TRATADO 3

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Comentario a Jn 1,15-18, predicado en Hipona, en diciembre ¿el domingo 23?

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

Introducción al tema de la gracia

1. Porque la gracia y verdad de Dios, lleno de la cual apareció a los santos el unigénito Hijo, Señor y Salvador nuestro, Jesucristo, es cosa del Nuevo Testamento, asumí en nombre del Señor y prometí a Vuestra Caridad distinguirla del Antiguo Testamento. Asistid, pues, atentos, para que Dios me dé en la medida en que comprendo, y oigáis en la medida en que comprendéis. Por cierto, si, tras sumarse la lluvia de las exhortaciones cotidianas y vuestros planes buenos, que en el corazón hacen lo que los rastrillos en el campo —que la gleba se rompa, la semilla quede cubierta y pueda germinar—1, las aves no se llevan ni las espinas sofocan ni el calor agosta la semilla que se esparce en vuestros corazones, faltará aún que deis fruto del que goce y se alegre el agricultor. Pero, si a cambio de la buena semilla y de la buena lluvia producimos no fruto, sino espinas, no se acusará a la semilla ni se incriminará a la lluvia, sino que a las espinas se les prepara el fuego debido.

El peso de la Ley antigua

2. Somos hombres cristianos, de lo cual no creo que haya que persuadir largo tiempo a Vuestra Caridad; y, si cristianos, pertenecientes a Cristo, según indica, sí, el nombre mismo. Llevamos en la frente su señal y de ella no nos ruborizamos si la llevamos también en el corazón. Esta señal es su humildad. Los magos lo conocieron mediante una estrella2, y esta señal celeste y preclara venía del Señor. Quiso que en la frente de los fieles su señal fuese no una estrella, sino su cruz. Por ser humillado, fue glorificado. Levantó a los humildes de donde él descendió humillándose. Nosotros pertenecemos al Evangelio, pertenecemos al Nuevo Testamento. La Ley se dio mediante Moisés, pero la gracia y la verdad acontecieron mediante Jesucristo3.

Preguntemos al Apóstol y nos dirá que no estamos bajo ley, sino bajo gracia4. Envió, pues, Dios a su Hijo, hecho de mujer, hecho bajo ley, para redimir a los que estaban bajo ley, para que recibiéramos la adopción de hijos5. He aquí que Cristo vino para redimir a los que estaban bajo ley, para que ya no estemos bajo ley, sino bajo gracia. ¿Quién, pues, dio la Ley? Dio la Ley el mismo que dio la gracia; pero envió la Ley mediante un siervo, con la gracia descendió él en persona. ¿Y por qué los hombres estaban bajo el peso de la Ley? Por no cumplirla. En efecto, quien cumple la Ley está no bajo la ley, sino con la Ley; a quien, en cambio, está bajo la Ley, la Ley no lo levanta, sino que lo oprime. Así pues, a todos los hombres constituidos bajo la Ley, los hace reos la Ley y la tienen sobre su cabeza para delatar los pecados, no para quitarlos. La Ley, pues, ordena; el dador de la Ley se compadece mediante lo que la Ley preceptúa. Empeñados los hombres en cumplir con sus fuerzas lo que la Ley ha preceptuado, por su temeraria e impulsiva presunción misma han caído y no están con la Ley, sino que se han hecho reos bajo la Ley. Y, porque no podían cumplir la Ley con sus fuerzas, hechos reos bajo la Ley, imploraron el auxilio del Libertador y el reato de la Ley produjo enfermedad a los soberbios. La enfermedad de los soberbios se trocó en confesión de los humildes. Ya confiesan los enfermos estar enfermos: venga el médico y sane a los enfermos.

Jesús, ejemplo de paciencia

3. ¿Quién es el médico? Nuestro Señor Jesucristo. ¿Quién es nuestro Señor Jesucristo? El que vieron aun quienes lo crucificaron. El que fue arrestado, abofeteado, azotado, embadurnado de esputos, coronado de espinas, suspendido en una cruz, muerto, herido por la lanza, bajado de la cruz, colocado en un sepulcro, ése es nuestro Señor Jesucristo, simple y llanamente él en persona, y él mismo es el entero médico de nuestras heridas, el crucificado aquel a quien se insultó, colgado el cual, los perseguidores sacudían la cabeza y decían: Si es Hijo de Dios, baje de la cruz6. Ese mismo es nuestro entero médico, simple y llanamente ése mismo. ¿Por qué, pues, no mostró a los que le insultaban que él en persona era el Hijo de Dios? Y, ya que consintió ser levantado a la cruz, ¿por qué, al menos cuando le gritaban: «Si es Hijo de Dios, baje de la cruz», no les demostró, bajando, que él era el verdadero Hijo de Dios, de quien habían tenido la osadía de burlarse? No quiso. ¿Por qué no quiso? ¿Acaso porque no pudo? Simple y llanamente pudo. En efecto, ¿qué es más, bajar de la cruz o levantarse del sepulcro? Pero soportó a los insultantes, porque la cruz fue aceptada no como prueba de poder, sino como ejemplo de paciencia. Curó tus llagas allí donde soportó largo tiempo las suyas; te sanó de la muerte eterna allí donde se dignó morir temporalmente. Y ¿murió o, más bien, la muerte murió en él? ¿Qué clase de muerte es la que mata la muerte?

La Palabra es luz y vida

4. Sin embargo, ese al que se veía y se le sujetaba y crucificaba, ¿era nuestro Señor Jesucristo entero? ¿Acaso ése mismo es, entero, esto? Sí, es él mismo; pero lo que vieron los judíos no es todo él, no es esto Cristo entero. ¿Y qué es? En el principio existía la Palabra. ¿En qué principio? La Palabra estaba con Dios. ¿Qué clase de Palabra? Y la Palabra era Dios. ¿Acaso esta Palabra ha sido quizá hecha por Dios? No, pues Ésta estaba en el principio con Dios. ¿Qué, pues? ¿Las otras cosas que ha hecho Dios no son similares a la Palabra? No, porque Todo se hizo mediante ella, y sin ella nada se hizo. ¿Cómo se hizo todo mediante ella? Porque lo que se hizo, era vida en ella y antes de ser hecho era vida. Lo que ha sido hecho no es vida; pero en el ingenio artístico, esto es, en la Sabiduría de Dios, era vida antes de ser hecho. Lo que ha sido hecho, pasa; lo que existe en la Sabiduría, no puede pasar. En ella, pues, era vida lo que se hizo. ¿Y qué clase de vida? Porque el alma también es la vida del cuerpo: nuestro cuerpo tiene su vida y, cuando la pierde, es la muerte del cuerpo. ¿Era, pues, de esta clase aquella vida? No, sino que la vida era la luz de los hombres7. ¿Acaso la luz de los ganados? Porque esta luz es tanto de los hombres como de los ganados. Hay cierta luz de los hombres. Veamos en qué distan de los ganados los hombres, y entonces entenderemos qué es la luz de los hombres. No distas del ganado sino por la inteligencia: no te enorgullezcas de otras diferencias. ¿Presumes de fuerzas?; te vencen las bestias. ¿De velocidad presumes?; te vencen las moscas. ¿Presumes de belleza?; ¡cuánta belleza hay en las plumas del pavo real! ¿A qué se debe, pues, que seas mejor? A la imagen de Dios. ¿Dónde está la imagen de Dios? En la mente, en la inteligencia. Si, pues, eres mejor que el ganado, precisamente porque tienes mente con la que en tiendas lo que el ganado no puede entender, y, por otra parte, eres hombre por ser más perfecto que el ganado, la luz de los hombres es la luz de las mentes. La luz de las mentes está sobre las mentes y excede a todas las mentes. Esto era aquella vida mediante la que todo se hizo.

La luz brilla en las tinieblas

5. ¿Dónde estaba? ¿Estaba con el Padre y aquí no estaba? O, lo que es totalmente verdadero, ¿estaba con el Padre y aquí estaba? Si, pues, estaba aquí, ¿por qué se veía? Porque la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron8. Oh hombres, no seáis tinieblas, no seáis infieles, injustos, inicuos, ladrones, avaros, amantes del mundo: éstas son las tinieblas. La luz no está ausente, pero vosotros estáis ausentes de la luz. Un ciego, al sol, tiene presente al sol, pero él mismo está ausente del sol. No seáis, pues, tinieblas. Efectivamente, la gracia de que voy a hablaros es quizá ésta: que no seamos ya tinieblas y el Apóstol nos diga: «Pues otrora fuisteis tinieblas; ahora, en cambio, sois luz en el Señor9. Porque, pues, la luz de los hombres, esto es, la luz de las mentes, no se veía, era necesario que de la luz diera testimonio un hombre no tenebroso, sino ya iluminado. Sin embargo, no por estar iluminado era por eso la luz misma, sino para dar testimonio de la luz. Porque él no era la luz. ¿Y cuál era la luz? Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. ¿Y dónde estaba ésa? Estaba en este mundo ¿Y cómo estaba en este mundo? ¿Acaso como esta luz del sol, de la luna, de las antorchas, así está también en el mundo esa luz? No, porque el mundo se hizo mediante él, y el mundo no lo conoció10; esto es: La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. El mundo es, en efecto, las tinieblas, porque el mundo son los amantes del mundo. Por cierto, ¿acaso la criatura no ha reconocido a su Creador? El cielo ha dado testimonio mediante la estrella11; ha dado testimonio el mar, transportó al Señor que caminaba12; han dado testimonio los vientos, se calmaron a su mandato13; ha dado testimonio la tierra, se estremeció, crucificado él14. Si todos estos elementos han dado testimonio, ¿cómo el mundo no lo conoció, sino porque el mundo son los amantes del mundo, que con el corazón habitan el mundo? Y es malo el mundo, porque son malos los habitantes del mundo, como mala es una casa: no las paredes, sino quienes viven dentro.

Ser hijos de Dios

6. Vino a lo propio, esto es, a lo suyo, y los suyos no le recibieron. Pero queda una esperanza, sí, y es que a cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios. Si son hechos hijos, nacen; si nacen, ¿cómo nacen? No de la carne, no de las sangres ni de voluntad de la carne ni de voluntad de varón, sino que nacieron de Dios. Alégrense de haber nacido de Dios; presuman de pertenecer a Dios; tomen la prueba de que han nacido de Dios: Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Si la Palabra no se ruborizó de nacer de hombre, ¿ruborizarán los hombres de nacer de Dios? Ahora bien, porque hizo esto, curó; porque curó, vemos. En efecto, esta Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros, se hizo nuestra medicina para que, porque la tierra nos cegaba, fuésemos sanados gracias a la tierra y, sanados, viéramos ¿qué? Responde: Y vimos su gloria, gloria como de Hijo único nacido del Padre, lleno de gracia y de verdad15.

El engendrado antes del lucero

7. Juan da testimonio de ése mismo y clama, diciendo: Éste es de quien dije: El que viene detrás de mí ha sido hecho antes de mí. Viene detrás de mí, pero me precedió. ¿Qué significa ha sido hecho delante de mí? Me precedió. No que haya sido hecho antes que yo fuese hecho, sino que ha sido antepuesto a mí. Esto significa «Ha sido hecho antes de mí». ¿Por qué ha sido hecho antes de ti, si ha venido después de ti? Porque estaba primero que yo16. ¿Antes que tú, Juan? ¿Qué hay de extraordinario en él, para estar antes que tú? Bien, ya que tú das testimonio de él, oigamos sus palabras: Y antes de Abrahán existo yo17. Pero también Abrahán surgió en medio del género humano: muchos delante de él, muchos detrás de él. Oye la voz del Padre al Hijo: Te engendré antes del lucero18. Quien ha sido engendrado antes del lucero, ése ilumina a todos. Por cierto, a un quídam que cayó se le ha llamado Lucero (Lucifer), pues era ángel y se hizo diablo y de él dijo la Escritura: Cayó el lucero que salía de mañana19. ¿Por qué lucero? Porque brillaba iluminado. Ahora bien, ¿por qué se hizo tenebroso? Porque no permaneció en la verdad20. Aquél, pues, es antes del lucero, antes de todo iluminado, puesto que es necesario que, antes que todo iluminado, exista ese por quien son iluminados todos los que pueden ser iluminados.

Primera gracia: la fe

8. Por eso sigue esto: Y de su plenitud recibimos todos nosotros. ¿Qué recibisteis? Y gracia por gracia21. Así, en efecto, son las palabras evangélicas, comparadas con los códices griegos. No afirma: «Y de su plenitud recibimos todos nosotros gracia por gracia», sino que afirma así: Y de su plenitud todos nosotros recibimos, y gracia por gracia. No entiendo qué ha querido dar a entender con la expresión «haber recibido de su plenitud y además gracia por gracia». Recibimos, en efecto, de su plenitud, primero gracia, y nuevamente recibimos gracia, gracia por gracia.

¿Qué gracia recibimos primero? La fe. Quienes andamos en la fe andamos en la gracia. Por cierto, ¿cómo merecimos esto?, ¿con qué méritos nuestros precedentes? Nadie se envanezca, regrese a su conciencia, busque las tinieblas de sus pensamientos, repase la historia de su vida; fíjese no en lo que él es, si ya es algo, sino en lo que ha sido para ser algo: hallará que él no había sido digno sino de castigo. Si, pues, fuiste digno de castigo y vino no aquel que castigaría los pecados, sino que perdonaría los pecados, se te ha dado una gracia, no se te ha pagado un salario. ¿Por qué se llama gracia? Porque se da gratis, pues no has comprado con méritos precedentes lo que has recibido. El pecador, pues, ha recibido esta primera gracia: que fueran perdonados sus pecados. ¿Qué ha merecido? Interrogue a la justicia; como respuesta encontrará «castigo»; interrogue a la misericordia; como respuesta hallará «gracia». Pero Dios había prometido también esto mediante los profetas. Por eso, cuando vino a dar lo que había prometido, dio no sólo la gracia, sino también la verdad. ¿Cómo se ha manifestado la Verdad? Porque se ha hecho lo que se prometió.

Una gracia por otra gracia

9. ¿Qué significa, pues, gracia por gracia? La fe nos hace acreedores de Dios y se llama gracia porque, quienes no éramos dignos de recibir el perdón de los pecados, recibimos, indignos, tan gran don. ¿Qué significa «gracia»? Dada gratis. ¿Qué significa «dada gratis»? Regalada, no pagada. Si se debía, es salario pagado, no gracia regalada. Ahora bien, si realmente se debía, fuiste bueno. Si, en cambio, como es verdad, fuiste malo, pero has creído en el que justifica al impío22 —¿qué significa «que justifica al impío»?, convertir en piadoso al impío—, piensa qué debía amenazarte mediante la Ley y qué has conseguido mediante la gracia. Ahora bien, tras conseguir esta gracia de la fe, eres un justo por la fe, pues el justo vive por la fe23, y viviendo de la fe te harás acreedor de Dios; cuando viviendo de la fe te hayas hecho acreedor de Dios, recibirás como premio la inmortalidad y la vida eterna. También ésta es gracia, porque ¿en virtud de qué méritos recibes la vida eterna? Por gracia. Sin duda, si la fe es gracia y la vida eterna es como un salario de la fe, parece realmente que Dios otorga la vida eterna como debida —¿debida a quién?, al fiel, porque mediante la fe se ha hecho acreedor a ella—; pero, porque la fe es gracia, también la vida eterna es gracia por gracia.

Segunda gracia: la vida eterna

10. Oye al apóstol Pablo confesar la gracia y después exigir lo debido. ¿Cuál es en Pablo la confesión de la gracia? Yo que primeramente fui blasfemo y perseguidor e injurioso; pero he conseguido, dice, misericordia24. Ha dicho que era indigno de conseguirla, pero que la ha conseguido no por sus méritos, sino por la misericordia de Dios. Óyele reclamar ya lo debido, él, que primeramente había recibido la gracia inmerecida: Pues yo, dice, soy inmolado ya, y el tiempo de mi partida es inminente. He combatido noblemente mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me está reservada la corona merecida. Ya reclama lo debido, ya exige lo debido. Efectivamente, ve tú las palabras siguientes: Con que el Señor, justo juez, me premiará aquel día25. Para recibir antes la gracia, tenía necesidad de un Padre misericordioso; para recibir el premio de la gracia, necesita un justo juez. Quien no condenó al impío, ¿condenará al fiel? Pero si bien lo piensas, él ha dado primeramente la fe con que te has hecho acreedor a él, pues no se debe a ti el haberte tú hecho acreedor a que se te debiera algo. Porque, pues, otorga después el premio de la inmortalidad, corona sus dones, no tus méritos.

De su plenitud, pues, hermanos, todos hemos recibido: de la plenitud de su misericordia, de la abundancia de su bondad hemos recibido ¿qué? La remisión de los pecados, para quedar justificados por la fe. ¿Y qué más? Y gracia por gracia26, es decir, por esta gracia en que vivimos de fe, recibiremos otra. ¿Qué empero, sino gracia? Porque, si digo que también esto se me debe, me asigno algo como si se me debiera. Pero no es así. Dios en nosotros corona los dones de su misericordia, pero si caminamos perseverantemente en esa gracia primera que hemos recibido.

Culpables bajo la antigua ley

11. Pues mediante Moisés fue dada la ley27 que los declaraba culpables. ¿Qué dice el Apóstol? La ley penetró subrepticiamente para que abundara el delito28. Para esto servía a los soberbios: para que abundara el delito. En efecto, estaban muy pagados de sí mismos y confiaban mucho, digámoslo así, en sus fuerzas. Pero no podían cumplir la justicia si no ayudaba quien la había prescrito. Dios, queriendo domar su soberbia, promulgó la Ley, como diciendo: «Ahí la tenéis, cumplidla. No vayáis a pensar que no hay quien la mande». No falta quien mande, pero falta quien cumpla.

Justificados en Cristo

12. Si, pues, falta quien cumpla, ¿por qué no cumple? Porque ha nacido con el mugrón del pecado y la muerte. Nacido de Adán, ha arrastrado consigo lo que ahí se concibió. Cayó el primer hombre, y todos los que de él han nacido, de él han arrastrado la concupiscencia de la carne. Era preciso que naciese otro hombre que no ha arrastrado concupiscencia alguna. Hombre y hombre: hombre para la muerte, y hombre para la vida. Así dice el Apóstol: Porque ciertamente mediante un hombre la muerte, y mediante un hombre la resurrección de los muertos. ¿Mediante qué hombre la muerte, y mediante qué hombre la resurrección de los muertos? No te apresures; el texto sigue diciendo: Pues como en Adán todos mueren, así también todos serán vivificados en el Mesías29. ¿Quiénes pertenecen a Adán? Todos los que han nacido de Adán. ¿Quiénes a Cristo? Todos los que han nacido mediante Cristo. ¿Por qué todos en pecado? Porque todos, sin excepción, descienden de Adán. Ahora bien, que nacieran de Adán fue necesario por condena; nacer mediante Cristo es voluntario y gratuito. No se fuerza a los hombres a nacer mediante Cristo; de Adán han nacido, no porque quisieron. Sin embargo, todos los que han nacido de Adán son pecadores con pecado; todos los que han nacido mediante Cristo, justificados y justos son, no en sí, sino en él. Efectivamente, si preguntas por el sentido de «en sí», son de Adán; si preguntas por el sentido de «en él», son de Cristo. ¿Por qué? Porque el Señor nuestro Jesucristo, cabeza, no vino con el mugrón del pecado, aunque vino con carne mortal.

La muerte liberadora de Cristo

13. La muerte era pena de los pecados. En el Señor era regalo de misericordia, no pena del pecado, pues el Señor no tenía nada por lo que muriera justamente. Dice él mismo: Mirad que llega el príncipe de este mundo y no encuentra nada en mí. «¿Por qué entonces mueres?». Pero para que todos sepan que cumplo la voluntad de mi Padre, levantaos, vámonos de aquí30. No tenía él por qué morir, y murió; tú tienes por qué, ¿y te niegas a morir? Dígnate padecer con ánimo sereno por mérito tuyo lo que él se dignó padecer para liberarte de la muerte sempiterna. Hombre y hombre; pero aquél, solamente hombre; éste, Dios hombre. Aquél, hombre de pecado; éste, de justicia. Has muerto en Adán, resucita en Cristo, porque ambas cosas se te deben. Ya has creído en Cristo; pagarás empero lo que por Adán debes; mas las cadenas del pecado no te retendrán eternamente, porque la muerte temporal de tu Señor ha matado a tu muerte eterna. Ésta es la gracia, hermanos míos, ésta misma es también la verdad, porque ha sido prometida y mostrada.

La ley antigua y la medicina de Cristo

14. No existía ésa en el Antiguo Testamento, porque la Ley amenazaba, no ayudaba; mandaba, no sanaba; mostraba la enfermedad, no la quitaba; pero hacía preparativos para el médico que vendría con la gracia y la verdad, como un médico envía primeramente su criado a alguien a quien quiere curar, para encontrarlo atado. No estaba sano, no quería ser sanado y, para no ser sanado, se jactaba de estar sano. Fue enviada la Ley, lo ató; se reconoce reo, ya grita por la atadura. Viene el Señor, cura con medicamentos algo amargos y agrios. Dice, en efecto, al enfermo: «Soporta»; dice: «Aguanta»; dice: No ames el mundo, ten paciencia, cúrete el fuego de la continencia, aguanten tus heridas el bisturí de las persecuciones. Aunque atado, te asustabas. Él, libre y no atado, bebió lo que te daba; sufrió el primero para consolarte, como diciendo: «Sufro el primero por ti lo que temes padecer por ti». Ésta es la gracia. ¡Y gran gracia! ¿Quién la elogia dignamente?

La humildad de Cristo

15. De la humildad de Cristo hablo, hermanos míos, ¿Quién podrá hablar de la majestad y divinidad de Cristo? Me siento totalmente incapaz de hablar y explicar de algún modo la humildad de Cristo. Por eso, más que satisfacer a mis oyentes, lo encomiendo a vuestra meditación. Meditad en la humildad de Cristo. Pero ¿quién nos la explicará, preguntas, si tú te callas? Que sea él quien interiormente os hable. Sabe mejor expresarlo quien habita dentro que quien grita fuera. Que os descubra la gracia de su humildad quien ha comenzado a habitar en vuestros corazones. Pero, si fallo en explicar debidamente su humildad, ¿quién podrá hablar de su majestad? Si nos conturba «la Palabra hecha carne», ¿quién explicará: «En el principio existía la Palabra»? Mantened, pues, hermanos, esta solidez.

La Ley y la gracia

16. La Ley fue dada mediante Moisés, la gracia y la verdad acontecieron mediante Jesucristo31. La Ley fue dada mediante un siervo, hace reos; la indulgencia fue dada mediante el Emperador, libró a los reos. La Ley fue dada mediante Moisés. Que el siervo no se atribuya más de lo realizado mediante él. Elegido para un servicio importante, como siervo leal en la casa, pero siervo al fin, puede obrar según la Ley, pero no puede librar del reato de la Ley. La Ley fue dada mediante Moisés, la gracia y la verdad acontecieron mediante Jesucristo.

Nadie ha visto a Dios

17. Y, quizá para que alguien no diga: «Y la gracia y la verdad ¿no acontecieron mediante Moisés, que vio a Dios?», inmediatamente ha añadido: Nadie ha visto nunca a Dios. Y ¿cómo se manifestó Dios a Moisés? Porque el Señor hizo una revelación a su siervo. ¿Qué Señor? Cristo en persona, que mediante un siervo envió por delante la Ley, para venir él mismo con la gracia y la verdad, pues nadie ha visto nunca a Dios. Y ¿cómo se mostró a aquel siervo, en la medida en que éste podía comprender? Afirma: pero un Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése mismo lo contó32. ¿Qué significa «en el seno del Padre»? En lo íntimo del Padre. Dios, en efecto, no tiene seno, como nosotros tenemos en el vestido ni ha de pensarse que se sienta como nosotros ni quizá se ciñe para tener seno. Más bien, porque nuestro seno está dentro, a lo íntimo del Padre se le llama el seno del Padre. El que conoce al Padre en lo íntimo del Padre, ése mismo lo contó, porque nadie ha visto nunca a Dios. Él, pues, vino en persona y contó todo lo que ha visto.

¿Qué vio Moisés? Moisés vio una nube33, vio un ángel34, vio el fuego35; todo eso es criatura; ejercía de figura de su Señor, no mostraba la presencia del Señor en persona. En efecto, explícitamente tienes en la Ley: Y Moisés hablaba con el Señor cara a cara, como un amigo con su amigo. Continúas esa misma Escritura y hallas a Moisés, que dice: Si he encontrado gracia en tu presencia, muéstrateme claramente, para que te vea. Pero hay más; recibió respuesta: No puedes ver mi rostro36. Hablaba, pues, con Moisés, hermanos míos, el ángel que ejercía de figura del Señor, y todo lo que allí se realizó mediante el ángel prometía esa gracia y verdad venideras. Lo saben quienes escrutan bien la Ley. Y cuando es oportuno que, en la medida en que el Señor revela, yo os diga algo sobre este punto, no lo ocultaré a Vuestra Caridad.

Las apariciones y la invisibilidad de Dios

18. Pues bien, sabed que todo lo que fue visto corporalmente, eso no era la sustancia de Dios. En efecto, con los ojos de carne vemos aquello; la sustancia de Dios ¿cómo se ve? Interroga al evangelio: Dichosos los de corazón limpio, porque ésos verán a Dios37. Hubo hombres que, seducidos por la vaciedad de su corazón, decían: el Padre es invisible; el Hijo, en cambio, es visible. ¿Por qué visible? Si por la carne, porque tomó la carne, está claro. Por cierto, quienes vieron la carne de Cristo, unos creyeron, otros le crucificaron; y quienes creyeron, crucificado él, vacilaron y, si después de la resurrección no hubieran palpado su carne misma, la fe no habría sido hecha volver a ellos. Si, pues, por la carne es visible el Hijo, también nosotros lo concedemos y es la fe católica. Si, en cambio, como afirman ésos, era visible antes de la carne, esto es, antes de encarnarse, mucho desatinan y mucho yerran. En efecto, mediante la criatura acontecieron corporalmente aquellas apariciones, para que en ellas se mostrase una figura; de ninguna manera se dejaba ver ni se manifestaba la sustancia misma. Fíjese Vuestra Caridad en esta sencilla prueba: los ojos no pueden ver la Sabiduría de Dios. Hermanos, si Cristo es Sabiduría de Dios y fuerza de Dios38, si Cristo es la Palabra de Dios, y si los ojos no ven la palabra del hombre, ¿puede ser vista así la Palabra de Dios?

Los preceptos de ambos Testamentos

19. Expeled, pues, de vuestros corazones los pensamientos carnales, para que estéis verdaderamente bajo gracia, para que pertenezcáis al Nuevo Testamento. Por eso se promete en el Nuevo Testamento la vida eterna. Leed el Antiguo Testamento y ved que a un pueblo todavía carnal se preceptuaba ciertamente lo que a nosotros. Efectivamente, también se nos preceptúa adorar al único Dios; también se nos preceptúa39: «No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios»40, que es el segundo mandamiento; «Observa el día de descanso41» se nos preceptúa más, porque se preceptúa observarlo espiritualmente, pues los judíos observan servilmente el día de descanso, para el desenfreno, para la embriaguez. ¡Cuánto mejor estarían sus mujeres hilando durante ese día, en lugar danzar por las terrazas! Lejos de nosotros, hermanos, afirmar que los judíos observan el descanso. Espiritualmente observa el cristiano el descanso, pues se abstiene de trabajo servil. ¿Qué significa, en efecto, «de trabajo servil»? De pecado. ¿Y cómo lo demostramos? Interroga al Señor: Todo el que hace el pecado es siervo del pecado42. También a nosotros, pues, se preceptúa espiritualmente la observancia del descanso. Todos esos preceptos se nos preceptúan ya más y han de observarse: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no dirás testimonio falso, honra padre y madre, no desearás cosa de tu prójimo, no desearás la mujer de tu prójimo43. ¿Acaso no se preceptúa también a nosotros todo esto? Pero pregunta por la recompensa y hallarás que allí se dice: Para que los enemigos sean expelidos de tu faz, y recibáis la tierra que Dios prometió a vuestros padres44. Porque podían comprender lo invisible, los sujetaba mediante lo visible. ¿Para qué los sujetaba? Para que no perecieran totalmente y cayesen en la idolatría. De hecho, hermanos míos, como se lee, esto hicieron olvidados de tantas maravillas que Dios hizo ante sus ojos. El mar se rasgó, se hizo un camino en medio del oleaje, las mismas aguas a través de las que pasaron cubrieron a sus enemigos que los seguían45. Y, como Moisés, hombre de Dios, se hubiese apartado de su vista, pidieron un ídolo y dijeron: Haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque ese hombre nos ha abandonado46. Toda su esperanza estaba puesta en un hombre, no en Dios. Al fin el hombre murió. ¿Ha muerto acaso Dios, que los había sacado del país de Egipto? Y, como se hubieran hecho la imagen de un becerro, la adoraron y dijeron: Éstos son tus dioses, Israel, que te han librado del país de Egipto47. ¡Qué pronto olvidaron 21 gracia tan manifiesta! ¿Con qué modos sería sujetado pueblo tal sino con promesas carnales?

Las promesas de ambos Testamentos

20. Allí, en el decálogo de la Ley se manda lo que también a nosotros; pero no se promete lo que a nosotros. A nosotros ¿qué se promete? La vida eterna. Ahora bien, la vida eterna es ésta: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo48. El conocimiento de Dios se promete; eso es gracia por gracia. Hermanos, de momento creemos, no vemos; el premio por esta fe será ver lo que hemos creído. Conocían esto los profetas, pero estaba oculto antes que llegase. Efectivamente, en los salmos cierto amante dice entre sollozos: Una he pedido al Señor, ésa buscaré49. Y preguntas qué pide. En efecto, quizá pide una tierra que mane carnalmente leche y miel, aunque ésta ha de buscarse y pedirse espiritualmente; o quizá la rendición de sus enemigos o la muerte de los enemigos o imperios y riquezas de este mundo. De hecho, arde de amor y mucho solloza, se abrasa y anhela. Veamos qué pide: Una he pedido al Señor, ésa buscaré. ¿Qué es esto que busca? Habitar, dice, en la casa del Señor por todos los días de mi vida. Y supón que habitas en la casa del Señor; ¿cuál será la fuente de tu gozo? Para contemplar, afirma, la delectación del Señor50.

La recompensa prometida en el Nuevo Testamento

21. Hermanos míos, ¿por qué clamáis, por qué exultáis, por qué amáis, sino porque en vosotros hay una chispa de esta caridad? ¿Qué deseáis?, decidme. ¿Pueden verlo los ojos? ¿Puede tocarse? ¿Es alguna belleza que recrea los ojos? A los mártires se los ama ardientemente y, cuando los recordamos, ¿no nos encendemos en su amor? ¿Qué amamos en ellos, hermanos? ¿Los miembros desgarrados por las fieras? ¿Hay algo más horrible a los ojos carnales? En cambio, para los del corazón nada hay más hermoso. ¿Qué te parece un bellísimo joven ladrón0? ¿Cómo es que se horrorizan tus ojos? ¿Acaso se horrorizan tus ojos carnales? Si les preguntas, no hay nada más armonioso, nada más ordenado; la proporción de los miembros y lo agradable del color atraen las miradas, y, empero, cuando oyes que es ladrón, lo rechazas interiormente. Ves, por otra parte, a un anciano encorvado, apoyado en un bastón, que se mueve con dificultad, por doquier surcado de arrugas. ¿Qué ves que deleite los ojos? Oyes que es justo; lo amas y abrazas.

Hermanos míos, premios tales se nos han prometido: amad algo de esa clase, suspirad por un reino de esa clase, desead una patria de esa clase, si queréis llegar a eso con que vino nuestro Señor, es decir, a la gracia y la verdad. Si, en cambio, deseas de Dios premios corporales, aún estás bajo ley, y por ello no cumplirás la Ley misma. En efecto, cuando ves que esto temporal abunda en esos que ofenden a Dios, vacilan tus pasos y te dices: «He aquí que yo adoro a Dios; corro todos los días a la iglesia; mis rodillas están trituradas de tanto rezar, pero asiduamente me enfermo. Los hombres cometen homicidios, cometen robos; exultan y tienen en abundancia, les va bien. ¿Es esto, pues, lo que pedías a Dios?

Ciertamente pertenecías a la gracia. Si Dios te ha dado la gracia precisamente porque te la dio gratis, ámalo gratis. No ames a Dios por el premio. Sea él mismo tu premio. Diga tu alma: Una he pedido al Señor, ésa buscaré: Habitar en la casa del Señor por todos los días de mi vida, para contemplar la delectación del Señor51. No temas que el hastío te canse: aquella delectación de la belleza será tal, que te estará siempre presente y nunca te saciarás; mejor dicho, siempre te saciarás y nunca te saciarás. En efecto, si digo que no te saciarás, habrá hambre; si digo que te saciarás, temo el hastío; del lugar donde no habrá hastío ni hambre, no sé qué decir. Pero Dios tiene que mostrar a quienes no hallan cómo decirlo y creen que han de recibirlo.