TRATADO 23

Comentario a Jn 5,31-40, predicado en Hipona, en julio de 414, al día siguiente del tratado 19

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

No seamos perezosos: hay que cavar hasta encontrar la roca

1. En cierto lugar del evangelio asevera el Señor que el oyente sensato de su palabra se parece a un hombre que, al querer edificar, cava muy hondo hasta llegar al cimiento de la estabilidad de la roca y, seguro, levanta allí lo que contra el ímpetu del río fabrica para que, cuando venga, lo haga rebotar la firmeza del edificio, en vez de causar con su impulso la ruina a la casa1. Supongamos que la Escritura de Dios es como un campo en que queremos edificar algo. No seamos perezosos ni estemos contentos con la superficie; cavemos muy hondo, hasta llegar a la roca: La roca era el Mesías2.

Juan, una simple lámpara

2. La lectura hodierna nos ha hablado del testimonio del Señor: no tiene necesidad de testimonio venido de los hombres, sino que lo tiene mayor de lo que son los hombres; y ha dicho cuál es este testimonio: Las obras que yo hago, afirma, dan testimonio de mí. Luego ha añadido: Y da testimonio de mí el Padre que me envió3. Dice que del Padre ha recibido también las obras que hace. Dan, pues, testimonio las obras, da testimonio el Padre. Y Juan ¿no dio testimonio alguno? Claro que lo dio, pero como una lámpara, no para saciar a los amigos, sino para confundir a los enemigos, pues ya antes la persona del Padre había predicho: Preparé para mi Cristo una lámpara; vestiré de confusión a sus enemigos; sobre él, en cambio, florecerá mi santificación4. Imagínate que estás en la noche, has observado una lámpara, te has asombrado de la lámpara y has exultado por la luz de la lámpara; pero esa lámpara dice que hay sol por el que debes exultar y, aunque ella arde en la noche, te manda aguardar el día. No es, pues, que no hacía falta el testimonio de aquel hombre. En efecto, ¿para qué se le enviaría si no hacía falta?

Las lámparas y la luz de Cristo

Pero, para que el hombre no se quede en la lámpara ni estime que le basta la luz de la lámpara, por eso, el Señor no dice que la lámpara haya sido inútil; pero tampoco dice que debes quedarte en la lámpara. La Escritura de Dios dice otro testimonio: allí Dios ha dado testimonio de su Hijo, y los judíos habían puesto su esperanza en esa Escritura, o sea, en la Ley de Dios servida a ellos mediante Moisés, servidor de Dios. Escrutad, afirma, la Escritura, en la cual vosotros suponéis tener vida eterna; ésa misma da testimonio de mí, mas no queréis venir a mí para tener vida5. ¿Por qué suponéis vosotros tener en la Escritura vida eterna? Preguntadle a ella de quién da testimonio y entenderéis qué es la vida eterna. Y, porque querían repudiar por Moisés a Cristo como a adversario de las instituciones y preceptos de Moisés, nuevamente los deja convictos, como sirviéndose de otra lámpara.

3. Todos los hombres, en efecto, son lámparas porque pueden encenderse y apagarse. Y, por cierto, las lámparas, cuando conocen, lucen y hierven en el espíritu 1; en verdad, también si ardían y se apagaron, hieden. De hecho, los siervos de Dios permanecieron como lámparas buenas, gracias al aceite de su misericordia, no gracias a sus fuerzas, pues la gratuita gracia de Dios, ella es el aceite de las lámparas. Cierta lámpara asevera: «Pues me fatigué más que todos ellos», y, para que no pareciese arder por sus fuerzas, añadió: Ahora bien, no yo, sino la gracia de Dios conmigo6. Toda profecía anterior a la venida del Señor es, pues, una lámpara; de ella dice el apóstol Pedro: Tenemos por más cierta la palabra profética, a la cual hacéis bien en atender como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y el lucero nazca en vuestros corazones7. Así pues, los profetas son lámparas y toda profecía es una única lámpara grande. Los apóstoles, ¿qué? ¿No son lámparas ellos también? Lisa y llanamente, son lámparas. De hecho, él solo no es lámpara, pues no se enciende y se apaga, porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida en sí mismo8.

También, pues, los apóstoles son lámparas y dan gracias por estar encendidas con la luz de la Verdad, hierven con el espíritu de caridad y les basta el aceite de la gracia de Dios. Si no fueran lámparas, no les diría el Señor: Vosotros sois la luz del mundo. Por cierto, tras haber dicho: «Vosotros sois la luz del mundo», muestra que no habían de tenerse por una luz igual a esa de la que está dicho: Era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo9. Ahora bien, esto está dicho del Señor, cuando se lo distinguía de Juan, pues de Juan Bautista se había dicho: «Él no era la Luz, sino para dar testimonio de la luz»10, también para que no dijeses: «¿Cómo no era la luz ese de quien Cristo dice que era la lámpara?»11 En comparación con la otra luz no era la Luz, pues la Luz verdadera era la que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Tras haber, pues, dicho también a los discípulos «Vosotros sois la luz del mundo», para que no supusieran que se les imputaba algo que sólo respecto a Cristo ha de entenderse, y así el viento de la soberbia apagase las lámparas; tras haber dicho:« Vosotros sois la luz del mundo», añadió a continuación: No puede esconderse una ciudad edificada sobre un monte, ni encienden una lámpara y la ponen bajo del celemín, sino sobre el candelabro, para que alumbre a todos los que están en la casa. Pero ¿qué pasaría si a los apóstoles no los llamó lámpara, sino «quienes encienden la lámpara» para ponerla sobre el candelabro? Oye que a ellos mismos los llama lámpara: Luzca vuestra luz ante los hombres, de forma que, al ver vuestras obras buenas, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos12.

Dios muestra a su Hijo por su mismo Hijo

4. Moisés, pues, dio testimonio de Cristo, Juan dio testimonio de Cristo y los demás profetas y apóstoles han dado testimonio de Cristo. A todos estos testimonios antepone el testimonio de sus obras, porque también mediante aquéllos Dios daba testimonio sólo de su Hijo. Pero Dios da de otro modo testimonio de su Hijo: mediante el Hijo mismo indica Dios a su Hijo, se indica a sí mismo mediante el Hijo. Si un hombre pudiera llegar a éste, no necesitará lámparas y, cavando verdaderamente muy hondo, llevará el edificio a la roca.

Sólo Dios es la felicidad del alma

5. Es, pues, fácil, hermanos, la lectura hodierna. Pero, en atención a la deuda de ayer —pues sé que la diferí, no la suprimí, y el Señor se ha dignado concederme hablaros también hoy—, recordad qué debéis pedir: que, guardadas la piedad y la humildad saludable, ojalá nos estiremos de algún modo no contra Dios, sino hacia Dios, y elevemos hacia él nuestra alma mientras la derramamos sobre nosotros como aquel del salmo al cual se decía: «¿Dónde está tu Dios?», respondió: He meditado, esto y derramado sobre mí mi alma13. Elevemos, pues, el alma, hacia Dios, no contra Dios, porque también está dicho esto: A ti, Señor, levanté mi alma14. Y elevémosla con su ayuda, porque está pesada. ¿Por qué está pesada? Porque el cuerpo, que se corrompe, embota al alma, y la morada terrena abate a la mente, que piensa muchas cosas15. Quizá, pues, no podamos recoger de muchas cosas en una sola nuestra mente y, arrancada de muchas cosas, levantarla a una sola —ciertamente no lo podremos si, como he dicho, no ayuda quien quiere que nuestras almas se levanten hacia él—, ni parcialmente alcancemos cómo la Palabra de Dios, el Único del Padre, coeterno e igual al Padre, no hace sino lo que vea al Padre hacer, aunque empero el Padre no hace nada sino mediante el Hijo, el cual ve.

Me parece que en este pasaje el Señor Jesús, al querer insinuar a los atentos e infundir en los capaces algo importante y al estimular, por otra parte, a los incapaces al estudio para que quienes aún no entienden sean hechos capaces viviendo bien, nos ha insinuado que el alma humana y la mente racional, que existe en el hombre y no existe en el ganado, no es vivificada, no es hecha feliz, no es iluminada sino por la sustancia misma de Dios; y que la misma alma hace algo mediante el cuerpo y a partir del cuerpo, y que tiene sometido al cuerpo, y que mediante lo corporal pueden los sentidos del cuerpo endulzarse o molestarse y que, mediante esto, o sea, mediante cierto consorcio del alma y el cuerpo en esta vida y trabazón, el alma se deleita, aliviados los sentidos del cuerpo, o se contrista, molestados ellos; y que empero su felicidad, que hace feliz al alma misma, no se logra sino por la participación de la vida de la sustancia siempre viva, inmutable y eterna que es Dios; de forma que, como el alma, que es inferior a Dios, hace vivir a lo que es inferior a ella, esto es, al cuerpo, así a la misma alma no la hace vivir felizmente sino lo que es superior al alma misma. Superior, en efecto, al cuerpo es el alma y superior al alma Dios. Suministra algo a lo inferior, le es suministrado por lo superior. Sirva ella a su Señor, para que su esclavo no la pisotee. Ésta es, hermanos míos, la religión cristiana, que se predica a través del mundo entero, horrorizados los enemigos, que, cuando son vencidos, refunfuñan, y se ensañan cuando prevalecen. Ésta es la religión cristiana: adorar al único Dios, no a muchos dioses, porque no hace feliz al alma sino el único Dios. La participación de Dios la hace feliz. No hace feliz al alma débil la participación de un alma santa ni la participación de un ángel hace feliz al alma santa; más bien, si el alma débil busca ser feliz, pregunte cómo es feliz el alma santa, pues no eres hecho feliz en virtud de un ángel, sino que lo que hace feliz al ángel te hace feliz también a ti.

Cristo, resurrección del cuerpo y del alma

6. Presentado y establecido firmísimante esto —que al alma racional no la hace feliz sino Dios; que el cuerpo no es vivificado sino mediante el alma, y que hay cierta parte central entre Dios y el cuerpo, el alma—, atended y recordad conmigo no la lectura hodierna, de la que he hablado suficientemente, sino la de ayer, a la que ya llevamos tres días dando vueltas y tratando, y a la que cavamos según nuestras fuerzas, hasta llegar a la roca: Cristo Palabra, Cristo Palabra de Dios en Dios, Cristo Palabra y Dios Palabra, Cristo Dios y asimismo Palabra, único Dios. Marcha hacia allí, alma, despreciado lo demás o incluso dejado atrás; marcha hacia allí. Nada más poderoso, nada más sublime que esa criatura a la que se llama alma racional. Cualquier cosa que hay sobre ésa, es ya el Creador.

Pues bien, yo decía que Cristo es la Palabra, Cristo es la Palabra de Dios, Cristo es el Dios Palabra. Pero, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros16, Cristo no sólo es la Palabra; Cristo es, pues, Palabra y carne, ya que, aunque existía en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios17. ¿Y nosotros, que débiles y que mientras nos arrastrábamos por el suelo no podíamos llegar a Dios, qué?¿Acaso habíamos de ser abandonados en lo más bajo? ¡Ni hablar! Se vació a sí mismo al tomar forma de esclavo, sin perder, pues, la forma de Dios. Quien, pues, era Dios se hizo hombre, tomando lo que no era, no perdiendo lo que era; así se hizo hombre Dios. Allí tienes algo por tu debilidad, allí tienes algo por tu perfección. Yérgate Cristo mediante lo que es hombre; condúzcate mediante lo que Dios es hombre, condúzcate a lo que es Dios. La entera predicación y dispensación mediante Cristo es ésta, hermanos, y no hay otra: que resuciten las almas, que también resuciten los cuerpos. Una y otra cosa estaba ciertamente muerta: el cuerpo por debilidad, el alma por iniquidad. Porque una y otra estaba muerta, resucite una y otra. ¿Qué una y otra? El alma y el cuerpo. ¿Gracias a qué resucita el alma sino gracias al Dios Cristo? ¿Gracias a qué resucita el cuerpo sino gracias al hombre Cristo? Efectivamente, también en Cristo había alma humana, alma entera; no sólo lo irracional del alma, sino también lo racional, a lo cual se llama mente.

Hubo, en efecto, ciertos herejes, y fueron expulsados de la Iglesia, que suponían que el cuerpo de Cristo no tenía mente racional, sino cual un alma animal; de hecho, quitada la mente racional, la vida es animal. Pero, porque fueron expulsados y por la verdad fueron expulsados, acoge tú a Cristo entero: Palabra, mente racional y carne. Esto es Cristo entero. Mediante lo que él es Dios, tu alma resucite de la iniquidad; mediante lo que él es hombre, tu cuerpo resucite de la corrupción. Por tanto, carísimos, oíd la gran profundidad —así me parece— de esta lectura, y ved cómo Cristo dice aquí no otra cosa, sino por qué vino Cristo: para que las almas resuciten de la iniquidad, los cuerpos resuciten de la corrupción. Ya he dicho gracias a qué resucitan las almas: gracias a la sustancia misma de Dios; gracias a qué resucitan los cuerpos: gracias a la dispensación humana de nuestro Señor Jesucristo.

El obrar del Padre y del Hijo

7. En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer, pues cualesquiera cosas que él hiciere, éstas hace similarmente también el Hijo18: cielo, tierra, mar, lo que hay en el cielo, lo que hay en la tierra, lo que hay en el mar, lo visible, lo invisible, animales en las tierras, setos en los campos, lo que nada en las aguas, lo que vuela en el aire, lo que brilla en el cielo; además de todo esto, los Ángeles, Virtudes, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades: todo se ha hecho mediante él19. ¿Acaso Dios hizo todo esto y, hecho, lo mostró al Hijo, para que también él hiciera otro mundo lleno de todo esto? Ciertamente no. Más bien, ¿qué? Pues cualesquiera cosas que él hiciere, éstas, no otras, sino éstas hace también el Hijo no desemejantemente, sino similarmente, pues el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él mismo hace20. El Padre muestra al Hijo que sean resucitadas las almas, porque gracias al Padre y al Hijo son resucitadas las almas y no pueden vivir las almas si Dios no es su vida. Si, pues, las almas no pueden vivir si su vida no es Dios como ellas son la vida de los cuerpos, lo que el Padre muestra al Hijo, esto es, lo que hace, lo hace mediante el Hijo, pues no lo muestra al Hijo tras hacer aquello, sino que mostrándoselo lo hace mediante el Hijo. El Hijo, en efecto, ve al Padre mostrárselo antes de hacer algo, y por la mostración del Padre y la visión del Hijo se hace todo lo que el Padre hace mediante el Hijo. Así son resucitadas las almas, si pudiesen ver esta trabazón de unidad —al Padre mostrar, al Hijo ver—, y que mediante la mostración del Padre y la visión del Hijo se hace la criatura, y que cualquier cosa que el Padre hace mediante el Hijo, esto, que no es el Padre ni el Hijo, sino que está debajo del Padre y del Hijo, se hace mediante la mostración del Padre y la visión del Hijo. ¿Quién ve esto?

¿Con qué palabras habla el Padre a la Palabra?

8. Henos de nuevo ante los sentidos carnales, he aquí que de nuevo me abajo y desciendo a vosotros, si empero alguna vez he subido algo sobre vosotros. Quieres mostrar algo a tu hijo, para que haga lo que haces; vas a hacerlo tú y así vas a mostrárselo. Por tanto, lo que vas a hacer para mostrarlo al hijo, evidentemente no lo haces mediante el hijo, sino que tú solo haces lo que él mismo vea hecho y haga similarmente algo igual. Aquí no sucede esto; ¿por qué te vas a tu semejanza y destruyes en ti la semejanza de Dios? Allí no sucede en absoluto esto. Encuentra tú algo sobre cómo, antes de hacer lo que haces, lo muestras a tu hijo para que, una vez que lo has mostrado, hagas mediante el hijo lo que haces. Quizá como que se te ocurre ya. «He aquí, afirmas, que pienso hacer una casa y quiero que se construya mediante mi hijo; antes de construirla yo mismo, muestro a mi hijo lo que quiero hacer y lo hace él mismo y yo mediante ese mismo a quien mostré mi voluntad». Ciertamente te has alejado de la semejanza anterior, pero aún yaces en desemejanza grande. En efecto, he aquí que antes de hacer la casa indicas y muestras a tu hijo qué quieres hacer, para que, tras haberlo mostrado antes de hacerlo, él mismo haga lo que has mostrado, y tú mediante él; pero vas a decir a tu hijo palabras, entre tú y él mismo van a correr las palabras y entre quien muestra y quien ve, o entre quien habla y oye, vuela el sonido articulado que no es lo que tú, no es lo que aquél. Ciertamente, el sonido aquel que sale de tu boca y, hecho vibrar el aire, toca los oídos de tu hijo y, lleno el sentido de la audición, hace llegar al corazón tu pensamiento; el sonido aquel, pues, no eres tú mismo, no es tu hijo mismo. Tu ánimo ha dado al ánimo de tu hijo un signo, signo que no es tu ánimo ni el ánimo de tu hijo, sino algo distinto. ¿Suponemos que el Padre ha hablado así con el Hijo? ¿Hubo palabras entre Dios y la Palabra? ¿Cómo es eso? ¿Acaso cualquier cosa que el Padre quisiera decir al Hijo, si quisiera decirla mediante la palabra —el Hijo mismo es la Palabra del Padre—, acaso mediante la palabra la diría a la Palabra? O, porque el Hijo es la Gran Palabra, ¿iban a correr palabras menores entre Padre e Hijo? ¿Iba a salir de la boca del Padre algún sonido y, digamos, cierta criatura temporal y volátil, e iba a recorrer el oído del Hijo? ¿Acaso tiene Dios cuerpo para que salga, digamos, de sus labios esto, y tiene la Palabra oídos corporales a los que vengan los sonidos? Aparta todo lo corporal, mira la simplicidad si eres simple. Ahora bien, ¿cómo serás simple? Si no te enredas en el mundo, sino que te desenredas del mundo, ya que desenredándote serás simple. Y, si puedes, ve lo que digo o, si no puedes, cree lo que no ves. Hablas a tu hijo, hablas mediante la palabra; ni tú ni tu hijo sois la palabra que suena.

Nuestro espíritu y Dios espíritu

9. «Tengo, afirmas, otra cosa con que mostrar, pues mi hijo es tan listo que me oye sin que yo hable; más bien le muestro por señas lo que ha de hacer». Bien; muestra por señas lo que quieres; ciertamente tu ánimo quiere mostrar lo que tiene en sí. ¿Con qué haces señas? Con el cuerpo, o sea, con los labios, la cara, las cejas, los ojos, las manos. Todo esto no es lo que tu ánimo; también esto son medios; algo se ha entendido mediante estos signos que no son lo que tu ánimo ni lo que el ánimo de tu hijo; más bien, todo esto que haces con el cuerpo está debajo de tu ánimo y debajo del ánimo de tu hijo, y tu hijo no puede conocer tu ánimo si no le dieres signo desde el cuerpo. Por tanto, ¿qué hago? Allí no hay esto; allí hay simplicidad. El Padre muestra al Hijo lo que hace y mostrándoselo engendra al Hijo. Veo qué he dicho; pero, porque veo también a quiénes lo he dicho, ojalá se produzca en vosotros alguna vez esa comprensión. Si ahora no podéis comprender qué es Dios, comprended al menos qué no es. Mucho tendréis adelantado si no pensáis de Dios algo distinto de lo que él es. ¿No puedes llegar aún a lo que él es? Llega a lo que no es. Dios no es cuerpo, no es la tierra, no es el cielo, no es la luna, no es el sol, no es las estrellas; no es eso corporal, ya que, si no es lo celeste, ¡cuánto menos lo terreno! Elimina todo cuerpo. Oye aún otra cosa: Dios no es un espíritu mudable. Confieso, sí, y hay que confesarlo, que el evangelio dice: Dios es espíritu21. Pero deja atrás todo espíritu mudable, deja atrás el espíritu que ora sabe, ora no sabe, ora recuerda y se olvida, quiere lo que no quería, no quiere lo que quería, o padece ya estas mutaciones, o puede padecerlas; deja atrás todo esto. En Dios no hallas mutación alguna, algo que ahora es así y poco antes era de otra manera. Por cierto, donde hallas «así y de otra manera», ahí ha tenido lugar cierta muerte, pues la muerte es no ser lo que algo fue. Al alma se la llama inmortal. Lo es ciertamente, porque el alma vive siempre y hay en ella cierta vida permanente, pero vida mudable. Según la mutabilidad de esta vida, se la puede también llamar mortal porque, si vivía sabiamente y comete locuras, ha muerto a peor; si vivía neciamente y luego es sabia, ha muerto a mejor. Por cierto, la Escritura nos enseña que hay muerte a peor, hay muerte a mejor. A peor estaban muertos, sí, aquellos de quienes se dice: «Deja a los muertos que entierren a sus muertos»22, y: «Levántate tú que duermes, ponte en pie de entre los muertos y te iluminará el Mesías»23, y en esta lectura: Cuando los muertos oirán, y quienes oigan vivirán24. Estaban muertos a peor, por eso reviven. Reviviendo mueren a mejor porque reviviendo no serán lo que eran; pues bien, no ser lo que se era, es la muerte. Pero, si es a mejor, ¿no se denomina muerte? Muerte la llamó el Apóstol: Si, en cambio, respecto a los elementos de este mundo estáis muertos con Cristo, ¿por qué discernís aún como si vivierais de este mundo?25 Y de nuevo: Pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con el Mesías en Dios26. Porque hemos vivido para morir, quiere que muramos para vivir. Cualquier cosa, pues, que muere de mejor a peor y de peor a mejor, esto no es Dios, porque la Suma Bondad no puede ir a mejor, ni la Verdadera Eternidad a peor, pues la Verdadera Eternidad es donde no hay tiempo. Pues bien, ¿había ora esto, ora aquello? Ya se ha admitido el tiempo; no es lo eterno. Por cierto, para que sepáis que Dios no es como el alma —el alma es ciertamente inmortal—, ¿qué, pues, significa lo que de Dios asevera el Apóstol: «El único que tiene inmortalidad»27, sino que ha dicho abiertamente esto: tiene la inmutabilidad él solo, porque tiene la verdadera eternidad él solo? Ninguna mutabilidad, pues, hay allí.

Proceso de interiorización

10. Reconoce en ti, dentro, dentro de ti, algo que quiero decir; en ti no cual en tu cuerpo, aunque también ahí puede hablarse de «en ti». En ti está, efectivamente, la salud, en ti cierta edad, pero según el cuerpo; en ti está la mano, tu pie; pero en ti, dentro, hay otra cosa, otra cosa en ti, en tu vestido, digamos. Pero deja fuera tu vestido y tu carne; desciende a ti, entra en tu santuario, tu mente y, si puedes, mira allí lo que quiero decir. De hecho, si tú mismo estás lejos de ti, ¿cómo podrás acercarte a Dios? Hablaba yo de Dios y opinabas que ibas a entenderlo; hablo del alma, hablo de ti; entiende, ahí te pondré a prueba. Efectivamente, a los ejemplos no voy muy lejos cuando a partir de tu mente quiero poner alguna semejanza respecto a tu Dios, porque no en el cuerpo, no, sino en la mente misma ha sido hecho el hombre a imagen de Dios. Busquemos a Dios en su semejanza, reconozcamos en su imagen al Creador. Allí dentro, si pudiéremos, encontremos lo que digo: cómo el Padre muestra al Hijo, y el Hijo, antes que el Padre haga algo mediante el Hijo, ve lo que muestra el Padre. Pero, cuando lo haya dicho y lo hayas entendido, ni aun así supongas que eso es ya algo por el estilo; así conservarás allí la piedad que quiero y te aconsejo que conserves principalmente, esto es, que, si no eres capaz de comprender qué es Dios, no supongas que es poco para ti saber qué no es.

Por nuestra alma sabemos lo que Dios no es

11. He aquí que en tu mente veo dos cosas, tu memoria y tu pensamiento, esto es, cual cierta pupila y mirada de tu alma. Por los ojos ves, percibes algo y lo confías a la memoria. Allí dentro está lo que confiaste a la memoria, escondido en lo oculto cual en un hórreo, cual en un almacén, cual en cierto santuario y penetral interior. Piensas en otra cosa, tu atención está en otra parte; lo que has visto está en tu memoria, mas no lo ves porque tu pensamiento se dirige a otra cosa. Ahora lo pruebo, hablo a quienes saben: nombro Cartago, todos los que la conocéis dentro habéis visto a Cartago. ¿Acaso hay tantas Cartagos cuantas son vuestras almas? Todos la habéis visto gracias a este nombre: mediante estas tres sílabas conocidas para vosotros, al salir de mi boca, han sido tocados vuestros oídos, mediante el cuerpo ha sido tocado el sentido del alma, y el ánimo se ha vuelto de otra atención hacia lo que estaba allí y ve Cartago. ¿Acaso entonces se ha hecho allí Cartago? Ya estaba allí, pero oculta. ¿Por qué estaba oculta allí? Porque tu ánimo atendía a otra cosa. Pero, cuando tu pensamiento se volvió a lo que había en la memoria, de eso se formó y se hizo cierta visión del ánimo. Antes no había visión, pero había memoria; vuelto el pensamiento hacia la memoria, tuvo lugar la visión. Tu memoria, pues, ha mostrado Cartago a tu pensamiento y manifestado a la atención del pensamiento, vuelta hacia sí, lo que en ella había antes que atendieras. He aquí que la memoria ha hecho la mostración, en el pensamiento se ha hecho la visión; mas en medio no ha corrido palabra ninguna, no se ha dado desde el cuerpo ningún signo, no has hecho señas ni has escrito ni has emitido sonidos; y, sin embargo, el pensamiento ha visto lo que la memoria le ha mostrado. Además, son de idéntica sustancia la que ha mostrado y a quien lo ha mostrado. Pero, para que tu memoria tuviera a Cartago, esta imagen ha sido percibida mediante los ojos, pues viste lo que escondieras en la memoria. Así viste el árbol que recuerdas, así un monte, así un río, así el aspecto de un amigo, así el de un enemigo, el del padre, el de la madre, el del hermano, el de la hermana, el del hijo, el del vecino; así el de las letras escritas en un códice, así el del códice mismo, así el de esta basílica: has visto todo esto y has confiado a la memoria lo visto porque ya estaba; y, digamos, lo has puesto allí para, pensando, verlo cuando quieras, incluso aunque estuviera ausente de estos ojos del cuerpo. Viste, en efecto, Cartago cuando estuviste en Cartago, tu alma recibió la imagen a través de los ojos; esta imagen se escondió en tu memoria y dentro guardaste algo, hombre colocado en Cartago, para poder verlo en ti incluso cuando allí no estuvieras. De fuera has recibido todo esto.

El Padre no recibe de fuera lo que muestra al Hijo; todo se opera dentro, porque la criatura nada sería fuera, si el Padre no lo hiciese mediante el Hijo. Toda criatura ha sido hecha por Dios; antes de ser hecha no existía. No fue, pues, vista y retenida de memoria, para que el Padre la mostrase al Hijo como la memoria al pensamiento, sino que el Padre la ha mostrado para hacerla, el Hijo la ha visto para hacerla y el Padre la hizo mostrándola, porque la hizo mediante el Hijo que le ve a él. Y, por eso, no debe turbarnos que esté dicho: «Sino lo que vea al Padre hacer» —no está dicho «mostrar»—, pues mediante esto se ha significado que, para el Padre, hacer es lo mismo que mostrar; así se entiende que hace todo mediante el Hijo que le ve. Ni la mostración ni la visión es temporal. En efecto, porque todos los tiempos se hacen mediante el Hijo, no podrían, no, serle mostrados en algún tiempo para ser hechos. Pues bien, la mostración del Padre engendra la visión del Hijo, como el Padre engendra al Hijo, pues la mostración engendra la visión, no la visión la mostración. Si fuéramos capaces de contemplar esto más pura y perfectamente, quizá hallaríamos que el Padre no es una cosa, otra su mostración, ni el Hijo es una cosa, otra su visión. Pero, si apenas hemos entendido, apenas hemos podido explicar esto, cómo la memoria muestra al pensamiento lo que ella ha captado de fuera, ¿cuánto menos podremos explicar cómo Dios Padre muestra al Hijo lo que no tiene de otro lugar, o lo que no es otra cosa que él mismo? Somos pequeñines. Os digo qué no es Dios, no muestro qué es; para captar, pues, qué es, ¿qué haremos? ¿Acaso podréis saberlo de mí, acaso por medio de mí? A pequeñines, vosotros y yo, diré esto: hay alguien por quien podremos saberlo; acabamos de cantarlo, acabamos de oírlo: Arroja en el Señor tu cuidado y él mismo te criará28. En efecto, oh hombre, no puedes precisamente porque eres pequeñín; si eres pequeñín, has de nutrirte; nutrido, serás grande y, grande, verás lo que, pequeñín, no podías ver; pero, para nutrirte, arroja en el Señor tu cuidado y él mismo te criará.

Le mostrará obras mayores

12. Recorramos, pues, ahora brevemente lo que resta y ved cómo aquí el Señor insinúa lo que os he confiado. El Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él mismo hace. Él mismo resucita las almas, pero mediante el Hijo, para que las almas resucitadas disfruten de la sustancia de Dios, esto es, de la del Padre y el Hijo. Y le mostrará obras mayores que éstas. ¿Mayores que cuáles? Mayores que las sanaciones de los cuerpos. Y lo he tratado también antes y no debemos detenernos. Mayor es, en efecto, la resurrección del cuerpo para la eternidad que esta sanación del cuerpo que aconteció por un tiempo en aquel enfermo. Y le mostrará obras mayores que éstas, para que os asombréis29. Mostrará cual temporalmente; cual, pues, a un hombre hecho en el tiempo, porque el Dios Palabra mediante el cual fueron hechos todos los tiempos no ha sido hecho; sino que en el tiempo ha sido hecho el hombre Cristo. Está claro en tiempo de qué cónsul, en qué día la Virgen María parió a Cristo, concebido por obra del Espíritu Santo; se hizo, pues, hombre en el tiempo el Dios mediante quien fueron hechos todos los tiempos. Por eso le mostrará como en el tiempo obras mayores, esto es, la resurrección de los cuerpos, para que os asombréis de que mediante el Hijo ha sucedido la resurrección de los cuerpos.

El honor al Hijo y al Padre

13. Después regresa a la resurrección de las almas: Pues, como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere, pero según el espíritu. Vivifica el Padre, vivifica el Hijo; el Padre a los que quiere, el Hijo a los que quiere; pero a los mismos el Padre y el Hijo, porque todo se hizo mediante él. Pues, como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. De la resurrección de las almas está dicho esto; de la resurrección de los cuerpos, ¿qué? Regresa y dice: Pues el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio. La resurrección de las almas se hace mediante la eterna e inconmutable sustancia del Padre y del Hijo; la resurrección de los cuerpos, en cambio, se hace mediante la dispensación temporal de la humanidad del Hijo, no coeterna con el Padre. Por eso, al conmemorar el juicio donde acontece la resurrección de los cuerpos, afirma: Pues el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio; en cambio, de la resurrección de las almas afirma: Como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. Aquello, pues, a una el Padre y el Hijo; en cambio, sobre la resurrección de los cuerpos afirma: El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. Esto se refiere a la resurrección de las almas. Para que todos honren al Hijo. ¿Cómo? Como honran al Padre, pues el Hijo realiza la resurrección de las almas como el Padre; el Hijo vivifica como el Padre. En la resurrección de las almas, pues, todos honren al Hijo como honran al Padre. Del honor por la resurrección de los cuerpos, ¿qué? Quien no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió30. No dijo «como», sino «honra» y «honra», pues se honra al hombre Cristo, pero no como al Padre Dios. ¿Por qué? Porque según esto dijo: El Padre es mayor que yo31. ¿Cuándo, en cambio, se honra al Hijo como se honra al Padre? Cuando en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y todo se hizo mediante ella32. Y, por eso, respecto a este segundo honor, ¿qué asevera? Quien no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que lo envió. No ha sido enviado el Hijo sino porque se ha hecho hombre.

El Hijo y el Padre dan la vida

14. En verdad, en verdad os digo. De nuevo regresa a la resurrección de las almas, para que a fuerza de decirlo entendamos. He aquí que, porque no podíamos seguir el discurso que, digamos, volaba, se detiene con nosotros la palabra de Dios; he aquí que habita, digamos, con nuestras debilidades; regresa de nuevo a hacer valer la resurrección de las almas: En verdad, en verdad os digo que quien oye mi palabra y cree a quien me envió, tiene vida eterna, pero como en virtud del Padre? Que quien oye mi palabra y cree a quien me envió, en virtud del Padre tiene vida eterna, creyendo en el que lo envió. Y no viene a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida; pero es vivificado en virtud del Padre, a quien creyó. ¿Qué, tú no vivificas? Mira que también el Hijo vivifica a los que quiere. En verdad, en verdad os digo que viene una hora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán. Aquí no dijo «Creerán a quien me envió y, por eso, vivirán», sino que, oyendo la voz del Hijo de Dios, quienes la oigan, esto es, obedezcan al Hijo de Dios, vivirán. En virtud, pues, del Padre vivirán cuando crean al Padre, y en virtud del Hijo vivirán cuando oigan la voz del Hijo de Dios. ¿Por qué vivirán en virtud del Padre y vivirán en virtud del Hijo? Pues, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener en sí mismo vida33.

El Padre y el Hijo en las dos resurrecciones

15. Ha cumplido respecto a la resurrección de las almas; resta hablar con más claridad sobre la resurrección de los cuerpos. Y le dio potestad y hacer juicio, no sólo resucitar las almas mediante la fe y la sabiduría, sino también hacer juicio. Ahora bien, ¿por qué esto? Porque es hijo de hombre. El Padre, pues, mediante un hijo de hombre hace algo que no hace en virtud de su sustancia a la que es igual el Hijo —como el nacer, como el ser crucificado, como el morir, como el resucitar—, pues nada de esto aconteció al Padre.Así también la resurrección de los cuerpos. De hecho, en virtud de su sustancia el Padre hace la resurrección de las almas mediante la sustancia del Hijo, con la que éste es igual a aquél; en efecto, las almas, no los cuerpos, son hechas partícipes de su luz inconmutable; en cambio, la resurrección de los cuerpos la hace el Padre mediante un hijo de hombre, pues le dio potestad y hacer juicio, porque es hijo de hombre, según lo que dijo arriba: Pues el Padre no juzga a nadie. Y, para mostrar que sobre la resurrección de los cuerpos dijo esto, añade: No os asombréis de esto, porque viene una hora; no «es ahora», sino: «Viene una hora en que todos los que están en los sepulcros —ya lo oísteis copiosísimamente en el día de ayer— oirán su voz y saldrán». ¿Y dónde? ¿Al juicio? A resurrección de vida quienes obraron bien; a resurrección de juicio quienes obraron mal. ¿Y lo haces tú solo, porque el Padre dio al Hijo todo el juicio y no juzga a nadie? «Yo, afirma, lo hago». Pero ¿cómo lo haces? No puedo hacer por mí algo; como oigo, juzgo, y mi juicio es justo. Cuando se trataba de la resurrección de las almas, no decía «Oigo», sino «Veo», pues Oigo la orden del Padre que preceptúa, digamos. Como hombre, pues, ya, como ése mayor que el cual es el Padre, en virtud de la forma de esclavo ya, no en virtud de la forma de Dios, como oigo, juzgo, y mi juicio es justo. ¿Por qué es justo el juicio de este hombre? Atended, hermanos míos: Porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió34.