TRATADO 19

Comentario a Jn 5,19-30, predicado en Hipona poco después del tratado anterior y la víspera del 23

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

Quiero saldar mi deuda con vosotros

1. Con ocasión de las palabras evangélicas donde está escrito: «El Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer»1, en la medida en que turbaron mi estado de ánimo y mi pobreza de entendimiento, en el sermón anterior hablé de qué es el ver del Hijo, esto es, de la Palabra, porque el Hijo es la Palabra. Porque todo se hizo mediante la Palabra, hablé también de cómo puede entenderse que primero ve el Hijo actuar al Padre, para luego hacer también él lo que ha contemplado hacer al Padre, siendo así que el Padre no ha hecho nada sino mediante el Hijo, pues todo se ha hecho mediante ella y sin ella nada se hizo2. Pero no pude dar explicación alguna, porque yo tampoco tenía nada claro. A veces, por cierto, falla la palabra, aun cuando la inteligencia avanza. ¿Cuánto más padecerá la palabra una defección, cuando la inteligencia no tiene la perfección? Así pues, con el favor del Señor recorramos ahora brevemente la lectura y al menos hoy cumplamos la tarea debida. Si quizá queda algo de tiempo o de fuerzas, volveré a tratar, si pudiere, según las posibilidades vuestras y mías, qué significa el ver de la Palabra, qué el mostrarse a la Palabra. Ciertamente está dicho aquí todo lo que, si se entiende carnalmente según el sentir humano, el alma, llena de fantasías, no nos construye otra cosa, sino ciertas imágenes del Padre y del Hijo, como de dos hombres, uno que muestra, otro que ve; uno que habla, otro que escucha. Todo esto son ídolos del corazón, los cuales, si ya han sido arrojados de sus templos, ¡cuánto más habrá que arrojarlos de las mentes cristianas!

El Padre hace todo mediante el Hijo

2. Afirma: No puede el Hijo hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer. Esto es verdad; retenedlo bien, mientras empero no olvidéis lo que retuvisteis en el prólogo del evangelio mismo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios, y principalmente que todo se hizo mediante ella3. En efecto, unid a lo que habéis oído ahora lo oído antes, y una y otra cosa concuerden en vuestros corazones. Así pues, el Hijo no puede hacer por sí algo, sino lo que vea al Padre hacer, de modo que empero lo que hace el Padre no lo hace sino mediante el Hijo, porque el Hijo es su Palabra y en el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios, y todo se hizo mediante ella, pues cualesquiera cosas que él hiciere, éstas hace también el Hijo similarmente4; no otras, sino éstas, ni desemejantemente, sino similarmente.

El Padre muestra al Hijo sus obras

3. Pues el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él mismo hace5. Con lo que arriba he dicho, sino lo que vea al Padre hacer, parece relacionarse también esto: Le muestra todo lo que él mismo hace. Pero, si el Padre muestra lo que hace y el Hijo no puede hacerlo si el Padre no se lo muestra ni el Padre puede mostrárselo si no lo hace, será consecuente que el Padre no haga todo mediante el Hijo; si además mantenemos fijo e inconcuso que el Padre hace todo mediante el Hijo, antes de hacerlo lo muestra al Hijo porque, si después de hacerlo el Padre lo muestra al Hijo para que el Hijo haga las cosas mostradas, cosas mostradas que ya han sido hechas, sin duda el Padre hace algo sin el Hijo. Pero nada hace el Padre sin el Hijo, porque el Hijo de Dios es la Palabra de Dios y todo se hizo mediante ella. Por tanto, queda quizá que lo que el Padre va a hacer lo muestre como hacedero, para que sea hecho mediante el Hijo, porque, si el Hijo hace lo que el Padre muestra hecho, ciertamente no hizo mediante el Hijo lo que el Padre muestra hecho, pues no podría mostrarse al Hijo, sino lo hecho, y el Hijo no podría hacer sino lo mostrado, hecho, pues, sin el Hijo. Pero es verdad: Todo se hizo mediante ella. Fue, pues, mostrado antes de ser hecho. Pero he dicho que había que diferir esto, para volver sobre ello una vez recorrida la lectura si, como he dicho, me queda algo de tiempo o de fuerzas para tratar de nuevo lo que hemos aplazado.

¿Hay futuro en la eternidad del Padre?

4. Escuchad algo más y más difícil: Y le mostrará, afirma, obras mayores que éstas, para que vosotros os asombréis6. Mayores que éstas. ¿Mayores que cuáles? Fácilmente viene al pensamiento: mayores que las que acabáis de oír, las curaciones de enfermos corporales. En efecto, respecto a ese que llevaba treinta y ocho años enfermo y fue sanado por la palabra de Cristo, nació la ocasión entera de este sermón y, por eso, pudo decir el Señor: Le mostrará obras mayores que éstas, para que vosotros os asombréis. Hay, pues, obras mayores que ésas, y el Padre las mostrará al Hijo. No «mostró», como del pasado, sino mostrará, del futuro, esto es, va a mostrar. De nuevo surge una cuestión difícil. En efecto, ¿hay con el Padre algo que aún no haya sido mostrado al Hijo? ¿Hay con el Padre algo que aún se ocultaba al Hijo cuando el Hijo decía eso? En efecto, si mostrará, esto es, va a mostrar, aún no ha mostrado y va a mostrárselas al Hijo cuando también a ésos, pues sigue: Para que vosotros os asombréis. Y difícil de ver es esto: cómo el eterno Padre temporalmente, digamos, muestra algunas cosas al coeterno Hijo, que sabe todo lo que hay con el Padre.

El Padre y el Hijo en la resurrección y el juicio

5. ¿Cuáles son empero esas obras mayores? Por cierto, esto es quizá fácil de entender. Afirma: Pues como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere7. Mayores, pues, son las obras de resucitar a los muertos que curar enfermos. Pero, como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. ¿A unos, pues, el Padre, a otros el Hijo? Más bien, todo mediante ése mismo; así pues, el Hijo a los mismos que el Padre, porque el Hijo no hace otras cosas ni de otro modo, sino éstas también similarmente. Lisa y llanamente, así ha de entenderse y así mantenerse; pero recordad que el Hijo vivifica a los que quiere. Mantened, pues, aquí no sólo la potestad, sino también la voluntad del Hijo. El Hijo vivifica a los que quiere, y el Padre vivifica a los que quiere; el Hijo a los mismos que el Padre; y por eso son idénticas la potestad y la voluntad del Padre y del Hijo.

¿Qué es, pues, lo que sigue? Pues tampoco el Padre juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, para que todos honren al Hijo como honran al Padre8. Añadió esto como para dar razón de la afirmación anterior. Mucho me turba; estad atentos. El Hijo vivifica a los que quiere; el Padre vivifica a los que quiere; el Hijo resucita a los muertos, como el Padre resucita a los muertos. Pues tampoco el Padre juzga a nadie: si en el juicio han de ser resucitados los muertos, ¿cómo el Padre resucita a los muertos si no juzga a nadie, puesto que ha dado al Hijo todo el juicio? Ahora bien, en aquel juicio han de ser resucitados los muertos y resucitan unos para la vida, otros para el castigo; si el Hijo hace todo esto y el Padre, en cambio, no lo hace porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, parecería contrario a lo que está dicho: Como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. A una, pues, resucitan. Si a una resucitan, a una vivifican. A una, pues, juzgan; por tanto, ¿cómo es verdad: Pues tampoco el Padre juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio? Aunque de momento turben las cuestiones propuestas, el Señor conseguirá que, resueltas, deleiten. Así es, hermanos; ninguna cuestión deleitará expuesta si, propuesta, no hace que uno atienda. Siga, pues, el Señor mismo, por si quizá él se abre un poco en lo que añadió. Cubrió, en efecto, bajo nubes su luz, y es difícil volar al estilo del águila sobre toda la niebla que cubre a toda la tierra9, y en las palabras del Señor ver purísima la luz. Por si, pues, con el calor de sus rayos disipa nuestra tiniebla y se digna abrirse un poco en lo que sigue, dejado eso, veamos lo siguiente.

Igualdad del Padre y del Hijo

6. Quien no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió10. Esto es verdad y está claro, pues ha dado al Hijo todo el juicio, como ha dicho antes, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. ¿Qué diríamos si se descubre a algunos que honran al Padre y no honran al Hijo? «No puede suceder» afirma: Quien no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. No, puede, pues, alguien decir: «Yo honraba al Padre porque no conocía al Hijo». Si aún no honrabas al Hijo, tampoco honrabas al Padre, pues ¿por qué se honra al Padre sino porque tiene un Hijo? Una cosa es, en efecto, que se te encomie a Dios por ser Dios, y otra es que se te encomie a Dios por ser Padre. Cuando se te encomia a Dios por ser Dios, se te encomia como creador, se te encomia como omnipotente, se te encomia cierto espíritu sumo, eterno, invisible, inmutable; en cambio, cuando se te encomia por ser Padre, no se te encomia otra cosa que también al Hijo, porque no se puede hablar de padre si no tiene un hijo, como tampoco de hijo si no tiene padre. Pero, por si quizá honras ciertamente al Padre como mayor, pero al Hijo como a menor, de forma que me digas: «Honro al Padre, pues sé que tiene un Hijo, y no me equivoco al llamarlo Padre, pues yo no entiendo al Padre sin el Hijo; honro empero al Hijo como menor», el Hijo mismo te corrige y te disuade, diciendo: Para que todos honren al Hijo, no con honra inferior, sino como honran al Padre. Quien, pues, no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. «Yo, afirmas, quiero dar honor mayor al Padre, menor al Hijo». Quitas honor al Padre allí donde lo das menor al Hijo. En efecto, al opinar tú así, ¿qué otra cosa supones sino que el Padre no quiso o no pudo engendrar un Hijo igual a sí? Si no quiso, tuvo envidia; si no pudo, falló. ¿No ves, pues, que, opinando así, donde quieres dar al Padre honor mayor, allí eres injurioso contra el Padre? Por tanto, si quieres honrar al Padre y al Hijo, honra al Hijo como honras al Padre.

Creer al Hijo es creer al Padre

7. En verdad, en verdad os digo que quien oye mi palabra y cree a quien me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio, sino que ha pasado —no pasa ahora, sino que ya ha pasadode la muerte a la vida11. Observad también esto: Quien oye mi palabra. Y no dijo “me cree”, sino: «Cree a quien me envió». Oiga, pues, la palabra del Hijo para creer al Padre. ¿Por qué oye tu palabra y cree a otro? ¿Acaso cuando oímos la palabra de alguien, no creemos al mismo que profiere la palabra, no damos fe al que nos habla? ¿Qué, pues, quiso decir: «Quien oye mi palabra y cree a quien me envió», sino que “su palabra está en mí”? ¿Y qué significa «Oye mi palabra» sino «me oye»? Pues bien, cree al que me envió, porque, cuando le cree, cree a su palabra; ahora bien, cuando cree a su palabra, me cree porque yo soy la Palabra del Padre. Reina, pues, la paz en las Escrituras y todo está en orden, de ningún modo en pugna. Destierra tú de tu corazón la disputa, entiende la concordia de las Escrituras. ¿Acaso la verdad diría cosas contrarias a sí?

La resurrección espiritual

8. Quien oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. Recordáis lo que habíamos dejado más arriba: que como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así también el Hijo vivifica a los que quiere. Ya comienza él a abrirse y a hablar de la resurrección de los muertos, y he ahí que ya resucitan los muertos, pues quien oye mi palabra y cree a quien me envió, tiene vida eterna y no viene a juicio. «Prueba tú que ha resucitado». Afirma: Sino que ha pasado de la muerte a la vida. Quien ha pasado de la muerte a la vida, ha resucitado, sí, sin que nadie lo dude. No pasaría, en efecto, de la muerte a la vida si antes no estuviera en la muerte y no estuviese en la vida; cuando, en cambio, haya pasado, estará en la vida y no estará en la muerte. Muerto, pues, estaba y revivió; había perecido y fue hallado12. Por tanto, de algún modo se realiza ya cierta resurrección y los hombres pasan de cierta muerte a cierta vida: de la muerte de la infidelidad, a la vida de la fe; de la muerte de la falsedad, a la vida de la verdad; de la muerte de la iniquidad, a la vida de la justicia. También ésa es, pues, cierta resurrección de los muertos.

Las dos resurrecciones

9. Ábrala del todo y nos la aclare como comenzó a hacer. En verdad, en verdad os digo que viene una hora y es ahora13. Nosotros aguardábamos para el final la resurrección de los muertos, porque así lo hemos creído; mejor dicho, no aguardábamos, sino que simple y llanamente debemos aguardarla, pues no creemos que es falso que los muertos van a resucitar al final. Como, pues, quisiera el Señor Jesús notificarnos cierta resurrección de los muertos antes de la resurrección de los muertos, no como la de Lázaro14 o la del hijo de la viuda15 o la de la hija del jefe de la sinagoga16, que resucitaron para morir —porque antes de la resurrección de los muertos sucedió cierta resurrección de esos muertos mismos—, sino como aquí dice: Tiene vida eterna, afirma, y no viene a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. ¿A qué vida? A la eterna. No, pues, como el cuerpo de Lázaro, pues también éste pasó de la muerte del sepulcro a la vida de los hombres, pero no eterna, pues iba a morir; en cambio, los muertos que van a resucitar al final del mundo pasarán a la vida eterna. Como, pues, nuestro Señor Jesucristo, Maestro celestial, Palabra del Padre y la Verdad misma, quisiera mostrarnos cierta resurrección de los muertos a la vida eterna, a la vida eterna antes de la resurrección de los muertos, afirma: Viene una hora. Tú, sin duda imbuido por la fe en la resurrección de la carne, aguardabas esa hora del final del mundo, el día del juicio; y, para que no la aguardaras a propósito de ese pasaje, añadió: Y es ahora. Lo que, pues, dice: «Viene una hora», no lo dice de la hora última, cuando, a la orden y a la voz de un arcángel y con la trompeta de Dios, el Señor mismo descenderá del cielo y resucitarán primero los muertos en Cristo; después nosotros, los vivos que hemos sido dejados, seremos arrebatados a una con ellos entre nubes, al encuentro de Cristo, hacia los aires, y así estaremos siempre con el Señor17. Esa hora vendrá, pero no es ahora. Advertid, en efecto, cuál es esa hora: Viene una hora y es ahora. ¿Qué sucede en ella, qué, sino la resurrección de los muertos? ¿Y qué clase de resurrección? De forma que quienes resucitan, vivan eternamente. Esto sucederá también en la hora última.

Para resucitar hay que obedecer

10. ¿Qué decir, por tanto? ¿Cómo entendemos esas dos resurrecciones? ¿Acaso quizá quienes ahora resucitan no resucitarán entonces, de forma que ahora suceda la resurrección de unos, entonces la de otros? No es así porque, si hemos creído rectamente, hemos resucitado con esa resurrección, y nosotros mismos, que ya hemos resucitado, aguardamos para el final la otra resurrección. Pero también ahora hemos resucitado a la vida eterna, si permanecemos perseverantemente en esa fe misma; y resucitaremos a la vida eterna, cuando seremos igualados a ángeles18. Él mismo, pues, distinga, él mismo nos aclare lo que he osado decir, cómo acontece una resurrección antes de la resurrección, no de unos y otros, sino de los mismos; ni tal cual la de Lázaro, sino para vida eterna. Lisa y llanamente nos lo aclarará. Escuchad al Maestro clarificador y a nuestro Sol que penetra en nuestros corazones, no al que desean los ojos de la carne, sino por quien se abrasan los ojos del corazón para que los abra. Oigámosle, pues, a él mismo: En verdad, en verdad os digo que viene una hora y es ahora, cuando los muertos —ved que se expresa la resurrección—, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán. ¿Por qué añadió: Quienes la oigan vivirán? ¿Podrían, en efecto, oírla si no viviesen? Bastaría, pues: Viene una hora y es ahora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios. Ya entenderíamos que ellos viven, puesto que, si no viviesen, no podrían oír. No afirma «viven porque oyen», sino que «al oír revivirán»; oirán, y quienes la oigan vivirán. ¿Qué significa, pues, «Oirán», sino «obedecerán»? En efecto, por lo que se refiere a la audición del oído, no todos los que oirán vivirán, pues muchos oyen y no creen. Oyendo y no creyendo, no obedecen; no obedeciendo, no viven. Así pues, aquí «Quienes oirán» no significa otra cosa que quienes obedecerán. Quienes, pues, obedezcan vivirán; estén ciertos, estén seguros, vivirán. Se predica que Cristo es la Palabra de Dios, el Hijo de Dios mediante el que todo se hizo, nacido ciertamente de la Virgen, asumida la carne por gracia de la dispensación, bebé en la carne, joven en la carne, que sufriente en la carne, muere en la carne, resucita en la carne, asciende en la carne, a la carne promete la resurrección, a la mente promete la resurrección, a la mente antes que a la carne, a la carne después de la mente. Quien oye y obedece, vivirá; quien oye y no obedece, esto es, oye y desprecia, oye y no cree, no vivirá. ¿Por qué no vivirá? Porque no oye. ¿Qué significa «no oye»? No obedece. Quienes, pues, oigan, vivirán.

Tener vida en sí mismo

11. Para que ahora se abra, si fuere posible, lo que había yo dicho que debía diferirse, atended ahora. Respecto a esta resurrección misma, añadió a continuación: Pues, como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener también vida en sí mismo. ¿Qué significa: El Padre tiene vida en sí mismo? Tiene vida no en otra parte, sino en sí mismo19. Efectivamente, su vivir está en él; no es de otra parte, no es ajeno, no como si se toma prestada la vida, ni como que se hace partícipe de la vida, de esa vida que no es lo que él mismo es; sino que tiene vida en sí mismo, de manera que él en persona es para sí esa vida misma. Si pudiera decir aún un poco sobre esto, podré con la ayuda del Señor y la piedad de vuestra atención, propuestos unos ejemplos para instruir vuestra inteligencia.

Dios vive, vive también el alma; pero la vida de Dios es inmutable, la vida del alma es mudable. Dios ni progresa ni falla, sino que en sí es siempre el mismo; es como es; no ahora así, después así, antes de otra manera. En cambio, la vida del alma es muy distinta unas veces y otras: vivía como tonta, vive como sabia; vivía como inicua, vive como justa; ora recuerda, ora se olvida; ora aprende, ora no puede aprender; ora pierde lo que había aprendido, ora percibe lo que había perdido: mudable es la vida del alma. Y cuando el alma vive en la iniquidad, es su muerte; cuando, en cambio, es hecha justa, es hecha partícipe de otra vida, que no es lo que ella misma, pues, irguiéndose hacia Dios y adhiriéndose a Dios, es justificada gracias a él, pues está dicho: A quien cree en quien justifica al impío, su fe se evalúa para justicia20. Separándose de él, se hace inicua; avanzando hacia él, es hecha justa. ¿Acaso no te parece como si algo frío hierve acercado al fuego, y retirado de él se entumece? ¿Acaso no te parece que algo tenebroso, acercado a la luz se ilumina, retirado de la luz se ennegrece? Algo parecido es el alma; Dios no es algo parecido. También puede el hombre decir que ahora tiene luz en sus ojos. Digan, pues, tus ojos como con cierta voz propia, si pueden: «Tenemos la luz en nosotros mismos». Se replica: «No decís con propiedad que tenéis la luz en vosotros mismos; tenéis luz, pero en el cielo; si quizá es de noche, tenéis luz, pero en la luna, en las candelas, no en vosotros mismos, porque, cerrados, la perdéis; abiertos, la percibís. No tenéis la luz en vosotros mismos; al ponerse el sol conservad la luz si podéis; es de noche y disfrutáis de la luz nocturna; levantada una candela, conservad la luz; en cambio, con la candela retirada permanecéis en las tinieblas; no tenéis luz en vosotros mismos. Tener, pues, luz en sí mismo es esto: no necesitar de otro la luz. Si alguien entiende, he aquí donde muestra al Hijo igual al Padre, donde asevera: «Como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener también vida en sí mismo», de manera que entre el Padre y el Hijo hay sólo esta diferencia: el Padre tiene en sí mismo una vida que nadie le dio; el Hijo, en cambio, tiene en sí mismo la vida que el Padre le dio.

El alma, vida del cuerpo. Dios, vida del alma

12. Pero también aquí surge algo nuboso que disipar. No desfallezcamos, estemos atentos; pasto de la mente es; no le hagamos ascos para que vivamos. He aquí que confiesas que el Padre, afirmas, dio vida al Hijo, de modo que éste la tenga ciertamente en sí mismo como el Padre tiene vida en sí mismo: aquél sin carecer de ella, sin que tampoco éste carezca de ella; se la dio de forma que aquél es la vida y también éste lo es, y, unida una y otra realidad, son una única vida, no dos, porque Dios es único, no dos dioses, y esto mismo es ser la vida. ¿Cómo, pues, el Padre dio vida al Hijo? No así —como si el Hijo hubiese existido antes sin vida y, para vivir, del Padre hubiera recibido la vida—, porque, si fuese esto, no tendría vida en sí mismo.

He aquí que yo hablaba del alma. Existe el alma; aunque no sea sabia, aunque no sea justa, el alma existe; aunque no sea piadosa, el alma existe. Para ella, pues, una cosa es ser alma, pero otra ser sabia, ser justa, ser piadosa. Hay, pues, algo a causa de lo cual aún no es sabia, aún no es justa, aún no es piadosa; sin embargo, ella es algo; sin embargo, no es ninguna vida, porque por ciertas obras suyas muestra que ella es vida, aunque no se muestra sabia, piadosa, justa. Si, en efecto, no viviera, no movería el cuerpo, no ordenaría el paso a los pies, la obra a las manos, la mirada a los ojos, la audición a los oídos; no abriría la boca para hablar, ni movería la lengua para emitir los sonidos diversos. Así pues, con estas acciones muestra que vive y que es algo que es superior al cuerpo: pero ¿acaso en estas obras ella se muestra sabia, piadosa, justa? ¿Acaso no caminan, trabajan, ven, oyen, hablan también los tontos, los impíos y los injustos? Pero, cuando el alma se yergue hacia algo que ella misma no es, que está sobre ella y gracias a lo cual ella misma existe, percibe la sabiduría, la justicia, la piedad, sin las que, aunque existía, estaba muerta y tenía no la vida con que vivir ella misma, sino con que vivificar al cuerpo, pues en el alma una cosa es con lo que se vivifica al cuerpo, y otra con lo que se vivifica a sí misma. Ciertamente es una realidad mejor que el cuerpo; pero mejor que ella es Dios. Ella misma, pues, aunque sea necia, injusta, impía, es la vida del cuerpo. Pero, porque su vida es Dios, como, cuando ella misma está en el cuerpo, le proporciona vigor, hermosura, movilidad, las funciones de los miembros, así, cuando su vida, Dios, está en ella misma, le proporciona sabiduría, piedad, justicia, caridad. Una cosa, pues, es lo que del alma se proporciona al cuerpo, otra lo que de Dios se proporciona al alma; vivifica y es vivificada; muerta, vivifica, aunque ella misma no está vivificada. Así pues, llegada la palabra e infundida en los oyentes y hechos éstos no sólo oyentes, sino también obedientes, el alma resucita de su muerte a su vida, esto es, de la iniquidad, de la insensatez, de la impiedad resucita hacia su Dios, que es su sabiduría, justicia, claridad. Surja hacia él, déjese iluminar por él. Acercaos a él, afirma. ¿Y qué nos sucederá? Y sois iluminados21. Si, pues, acercándoos sois iluminados y apartándoos os entenebrecéis, vuestra luz no estaba en vosotros, sino en vuestro Dios. Acercaos para resucitar; si os alejáis moriréis. Si, pues, acercándoos vivís y alejándoos morís, vuestra vida no estaba en vosotros, pues vuestra vida es vuestra luz, porque en ti está la fuente de la vida y en tu luz veremos la luz22.

El Hijo es la vida, no sólo la tiene

13. A diferencia, pues, del alma, que antes de ser iluminada es algo distinto y viene a ser cosa mejor cuando la ilumina la participación del Mejor, la Palabra de Dios, el Hijo de Dios, no era algo distinto antes de recibir la vida para, participando, tener la vida, sino que en sí mismo tiene vida y, por eso, es la Vida misma. ¿Qué, pues, asegura: Dio al Hijo tener en sí mismo vida? Brevemente lo diría yo: engendró al Hijo, pues éste no existía sin vida y recibió la vida, sino que naciendo es la vida. El Padre, sin nacer, es la vida; el Hijo, naciendo, es la Vida. El Padre no procede de padre alguno; el Hijo, del Padre Dios. El Padre, en cuanto que existe, de nadie procede; en cambio, en cuanto que es Padre, lo es por el Hijo. Pero el Hijo, en cuanto que es Hijo, lo es por el Padre y, en cuanto que existe, procede del Padre. Dijo, pues, esto: «Dio vida al Hijo para que éste la tuviera en sí mismo», como si dijera: el Padre, que en sí mismo es la vida, engendró a su Hijo para que en sí mismo fuese la Vida. En efecto, quiso que con la palabra dio se entienda «engendró». Como si dijéramos a alguien: «Dios te dio el ser». ¿A quién lo dio? Si dio el ser a alguien existente, no le dio el ser, porque antes de dárselo había alguien que podía recibirlo. Cuando, pues, oyes: «Dios te dio el ser», no existías para recibirlo, y al existir recibiste el ser. El constructor dio a esta casa que existiera. Pero ¿qué le dio? Que fuese casa. ¿A quién dio? A esta casa. ¿Qué le dio? Que fuese casa. ¿Cómo pudo dar a la casa que fuese casa? Si, en efecto, había casa, ¿a quién daría que fuese casa cuando ya era casa? ¿Qué significa, pues: «Le dio que fuese casa»? Hizo que existiera la casa. ¿Qué, pues, dio al Hijo? Le dio que fuese Hijo, lo engendró para que fuese la Vida; esto significa: «Le dio tener vida en sí mismo»: que fuese la Vida no necesitada de vida, para que no se entienda que participando tiene vida. En efecto, si participando tuviera vida, perdiéndola podría estar sin vida; no entiendas, no pienses, no creas esto respecto al Hijo. El Padre, pues, permanece como vida, y el Hijo permanece como vida; el Padre es en sí mismo la vida, no procedente del Hijo; el Hijo es en sí mismo la Vida, pero procedente del Padre. Fue engendrado por el Padre para ser en sí mismo la Vida; en cambio, el Padre no engendrado es en sí mismo la vida. Y no engendró un Hijo menor, que creciendo viniera a ser igual. En efecto, el tiempo no ayudó a la perfección de ese mediante el cual, perfecto, han sido creados los tiempos. Antes de todos los tiempos es coeterno con el Padre. En efecto, nunca el Padre existe sin el Hijo; ahora bien, el Padre es eterno; luego coeterno es también el Hijo.

Y tú, alma, ¿qué? Estabas muerta, habías perdido la vida, mediante el Hijo oye al Padre. Levántate, recibe la vida para recibir, en quien tiene en sí mismo vida, la vida que no tienes en ti. Te vivifican, pues, el Padre y el Hijo y acontece la primera resurrección, cuando resucitas a participar en la vida, cosa que tú no eres, y participando eres hecho viviente. Resucita de tu muerte a tu vida, que es tu Dios, y pasa de la muerte a la vida eterna. El Padre, en efecto, tiene en sí mismo vida eterna y, si no engendrase un Hijo que también tuviera en sí mismo vida, el Hijo no vivificaría a quienes quisiera, como el Padre resucita y vivifica a los muertos.

La sabiduría, resurrección del alma

14. ¿Qué decir, pues, de la resurrección del cuerpo. En verdad, esos que oyen y viven, ¿cómo viven, sino oyendo? En efecto, el amigo del novio, que está en pie y le oye, con gozo goza por la voz del novio23, no por su voz; esto es, participando, no existiendo, oyen y viven; y todos los que oyen viven porque todos los que obedecen viven. Di algo, Señor, también de la resurrección de la carne, pues hubo quienes la negaron y dijeron que resurrección hay sola esa que acontece mediante la fe. De esta resurrección ha hecho ahora conmemoración el Señor y nos ha inflamado, porque ciertos muertos oirán la voz del Hijo de Dios y vivirán24. De entre quienes oigan, no morirán unos y otros vivirán, sino todos los que oigan vivirán, porque todos los que obedezcan vivirán. He aquí que vemos la resurrección de la mente; no perdamos, pues, la fe en la resurrección de la carne. Y si tú, Señor Jesús, no hablases de ella, ¿a quién opondremos a los contradictores? Por cierto, ninguna secta que ha presumido de inculcar a los hombres alguna religión, ha negado esa resurrección de las mentes, para que no se le dijera: «Si el alma no resucita, ¿por qué me hablas? ¿Qué quieres hacer en mí? Si no haces del peor uno mejor, ¿por qué hablas? Si, en cambio, del inicuo haces un justo, del impío un piadoso, del tonto un sabio, confiesas que mi alma resucita si te obedezco, si te creo». Porque, pues, todos los que fundaron una secta religiosa, incluso de alguna religión falsa, querían que se les creyese, no pudieron negar esa resurrección de las mentes; todos están de acuerdo en ella, pero muchos negaron la resurrección de la carne, dijeron que la resurrección ha tenido lugar por la fe. El Apóstol resiste a esos tales, diciendo: Entre ellos están Himeneo y Fileto, que se extraviaron acerca de la verdad, al decir que la resurrección ya ha tenido lugar, y desbaratan la fe de algunos25. Decían que la resurrección ya ha tenido lugar, pero de modo que no se espere otra; y censuraban a los hombres que esperaban la resurrección de la carne, como si la resurrección que estaba prometida se cumpliera ya mediante la fe, creyendo. El Apóstol los censura. ¿Por qué los censura? ¿Acaso no decían esto que hace un momento decía el Señor: Viene una hora y es ahora, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes la oigan vivirán? Pero hablo aún de la vida de las mentes, te dice Jesús; aún no hablo de la vida de los cuerpos, sino que hablo sobre la vida de la vida de los cuerpos, esto es, sobre la de las almas, gracias a las cuales existe la vida de los cuerpos. De hecho, sé que hay cuerpos que yacen en los sepulcros, sé que también vuestros cuerpos yacerán en los sepulcros. Todavía no hablo de aquella resurrección. Hablo de ésa; resucitad en ésa, para que en aquélla no resucitéis para castigo. Pero, para que sepáis que hablo de aquélla, ¿qué añado? Pues como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener también vida en sí mismo26. Esta vida que es el Padre, que es el Hijo, ¿a qué pertenece, al alma o al cuerpo? Por cierto, percibe la vida aquella de la sabiduría no el cuerpo, sino la mente racional. De hecho, no toda alma puede percibir la sabiduría, pues también el ganado tiene alma, pero el alma del ganado no puede percibir la sabiduría. El alma humana, pues, puede percibir esa vida que el Padre tiene en sí mismo y dio al Hijo tener también vida en sí mismo, porque ésta es la luz verdadera que ilumina no a toda alma, sino a todo hombre que viene a este mundo27. Porque, pues, hablo a esa mente, oiga, esto es, obedezca y viva.

Jesús, con autoridad para juzgar

15. Así pues, Señor, no guardes silencio sobre la resurrección de la carne, no sea que los hombres no la crean y nosotros, argumentadores, nos quedemos sin ser predicadores. Como, pues, el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener vida en sí mismo. Entiendan quienes oyen, crean para entender, obedezcan para vivir. Escuchen todavía otra cosa, para que no supongan que la resurrección terminó aquí: Y le dio potestad también de hacer juicio. ¿Quién? El Padre. ¿A quién dio? Al Hijo, pues a quien dio tener vida en sí mismo, le dio potestad también de hacer juicio, porque es hijo de hombre28. Ese Cristo es, en efecto, Hijo de Dios e hijo de hombre. En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios; ella existía al principio en Dios. He aquí cómo le dio tener vida en sí mismo. Pero, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros29, el hombre hecho de la Virgen María es hijo de hombre. Por tanto, por ser hijo de hombre, ¿qué recibió? La potestad también de hacer juicio. ¿Qué juicio? Al final de los tiempos; y tendrás la resurrección de los muertos, pero la de los cuerpos. Dios, pues, resucita las almas mediante Cristo, el Hijo de Dios; resucita Dios los cuerpos mediante el mismo Cristo, hijo de hombre. Le dio potestad. No tendría esta potestad si no la recibiera, y sería un hombre sin potestad. Pero el mismo que es hijo de hombre es Hijo de Dios, pues, adhiriéndose en cuanto a la unidad de persona el hijo de hombre al Hijo de Dios, resultó una única persona y el Hijo de Dios es la misma que el hijo de hombre. Ahora bien, ha de discernirse qué tiene en razón de qué. Un hijo de hombre tiene alma, tiene cuerpo. El Hijo de Dios, que es la Palabra de Dios, tiene al hombre, como el alma al cuerpo. Como el alma que tiene cuerpo no forma dos personas, sino un único hombre, así la Palabra que tiene al hombre no forma dos personas, sino un único Cristo. ¿Qué es el hombre? Alma racional que tiene cuerpo. ¿Qué es Cristo? La Palabra de Dios que tiene al hombre. Veo de qué cosas hablo y quién habla y a quiénes hablo.

El Hijo del hombre como Juez

16. Ahora, a propósito de la resurrección de los cuerpos, escuchad no a mí, sino al Señor que va a hablar en atención a quienes resucitaron surgiendo de la muerte y adhiriéndose a la vida. ¿A qué vida? La que no conoce muerte. ¿Por qué no conoce muerte? Porque no conoce mutabilidad. ¿Por qué no conoce mutabilidad? Porque en sí mismo es la vida. Y le dio potestad también de hacer juicio, porque es hijo de hombre. ¿Qué juicio, qué clase de juicio? No os asombréis de esto —porque dije: «Le dio potestad también de hacer juicio»—, porque viene una hora30. No ha añadido «y es ahora»; quiere, pues, insinuar cierta hora al final del mundo. Ahora es hora de que resuciten los muertos, al final del mundo será hora de que resuciten los muertos; pero resuciten ahora en la mente, entonces en la carne; resuciten ahora en la mente mediante la Palabra de Dios, el Hijo de Dios; resuciten entonces en la carne mediante la Palabra de Dios hecha carne, hijo de hombre. En efecto, al juicio de vivos y muertos no va a venir el Padre en persona; sin embargo, tampoco se aparta del Hijo el Padre. ¿Cómo, pues, no va a venir en persona? Porque en el juicio no será visto él en persona: Mirarán hacia quien punzaron31. Juez será la forma aquella que compareció bajo el poder del juez; juzgará la que fue juzgada: juzgará justamente, pues fue juzgada injustamente. Vendrá, pues, la forma de esclavo y ésa misma aparecerá, pues la forma de Dios, ¿cómo aparecerá a justos e inicuos? Por cierto, si el juicio no sucediera sino entre solos los justos, a los justos aparecería como la forma de Dios; pero, porque sucederá el juicio de justos e inicuos y no es lícito que los inicuos vean a Dios, pues Dichosos los limpios de corazón, porque ésos verán a Dios32, a esos tales aparecerá el juez, cual puedan verlo tanto los que ha de coronar como los que ha de condenar. Se verá, pues, la forma de esclavo, oculta estará la forma de Dios. En el siervo estará oculto el Hijo de Dios y aparecerá como hijo de hombre, porque le dio potestad también de hacer juicio, porque es hijo de hombre. Y, precisamente porque él solo aparecerá en forma de esclavo —el Padre, en cambio, no aparecerá, porque no está vestido de la forma de esclavo—, asevera más arriba: El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio33.

¡Bien, pues, por la dilación! Así, quien propuso la dificultad es el mismo que la ha explicado. En efecto, antes estaba oculto; ahora, según estimo, ya está manifiesto que le dio potestad también de hacer juicio, porque el Padre no juzga a nadie, sino que ha dado al Hijo todo el juicio, porque el juicio ha de tener lugar mediante la forma que el Padre no tiene. ¿Y qué clase de juicio? No os asombréis de esto, porque viene una hora; no la que es ahora, la de que resuciten las almas, sino la que va a venir, la de que resuciten los cuerpos.

La resurrección de los cuerpos

17. Dígalo con total claridad, para que el hereje, negador de la resurrección de los cuerpos, no encuentre subterfugios, aunque ya comienza a aparecer la comprensión. Cuando más arriba se había dicho: «Viene una hora», añadió: y es ahora34. En cambio, ahora dice: «Viene una hora» y no añadió: y es ahora. Sin embargo, con la verdad abierta destroce todos los asideros, todos los zarcillos de los subterfugios, todos los nudos de las trampas. No os asombréis de esto, porque viene una hora en la que todos los que están en los sepulcros. ¿Qué hay más evidente? ¿Qué, más explícito? Los cuerpos están en los sepulcros, las almas no están en los sepulcros: ni las de los justos ni las de los inicuos. El alma de un justo estuvo en el seno de Abrahán; el alma de un malvado era atormentada en los infiernos35; en el sepulcro, ni una ni otra. Cuando hace poco aseguró: «Viene una hora y es ahora» —por favor, atended. Sabéis, hermanos, que al pan del vientre se llega con esfuerzo; ¿cuánto más al pan de la mente? Con fatiga estáis de pie y oís; pero con fatiga mayor estoy de pie y hablo. Si me fatigo por vosotros, ¿no debéis colaborar para vosotros mismos?—; cuando, pues, hace poco decía: «Viene una hora», y añadía: «y es ahora», ¿qué añadió? Cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y quienes oigan vivirán. No dijo: todos los muertos oirán y quienes oigan vivirán, pues quería que por muertos se entendiese inicuos. ¿Y acaso obedecen al Evangelio todos los inicuos? Abiertamente dice el Apóstol: Pero no todos obedecen al Evangelio36. Sin embargo, quienes lo oyen vivirán, porque todos los que obedecen al Evangelio pasarán a la vida eterna mediante la fe; no todos empero obedecen, y esto es ahora. Pero, al final, todos los que están en los sepulcros, esto es, justos e injustos, oirán su voz y saldrán37. ¿Por qué no quiso decir: Y vivirán? Todos, en efecto, saldrán, pero no todos vivirán. Ciertamente, respecto a lo que arriba dijo: Y quienes oigan vivirán, en esa obediencia misma quiso que se entienda también la vida eterna y feliz que no tendrán todos los que saldrán de los sepulcros. En la conmemoración de los sepulcros, pues, y en la explicitación de la salida de los sepulcros abiertamente entendemos ya la resurrección de los cuerpos.

El juicio

18. Todos oirán su voz y saldrán. ¿Y dónde está aquí el juicio, si todos oirán y todos saldrán? Todo está como confuso; no veo distinción. Ciertamente has recibido el poder de juzgar, porque eres hijo de hombre; he aquí que estarás presente en el juicio, los cuerpos resucitarán; di algo del juicio mismo, esto es, de la separación de malos y buenos. Oye también esto: Quienes hicieron cosas buenas, para resurrección de vida; quienes obraron cosas malas, para resurrección de juicio38. Cuando más arriba hablaba de la resurrección de las mentes y las almas, ¿acaso hizo distinción? Más bien, todos los que oirán vivirán, porque obedeciendo vivirán. Pero, resucitando y saliendo de los sepulcros, no todos irán a vida eterna, sino quienes obraron bien; quienes, en cambio, obraron mal, irán al juicio. Por cierto, puso aquí «juici» por castigo. Y habrá separación, mas no cual hay de momento. Efectivamente, de momento nos separan no los lugares, sino las costumbres, las actitudes, los deseos, la fe, la esperanza, la caridad, pues vivimos a una con los inicuos, pero no es única la vida de todos; en lo oculto nos diferenciamos, en lo oculto estamos separados; como granos en la era, no como granos en el granero. En la era, los granos se separan y se mezclan; se separan cuando se los despoja de la paja; se mezclan porque aún no se los bielda. Entonces será clara la separación: como la de las costumbres, así también la de la vida; como la de la sabiduría, así también la de los cuerpos. Quienes hicieron bien irán a vivir con los ángeles de Dios; quienes obraron mal, a ser atormentados con el diablo y sus ángeles. Y pasará la forma de esclavo, pues se había presentado para esto, para hacer juicio; tras el juicio, se marchará de ahí, conducirá consigo el cuerpo cuya cabeza es, y ofrecerá el reino a Dios39. Entonces se verá claramente la forma aquella de Dios, que no podían ver los inicuos, a cuya vista había de mostrarse la forma de esclavo. También en otro lugar dice así: Irán ésos —los de ciertas partes izquierdas— a la quema eterna; los justos, en cambio, a vida eterna40, de la que en otro lugar dice: Ahora bien, ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo41. Entonces aparecerá allí quien, como existiese en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios42; entonces se mostrará como prometió mostrarse a sus amantes, pues quien me quiere, asevera, guarda mis mandatos; y quien me quiere será querido por mi Padre, y yo lo querré y me mostraré a mí mismo a él43. Presente estaba a quienes hablaba; pero veían la forma de esclavo; en cambio, no veían la forma de Dios. Mediante el jumento eran conducidos a la posada para ser curados, pero, una vez curados, verán, porque afirma: Me mostraré a mí mismo a él. ¿Cómo se muestra igual al Padre? Cuando dice a Felipe: Quien me ha visto, ha visto también al Padre44.

¿Por qué es justa la sentencia de Jesús?

19. Yo no puedo hacer nada por mí mismo; como oigo, juzgo y mi juicio es justo. Porque íbamos a decirle: «Tú juzgarás y el Padre no juzgará porque ha dado al Hijo todo el juicio; no juzgarás, pues, según el Padre», añadió: Yo no puedo hacer nada por mí mismo, sino que como oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió45. Ciertamente, el Hijo vivifica a los que quiere. No busca su voluntad, sino la voluntad del que lo envió. No la mía, no la propia; no la mía, no la de un hijo de hombre; no la mía, que se oponga a Dios. Los hombres, en efecto, hacen su voluntad, no la de Dios, cuando hacen lo que quieren, no lo que Dios ordena. Cuando, en cambio, hacen lo que quieren, de forma que sigan la voluntad de Dios, no hacen su voluntad aunque hagan lo que quieren. Haz voluntariamente lo que se te ordena, y así, por una parte, harás lo que quieres; por otra, harás no tu voluntad, sino la del que manda.

El cansancio de Agustín

20. ¿Qué significa, pues: Como oigo, juzgo? Oye el Hijo, el Padre le muestra y el Hijo ve al Padre obrar. También había diferido examinar eso un poco más claramente, según mis fuerzas, si, terminada la lectura, me quedaban tiempo y fuerzas. Si digo que aún puedo hablar, quizá vosotros ya no podéis escuchar. Asimismo, quizá por avidez de escuchar decís: «Podemos». Porque, fatigado ya, no puedo hablar, que yo confiese mi debilidad es, pues, mejor que infundiros aún a vosotros bien saciados ya lo que no digiráis bien. Por ende, con la ayuda de Dios tenedme para mañana como deudor de esta promesa que, si aún quedaba, había diferido para hoy.