TRATADO 1

Comentario a Jn 1,1-5, predicado en Hipona el domingo 9 de diciembre de 406

Traductores: Miguel Fuertes Lanero y José Anoz Gutiérrez

Introducción. ¿Quién podrá tratar estos misterios como ellos son?

1. Estoy pensando en las palabras del Apóstol que acabamos de escuchar, que el hombre animal no comprende lo que es del Espíritu de Dios1; y al darme cuenta de que en el presente auditorio de Vuestra Caridad inevitablemente habrá muchos que están a este nivel, y que sólo gustan las cosas en sentido carnal, sin poderse levantar todavía hasta su sentido espiritual, me entran fuertes dudas de qué palabras usar, con la ayuda de Dios, y cómo explicaros lo que se ha leído del evangelio: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios2.

El hombre animal no comprende esto. ¿Qué hacer entonces, hermanos? ¿Nos callaremos? ¿Y para qué leerlo si luego viene el silencio? ¿Para qué oírlo si nadie lo explica? Y también, ¿para qué explicarlo si no hay quien lo entienda? Pero tengo una convicción: que algunos de los que estáis aquí entenderéis la explicación; es más, lo entendéis antes de explicarlo. Por eso no voy a defraudar a los que son capaces de entender, aun a riesgo de perder el tiempo con los demás. En último extremo contamos con la ayuda amorosa de Dios. Quizá así quedemos todos satisfechos, entendiendo cada uno hasta donde lleguen sus posibilidades, y el orador exponiendo hasta donde él puede. Porque ¿quién podrá hablar de estos misterios como ellos son? Me atrevo a decir más, hermanos míos: quizá ni el mismo Juan habló de estas realidades como son en sí, sino como le fue posible. Él es un hombre que habla de Dios. Inspirado por Dios, es verdad, pero sólo un hombre. Por estar inspirado pudo decir algo. Sin la inspiración no habría podido decir nada. Pero al ser un hombre inspirado, expresó no toda la realidad, sino aquella que es capaz de decir el hombre.

Juan, un monte alto

2. Era este Juan, queridos hermanos, era uno de aquellos montes de los que está escrito: Los montes reciban paz para tu pueblo, y los collados justicia3. Montes son las almas grandes; collados, las pequeñas. Y reciben la paz los montes, para que puedan recibir la justicia los collados. ¿Qué justicia es ésta? La fe: El justo vive de fe4. No podrían conseguir la fe estas almas más pequeñas, si las otras mayores, llamadas aquí montañas no fuesen iluminadas por la misma Sabiduría para con esta luz poder transmitir a las pequeñas lo que éstas sean capaces de entender. No podrán los collados vivir de la fe si los montes no reciben la paz. Desde estos montes se dijo a la Iglesia: Paz con vosotros. Fueron estos mismos montes los que, en su mensaje de paz a la Iglesia, no se separaron de aquel que es la fuente de su paz5. Así se convirtieron en mensajeros de paz verdaderos, no fingidos.

Los montes que son escollos

3. Hay otros montes que son causa de naufragios. No se puede dirigir hacia ellos la nave sin estrellarse. ¡Con qué facilidad los navegantes, en peligro de naufragio, se dirigen urgentemente hacia la tierra divisada! Pero sucede a veces que esta tierra es la cima de un monte que oculta escollos en su base, y cuando uno impulsa la nave hacia el monte, queda atrapada en los escollos. Su final no ha sido el puerto, sino el lamento. Como éstos ha habido algunos montes de apariencia importante a los ojos humanos. Y luego dieron origen a cismas y herejías, dividieron la Iglesia de Dios. Pero no son éstos los montes de quienes se dijo: Los montes reciban paz para tu pueblo6. ¿Cómo podrán recibir la paz quienes han roto la unidad?

Ascender, como Juan, de nuestra bajeza

4. Los que han recibido la paz para anunciársela al pueblo contemplaron la Sabiduría misma en cuanto la capacidad humana puede llegar a tocar lo que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió7. Y si no ascendió a corazón de hombre, ¿cómo ha ascendido al de Juan? ¿O no era hombre Juan? ¿Quizá será mejor decir que no ascendió a la mente de Juan, sino que fue su mente la que ascendió hasta esta sabiduría? Porque lo que asciende hasta el hombre es inferior a él; en cambio, si es la mente humana quien se eleva hasta ella está por encima del hombre. Se puede, sin embargo, hermanos, hablar así. Porque, si se puede decir que subió hasta la mente de Juan, en tanto ascendió hasta ella, en cuanto Juan no era hombre. ¿Qué quiere decir: Juan no era hombre? Que de alguna manera comenzaba a ser ángel. Sí, porque todos los santos son ángeles. Lo son porque anuncian a Dios. Por eso, a los de un nivel puramente carnal y animal, incapaces de comprender las cosas de Dios, ¿qué les dice el Apóstol? Cuando decís: «Yo soy de Pablo, yo de Apolo», ¿acaso no sois hombres?8 ¿Qué quería hacer de esos a quienes reprendía ser hombres? ¿Queréis saber qué quería hacer de ellos? Escuchad este salmo: Yo dije: «Sois dioses e hijos del Altísimo todos»9. A esto nos llama Dios, para que no nos quedemos en ser hombres. Pero nunca mejoraremos nuestra condición de hombres si antes no reconocemos que lo somos. En otras palabras, si de nuestra bajeza no ascendemos hasta aquella altura. No suceda que, por creernos algo, sin ser nada, no solamente no recibamos lo que aún no somos, sino que perdamos incluso lo que somos.

5. Hermanos, Juan era uno de estos montes y dijo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios10. Había recibido la paz este monte, contemplaba la divinidad de la Palabra. ¿Cómo era este monte? ¿Qué altura tenía? Sobrepasaba todas las cimas de la tierra, sobresalía por encima de todas las regiones del aire, por encima de las alturas siderales, sobresalía por encima de los coros y las legiones de ángeles. Si no hubiera sobrepasado todo lo creado, no habría podido llegar a aquel mediante el cual se hizo todo11. No podéis conocer lo que ha sobrepasado, sin saber adónde ha llegado. ¿Preguntas por el cielo y la tierra? Han sido hechos. ¿Preguntas por lo que hay en cielo y tierra? Con mucha más razón ha sido hecho también. ¿Preguntas por las criaturas de orden espiritual, los ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, virtudes, principados? También ellas han sido hechas. Un salmo, después de enumerar todas las cosas, concluye: Dijo él y fueron hechas; mandó él y fueron creadas12. Si dijo y fueron hechas, mediante la Palabra fueron hechas; pero, si mediante la Palabra fueron hechas, no pudo Juan llegar con su mente hasta donde dice: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios»13, a menos que trascendiera todas las cosas que mediante la Palabra fueron hechas. Entonces, ¿qué clase de monte es éste, qué excelsa su santidad, cuán elevada su altura entre aquellos montes que recibieron la paz para el pueblo de Dios, para que los collados puedan recibir la justicia?

Levantemos la mirada a este monte

6. Ved, pues, hermanos, si Juan no es de aquellos montes de los que hace un momento hemos cantado: Levanté mis ojos a los montes de donde me vendrá el auxilio14. Por tanto, hermanos míos, si queréis llegar a entender, levantad vuestros ojos a este monte, erguíos hacia el evangelista, erguíos hacia su pensamiento. Pero, porque estos montes reciben la paz y, por otra parte, no puede estar en paz quien pone su esperanza en el hombre, no elevéis vuestros ojos al monte, creyendo que vuestra esperanza debe descansar en un hombre, y decid «Levanto mis ojos a los montes de donde me vendrá el auxilio», añadiendo en seguida: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra15. Levantemos, pues, los ojos a los montes de donde nos vendrá el auxilio; pero no es en ellos donde debe reposar nuestra esperanza, pues los montes reciben lo que han de servirnos. Es, pues, en la fuente de donde les viene a ellos, donde nosotros debemos poner nuestra esperanza.

Porque las Escrituras son servidas mediante hombres, cuando levantamos nuestros ojos a las Escrituras, levantamos nuestros ojos a los montes de donde nos vendrá el auxilio; pero, porque eran hombres esos mismos que escribieron las Escrituras, no brillaban con luz propia, sino que la verdadera Luz era ese mismo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo16. Monte era también aquel Juan Bautista que, para que nadie, por poner la esperanza en el monte, se cayese de quien ilumina los montes, dijo: «Yo no soy el Mesías»17, y él mismo declaró también: De su plenitud todos hemos recibido18. Debes decir: «Levanto mis ojos a los montes de donde me vendrá el auxilio»19, sin atribuir a los montes la ayuda que te viene, sino diciendo a continuación: El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra20.

7. Os he hecho esta observación, hermanos, para que al erguir vuestro corazón hacia las Escrituras cuando el Evangelio dejaba oír: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios»21, y lo demás que se ha leído, entendáis que habéis levantado los ojos a los montes. En efecto, si los montes no lo hubieran dicho, seríais incapaces de llegar a la fuente de estos pensamientos. De los montes, pues, os ha venido la ayuda, para que al menos lo hayáis oído; pero todavía no podéis entender lo que habéis oído. Invocad el auxilio del Señor, que hizo el cielo y la tierra22, porque los montes han podido hablar, sin poder ellos mismos iluminar, porque ellos mismos, oyendo, han sido iluminados. Aquel Juan, hermanos, que se recostaba sobre el pecho del Señor23, es quien nos ha dicho estas cosas. De esa fuente bebió él lo que después nos ha propinado. Pero ha propinado palabras; en cambio, la comprensión debes tomarla de donde había bebido el mismo que te dio a beber, para que levantes los ojos a los montes de donde te vendrá el auxilio, para de ahí recibir una copa, digamos; esto es, para que recibieras la palabra propinada; y, sin embargo, porque tu auxilio viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra24, llenases tu corazón de la misma fuente de que él llenó el suyo. Y puesto que dijiste: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra», que lo llene quien puede hacerlo. Esto os digo, hermanos: que cada uno levante su corazón, según le alcance su capacidad para comprender lo que digo. Pero quizá podáis decir que mi persona os está mucho más presente que la de Dios. De ninguna manera. Dios está mucho más presente: yo me presento ante vuestros ojos; él rige vuestras conciencias. A mí dirigís vuestros oídos; a él dirigid vuestro corazón y ambos recibirán la plenitud. Vuestros ojos y vuestros sentidos corporales los fijáis en mí, mejor dicho, no en mí, yo no soy uno de aquellos montes, sino en el evangelio, en la persona del evangelista: el corazón, en cambio, elevadlo al Señor. Él lo llenará. Que cada uno lo eleve, fijándose en qué eleva y adónde lo eleva. ¿Qué quiero decir con esto? Que se fije a ver qué corazón levanta, puesto que lo levanta hacia el Señor, no sea que, antes de haberlo levantado, caiga oprimido por el peso del placer carnal. ¿Quizá os veis todos cargados con el peso de la carne? Esforzaos en purificar por la continencia lo que vais a elevar al Señor. Dichosos los limpios de corazón, porque ésos verán a Dios25.

La palabra humana

8. Pero ¿qué valor tiene el sonido de las palabras: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios? También yo he pronunciado palabras al hablar. ¿Era como éstas la Palabra que estaba con Dios? Las palabras que yo he dicho, ¿no han desaparecido después de haberlas pronunciado? ¿Luego la Palabra de Dios habrá desaparecido también, tras haberse oído? ¿Cómo se hizo todo mediante ella, y sin ella nada se hizo?26 ¿Cómo se rige mediante ella lo que mediante ella fue creado, si sonó y pasó? ¿Qué clase de palabra, pues, es esta que se pronuncia y no pasa? Atienda Vuestra Caridad; se trata de algo importante.

A diario, cuando hablamos, las palabras se nos quedan en nada. A fuerza de sonar palabras y desaparecer, su valor se degrada y no nos parecen sino meras palabras. Pero hay en el hombre una palabra que permanece dentro, porque el sonido sale de la boca. Y hay otra palabra que realmente se pronuncia con el espíritu, lo que entiendes por medio del sonido, no el sonido mismo. Cuando yo digo «Dios», pronuncio una palabra. Bien breve es lo que he pronunciado: cuatro letras y una sílaba. ¿Acaso Dios es en total una sílaba de cuatro letras? ¿O quizá cuanto menos vale este sonido, tanto más precioso es lo que por él entendemos? ¿Qué ocurre en mi interior cuando yo digo «Dios»? He pensado en un ser supremo, que trasciende toda criatura mudable, carnal y animal. Y si yo te preguntase: «¿Dios es mudable o inmutable?», inmediatamente responderías: «Lejos de mí creer o pensar en Dios como mudable: Dios es inmutable». Tu alma, aunque pequeña, quizá carnal todavía, no pudo menos de responderme que Dios en inmutable, puesto que toda criatura es mudable. ¿De dónde te pudo venir la chispa que te ha iluminado este misterio, para responderme sin titubear que Dios es inmutable? ¿Qué hay en tu interior, cuando piensas en una sustancia viva, eterna, omnipotente, infinita, presente toda ella en todas partes, y no contenida por límites algunos? Cuando esto piensas, es la Palabra de Dios lo que hay en tu interior. ¿Es esto aquel sonido que consta de una sílaba y cuatro letras? Todo lo que se pronuncia y desaparece son sonidos, sílabas. La palabra que suena es la que pasa; pero la significada por el sonido está en el pensamiento de quien la dijo, permanece en la inteligencia de quien la ha oído, aunque desaparezcan las palabras.

La Palabra de Dios

9. Dirige tu espíritu a aquella palabra. Si tú puedes tener una palabra en tu interior, como un pensamiento nacido en tu mente, es como si tu mente alumbrara el pensamiento y allí está como un hijo de tu mente, como hijo de tu corazón. Primero, en tus adentros engendras el pensamiento de construir una obra, de edificar algo extenso. Ya ha nacido la idea, y la obra todavía no se ha realizado. Tú ya estás viendo lo que vas a hacer, pero los demás no la pueden admirar más que cuando la hayas realizado, cuando hayas levantado su mole, y cuando hayas plasmado y terminado la obra. Los hombres se fijan en el edificio, digno de admiración, y alaban la idea del constructor. Se admiran de lo que ven, y aman lo que no ven. ¿Quién puede ver el pensamiento? Si a partir de una gran obra alabamos el pensamiento humano, ¿quieres ver cómo es el pensamiento de Dios, que es el Señor Jesucristo, la Palabra de Dios? Fíjate en estos dos órdenes de cuerpos, el cielo y la tierra: ¿quién explicará con palabras la hermosura del cielo? ¿Quién explicará con palabras la fecundidad de la tierra? ¿Quién elogiará dignamente la variedad de los cambios climáticos? ¿Quién elogiará dignamente la fuerza de las semillas? Veis cuántas cosas me callo. No quiero recordar muchas y quedarme corto en comparación con las que podéis pensar. Por esta obra de arte, pues, caed en la cuenta de cómo será la Palabra mediante la que ha sido hecha. Pero no es ella sola la que ha sido hecha. En efecto, se ve todo esto, porque llegan hasta nuestros sentidos corporales. Mediante esa Palabra han sido hechos también los ángeles; mediante esa Palabra han sido hechos también los arcángeles, las potestades, los tronos, las dominaciones, los principados. Mediante esa Palabra se hizo todo27. Deducid de aquí cómo será esta Palabra.

10. Alguien podrá replicarme ahora: «¿Y quién piensa esta Palabra?». No te imagines algo vulgar cuando oyes el nombre «palabra», ni pienses en las palabras que oyes a diario: «Ése dijo tales palabras»; «pronunció tales palabras»; «me cuentas tales palabras». De tanto pronunciar palabras, terminan por devaluarse. Pero cuando oyes: «En el principio existía la Palabra», cuidado con estimarla algo vulgar, como estás acostumbrado a pensar cuando sueles oír palabras humanas. Atención a lo que debes pensar: La Palabra era Dios.

El error de Arrio

11. Preséntese ahora no sé qué infiel arriano y diga que la Palabra de Dios ha sido hecha. ¿Cómo puede ser que la Palabra de Dios haya sido hecha, cuando es Dios quien hace todo mediante la Palabra? Si también la Palabra de Dios ha sido hecha, ¿mediante qué otra palabra lo ha sido? Y si afirmas que es así por ser la palabra de la Palabra mediante la que ésa se hizo, a ésta la llamo yo el Hijo único de Dios. Pero, si no la llamas palabra de la Palabra, admite que no ha sido hecha aquella por medio de la cual se hizo todo. En efecto, no es posible que se haga mediante sí misma aquella mediante la que se hizo todo. Cree, pues, al evangelista. Podía, en efecto, decir: «En el principio Dios hizo la Palabra», como Moisés dijo: «En el principio Dios hizo el cielo y la tierra»28, y enumera todas las cosas así: Dijo Dios «Hágase», y se hizo29. Si dijo, ¿quién dijo? Dios, sí. ¿Y qué se hizo? Alguna criatura. Entre Dios que dice y la criatura hecha, ¿qué hay, mediante lo cual se hizo, sino la Palabra? Porque Dijo Dios: Hágase, y se hizo. Esta Palabra es inmutable. Aunque mediante la Palabra sean hechas las cosas mudables, ella es inmutable.

Ser recreado por la Palabra

12. No creas, pues, que ha sido hecha aquella mediante la que se hizo todo, no vayas a quedarte sin la restauración que nos viene mediante la Palabra mediante la que todo es restaurado. Efectivamente, has sido hecho mediante la Palabra. Pero es necesario ser recreado mediante la Palabra. Pero si tu fe acerca de la Palabra es falsa, no podrás ser recreado mediante la Palabra. Y si has tenido la suerte de ser hecho mediante la Palabra, por ti quedas deshecho. Y si por ti te deshaces, que te rehaga el que te hizo. Si por ti viene el degradarte, que te recree el que te creó. ¿Y cómo te recreará mediante la Palabra, si en algún aspecto piensas mal de la Palabra? El evangelista dice: «En el principio existía la Palabra», mas tú dices: En el principio fue hecha la Palabra. Él dice: «Todo se ha hecho mediante ella», mas tú dices que incluso la Palabra misma ha sido hecha. Podía haber dicho el evangelista: «En el principio fue hecha la Palabra»; pero ¿qué dice? En el principio existía la Palabra. Si existía, no fue hecha; así todo se haría mediante ella, y sin ella, nada30. Si, pues, en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios, si no puedes comprender de qué se trata, espera a que crezcas. Él es alimento. Toma leche para nutrirte hasta que seas capaz de recibir el alimento.

Todo ha sido hecho por la Palabra

13. Y atención a lo que sigue: Todo se hizo mediante ella, y sin ella nada se hizo31, no vayáis a pensar que la nada es algo. Muchos, por una deficiente interpretación del texto «sine ipso factum est nihil» (sin ella la nada se hizo), piensan que la nada es algo. El pecado ciertamente no fue hecho por ella, y el pecado es la nada, evidentemente, y a la nada vuelven los hombres cuando pecan. Tampoco los ídolos han sido hechos por la Palabra. Tienen, es verdad, una apariencia humana, pero es el hombre el que ha sido hecho por la Palabra, puesto que la forma humana del ídolo no ha sido hecho por la Palabra; y así leemos en la Escritura: Sabemos que un ídolo no es nada32. Luego esto no ha sido hecho por la Palabra. En cambio, sí lo han sido todos aquellos seres que tiene una naturaleza y que existen en la creación, tanto los que están fijos en el cielo y brillan en las alturas como los que vuelan bajo el cielo o se mueven en la naturaleza entera; toda criatura sin excepción. Lo diré más claro, para que lo entendáis, hermanos: desde el ángel hasta el último gusano. Entre las criaturas ¿hay algo más excelso que el ángel? ¿O algo inferior a un gusanillo? Pues bien, por quien ha sido hecho el ángel, por él mismo ha sido hecho el gusanillo. Pero al ángel le corresponde el cielo, y al gusano la tierra. Quien los creó, así lo ha dispuesto. Si hubiera puesto al gusano en el cielo, lo censurarías; si hubiera dispuesto que los ángeles brotasen de las carnes descompuestas, también lo censurarías; y, sin embargo, algo así hace Dios y no es censurable: todos los hombres, nacidos de la carne, ¿qué son sino gusanos? Pues hasta de los gusanos hace ángeles. Si el mismo Señor dice «Yo soy un gusano y no un hombre»33, ¿quién dudará afirmar lo que está escrito en el libro de Job: Cuánto más el hombre, ese montón de podredumbre, y el hijo del hombre, ese gusano?34 Primero llama al hombre una podredumbre y, a continuación, un gusano al hijo del hombre. Claro, como el gusano nace de la podredumbre, por eso llama al hombre podredumbre y gusano al hijo del hombre.

Mira lo que quiso hacerse por ti aquel que en el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. ¿Por qué quiso hacerse esto por ti? Para darte un alimento de lactante a ti que no podías aún masticar. Así que éste y no otro, hermanos, es el sentido de esta frase: Todo se hizo mediante ella, y sin ella nada se hizo. Todas las criaturas han sido hechas por ella: la mayor y las más pequeñas; por su medio se hicieron las superiores y las inferiores, las espirituales y las corporales. Toda forma, cohesión, armonía de las partes, toda naturaleza que pueda tener número, peso y medida tienen su existencia sólo por medio de aquella Palabra, su origen en aquella Palabra creadora, a la que se le dice: Todo lo has dispuesto con medida, número y peso35.

También los insectos son obra de Dios

14. Nadie, pues, os engañe cuando sufráis quizá el fastidio de las moscas. Porque el diablo se ha burlado de algunos, haciendo que caigan en el lazo por las moscas. Los cazadores de aves suelen poner moscas en los cepos, para que caigan las aves hambrientas. De igual manera el diablo ha engañado a éstos con las moscas. En cierta ocasión, alguien estaba molesto por las moscas y Manes lo vio con ese fastidio; él le dijo que no podía aguantar las moscas, que las aborrecía profundamente. Inmediatamente le dice Manes: «¿Quién las ha creado?». El otro, que estaba asqueado y lleno de odio hacia ellas, no tuvo valor para decir: «Dios las ha creado». Y eso que era católico. Enseguida Manes añadió: «Si Dios no las ha hecho, ¿quién las hizo?». «Sin duda, dijo él, supongo que el diablo hizo las moscas». Continúa Manes: «Si el diablo es el autor de la mosca, como veo que confiesas porque discurres con acierto, ¿quién es el autor de la abeja, que es un poco mayor que la mosca?». Y no se atrevió a decir que Dios hizo la abeja y no la mosca, puesto que son tan parecidas. Y de la abeja pasó a la langosta, y de ésta al lagarto, y del lagarto al pájaro, y del pájaro a la oveja, y de la oveja al buey, y del buey al elefante, y por fin llegó hasta el hombre. Y lo convenció de que el hombre no fue creado por Dios. Y así fue como este pobre hombre, asqueado de las moscas, acabó siendo una mosca atrapada por el diablo. Belcebú, en efecto, significa, según parece, «príncipe de las moscas»; de ellas está escrito: Las moscas muertas corrompen el ungüento perfumado36.

¿Por qué nos molestan los insectos?

15. ¿A qué viene esto, hermanos? ¿Por qué he dicho estas cosas? Cerrad los oídos de vuestro corazón a todas las astucias del enemigo. Caed en la cuenta de que Dios lo ha hecho todo y puso a cada cosa en el lugar que le corresponde. ¿Cuál será la causa de que padezcamos muchos males de una criatura hecha por Dios? Que le hemos ofendido. Pero ¿acaso los ángeles sufren estas molestias? También nosotros podríamos quizá estar en esta vida exentos de este temor. De tu castigo no culpes al juez; culpa a tu delito. Por nuestra soberbia puso Dios esta criatura tan pequeña y despreciable, para que nos atormentase. Así, cuando el hombre, en su soberbia, se yergue frente a Dios, y cuando, mortal como es, siembra el terror entre otros mortales y, siendo hombre, no quiere reconocer como prójimo a otro hombre; cuando, en fin, se yergue sobre sí mismo, queda sometido bajo las pulgas. ¿Por qué te hinchas, humana soberbia? Un hombre te insultó y te hinchas de rabia. Tendrás que enfrentarte con las pulgas para poder dormir; reconoce quién eres. Ya sabéis, hermanos: Dios ha creado estos seres molestos para rendir nuestra soberbia. A aquel pueblo del Faraón, Dios pudo haberlo rendido con osos, leones o serpientes; les mandó moscas y ranas37, para que las cosas más viles domasen la soberbia.

En la Palabra todo es vida

16. Por tanto, hermanos, todo, absolutamente todo se hizo mediante ella, y sin ella nada se hizo. Pero ¿de qué modo se hizo todo mediante ella? Lo que ha sido hecho, en ella es vida38. Puede también leerse así: Lo que ha sido hecho en ella, es vida. Luego todo es vida si utilizásemos esta lectura. ¿Hay algo que no haya sido hecho en ella? Ella es la Sabiduría de Dios39. Dice el salmo: Todo lo hiciste con sabiduría40. Si, pues, Cristo es la Sabiduría de Dios y el salmo dice: «Todo lo hiciste con sabiduría», todo ha sido hecho en él, así como lo ha sido por él. Entonces, queridos hermanos, si en él todo, y lo hecho en él es vida, resulta que la tierra es vida, y un leño es vida. Es verdad que decimos que el leño es vida, pero entendiendo que se trata del leño de la cruz, de donde nos brotó la vida. Incluso una piedra sería vida, según esto.

Pero no es acertado este modo de interpretar. Podríamos dar pie a que la inmunda secta de los maniqueos nos dijera astutamente que tienen alma una piedra y una pared y un trocito de cuerda y la lana y el vestido. Suelen disparatar ellos así. Y cuando se les hace frente y se los rechaza, citan a su modo la Escritura, diciendo: «¿Por qué se dijo entonces Lo que se hizo en ella, es vida?» Si todo ha sido hecho en ella, luego todo es vida». Que no te engañen; tú lee así: «Lo que ha sido hecho», haciendo una pausa aquí, y luego sigue: en ella es vida. ¿Cuál es el sentido de esta frase? La tierra fue creada. Pero la tierra en sí no es vida, sino que en la Sabiduría misma hay una idea o forma de orden espiritual, mediante la cual fue hecha la tierra. Esta idea sí es vida.

17. Me explicaré lo mejor que pueda a Vuestra Caridad. Un carpintero fabrica un arca. Primeramente tiene el arca en su imaginación, puesto que, si no la tuviese en ella, ¿cómo la iba a expresar construyéndola? Pero el arca está allí no como ella es, visible externamente. En el talento del artesano es invisible, y la realización la hará visible. Y ahora ya la tenemos construida; ¿acaso dejó de estar en el talento del carpintero? Ya es una obra realizada y sigue estando en la mente del artesano. Puede muy bien llegar a corromperse, y de nuevo hacer otra según el modelo de la que hay en la mente del artesano. Fijaos bien en el arca como idea artística y en el arca ya construida. Ésta no es vida; en cambio, la idea artística sí lo es, porque vive en el alma del artífice, donde está todo esto antes de su expresión externa.

De la misma manera, hermanos queridos, la Sabiduría de Dios, por la cual se hizo todo, contiene todas las cosas como una concepción artística, antes de fabricarlas. De aquí que lo realizado según esta concepción artística no por eso va a ser vida, sino que todo lo realizado es vida en ella. La tierra que ves, es tierra en la mente del artífice, y lo mismo el cielo y el sol y la luna. Todos están en la concepción del artífice. En su ser externo son cuerpos, y en la idea artística son vida. Tratad de comprenderlo de algún modo. Hemos dicho algo muy importante. No ha salido de mí ni ha venido por mi medio, que yo no soy importante; pero viene quien lo es. No he dicho yo estas cosas; yo soy pequeño. Para poder decirlas miro a aquel que no es pequeño. Comprenda cada uno como pueda, en cuanto pueda. Y quien no pueda, nutra el corazón hasta que pueda. ¿Cómo lo nutrirá? Nútralo con leche para llegar al alimento. No se aparte de Cristo nacido mediante la carne, hasta llegar a Cristo nacido de un único Padre, Palabra Dios con Dios, mediante la que se hizo todo, porque es esa vida que en aquélla es la luz de los hombres.

La vida es la luz de los hombres

18. Sigue, en efecto, esto: Y la vida era la luz de los hombres41. De esta vida reciben los hombres la iluminación. Los animales no reciben la iluminación, porque los animales no tienen mentes racionales que puedan ver la sabiduría. En cambio, el hombre ha sido hecho a imagen de Dios, tiene mente racional mediante la que pueda percibir la sabiduría. Esa vida, pues, mediante la que todo se hizo, esta misma vida es la luz; no la luz de cualesquiera seres vivos, sino la luz de los hombres. Por eso dice poco después: Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo42. Esa luz iluminó a Juan Bautista, ésta también a Juan Evangelista mismo. De esa misma luz estaba lleno quien dijo: No soy yo el Mesías, sino quien viene detrás de mí, la correa de cuyo calzado no soy digno de desatar43. Por esta luz estaba iluminado quien dijo: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Aquella vida, pues, es la luz de los hombres.

Sólo los limpios de corazón ven la Luz

19. Pero corazones quizá necios no pueden captar esta luz, porque los oprime el peso de sus pecados, para que no puedan verla. Pero no piensen que la luz está ausente, precisamente porque ellos no pueden verla. Ellos, en efecto, son tinieblas por sus pecados. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron44. Es lo que ocurre, hermanos, con un ciego puesto al sol. El sol está presente, pero él está ausente para el sol. Esto es lo que sucede con todo el que tiene un corazón necio, injusto, impío o ciego. Presente está la sabiduría, pero para uno que es ciego es como si estuviera ausente de sus ojos. No porque ella no le acompañe, sino porque él está distante de ella. ¿Y qué ha de hacer éste? Purificarse hasta poder ver a Dios. Como si alguien tuviese ceguera por tener sucios y enfermos sus ojos, porque le ha caído polvo o por irritación o por el humo, y el médico le dijese: «Debes asear tu ojo de todo lo que le molesta, hasta que puedas ver con claridad». El polvo, la irritación ocular y el humo son los pecados y las injusticias. Quita de tu corazón todo esto y verás la sabiduría, porque está presente. Dios es la Sabiduría misma; y está escrito: Dichosos los de corazón limpio, porque ésos verán a Dios45.