TRATADO 17

Comentario a Jn 5,1-18, predicado en Hipona en julio de 414

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

Jesús busca más la salud del alma que la del cuerpo

1. No debe ser extraño que Dios haga un milagro, pues sería extraño si lo hubiese hecho un hombre. Debemos alegrarnos más que extrañarnos de que nuestro Señor y Salvador Jesucristo se haya hecho hombre, y no tanto de que Dios hizo entre los hombres obras divinas. Para nuestra salvación, lo que hizo por los hombres es, en efecto, más que lo que hizo entre los hombres, y haber curado los vicios de las almas es más que haber curado los defectos de cuerpos que iban a morir. Pero, porque el alma misma no conocía a quien había de sanarla y tenía en la carne ojos con que ver hechos corporales, pero aún no los tenía sanos en el corazón, con que conociera al Dios escondido, hizo lo que el hombre podía ver, para que se sanase aquello con que no podía ver. Entró en un lugar donde yacía gran multitud de enfermos, ciegos, cojos, secos, y, aunque era médico de almas y cuerpos y era quien había venido a sanar todas las almas de quienes iban a creer, para significar la unidad elige de entre aquellos enfermos a uno solo que sanar. Si con corazón ordinario y como con capacidad e ingenio humanos consideramos a quien lo hizo, en cuanto atañe al poder no realizó algo grande y en cuanto atañe a la benignidad hizo poca cosa. ¡Tantos yacían, mas uno solo fue curado, aunque con una sola palabra podía poner en pie a todos!

¿Qué, pues, ha de entenderse sino que aquel poder y aquella bondad expresaban qué debían entender en sus hechos en pro de la salvación sempiterna las almas, y no qué merecían los cuerpos en pro de la salud temporal? En efecto, la salud auténtica de los cuerpos que del Señor se aguarda, sucederá al final, en la resurrección de los muertos. Lo que entonces vivirá no morirá; lo que entonces será sanado no enfermará; lo que entonces será saciado no tendrá hambre ni sed; lo que entonces será renovado no envejecerá. Ahora, en cambio, respecto a las obras del Señor y Salvador nuestro Jesucristo, los ojos abiertos de los ciegos fueron cerrados por la muerte, los miembros sujetos de los paralíticos fueron soltados por la muerte y cuanto fue sanado temporalmente en los miembros mortales falló al final; en cambio, ha hecho el tránsito a la vida eterna el alma que ha creído. Al alma, pues, que iba a creer, cuyos pecados había venido a perdonar, a cuyas enfermedades se había abajado para sanarlas, le dio mediante este enfermo sanado un gran signo. Del profundo misterio de este hecho y de este signo hablaré como pueda, en la medida en que el Señor se digne donarlo, atentos vosotros y ayudando mi debilidad con la oración. Ahora bien, ese mismo con cuya ayuda hago lo que puedo suplirá en vosotros lo que no puedo.

La Ley sólo diagnostica la enfermedad

2. Recuerdo haber tratado con frecuencia de esta piscina a la que ceñían cinco pórticos en los que yacía gran multitud de enfermos, y voy a decir una cosa que muchísimos reconocerán, más que conocerán. Pero no está fuera de lugar repetir también lo conocido; así se instruirán quienes no lo conocían, y se afianzarán quienes lo conocían. Por ende, como conocido, ha de referirse brevemente, no inculcarse ociosamente.

Me parece que la piscina y el agua significaban el pueblo de los judíos. De hecho, el Apocalipsis de Juan nos indica abiertamente que el nombre de aguas designaba a los pueblos, donde, como se le mostrasen muchas aguas e interrogase qué significaban, recibió la respuesta de que significaban a los pueblos1. Al agua aquella, pues, esto es, al pueblo aquel, la encerraban los cinco libros de Moisés como cinco pórticos. Pero los libros ponían delante a los enfermos, no los sanaban; pues la Ley demostraba que eran pecadores, no los absolvía. Por eso, la letra sin la gracia hacía reos a quienes, tras confesar, liberaba la gracia. En efecto, dice el Apóstol: Pues, si se hubiese dado una ley que pudiera vivificar, la justicia existiría enteramente en virtud de la ley. ¿Por qué, pues, se dio la Ley? Sigue y dice: Pero la Escritura encerró todo bajo el pecado, para que en virtud de la fe de Jesucristo se diera a los creyentes la promesa2. ¿Qué hay algo más evidente? ¿Acaso estas palabras no nos han expuesto los cinco pórticos y la multitud de enfermos? Los cinco pórticos son la Ley. ¿Por qué los cinco pórticos no sanaban a los enfermos? Porque, si se hubiese dado una ley que pudiera vivificar, la justicia existiría enteramente en virtud de la ley. ¿Por qué, pues, contenían a quienes no sanaban? Porque la Escritura encerró todo bajo el pecado, para que en virtud de la fe de Jesucristo se diera a los creyentes la promesa.

Fuera de la unidad no hay curación

3. ¿Qué, pues, ocurría para que se sanasen en aquella agua agitada quienes en los pórticos no podían sanarse? El hecho es que de repente el agua parecía agitada, mas no se veía a quien la agitaba. Cree tú que un poder angélico solía hacerlo, no empero sin algún misterio significativo. Una vez agitada el agua, se arrojaba el primero que podía y era el único que se sanaba; cualquiera que se arrojase después de él, lo haría en vano. ¿Qué, pues, significa esto, sino que vino Cristo, nadie más, al pueblo de los judíos y, haciendo cosas grandes, enseñando cosas útiles, agitó a los pecadores, agitó con su presencia el agua y la excitó a su pasión. Pero la agitó oculto, ya que, si lo hubiesen conocido, nunca habrían crucificado al Señor de la gloria3. Bajar, pues, al agua agitada es esto: creer humildemente en la pasión del Señor. Allí se sanaba uno solo, para significar la unidad; cualquiera que viniese después no se sanaba, porque cualquiera que estuviere fuera de la unidad no podrá sanarse.

Los números cuarenta y cincuenta

4. Veamos, pues, qué quiso significar en aquel único al que incluso él, para conservar, como he dicho antes, el misterio de la unidad, se dignó sanar, único entre tantos enfermos. Encontró en sus años de enfermedad cierto número: Treinta y ocho años llevaba en la enfermedad4. Ha de explicarse un poco más diligentemente cómo este número se refiere más a la enfermedad que a la salud. Atentos os quiero; el Señor acudirá para que hable yo adecuadamente y oigáis suficientemente. El sagrado número cuarenta se nos encomia por cierta perfección. Creo que Vuestra Caridad lo sabe. Lo testifican frecuentísimamente las Divinas Escrituras. El ayuno está consagrado por este número, bien lo sabéis. En efecto, Moisés ayunó cuarenta días5, Elías otros tantos6 y nuestro Señor y Salvador Jesucristo mismo cumplió este número de ayuno7. Mediante Moisés se significa la Ley, mediante Elías se significan los Profetas, mediante el Señor se significa el Evangelio. Por eso aparecieron los tres en el monte donde se mostró a los discípulos con la claridad de su rostro y vestido8. En efecto, apareció en medio de Moisés y Elías, como si de la Ley y los Profetas9 tuviera testimonio el Evangelio. Ora, pues, en la Ley, ora en los profetas, ora en el Evangelio se nos recomienda respecto al ayuno el número cuarenta. Ahora bien, el ayuno grande y general es abstenerse de iniquidades y de los placeres mundanos ilícitos. Éste es el ayuno perfecto: que, tras rechazar la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, recta y piadosamente. ¿Qué recompensa añadió el Apóstol a este ayuno? Sigue y dice: Mientras aguardamos la dichosa esperanza y la manifestación de la gloria del dichoso Dios y Salvador nuestro Jesucristo10. En este mundo, pues, celebramos como una cuaresma de abstinencia cuando vivimos bien, cuando nos abstenemos de iniquidades y de placeres ilícitos. Pero, porque esta abstinencia no quedará sin paga, aguardamos la dichosa esperanza y la revelación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Por esa esperanza, cuando de la esperanza resulte la realidad, recibiremos un denario como paga. Esa misma paga se da, en efecto, según el evangelio11, a los obreros que trabajan en la viña, cosa que creo que vosotros recordáis. Por cierto, no ha de hacerse recordar todo como a ignorantes y primerizos. Se paga, pues, un denario, que del número diez recibe nombre y unido al cuarenta forma el cincuenta. Por eso celebramos con fatiga la cuaresma antes de pascua; en cambio, con alegría, como recibida la paga, la cincuentena después de pascua, porque a esta fatiga saludable de las buenas obras, que se refiere al número cuarenta, se añade el denario del descanso y de la felicidad, transformándose en el número cincuenta.

El consuelo de las Escrituras

5. También el Señor Jesús significó esto mucho más claramente cuando tras la resurrección convivió en la tierra con sus discípulos cuarenta días12, y, por otra parte, tras haber ascendido al cielo el día cuadragésimo, pasados diez días, envió la paga del Espíritu Santo13. Estos acontecimientos están significados y ciertas significaciones han precedido a las realidades mismas. Nos nutrimos de significaciones para poder llegar a las perdurables realidades mismas. Somos, en efecto, obreros y todavía trabajamos en la viña. Terminado el día, terminado el trabajo, se restituye la paga. Pero ¿qué obrero perdura para recibir la paga sino el que se alimenta mientras trabaja? Tampoco tú vas a dar a tu obrero la paga sola; ¿no le llevarás también con qué reponga fuerzas en la fatiga? Alimentas, sí, a quien vas a dar la paga. Por tanto, también el Señor alimenta con esas significaciones de las Escrituras a quienes nos fatigamos, porque, si se nos quita la alegría de entender esos misterios, desfallecemos en la fatiga y no habrá quien llegue a la paga.

La caridad, plenitud de la Ley

6. ¿Cómo, pues, el número cuarenta lleva a término la obra? Tal vez porque la Ley está dada en los diez preceptos y debía ser predicada por el mundo entero, mundo entero que se hace valer en cuatro partes: oriente, occidente, mediodía y aquilón; por eso, multiplicado por cuatro, el diez llega al cuarenta. O porque mediante el Evangelio, que tiene cuatro libros, se cumple la Ley, porque se dice en un evangelio: He venido no a derogar, sino a colmar la Ley14. Sea, pues, por aquella causa o por ésta o por alguna más probable, la cual se nos oculta, pero no se oculta a los más doctos, cierto es empero que el número cuarenta significa cierta perfección en las obras buenas, obras que se ejercitan sobre todo en cierta abstinencia de los deseos mundanos ilícitos, esto es, en el ayuno general. Escucha también al Apóstol decir: La plenitud de la Ley es la caridad15. ¿De dónde nace la caridad? Mediante la gracia de Dios, mediante el Espíritu Santo, pues nunca la tendríamos por nosotros, como fabricándola para nosotros. Es don de Dios y don grande, porque la caridad de Dios, afirma, ha sido derramada en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos ha sido dado16. La caridad, pues, cumple la Ley, y con toda verdad está dicho: Plenitud de la Ley es la caridad. Busquemos esta caridad, tal como recomienda el Señor.

Recordad qué me había propuesto: quiero exponer el número treinta y ocho años en aquel enfermo; por qué el número treinta y ocho se relaciona más con la enfermedad que con la salud. Como decía, pues, la caridad cumple la Ley. El número cuarenta dice relación a la plenitud de la Ley en todas las obras; en cambio, respecto a la caridad se nos hacen valer dos preceptos. Fijaos, por favor, y grabad en la memoria lo que digo; no seáis despreciadores de la palabra, para que vuestra alma no sea camino donde los granos echados no germinen: Y vendrán, afirma, los volátiles del cielo y los recogerán17. Entended y guardadlo en vuestros corazones. Dos son los preceptos de la caridad encomendados por el Señor: Amarás al Señor tu Dios con tu corazón entero y con tu alma entera y con tu mente entera, y amarás al prójimo como a ti mismo; de estos dos preceptos pende toda la Ley y los Profetas18. Con razón, también aquella viuda envió todo su haber, dos ochavos, a los dones de Dios19; con razón también recibió el hostelero dos monedas para que se sanase el enfermo herido por los bandidos20; con razón Jesús permaneció dos días entre los samaritanos para afianzarlos en la caridad21. Cuando, pues, el número dos significa algo bueno, se recomienda, sobre todo, la caridad bipartida. Si, pues, el número cuarenta es la perfección de la Ley, y la Ley no se cumple sino con el doble precepto de la caridad, ¿por qué te extrañas de que estuviera enfermo aquel que para cuarenta tenía dos menos?

Las palabras del Señor siempre están cargadas de significado

7. Veamos ya, por tanto, en orden a qué misterio cura el Señor a ese enfermo. De hecho, llega el Señor en persona, doctor de la caridad, lleno de caridad, a acortar, como de él está predicho, su palabra sobre la tierra22, y muestra que la Ley y los Profetas penden de los dos preceptos de la caridad. De ahí pendió Moisés con su cuarentena, de ahí Elías con la suya, el Señor alega en testimonio suyo este número. Presente, el Señor cura a ese enfermo, pero antes ¿qué le dice? ¿Quieres curarte?23 Él responde que no tiene un hombre que lo meta en la piscina. Realmente le era necesario para la sanación un hombre; pero el hombre aquel que es también Dios, pues único Dios y único mediador de Dios y de los hombres es Cristo Jesús hombre24. Llegó, pues, el hombre que era necesario; ¿por qué se diferiría la sanación? Levántate, ordena, coge tu camilla y anda25. Tres cosas dijo: Levántate, coge tu camilla y anda. Pero «levántate» fue no mandato de actuación, sino la realización de la sanación. Por otra parte, mandó al sanado dos cosas: Toma tu camilla y anda. Os pregunto: ¿por qué no bastaría «anda», o por qué no bastaría ciertamente «levántate»? De hecho, al levantarse sano no iba a permanecer él allí. ¿Acaso no se levantaría para esto: para marcharse? Me inquieta, pues, también que haya preceptuado dos cosas quien lo halló yacente con dos menos. De hecho, llenó, digamos, lo que había de menos, mandando ciertas dos cosas.

Amar al prójimo nos capacita para ver a Dios

8. ¿Cómo, pues, encontrar significados en estas dos órdenes del Señor aquellos dos preceptos de la caridad? Coge tu camilla, ordena, y anda. Recordad conmigo, hermanos, cuáles son esos dos preceptos. De hecho, deben ser más que conocidos y no sólo venir a la mente cuando yo os los recuerdo, sino que nunca deben borrarse de vuestros corazones. Pensad absolutamente siempre que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con el corazón entero, con el alma entera y con la mente entera, y al prójimo como a mismo26. Siempre hay que pensar en esto, meditarlo, retenerlo, practicarlo, cumplirlo. El amor a Dios es primero en el orden de lo preceptuado; el amor al prójimo, en cambio, es primero en el orden de la acción, pues quien mediante los dos preceptos te preceptuó ese amor, no te iba a encomendar primero al prójimo y después a Dios, sino primero a Dios, después al prójimo. En cambio, tú, porque todavía no ves a Dios, amando al prójimo mereces verlo; amando al prójimo purgas el ojo para ver a Dios, pues Juan dice evidentemente: Si no quieres al prójimo al que ves, ¿cómo podrás querer a Dios a quien no ves?27 He aquí que se te dice: quiere a Dios. Si me dices: «Muéstrame a quién querer», ¿qué te responderé sino lo que asevera Juan mismo: Nadie ha visto nunca a Dios?28 Pero no debes creerte totalmente excluido de ver a Dios: Dios, afirma, es caridad, y quien permanece en la caridad, permanece en Dios29. Quiere, pues, al prójimo y en ti mira la fuente del amor al prójimo; como puedas, verás allí a Dios. Comienza, pues, a querer al prójimo. Parte tu pan al hambriento y mete en tu casa al necesitado sin techo; si ves a alguien desnudo, vístelo, y no desprecies a los miembros de tu raza. Ahora bien, tras hacer esto, ¿qué conseguirás? Entonces irrumpirá tu luz como la matutina30. Tu Dios es tu luz, matutina porque vendrá a ti tras la noche de este mundo. En realidad, él ni sale ni se pone, porque permanece siempre. Quien en su ocaso estaba para ti cuando andabas perdido, será matutino para ti cuando regreses. Me parece, pues, que «Toma tu camilla» es haber dicho: Quiere a tu prójimo.

Cargar la camilla es llevar al prójimo

9. Pero, en cuanto se me alcanza, está todavía cerrado y necesita explicación por qué en el tomar la camilla se recomienda el amor al prójimo, a no ser que nos moleste esto: que se nos recomiende el prójimo mediante una camilla, cierta cosa estólida e insensata. No se enoje el prójimo si se nos recomienda mediante una cosa carente de vida y sentidos. El Señor y Salvador nuestro Jesucristo mismo fue llamado piedra angular para reunir en sí mismo a dos31. Se le llamó roca de donde manó agua: Ahora bien, la roca era el Mesías32. ¿Por qué nos vamos a extrañar de que al prójimo se le signifique por unos maderos, si a Cristo se le significó por una roca? No se trata de unos maderos cualesquiera, como tampoco se trataba de una roca cualquiera, sino de una roca que era manantial para los sedientos; ni cualquier piedra, sino de una piedra angular, que unió en sí misma dos muros que eran divergentes. Tampoco aquí se trata de un vulgar madero, sino de una camilla. Y yo pregunto: ¿por qué se representa al prójimo en una camilla sino porque, cuando enfermo, era llevado en ella, y sano ya la llevaba él? ¿Qué está dicho por el Apóstol? Llevad recíprocamente vuestras cargas y así colmaréis la Ley del Mesías33. La ley de Cristo es, pues, la caridad, y la caridad no se cumple si no llevamos recíprocamente nuestras cargas. Sufriéndoos recíprocamente, afirma, con amor, afanándoos en conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz34. Cuando estabas enfermo, tu prójimo te llevaba. Ahora que estás sano, lleva tú a tu prójimo. Llevad recíprocamente vuestras cargas y así colmaréis la Ley del Mesías. Así colmarás, oh hombre, lo que te faltaba. Coge, pues, tu camilla. Pero cuando la hayas cogido no te quedes parado, anda. Queriendo al prójimo y teniendo cuidado de tu prójimo, caminas. ¿A dónde caminas sino al Señor Dios, a ese a quien debemos querer con el corazón entero, con el alma entera, con la mente entera?35 Al Señor todavía no hemos llegado, pero tenemos con nosotros al prójimo. Carga, pues, a ese con quien andas, para que llegues a aquel con quien deseas quedarte. Coge, pues, tu camilla y anda.

El escándalo de los judíos

10. Esto hizo él y se escandalizaron los judíos, pues veían a un hombre cargado con su camilla en un día de descanso, y no acusaban al Señor de haberlo curado en sábado, puesto que les podría contestar que si el jumento de cualquiera de ellos se hubiese caído a un pozo en día de descanso, ciertamente lo sacaría y salvaría a su jumento36. Ya no le echaban en cara haber curado a un hombre en sábado, pero sí que cargara con su camilla. Si era verdad que no debía ser aplazada la curación, ¿era necesario mandarle este trabajo? No te es lícito, afirman, hacer lo que haces, coger tu camilla. Él, frente a sus acusadores, les remite al autor de su curación: «Quien me sanó, ése mismo me dijo: “Coge tu camilla y anda”. ¿No he de aceptar esta orden de quien he recibido mi salud?» Y ellos: ¿Quién es el hombre que te dijo: “Coge tu camilla y anda”?»37.

No busques a Jesús en la multitud

11. Pero quien había sido sanado no sabía quién era el que se lo había ordenado. Jesús, por su parte, tras haber hecho y mandado esto, se había alejado de él entre el gentío38. Fijaos también en este otro detalle. Llevamos a nuestro prójimo y caminamos hacia Dios. Pero aquel hacia quien vamos caminando no lo vemos todavía. De ahí que ese hombre no conociera todavía a Jesús. Ya tenemos insinuado aquí un misterio: creemos en aquel que todavía no vemos. Él, para no dejarse ver, se esconde entre la gente. Es difícil ver a Cristo en la multitud. Es necesaria para nuestro espíritu cierta soledad. Dios se deja ver cuando nuestra atención ha conseguido una cierta soledad. El gentío hace ruido, y esta visión exige silencio. Coge tu camilla, carga con tu prójimo, tú, que antes has sido llevado, y anda para que llegues. No busques a Jesús en el gentío; no es uno más de la gente: él supera a todo gentío. Aquel gran pez que es él, salió el primero del mar y está sentado en los cielos intercediendo por nosotros. Entró él solo, como supremo Sacerdote, detrás del velo, mientras la gente está fuera esperando. Tú que llevas a tu prójimo, continúa caminando, si es que has aprendido a llevarlo, ya que antes solías ser llevado. Es cierto que de momento no conoces aún a Jesús, aún no ves a Jesús; ¿qué sigue después? Porque aquél no cesó de llevar su camilla y andar, Jesús lo vio después en el templo. No fue entre la gente donde lo vio, sino en el templo. No hay duda de que el Señor Jesús podía descubrirlo tanto entre la gente como en el templo. El enfermo, en cambio, no logra reconocer a Jesús entre el gentío, y sí en el templo. Y se acercó al Señor. Lo encontró en el templo, en un lugar sagrado, en un lugar santo. ¿Y qué es lo que oye decir? He aquí que ya has sido sanado; no peques, para que no te suceda algo peor39.

Anunciar a Jesús

12. Entonces él, después de ver a Jesús y conocer que Jesús era el autor de su salud, no fue perezoso para anunciar a quien había visto: Se marchó e informó a los judíos de que era Jesús quien lo había sanado40. Él anunciaba y ellos enloquecían. Él predicaba su sanación, ellos no buscaban la suya.

El sábado y la persona de Jesús

13. Perseguían los judíos al Señor Jesús porque hacía esto en sábado. Oigamos ahora lo que el Señor contesta a los judíos. Ya os he dicho lo que solía responder respecto de las curaciones en sábado: cómo ellos no abandonaban sus animales ese día, sino que los libraban del peligro y les daban de comer. ¿Qué contestó sobre el transporte de la camilla? Era un trabajo a todas luces corporal, realizado en presencia de los judíos. Ya no se trataba de la salud del cuerpo, sino de un trabajo corporal. Eso ya no se veía como algo necesario, como lo es la salud. Que nos hable el Señor claramente del misterio del sábado y del significado de la observancia temporal de un día prescrito a los judíos, pero cómo la realización de este misterio tuvo cumplimento en su persona: Mi Padre, afirma, trabaja hasta ahora, y yo trabajo41. Provocó entre ellos un gran revuelo. Con la llegada del Señor se remueven las aguas. Pero el que las remueve permanece oculto. A pesar de todo, en esta agua removida, la pasión del Señor, se iba a curar un solo enfermo de grandes proporciones: el mundo entero.

El trabajo y el descanso de Dios

14. Veamos, pues, la respuesta de la Verdad: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo. ¿Dijo, pues, la Escritura la falsedad de que Dios descansó de todos sus trabajos el día séptimo?42 ¿Y contra esta Escritura servida mediante Moisés habla el Señor Jesús, pues él mismo dice: Si creyerais a Moisés me creeríais también a mí, pues de mí escribió él?43 Mirad, pues, si Moisés quiso significar algo, porque Dios descansó el día séptimo. En efecto, Dios no desfalleció formando su criatura ni necesitaba descanso, como el hombre. ¿Cómo desfallecería quien la había hecho con la Palabra? Sin embargo, verdad es que Dios descansó de sus trabajos el día séptimo, y verdad es lo que asevera Jesús: Mi Padre trabaja hasta ahora. Pero quizá lo difícil para quienes entienden, ¿quién, aunque pueda explicarse lo que se entiende, lo explicará con palabras, un hombre a hombres, un débil a débiles, un ignorante a quienes anhelan aprender y, si quizá sabe algo, incapaz de expresarlo y explicarlo? ¿Quién, repito, hermanos míos, explicará con palabras cómo Dios trabaja descansado y descansa mientras trabaja? Por favor, dejad esto para cuando hayáis progresado, pues esta visión necesita el templo de Dios, necesita un lugar santo. Cargad con el prójimo y caminad. Lo veréis allí donde no necesitaréis palabras humanas.

Jesús realiza en sí mismo el sábado

15. Más bien podemos quizá decir que, en el hecho de que Dios descansó el día séptimo, aludió mediante un misterio grande al Señor y Salvador nuestro Jesucristo mismo, que hablaba y decía esto: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo. En efecto, el Señor Jesús es también Dios, sí, pues él mismo es la Palabra de Dios y habéis oído que en el principio existía la Palabra, mas no una palabra cualquiera, sino que la Palabra era Dios y todo se hizo mediante ella44; quizá se aludía a él, que el día séptimo iba a descansar de todos sus trabajos. Leed, en efecto, el evangelio y ved cuántas obras ha realizado Jesús. En la cruz ha realizado nuestra salvación, para que se cumplieran en él todos los vaticinios de los profetas; fue coronado de espinas, colgado de un madero; dijo «Tengo sed»45; recibió vinagre en una esponja para que se cumpliera lo que está dicho: Y en mi sed me dieron de beber con vinagre46. Pero, cuando se cumplieron todas sus obras, el día sexto de la semana, inclinada la cabeza, devolvió el espíritu, y el sábado descansó de todos sus trabajos en el sepulcro. Como si dijera, pues, a los judíos: «¿Por qué aguardáis que no trabaje en sábado? El día de descanso se os ha preceptuado para aludir a mí. Observáis las obras de Dios; yo estaba allí cuando fueron hechas, mediante mí se hizo todo, yo lo sé: Mi Padre trabaja hasta ahora. El Padre ha realizado la luz; pero dijo que se hiciera la luz47. Si lo dijo, trabajó con la Palabra. Su Palabra era yo, soy yo. El mundo fue hecho mediante mí en aquellas obras, mediante mí se gobierna el mundo en estas obras. Mi Padre trabajó entonces, cuando hizo el mundo, y hasta ahora trabaja cuando rige al mundo. Lo hizo, pues, mediante mí cuando lo hizo, y mediante mí lo rige cuando lo rige». Esto dijo, pero ¿a quiénes? A sordos, ciegos, cojos, enfermos que no reconocían al médico y querían matarlo como quien tiene perdida la razón por la locura.

Cristo, igual al Padre por naturaleza

16. Por tanto, ¿qué dijo a continuación el evangelista? Los judíos, pues, buscaban matarlo, precisamente porque no sólo abolía el sábado, sino que llamaba Padre suyo a Dios, no de cualquier manera, sino ¿por qué? Pues se hacía igual a Dios48. En verdad, todos decimos a Dios: Padre nuestro que estás en los cielos49; leemos que también los judíos decían: Porque tú eres nuestro Padre50. No se airaban, pues, porque llamaba Padre suyo a Dios, sino porque lo hacía de manera muy distinta a los demás hombres. He aquí que los judíos entienden lo que no entienden los arrianos. Los arrianos dicen, en efecto, que el Hijo es desigual al Padre, y por eso ha sido expulsada de la Iglesia esa herejía. He aquí empero que los ciegos mismos, los asesinos mismos de Cristo, entendieron las palabras de Cristo. No entendieron que él era el Mesías, ni entendieron que él era el Hijo de Dios, pero en todo caso en aquellas palabras entendieron que se hacía valer el Hijo de Dios que era igual a Dios. No sabían quién era; reconocían empero que predicaba ser él igual a Dios, porque llamaba Padre suyo a Dios, pues se hacía igual a Dios. ¿No era, pues, igual a Dios? No se hacía a sí mismo igual, sino que aquél lo había engendrado igual. Si él se hiciese igual a Dios, caería por rapiña, pues quien quiso hacerse igual a Dios sin serlo, cayó51 y de ángel quedó hecho diablo y propinó al hombre esta soberbia a causa de la que él mismo fue derribado. Por cierto, caído, dijo esto al hombre, al que envidiaba por estar éste en pie: Probad y seréis como dioses52; esto es, arrebatad por usurpación lo que no habéis sido hechos, porque también yo caí por arrebatarlo. No lo expresaba, pero lo sugería. Cristo, en cambio, había nacido igual al Padre, no había sido hecho igual: nació de la sustancia del Padre. Por eso, el Apóstol lo encomia así: El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró rapiña ser igual a Dios. ¿Qué significa No consideró rapiña? No usurpó la igualdad con Dios, sino que estaba en esa en que había nacido. Y nosotros ¿cómo llegaríamos al que es igual a Dios? Se vació a sí mismo, al tomar forma de esclavo53. Se vació a sí mismo, no al perder lo que era, sino al tomar lo que no era. Los judíos, porque despreciaban esta forma de esclavo, no podían entender que Cristo el Señor es igual al Padre, aunque no tenían la mínima duda de que él lo afirmaba de sí mismo. Por eso se ensañaban. Mas él, en cambio, los soportaba y buscaba con insistencia la sanación de los sañudos.