TRATADO 22

Comentario a Jn 5,24-30, predicado en Hipona al día siguiente del anterior

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

Profundidad del tema y exhortación a la oración

1. A los sermones de anteayer y de ayer con que os he pagado, sigue la lectura evangélica de hoy para, según el orden, examinarla no conforme a su dignidad, sino conforme a mis fuerzas, porque vosotros tampoco comprendéis conforme a la largueza de la fuente inundante, sino conforme a vuestra capacidad. Y yo no digo a vuestros oídos tanto cuanto esa fuente misma mana, sino cuanto puedo comprender para trasvasarlo a vuestros sentidos, mientras ella misma obra en vuestros corazones más abundantemente que yo en vuestros oídos. De hecho, se trae entre manos una gran cosa y no por grandes, mejor dicho, por muy pequeños; sin embargo, nos da esperanza y confianza quien, grande, se hizo pequeño. De hecho, si él no nos exhortase e invitase a entenderlo, sino que nos abandonase como a despreciables —porque no podemos comprender su divinidad, si él mismo no tomase nuestra mortalidad y viniera a nosotros a hablarnos—; si no hubiese querido participar con nosotros de lo que en nosotros es abyecto y mínimo, supondríamos que no quiso darnos su grandeza quien tomó nuestra pequeñez. He dicho esto para que nadie me reprenda como excesivamente audaz por tratar esos temas, ni desespere de sí en cuanto a poder comprender por don de Dios lo que el Hijo de Dios se ha dignado hablarle. Debemos, pues, creer, porque quiso que lo entendamos, lo que se ha dignado decirnos. Pero, si no podemos, quien sin rogarle proporcionó su palabra, proporciona, rogado, la comprensión.

Dios nos invita a creer y comprender

2. He aquí cuáles son esos secretos de las palabras; atended. En verdad, en verdad os digo que quien oye mi palabra y cree a quien me envió, tiene vida eterna1. Ciertamente tendemos todos a una vida eterna, y asevera: Quien oye mi palabra y cree a quien me envió, tiene vida eterna. ¿Acaso, pues, quiso que oigamos su palabra y no quiso que la entendamos? De hecho, si la vida eterna está en oír y creer, mucho más en entender. Pero grada de la piedad es la fe, fruto de la fe es la comprensión, para que lleguemos a la vida eterna, donde no se nos leará el evangelio, sino que, quien de momento nos ha dispensado el evangelio, suprimidas todas las páginas de la lectura y la voz del lector y del tratadista, se mostrará a todos los suyos, cercanos con el corazón purificado y con cuerpo inmortal para nunca morir ya, para limpiarlos e iluminarlos, mientras viven y ven que en el principio existía la Palabra y la Palabra existía en Dios2. Ahora, pues, observemos quiénes somos, y pensemos a quién vamos a escuchar. Cristo es Dios y habla con los hombres; quiere ser entendido, háganos capaces; quiere ser visto, ábranos los ojos. No nos habla empero sin causa, sino porque es verdad lo que nos promete.

La primera resurrección

3. Afirma: Quien oye mis palabras y cree a quien me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. ¿Dónde, cuándo venimos de la muerte a la vida, sin venir a juicio? En esta vida pasa de la muerte a la vida; en esta vida, que todavía no es vida, de aquí se pasa de la muerte a la vida. ¿Qué paso es ése? Quien oye mis palabras, dijo, y cree a quien me envió. Si las guardas, crees y pasas. ¿Y hay quien pasa estando quieto? Claro que lo hay, pues está quieto con el cuerpo, pasa con la mente. ¿Dónde estaba para pasar de ahí, y a dónde pasa? Pasa de la muerte a la vida. Mira tú un hombre quieto, en quien se realice todo esto que se dice. Está quieto, oye; quizá no creía, tras oír cree; poco antes no creía, ahora cree; cual desde la región de la infidelidad hizo el tránsito a la región de la fe, movido el corazón, no movido el cuerpo, movido a mejor; porque quienes abandonan la fe se mueven de nuevo a peor. He aquí que en esta vida que, como he dicho, no es aún vida, se pasa de la muerte a la vida, sin venir a juicio. Ahora bien, ¿por qué he dicho que aún no es vida? Si ésa fuese vida, no diría a un quídam el Señor: Si quieres llegar a la vida, guarda los mandamientos3. De hecho, no le dice «si quieres llegar a la vida eterna»; no añadió «eterna», sino que dijo sólo: la vida. A ésa, pues, ni siquiera ha de llamarse vida, porque no es vida verdadera. ¿Cuál es la vida verdadera sino la vida que es eterna? Escucha al Apóstol decir a Timoteo: Preceptúa a los ricos de este mundo no pensar soberbiamente ni esperar en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios vivo que nos procura todo abundantemente para disfrutar. Obren bien, sean ricos en obras buenas, den fácilmente, compartan. ¿Para qué esto? Oye lo que sigue: Atesoren para sí un cimiento bueno para el futuro, para aprehender la vida verdadera4. Si deben atesorar para sí un cimiento bueno para el futuro, para aprehender la vida verdadera, esa en que estaban es en verdad una vida falsa. Por cierto, ¿por qué quieres apoderarte de la verdadera si tienes ya la verdadera? ¿Hay que apoderarse de la verdadera? Hay que emigrar de la falsa. ¿Y por dónde emigrar? ¿A dónde? Oye, cree y harás el tránsito de la muerte a la vida y no vienes a juicio.

¿Todos seremos citados a juicio?

4. ¿Qué significa esto: Y no vienes a juicio? ¿Y quién mejor que el apóstol Pablo, que asevera: Es preciso que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal del Mesías para que allí cada uno reciba lo que mediante el cuerpo realizó bueno o malo?5 Dice Pablo: «Es preciso que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal del Mesías», ¿y tú osas prometerte que no vendrás a juicio? «Ni hablar, replicas, de osar yo prometérmelo; sino que creo a quien me lo promete. El Salvador habla, la Verdad promete, él en persona me ha dicho: Quien oye mis palabras y cree a quien me envió, tiene vida eterna y hace el tránsito de la muerte a la vida y no viene a juicio. Yo, pues, he oído las palabras de mi Señor, he creído; aunque era infiel, he sido hecho ya fiel; según me aconsejó, he pasado de la muerte a la vida, no vengo a juicio, no por presunción mía, sino por promesa suya». ¿Así que Pablo habla contra Cristo, el esclavo contra el Señor, el discípulo contra el Maestro, el hombrecontra Dios, de forma que, aunque el Señor dice: « Quien oye y cree pasa de la muerte a la vida y no viene a juicio», el Apóstol dice: Es preciso que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal del Mesías? O, si no viene a juicio quien se presenta al tribunal, no sé cómo entenderlo.

Juicio como condena y como discriminación

5. El Señor nuestro Dios, pues, revela y mediante sus Escrituras advierte cómo se entienda cuando se menciona el juicio. Os exhorto, pues, a que atendáis. A veces se llama juicio al castigo, a veces se llama juicio a la discriminación. Según el modo en que se llama juicio a la discriminación, es preciso que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal del Mesías para que allí el hombre reciba lo que mediante el cuerpo realizó, bueno o malo, pues la discriminación es ésa: que se distribuyan a los buenos bienes, a los malos males. En verdad, si «juicio» se entendiese siempre respecto a lo malo, no diría un salmo: Júzgame, Dios6. Quizá oye alguien «Júzgame, Dios», y se asombra, pues el hombre suele decir: «Dios me perdone; guárdame, Dios»; ¿quién hay que diga: Júzgame, Dios? Y a veces, en un salmo, ese verso se pone en la pausa, para que lo recite el lector yel pueblo lo repita. ¿Quizá a alguien no se le conmueve el corazón y teme cantar y decir a Dios: Júzgame, Dios? Y empero el pueblo creyente lo canta y no supone que sea un mal deseo lo que aprendió de la lectura divina; y, si entiende poco, cree que lo que canta es algo bueno. Y, sin embargo, ni el salmo mismo dejó sin comprensión al hombre. En efecto, al seguir, con las palabras posteriores muestra de qué clase de juicio hablaba: no es de condena, sino de separación, pues asevera: Júzgame, Dios. ¿Qué significa Júzgame, Dios? Y separa mi causa de la gente no santa. Según, pues, este juicio de separación, es preciso que todos nosotros nos presentemos ante el tribunal del Mesías. En cambio, según el juicio de condena, afirma: Quien oye mis palabras y cree a quien me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio, sino que hace el tránsito de la muerte a la vida. ¿Qué significa no viene a juicio? No vendrá a condena. Por las Escrituras probemos que se habla de juicio cuando se entiende el castigo. Aunque también, poco después, en esta misma lectura oiréis la palabra misma «juicio» puesta precisamente en vez de condena y castigo, el Apóstol empero dice en cierto lugar, al escribir a quienes trataban mal el cuerpo que los fieles conocéis, y a los que un flagelo del Señor corregía porque lo trataban mal; en efecto les asevera:« Por eso entre vosotros muchos achacosos y enfermos duermen suficientemente», pues muchos hasta morían por eso. Y siguió: Pues, si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados por el Señor; esto es, si nos corrigiéramos a nosotros mismos, no seríamos corregidos por el Señor. En cambio, cuando somos juzgados, somos corregidos por el Señor para no ser condenados con este mundo7. Hay, pues, quienes aquí son juzgados según el castigo, para ser allá preservados; hay a quienes aquí se los preserva, para ser allá muy abundantemente torturados; hay, en cambio, a quienes se distribuyen los castigos mismos sin flagelo punitivo, si no se corrigen mediante el flagelo de Dios; así, tras haber despreciado aquí al padre que los azotaba, experimentarán al juez que castigará. Hay, pues, un juicio al que Dios, esto es, el Hijo de Dios, va a enviar al diablo y sus ángeles y a todos los infieles e impíos con él; a este juicio no vendrá quien, por haber creído ahora, hace el tránsito de la muerte a la vida.

La muerte corporal nos alcanza a todos

6. En efecto, para que no supusieras que, por creer, no vas a morir según la carne y, entendiendo carnalmente, te dijeras: «Mi Señor me ha dicho: “Quien oye mis palabras y cree a quien me envió, ha pasado de la muerte a la vida”; yo, pues, he creído, no voy a morir», sábete que tú vas a pagar la muerte que debes por el castigo de Adán, pues él, en quien entonces estuvimos todos, oyó: «De muerte morirás»8, y no puede abolirse una sentencia divina. Más bien, cuando hayas pagado la muerte del hombre viejo, serás recibido en la vida eterna del hombre nuevo y harás el tránsito de la muerte a la vida. Ahora, mientras tanto, haz el tránsito a la vida. ¿Cuál es tu vida? La fe: El justo vive de fe9. Y los infieles ¿qué? Están muertos. Entre tales muertos estaba en cuanto al cuerpo aquel de quien dice el Señor: Deja a los muertos que entierren a sus muertos10. En esta vida, pues, hay muertos, hay vivos y como que todos viven. ¿Quiénes están muertos? Quienes no han creído. ¿Quiénes están vivos? Quienes han creído. ¿Qué dice a los muertos el Apóstol? Levántate, tú que duermes. «Pero, afirma, ha hablado de sueño, no de muerte». Oye lo que sigue: Levántate, tú que duermes, y ponte en pie de entre los muertos. Y, como si dijera: «¿A dónde iré?». Y te iluminará el Mesías11. Cuando, ya creyente, te ilumine Cristo, harás el tránsito de la muerte a la vida. Permanece en eso a lo que has pasado, y no vendrás a juicio.

¡Sal de tu sepulcro!

7. Él mismo lo explica y sigue: En verdad, en verdad os digo12. Para que, porque dijo: «Ha pasado de la muerte a la vida», no lo entendamos quizá respecto a la resurrección futura, queriendo mostrar cómo pasa quien cree y que pasar de la muerte a la vida es pasar de la infidelidad a la fe, de la injusticia a la justicia, de la soberbia a la humildad, del odio a la caridad, asevera ahora: En verdad, en verdad os digo que viene una hora y es ahora. ¿Qué hay más evidente? Ciertamente ya nos ha abierto lo que decía: ahora sucede eso a que Cristo nos exhorta: Viene una hora. ¿Qué hora? Y es ahora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán13. Ya hemos hablado de estos muertos. ¿Por qué suponemos, hermanos míos, que de entre esa turba que me oye ninguno está muerto? En efecto, quienes creen y actúan según la fe verdadera, viven y no están muertos; quienes, en cambio, o no creen o creen como los demonios con temblor y viviendo mal14, que confiesan al Hijo de Dios pero no tienen caridad, han de ser tenidos, más bien, por muertos. Y, sin embargo, esa hora corre todavía, pues la hora de que ha hablado el Señor no será una hora de las doce horas de un día. Desde que habló hasta este tiempo y hasta el fin del mundo, corre esa única hora, de la que Juan dice en su carta: Hijitos, es la última hora15. Es, pues, ahora. Quien vive, viva; quien estaba muerto, viva; quien yacía muerto, oiga la voz del Hijo de Dios, levántese y viva. Clamó el Señor junto al sepulcro de Lázaro y resucitó el muerto de cuatro días. Quien hedía salió al aire libre; estaba sepultado, tenía encima la losa, la voz del Señor irrumpió en la dureza de la piedra. Mas ¡tu corazón está tan duro, que aquella voz divina no te rompe! ¡Resucita en tu corazón! ¡Sal de tu sepulcro! Efectivamente, muerto en tu corazón, como que yacías en el sepulcro y como que te aplastaba el peñasco de la costumbre mala. ¡Levántate y sal! ¿Qué significa «levántate y sal»? Cree y confiesa. En efecto, quien ha creído, ha resucitado; quien confiesa, ha salido. ¿Por qué he dicho que ha salido quien confiesa? Porque antes de confesar estaba oculto; en cambio, cuando confiesa, sale de las tinieblas a la luz. Y, cuando ha confesado, ¿qué se dice a los ministros? Lo que está dicho respecto al cadáver de Lázaro: Desatadlo y dejadle marcharse16. ¿Cómo? Está dicho a los ministros apóstoles: Lo que desatéis en la tierra, quedará desatado también en el cielo17.

El Hijo comunica la vida

8. Viene una hora y es ahora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán. ¿Cómo vivirán? De la vida. ¿De qué vida? De Cristo. ¿Cómo probamos que de Cristo Vida? Yo soy, afirma, el Camino, la Verdad y la Vida18. ¿Quieres andar? Yo soy el Camino. ¿No quieres caer en el error? Yo soy la Verdad. ¿No quieres morir? Yo soy la Vida. Esto te dice tu Salvador: no hay a dónde vayas sino a mí; no hay por dónde vayas sino a través de mí. Ahora, pues, corre esa hora, de esto se trata exactamente y está totalmente en curso. Resucitan los hombres que estaban muertos, pasan a la vida, a la voz del Hijo de Dios viven, de él, si perseveran en la fe de él. En efecto, el Hijo tiene la vida, tiene de qué vivan los creyentes.

La vida de Cristo y nuestra vida

9. ¿Y cómo la tiene? Como la tiene el Padre. Óyele decir: Pues, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo19. Hablaré, hermanos, como pueda, pues éstas son las palabras que perturban la inteligencia corta. ¿Por qué añadió: En sí mismo? Bastaría que dijera: Pues, como el Padre tiene vida, así ha dado también al Hijo tener vida. Añadió: «En sí mismo», pues el Padre tiene vida en sí mismo y también la tiene el Hijo en sí mismo. Quiso que en lo que asevera: «En sí mismo», entendamos algo. Y aquí hay un secreto encerrado en esta expresión; aldabéese para que se abra. Oh Señor, ¿qué significa lo que has dicho? ¿Por qué añadiste: En sí mismo? ¿Así que el apóstol Pablo, a quien hiciste vivir, no tenía vida? «Tenía», responde. En cuanto a los hombres muertos para revivir y que, creyendo a tu palabra, pasen, cuando hayan pasado: ¿no tendrán vida en ti? «Tendrán, porque también yo he dicho poco antes: Quien oye mis palabras y cree a quien me envió, tiene vida eterna20. Quienes, pues, creen en ti tienen vida, y no dijiste «en sí mismos». En cambio, al hablar del Padre dijiste: «Como el Padre tiene vida en sí mismo»; de nuevo, al hablar de ti, dijiste: Así dio también al Hijo tener vida en sí mismo. Como la tiene, así le dio tenerla. ¿Dónde la tiene? En sí mismo. Dónde le dio tenerla? En sí mismo. Pablo, ¿dónde la tiene? No en sí mismo, sino en Cristo. Tú, fiel, ¿dónde la tienes? No en ti mismo, sino en Cristo. Veamos si el Apóstol lo dice: Ahora bien, vivo ya no yo, sino que Cristo vive en mí21. Nuestra vida, como nuestra, esto es, por nuestra propia voluntad, no será sino mala, pecadora, inicua; en cambio, la vida buena procede, en nosotros, de Dios, no de nosotros; nos la da Dios, no nosotros. Cristo, en cambio, por ser la Palabra de Dios, tiene vida en sí mismo como el Padre. No vive un momento mal, y un momento vive bien; el hombre, en cambio, ora mal, ora bien. Quien vivía mal, estaba en su vida; quien vive bien, ha pasado a la vida de Cristo. Hecho partícipe de la vida, no eras lo que has recibido, pero existías para recibirlo; el Hijo de Dios, en cambio, no existió primeramente, digamos, sin vida y recibió vida, ya que, si la hubiese recibido así, no la tendría en sí mismo. De hecho, ¿qué significa «en sí mismo»? Que él era la Vida en persona.

Cristo tiene la vida en sí mismo

10. Tal vez pueda decir todavía otra cosa más clara. En efecto, alguien enciende una lámpara; por ejemplo, la lámpara esa, por lo que se refiere a la llamita que allí luce, ese fuego tiene luz en sí mismo; en cambio, tus ojos que, ausente la lámpara, yacían y nada veían, tienen ya luz ellos mismos, pero no en sí mismos. Por ende, si se apartan de la lámpara, se entenebrecen; si se vuelven hacia ella son iluminados. Pero ese fuego, mientras existe, luce; si quisieras quitarle la luz, a una lo apagas, porque sin luz no puede continuar. Pero Cristo es luz inextinguible y coeterna con el Padre, siempre candente, siempre luciente, siempre ardiente porque, si no ardiera, ¿acaso se diría en un salmo: No hay quien se esconda de su calor?22 Tú, en cambio, estabas helado en tu pecado: te conviertes para arder; si te apartas, te hielas. Tenebroso estabas en tu pecado: te conviertes para ser iluminado; si vuelves la espalda, te oscurecerás. Por ende, porque en ti eras tinieblas, cuando seas iluminado no serás la luz aunque estés en la luz. Dice, en efecto, el Apóstol: Otrora fuisteis tinieblas; ahora, en cambio, luz en el Señor23. Tras haber dicho «ahora, en cambio, luz», ha añadido «en el Señor». En ti, pues, tinieblas; luz en el Señor. Luz, ¿por qué? Porque por participación de su luz eres luz. Si, en cambio, te alejas de la luz que te ilumina, regresas a tus tinieblas.

No es así Cristo, no así la Palabra de Dios, sino ¿cómo? Como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo, de forma que no vive por participación, sino que vive inconmutablemente y él es absolutamente la Vida. Así dio también al Hijo tener vida. Como la tiene, así la dio. ¿Cuál es la diferencia? Que aquél la dio, éste la recibió. ¿Acaso existía ya cuando la recibió? ¿Acaso concebimos que Cristo haya existido alguna vez sin luz, siendo así que él es la Sabiduría del Padre, de la que está dicho: Es el esplendor de la luz eterna?24 Lo que, pues, se dice «dio al Hijo», es igual que si se dijera: «Engendró al Hijo, pues se la dio engendrándolo. Como le dio el ser, así le dio también ser la Vida, y se la dio de forma que en sí mismo sea la Vida». ¿Qué significa «en sí mismo sea la Vida? No necesitar una vida venida de otra fuente, sino ser él mismo la plenitud de la vida, de donde otros creyentes vivieran mientras vivieran. Le dio, pues, tener vida en sí mismo; se la dio, ¿como a quién? Como a su Palabra, como a quien en el principio era la Palabra y la Palabra existía en Dios.

El Hijo del hombre tiene la autoridad de juzgar

11. Después que se hizo hombre, ¿qué le dio? Y le ha dado potestad también de hacer juicio, porque es hijo de hombre. En cuanto que es Hijo de Dios, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo25; en cambio, en cuanto que es hijo de hombre, le dio potestad de hacer juicio. Esto es lo que expuse a Vuestra Caridad el día de ayer: que en el juicio se verá al hombre; en cambio, no se verá. Pero después del juicio, Dios será visto por quienes vencieren el juicio; en cambio, los impíos no verán a Dios. Porque, pues, en el juicio se verá al hombre en la forma en que vendrá como ha ascendido, por eso había dicho arriba: El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio26. También lo repite en ese lugar cuando, como si tú dijeras: «¿Por qué le dio potestad de hacer juicio?», dice: Y le dio potestad de hacer juicio, porque es hijo de hombre.

¿Cuándo no tuvo esa potestad de hacer juicio? Cuando en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; cuando todo se hizo mediante ella27, ¿acaso no tenía la potestad de hacer juicio? Pero, porque en cuanto que es el Hijo de Dios tuvo siempre esta potestad, digo que le dio potestad de hacer juicio en cuanto que es hijo de hombre; recibió la potestad de juzgar porque es hijo de hombre. La recibió quien fue crucificado. Quien estuvo en la muerte, está en la vida; la Palabra de Dios nunca está en la muerte; siempre en la vida.

Hay dos resurrecciones

12. Alguno de nosotros, pues, quizá decía ya: «He aquí que hemos resucitado; quien oye a Cristo, quien cree, pasa de la muerte a la vida, y no vendrá a juicio28; viene una hora, y es ahora, de que quien oye la voz del Hijo de Dios viva; estaba muerto, oyó, he aquí que resucitó; ¿qué es lo que después se llama resurrección futura?» Resérvate, no precipites la sentencia, no sea que vayas tras ella. Existe ciertamente esa resurrección que sucede ahora; muertos estaban los infieles, muertos estaban los inicuos; viven los justos, pasan de la muerte de la infidelidad a la vida de la fe; pero no creas, por eso, que no habrá resurrección alguna del cuerpo, cree que habrá también resurrección del cuerpo. Oye, en efecto, qué sigue tras hacer valer esa resurrección que sucede mediante la fe, para que nadie supusiera que hay esa sola y cayese en la desesperación y error de los hombres que pervertían las mentalidades de los otros, al decir que la resurrección ya ha sucedido, de los cuales dice el Apóstol: Y vuelcan la fe de algunos29. Creo, en efecto, que les decían palabras como éstas: «He aquí que el Señor dice: Quien cree en mí ha pasado de la muerte a la vida30; ya ha sucedido la resurrección en los hombres fieles que habían sido infieles; ¿cómo se habla de otra resurrección?». Gracias al Señor nuestro Dios, que apuntala a los vacilantes, dirige a los perplejos, envalentona a quienes dudan. Oye qué sigue, porque no tienes por qué construirte tiniebla de muerte. Si has creído, cree todo entero. Preguntas: ¿Qué creo todo entero? Asevera: «No os asombréis de esto, de que dio al Hijo potestad de hacer juicio al final, digo». ¿Cómo al final? No os asombréis de esto: porque viene una hora. Aquí no dijo: Y es ahora. Respecto a la resurrección de la fe, ¿qué dijo? Viene una hora y es ahora31. Respecto a esa resurrección de los cuerpos muertos que hace valer como futura, dijo «viene una hora», no dijo «es ahora», porque va a venir al final del mundo.

La segunda resurrección

13. Preguntas: ¿Y cómo me pruebas que habló de esa resurrección? Si oyes pacientemente, tú mismo te lo probarás en este instante. Sigamos, pues: No os asombréis de esto, porque viene una hora en la que todos los que están en los sepulcros32. ¿Qué más evidente que esta resurrección? Hace ya poco no había dicho «los que están en los sepulcros», sino: Los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán33. No dijo «unos vivirán, otros serán condenados», porque todos los que creen vivirán. Ahora bien, ¿qué dice de los sepulcros? Todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán. No dijo: oirán y vivirán, ya que, si han vivido mal y yacían en los sepulcros, resucitarán para la muerte, no para la vida. Veamos, pues, quiénes saldrán. Aunque poco antes los muertos, por oír y creer, vivían, sin hacer allí distinción alguna, no está dicho «oirán los muertos la voz del Hijo de Dios y, tras oírla, unos vivirán, otros serán condenados», sino: «Todos los que la oigan vivirán», porque quienes creen vivirán, quienes tienen la caridad vivirán y ninguno morirá. En cambio, respecto a los sepulcros: Oirán su voz y saldrán, a resurrección de vida quienes obraron bien; a resurrección de juicio quienes obraron mal34. Éste es el juicio, el castigo aquel del que poco antes había dicho: Quien cree en mí ha pasado de la muerte a la vida, y no viene a juicio35.

En el Hijo se identifican oír y ser

14. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; como oigo, juzgo, y mi juicio es justo36. Si, como oyes, juzgas, ¿a quién oyes? Si al Padre, ciertamente el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio. ¿Cuándo tu, heraldo del Padre en cierto modo, dices lo que oyes? «Digo lo que oigo, porque lo que el Padre es, esto soy, pues mi decir es ser, porque soy la Palabra del Padre». De hecho, Cristo te dice esto en tu corazón. ¿Qué significa «Como oigo, así juzgo», sino «como soy»? Por cierto, ¿cómo oye Cristo? Hermanos, busquemos, os ruego. ¿Oye Cristo al Padre? ¿Cómo le habla el Padre? Si le habla, sin duda le dirige palabras, pues todo el que dice algo a alguien, lo dice con la palabra. ¿Cómo habla el Padre al Hijo, siendo así que el Hijo es la Palabra del Padre? Cualquier cosa que el Padre nos dice, la dice con su Palabra; el Hijo es la Palabra del Padre, ¿con qué otra palabra habla a la Palabra en persona? Dios es único, tiene una única Palabra, en la única Palabra contiene todo. ¿Qué significa, pues, como oigo, así juzgo? Como provengo del Padre, así juzgo. Mi juicio, pues, es justo37. En verdad, si, como opinan los carnales, nada haces en virtud de ti, oh Señor Jesús, si nada haces en virtud de ti, ¿cómo has dicho poco antes: Así también el Hijo vivifica a los que quiere?38 Ahora dices: Nada hago en virtud de mí. Pero ¿qué hace valer el Hijo sino que procede del Padre? Quien procede del Padre no procede de sí. Si el Hijo procediera de sí, no sería Hijo; procede del Padre. El Padre, para existir, no procede del Hijo; el Hijo, para existir, procede del Padre. Igual al Padre; pero, en todo caso, ése procede de aquél, no aquél de ése.

Cristo se humilló, ¿y el hombre se ensalzará?

15. Porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió39. El Hijo único dice: «No busco mi voluntad», ¡y los hombres quieren hacer su voluntad! Se rebaja tanto quien es igual al Padre, ¡y se ensalza tanto quien yace enlo más bajo y, si no le dan una mano, no se levanta! Hagamos, pues, la voluntad del Padre, la voluntad del Hijo, la voluntad del Espíritu Santo, porque única es la voluntad, única la potestad, única la majestad de esta Trinidad. ElHijo dice: « No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió», precisamente porque Cristo no procede de sí, sino que procede de su Padre. En cambio, de la criatura que él mismo ha formado tomó lo que tuvo parapresentarse como hombre.