido, cómo había sido educado; nunca lo habían visto aprender letras; en cambio, lo oían exponer con detalle la Ley, proferir sobre la Ley testimonios que nadie podría proferir si no los hubiese leído, nadie leerlos si no hubiese aprendido letras; y por eso se asombraban. Ahora bien, su asombro fue para el Maestro ocasión de introducir más hondo la verdad, ya que, en virtud de su asombro y sus palabras, el Señor dijo algo profundo y digno de contemplarse y examinarse muy diligentemente. Por lo cual, reclamo la atención de VuestraCaridad, no sólo para escucharme en vuestro favor, sino también para que oréis por mí.

Mi doctrina no es mía

3. ¿Qué, pues, respondió el Señor a quienes se asombraban de cómo sabía letras que no había aprendido? Mi doctrina, afirma, no es mía, sino de quien me envió4. He aquí la primera profundidad, pues parece como si en pocas palabras dijese cosas contrarias, ya que no asevera «esa doctrina no es mía», sino: Mi doctrina no es mía. Si no es tuya, ¿cómo tuya? Si tuya, ¿cómo no tuya? Dices, en efecto, una y otra cosa: Mi doctrina y No es mía. De hecho, si hubiera dicho «esa doctrina no es mía», no habría dificultad alguna. Pero ahora, hermanos, observad primero la dificultad, y así, por orden, aguardad la solución, porque quien no ve la dificultad que se propone, ¿cómo entenderá lo que se expone? En dificultad, pues, está lo que asevera: «Mía no mía»; esto parece ser una contradicción: ¿cómo «mía», cómo «no mía»? Si, pues, miramos diligentemente lo que el santo evangelista mismo dice en el exordio: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios5, de ahí pende la solución de esta dificultad. ¿Cuál es, pues, la doctrina del Padre, sino la Palabra del Padre? Cristo en persona es la doctrina del Padre, si es la Palabra del Padre. Pero, porque la palabra no puede ser de nadie, sino de alguien, ha dicho que la doctrina, él mismo, es suya y no suya, por ser la Palabra del Padre. Efectivamente, ¿Qué tan tuyo como tú? ¿Y qué tan no tuyo como tú, si lo que eres es de otro?

La palabra, signo que conduce a Dios

4. La Palabra, pues, es Dios y Palabra de doctrina inmutable, doctrina no sonora mediante sílabas y volátil, sino que permanece con el Padre, para que a ella, permanente, nos volvamos, estimulados por los sonidos pasajeros. De hecho, lo que pasa no nos estimula llamándonos hacia lo transitorio. Se nos estimula a querer a Dios. Lo que he dicho es, entero, sílabas; han hecho vibrar al aire golpeado, para llegar al sentido de vuestros oídos; tras sonar, han pasado. Sin embargo, eso a que os he estimulado no debe pasar, porque aquel a quien os he estimulado a querer no pasa y, cuando estimulados por las sílabas pasajeras os hubiereis vuelto a Dios, tampoco vosotros pasaréis, sino que permaneceréis con el Permanente. En la doctrina, esto es grande, hondo y eterno: lo que permanece; hacia ello llama lo que pasa temporalmente, cuando significa bien y no se lo profiere mendazmente. Por cierto, todos los signos que proferimos por sonidos significan algo que no es el sonido. Dios, en efecto, no es una sílaba breve, ni damos culto a una sílaba breve, ni adoramos una sílaba breve, ni deseamos llegar a una sílaba breve que deja de sonar casi antes de comenzar, ni en ella hay lugar para la vocal segunda si no hubiere pasado la primera. Permanece, pues, algo grande que llamamos Dios, aunque no permanece el sonido cuando se dice «Dios». Atended así a la doctrina de Cristo y llegaréis a la Palabra de Dios; por otra parte, cuando hayáis llegado a la Palabra de Dios, observad que la Palabra era Dios, y veréis que está dicha una verdad: «Mi doctrina»; observad también de quién es Palabra, y veréis que con razón está dicho: No es mía.

Cristo, doctrina del Padre

5. Brevemente, pues, digo a Vuestra Caridad que me parece que el Señor Jesucristo dijo esto: Mi doctrina no es mía, como si dijera: «Yo no existo por mí mismo». Efectivamente, aunque decimos y creemos que el Hijo es igual al Padre, y que en ellos no hay distancia alguna de naturaleza ni de sustancia, y que tampoco media intervalo alguno temporal entre quien engendra y el engendrado, sin embargo, a salvo y custodiado eso, decimos que uno es Padre y otro el Hijo. Ahora bien, no hay padre si no tiene hijo, y no hay hijo si no tiene padre; pero, en todo caso, el Hijo es Dios procedente del Padre; en cambio, el Padre es Dios, pero no procedente del Hijo. Padre del Hijo, no Dios procedente del Hijo; el otro, en cambio, Hijo del Padre y Dios procedente del Padre, pues al Señor Cristo se le llama Luz procedente de Luz. La Luz, pues, que no procede de la Luz, y la Luz igual, que procede de la Luz, son juntamente una única Luz, no dos luces.

La verdadera fe

6. Si lo hemos entendido, ¡gracias a Dios! Si, en cambio, alguien ha entendido un poco y ha hecho, como hombre, lo que ha podido, mire de dónde espera el resto. Como obreros, podemos plantar y regar por fuera, pero dar crecimiento es de Dios6. Mi doctrina, afirma, no es mía, sino del que me envió. Quien dice: «Aún no lo he entendido», escuche un consejo. Al ser dicha una cosa grande ciertamente y profunda, el Señor Cristo mismo vio, sí, que no todos iban a entender esto tan profundo, y en lo que sigue dio un consejo. ¿Quieres entender? Cree, pues Dios dijo mediante un profeta: Si no creéis, no entenderéis7. Con esto se relaciona lo que también aquí añadió el Señor a continuación: Si alguien quisiere hacer su voluntad, respecto a la doctrina conocerá si viene de Dios, o si yo hablo por mí mismo8. ¿Qué significa esto: Si alguien quisiere hacer su voluntad? Pero yo había dicho: «Si creéis», y había dado este consejo: Si no has entendido, digo, cree, pues la comprensión es el salario de la fe. No busques, pues, entender para creer, sino cree para entender, porque, si no creéis, no entenderéis. Aunque, pues, como consejo para la posibilidad de entender he dado la obediencia de creer y he dicho que el Señor Jesucristo añadió esto mismo en la sentencia siguiente, hallamos que él ha dicho: Si alguien quisiere hacer su voluntad, respecto a la doctrina conocerá. ¿Qué significa «conocerá»? Significa esto: entenderá. Por otra parte, lo que significa: «Si alguien quisiere hacer su voluntad», esto significa creer. Pero todos entienden que «conocerá» es esto: entenderá. Pero, para que con toda diligencia se entienda que lo que asevera: Si alguien quisiere hacer su voluntad, se refiere a creer, necesitamos como expositor a nuestro Señor mismo, para que nos indique si hacer la voluntad del Padre se refiere, de verdad, a creer.

¿Quién ignora que hacer la voluntad de Dios es realizar su obra, esto es, lo que le agrada? Por su parte, el Señormismo dice abiertamente en otro lugar: Ésta es la obra de Dios: que creáis en quien él envió9. Que creáis en él, no que le creáis. Pero, si creéis en él, le creéis; en cambio, quien le cree, no cree en él al instante. De hecho, incluso los demonios le creían, mas no creían en él. De nuevo podemos decir también respecto a sus apóstoles: «Creemos a Pablo», pero no «Creemos en Pablo»; «Creemos a Pedro», pero no«Creemos en Pedro», pues a quien cree en quien justifica al impío, su fe se evalúa para justicia10. ¿Qué es, pues, creer en él? Amarlo creyendo, quererlo creyendo, ir a él creyendo, dejarse incorporar a sus miembros. Ésa es, pues, la fe que Dios exige de nosotros; mas no encuentra lo que exigir, si no hubiera dado lo que hallar. ¿Qué fe, sino la que el Apóstol definió plenísimamente en otro lugar: Ni la circuncisión vale algo ni el prepucio, sino la fe que obra mediante el amor?11 No una fe cualquiera, sino la fe que obra mediante el amor. Ésta esté en ti, y entenderás respecto a la doctrina. En efecto, ¿qué entenderás? Que esa doctrina no es mía, sino de quien me envió12. Esto es, entenderás que, en cuanto Hijo de Dios, Cristo, que es la doctrina del Padre, no existe en virtud de sí mismo, sino que es el Hijo del Padre.

La herejía de Sabelio

7. Esta afirmación desintegra la herejía sabeliana. Los sabelianos, en efecto, osaron decir que el Hijo es ese mismo que es también el Padre; que son dos nombres, pero una única realidad. Si fuesen dos nombres y una única realidad, no se diría: Mi doctrina no es mía. Ciertamente, si tu doctrina no es tuya, oh Señor, ¿de quién es, si no hay otro de quien sea? Los sabelianos no entienden lo que has dicho, pues no vieron la Trinidad, sino que siguieron el error de su corazón. Nosotros, adoradores de la Trinidad y de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y del único Dios, entendamos respecto a la doctrina de Cristo que no es suya, y que dijo que él no hablaba por sí mismo, precisamente porque Cristo es Hijo del Padre y el Padre es Padre de Cristo y el Hijo es Dios procedente de Dios Padre, y que, en cambio, Dios Padre no es Dios procedente de Dios Hijo.

Quien busca su propia gloria es el anticristo

8. Quien habla por su cuenta, busca la gloria propia13. Esto será el que llaman anticristo, que, como asevera el Apóstol, se eleva sobre todo lo que se llama Dios y es objeto de culto14. De hecho, al anunciar el Señor que ése mismo va a buscar su gloria, no la del Padre, dice a los judíos: Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me acogisteis; otro vendrá en su nombre; a éste acogeréis15. Dio a entender que iban a acoger al anticristo, el cual, inflado, no sólido y, por eso, no estable, sino completamente ruinoso, va a buscar la gloria de su nombre. Nuestro Señor Jesucristo, en cambio, nos dio un gran ejemplo de humildad. Él es ciertamente igual al Padre, en el principio existía ciertamente la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; ciertamente él mismo dijo, y dijo con toda verdad: «Tanto tiempo estoy con vosotros ¿y no me habéis conocido? Felipe, quien me ha visto, ha visto también al Padre16; ciertamente él mismo dijo, y dijo con toda verdad: Yo y el Padre somos una sola cosa17. Si, pues, él es una única cosa con el Padre, igual al Padre, Dios de Dios, Dios con Dios, coeterno, inmortal, igualmente inconmutable, igualmente sin tiempo, igualmente creador y ordenador de los tiempos, y, sin embargo, porque vino en el tiempo y tomó forma de esclavo y en el porte fue hallado como hombre18, busca la gloria del Padre, no la suya, ¿qué debes hacer tú, hombre, que cuando haces algo bueno, buscas tu gloria y, en cambio, cuando haces algo malo, proyectas una calumnia contra Dios? Pon la atención sobre ti: eres criatura, reconoce al Creador; eres esclavo, no desprecies al Señor; has sido adoptado, pero no por tus méritos; hombre adoptado, busca la gloria de aquel de quien tienes esta gracia, cuya gloria buscó quien es el Único nacido de él. Quien, en cambio, busca la gloria de quien lo envió, éste es veraz y no hay injusticia en él19. En el anticristo, en cambio, hay injusticia y no es veraz porque va a buscar su gloria, no la de quien lo envió, pues no ha sino enviado, sino que se le ha permitido venir. Ninguno de nosotros, pues, pertenecientes al cuerpo de Cristo, se deje en los lazos del anticristo, no busquemos nuestra gloria. Más bien, si él buscó la gloria de quien lo envió, ¿cuánto más no buscó la de quien nos ha hecho?