HOMILÍAS SOBRE LA PRIMERA CARTA
DE SAN JUAN A LOS PARTOS

HOMILÍA DÉCIMA (1 JN 5,1-3)

Traducción: Pío de Luis, OSA

Cómo creer que Jesús es el Cristo

1. Creo que cuantos de vosotros asististeis ayer recordaréis el pasaje en que, en la lectura continuada de esta carta, se detuvo nuestro comentario. Es éste: Pues quien no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve? Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios ame también al hermano1. Hasta aquí llegó nuestra exposición.

Veamos, pues, lo que sigue a continuación: Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de Dios2. ¿Quién es el que no cree que Jesús es el Cristo? Quien no vive en conformidad con los preceptos de Cristo. Muchos son, en efecto, los que dicen: «creo», pero la fe sin las obras no salva3. Ahora bien, la obra de la fe es el amor mismo, según lo que dice el apóstol Pablo: Y la fe que obra por el amor4. Las obras que realizaste antes de venir a la fe o eran nulas o, si tenían la apariencia de bondad, eran vanas. Si eran nulas eras como un hombre sin pies o que, por tenerlos doloridos, no puede caminar; si, por el contrario, tus obras tenían la apariencia de buenas, antes de venir a la fe, corrías ciertamente, pero, al correr fuera del camino, más que llegar a la meta, te extraviabas. Tenemos, pues, que correr y que correr por el camino. Quien corre fuera del camino corre en vano; más aún, sólo corre para fatigarse. Fuera de él, cuanto más corre, más se extravía. ¿Cuál es el camino por el que corremos? Cristo lo dijo: Yo soy el camino. ¿Cuál es la patria a donde nos dirigimos? Cristo dijo: Yo soy la verdad5. Por Él corres, hacia Él corres, en Él hallas el descanso. Mas para que corramos por Él, se extendió hasta nosotros, pues nos hallábamos lejos, peregrinos muy distantes de la patria. Es poco decir que éramos peregrinos muy distantes de la patria. Por estar débiles no podíamos movernos. Vino el médico a visitar a los enfermos, ofreció el camino, se alargó hasta los peregrinos. Dejémonos salvar por Él, caminemos por Él.

Creer que Jesús es Dios equivale a creer como creen los cristianos que no lo son sólo de nombre, sino con los hechos y la vida, no como creen los demonios. Pues, como dice la Escritura, también los demonios creen, pero tiemblan6. ¿Qué más pudieron creer los demonios, si llegaron a decir: Sabemos que eres el Hijo de Dios? Lo que dijeron los demonios es lo mismo que dijo Pedro. Cuando el Señor les preguntó quién era y quién decían los hombres que era Él, los discípulos respondieron: Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. A lo que Él replicó: Pero vosotros ¿quién decís que soy yo? Respondió Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y él oyó de boca del Señor: Dichoso eres Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló la carne y la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ved qué alabanzas acompañan a esta profesión de fe: Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia7. ¿Qué significa sobre esta piedra edificaré mi Iglesia? Sobre esta profesión de fe, es decir, sobre las palabras: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. «Sobre esta roca fundamentaré mi Iglesia», le dijo. ¡Magnífica alabanza! Así, pues, dice Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo; dicen asimismo los demonios: Sabemos quién eres, el Hijo de Dios, el Santo de Dios.Lo mismo que dice Pedro, lo dicen los demonios, las mismas palabras, pero no con el mismo espíritu.¿Y cómo consta que Pedro lo decía con amor? Porque la fe del cristiano va acompañada del amor; la de los demonios, no. ¿Cómo es que no va acompañada de amor? Pedro dijo aquellas palabras para adherirse a Cristo, y los demonios, en cambio, para que se alejase de ellos. Pues, antes de decir: Sabemos quién eres, tú eres el Hijo de Dios, habían dicho: ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo? ¿Por qué has venido a echarnos a perder antes de tiempo?8 Por tanto, una cosa es confesar a Cristo para poseerle y otra es confesarlo para alejarlo de ti. Así, pues, veis en qué sentido dice aquí: Quien cree. Se refiere a una fe específica; no a la fe común a muchos hombres. En consecuencia, hermanos, que ningún hereje os diga: «También nosotros creemos». Os he propuesto el ejemplo de los demonios precisamente para que no os alborocéis ante las solas palabras de los que creen, sino que exploréis los hechos de la vida.

Todo el que ama al Padre ama al Hijo

2. Veamos ya en qué consiste creer en Cristo; qué significa creer que Jesús mismo es el Cristo. Continúa el texto de la carta: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios. Pero ¿qué significa creer eso? Y todo el que ama a quien le engendró ama también al engendrado por Él9. Inmediatamente vinculó el amor a la fe, porque la fe sin amor es vana. La fe del cristiano va acompañada del amor, la de los demonios no. Pero los que no creen son peores que los demonios y más lentos que ellos. Fulano o mengano rehúsan creer en Cristo: aún no imitan ni a los demonios. Supongamos que ya creen en Él, pero que le odian: confiesan la fe por temor al castigo, no por amor a la corona, pues también los demonios temían el castigo. Añade a esta fe el amor, para que se convierta en una fe como la que proclama el apóstol Pablo: La fe que obra por el amor10. Has encontrado al cristiano, has hallado al ciudadano de Jerusalén, al conciudadano de los ángeles; has hallado al peregrino que, aún en camino, suspira por la patria. Únete a él, es tu compañero, corre a su lado, siempre que también tú seas eso mismo. Todo el que ama al que le engendró, ama también al engendrado por él. ¿Quién engendró? El Padre. ¿Quién es el engendrado? El Hijo. ¿Qué dice, pues? Todo el que ama al Padre ama al Hijo.

Inclusión recíproca de diversos amores

3. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios11. ¿Qué significa esto, hermanos? Poco antes se refería al Hijo, no a los hijos de Dios. Ved cómo se ha propuesto a nuestra contemplación un único Cristo y se nos ha dicho: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios, y todo el que ama al que le engendró, esto es, al Padre, ama también al engendrado por Él, o sea al Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Continúa diciendo: En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando cabía esperar: En esto conocemos que amamos al Hijo de Dios. Llamó hijos de Dios al que poco antes llamaba Hijo de Dios. La razón es que los hijos de Dios son el cuerpo del Hijo único de Dios. Y, dado que él es la cabeza y nosotros los miembros, no hay más que un único Hijo de Dios. Por tanto, quien ama a los hijos de Dios ama al Hijo de Dios, y quien ama al Hijo de Dios ama al Padre. Y nadie puede amar al Padre si no ama al Hijo, y quien ama al Hijo ama también a los hijos de Dios.

¿A qué hijos de Dios? A los miembros del Hijo de Dios. Y, al amarle, se hace también él mismo miembro y, por el amor, entra a formar parte del único organismo que es cuerpo de Cristo y habrá un único Cristo amándose a sí mismo. Pues, cuando los miembros se aman mutuamente, el cuerpo se ama a sí mismo. Y, si sufre un miembro, sufren con él todos los demás; y si recibe gloria un único miembro, se alegran con él todos los restantes. ¿Y cómo sigue? Mas vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros12. Hablando poco antes del amor fraterno, decía Juan: Quien no ama al hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ve?13 Por el contrario, si amas al hermano, ¿acaso amas sólo al hermano, pero no a Cristo? ¿Cómo no vas a amarlo cuando amas a los miembros de Cristo? Por tanto, cuando amas a los miembros de Cristo, amas a Cristo; cuando amas a Cristo, amas al Hijo de Dios; cuando amas al Hijo de Dios, amas también al Padre. El amor no es divisible, pues. Elige un objeto para tu amor: le siguen los restantes. Supongamos que dices: «Sólo amo a Dios, a Dios Padre». -«Mientes; si le amas, no le amas sólo a Él, sino que, si amas al Padre, amas también al Hijo». -«Mira -dices-; amo al Padre y al Hijo, pero sólo a ellos dos, a Dios Padre y al Hijo, nuestro Dios y Señor Jesucristo, que ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre, la Palabra por la que todo fue hecho, la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros14: ellos son el único objeto de mi amor». -«Mientes, pues si amas a la Cabeza, amas también a los miembros; si, por el contrario, no amas a los miembros, tampoco amas a la Cabeza». ¿No te llena de espanto la voz de la Cabeza que grita desde el cielo en favor de sus miembros: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?15 Llamó perseguidor propio al que perseguía a sus miembros. Quiénes son sus miembros ya lo conocéis, hermanos: la Iglesia de Dios.

En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: en que amamos a Dios. Pero ¿cómo? ¿No son una cosa los hijos de Dios y otra distinta Dios? Sí, pero quien ama a Dios, ama sus preceptos. Y ¿cuáles son los preceptos de Dios? Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros16. Que nadie se exima de pasar de un amor a otro. Este amor tiene ciertamente esa característica. Como él se funde en unidad, de idéntica manera reduce a unidad a todos los que dependen de él y, siendo fuego, los funde a todos. He aquí el oro; se funde la masa y se convierte en una única pieza. Pero, si no se enciende el fuego de la caridad los muchos no pueden fundirse en unidad. En el hecho de amar a Dios conocemos que amamos a los hijos de Dios.

Es más fácil y seguro obedecer a Dios que a la avaricia

4. Y ¿cómo conocemos que amamos a los hijos de Dios? En que amamos a Dios y cumplimos sus preceptos17. La dificultad para cumplir el precepto de Dios nos hace suspirar aquí. Escucha lo que sigue. «¡Oh hombre!, ¿por qué te fatigas amando? Amando la avaricia. Lo que amas no puede amarse sin fatiga, a Dios sí. La avaricia te ha de ordenar sufrir fatigas, peligros, mortificaciones, tribulaciones, y la vas a obedecer. ¿Con qué finalidad? Para tener con qué llenar el arca, a costa de perder seguridad. Probablemente estabas más seguro antes de tener que cuando comenzaste a poseer. Mira lo que te ordenó la avaricia. Llenaste la casa, pero temes a los ladrones; adquiriste oro, pero perdiste el sueño. Mira lo que te mandó la avaricia: "Haz esto", y lo hiciste. ¿Qué te mandó Dios? "Ámame". Amas el oro; te pondrás a buscarlo y tal vez no lo hallarás. Yo estoy con todo el que me busca. Amarás el cargo honorífico sin, tal vez, conseguirlo; ¿quién me ha amado sin llegar a mí?». Dios te dice: «Quieres procurarte un protector o un amigo poderoso, te sirves de los servicios de otro inferior. Ámame -te dice-. Para llegar a mí, no necesitas recurrir a ningún intermediario; el amor mismo me hace presente a ti». ¿Hay, hermanos, algo más dulce que este amor? No sin motivo, hermanos, oísteis en el salmo: Los injustos me contaron sus placeres, pero no son como tu ley, Señor18. ¿Cuál es la ley de Dios? El mandamiento de Dios. ¿Cuál es el mandamiento de Dios? Aquel mandamiento nuevo, que se llama nuevo precisamente porque renueva, esto es: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Escucha que ésa es la ley de Dios. Dice el Apóstol: Llevad recíprocamente vuestras cargas y así cumpliréis la ley de Cristo19. Tal es el fin de todas nuestras obras: el amor. Él constituye la meta; por eso corremos; hacia el amor corremos; cuando lleguemos a él, descansaremos.

No quedarse en el camino; seguir hasta el final

5. Habéis escuchado las palabras del salmo: He visto el fin donde todo alcanza su perfección20. El salmista ha dicho: He visto el fin donde todo alcanza su perfección. ¿Qué es lo que había visto? ¿Qué motivó que dijera: He visto el fin donde todo alcanza su perfección? ¿Hemos de pensar que había ascendido a la cresta de alguna montaña sumamente alta y escarpada, que oteado el horizonte, vio el contorno de la tierra y los meridianos del orbe entero? Si realizar eso merece loa, pidamos al Señor unos ojos de la carne tan penetrantes y busquemos una montaña extremadamente alta de cuantas hay en la tierra desde cuya cima veamos el fin donde todo alcanza su perfección.

No vayas lejos. Mira lo que te digo: asciende a la montaña y contempla el fin. Cristo es esa montaña, ven a Cristo. Desde Él verás el fin donde todo alcanza su perfección. ¿Qué fin es éste? Pregunta a Pablo: El fin del precepto es la caridad que procede de un corazón puro y de una conciencia santa y de una fe no fingida21; y en otro lugar: Mas la plenitud de la ley es la caridad22. ¿Qué hay más acabado y terminado que la perfección? En efecto, hermanos, usa la palabra fin en sentido laudatorio. No penséis en el fin que implica consumición, sino en el fin que significa acabamiento, perfección. En efecto, no tiene idéntico significado en esta frase: «Di fin a la hogaza» que en esta otra: «Di fin a la túnica». Di fin a la hogaza comiéndola; di fin a la túnica acabando de tejerla. Tanto en un caso como en otro se emplea la palabra fin; sin embargo, la hogaza alcanza su fin al ser consumida y la túnica lo alcanza al ser concluida. Cuando la hogaza alcanza su fin, deja de existir; cuando lo alcanza la túnica, obtiene su plenitud.

Por tanto, cuando leéis el salterio y oís: Salmo de David para el fin, entendedlo en este segundo sentido. Es algo que oís repetidamente al escuchar los salmos, y debéis conocer el significado de lo que escucháis. ¿Qué significa, pues, para el fin? Pues el fin de la ley es Cristo para justificación de todo el que cree23. Y ¿qué significa la afirmación de que Cristo es el fin? Que Cristo es Dios y la caridad el fin del precepto y que Dios es caridad: que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son más que una realidad. Ahí tienes tu fin; todo lo demás es camino hacia él. No te pegues al camino, lo que te impedirá llegar al fin. Sea cual sea la etapa alcanzada, sigue tu ruta hasta llegar al fin. ¿Cuál es el fin? Mi bien es unirme a Dios24. En el momento en que te hayas adherido a Dios habrás dado fin a tu camino: permanecerás en la patria.

Prestad atención. Uno de vosotros busca dinero. No sea éste tu fin: sigue tu marcha como peregrino que eres. Busca por donde transitar, no donde detenerte. Si, por el contrario, amas el dinero, te hallas enredado en los lazos de la avaricia; la avaricia será una cadena para tus pies que te impide avanzar. Sigue también aquí tu ruta; busca el fin. Si buscas la salud del cuerpo, tampoco te detengas en ella. Pues, ¿qué es la salud del cuerpo que termina con la muerte, que se debilita con la enfermedad, que es frágil, caduca, efímera? Búscala, mas para evitar que tal vez una salud precaria impida tus buenas obras. Por tanto, no está en ella el fin, pues se busca con vistas a otra cosa. Cuando se busca una cosa por otra, es que no se pone en ella el fin. El fin está en lo que se busca por sí y gratuitamente. Supongamos que buscas cargos honoríficos. Cabe que los busques para realizar algún proyecto, para concluir algo, para agradar a Dios: no ames lo que tiene de honor en sí mismo, no sea que te quedes en él. Supongamos que buscas la alabanza. Si buscas la alabanza de Dios, haces bien; si buscas la tuya, haces mal: te quedas en el camino. Pero, he aquí que te aman y te alaban. No te felicites cuando la alabanza se queda en ti mismo. Sé alabado en el Señor para poder cantar: Mi alma será alabada en el Señor25. Supongamos que pronuncias un bello discurso que suscita la alabanza. No sea alabado como si fuera tuyo: no está ahí tu fin. Si pones en eso el fin, has llegado al fin. Pero no habrás llegado al fin en el sentido de perfección, sino en el de destrucción. Por tanto, que no sea alabado tu sermón como si procediese de ti, como si fuese tuyo. ¿Cómo ha de ser alabado, entonces? ¿Cómo dice el salmo? En Dios alabaré mi discurso, en Dios alabaré mi palabra. Actuando así se hace realidad en ti lo que sigue a continuación: He esperado en Dios, no temo lo que pueda hacerme un hombre26. Pues, cuando todas tus cosas son alabadas en Dios, no habrás de temer que cese la alabanza de que eres objeto, pues Dios no desfallece. En consecuencia, déjala también a ella atrás.

La meta del cristiano: la caridad

6. Ved, hermanos, cuántas cosas hemos dejado atrás, cosas en las que no se halla el fin. De ellas nos servimos como si se tratase de asistencias en el camino, igual que cuando reponemos fuerzas en los albergues, que luego abandonamos. ¿Dónde está, pues, el fin? Amadísimos, somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Esto se halla dicho aquí, en esta carta. Por tanto, aún estamos de camino. Sea la que sea la etapa alcanzada, aún debemos dejarla atrás, hasta llegar a determinado fin. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es27. He aquí el fin. En él la alabanza será perfecta, el aleluya no conocerá interrupción.

Así, pues, a este fin se refirió el salmista al decir: He visto el fin donde todo alcanza su perfección.Y, como si le dijesen: ¿Cuál es el fin que has visto? Tu mandamiento es sumamente ancho28. Tal es el fin: la anchura del mandamiento. La anchura del mandamiento es la caridad, porque donde se halla la caridad no hay estrecheces. En esa misma anchura se hallaba ubicado el Apóstol cuando decía: Nuestra boca se ha abierto para vosotros, ¡oh corintios!; nuestro corazón se ha dilatado; no sufrís estrecheces en nosotros29. Tal es la razón, pues, por la que tu mandamiento es sumamente ancho.¿Cuál es el mandato ancho? Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros.La caridad, por tanto, no sufre estrecheces. ¿Deseas no sufrir estrecheces en la tierra? Habita en la anchura. Pues nada que pueda hacerte un hombre te causará estrechez, porque amas aquello que el hombre nunca puede dañar: amas a Dios, amas al conjunto de los hermanos, amas la ley de Dios, amas a la Iglesia de Dios. La caridad será eterna. Te fatigas en la tierra, pero llegarás a cosechar el fruto prometido. ¿Quién puede quitarte lo que amas? Si nadie puede quitártelo, duermes tranquilo; mejor, te mantienes seguro en vela, no sea que, por quedarte dormido, pierdas lo que amas. Pues no en vano se ha dicho: Ilumina mis ojos, no sea que alguna vez me duerma en la muerte30. Los que cierran sus ojos a la caridad se duermen en las apetencias de placeres carnales. Mantente en vela, pues. Entre los placeres se cuenta la comida, la bebida, la lujuria, entregarse a orgías, el juego, la caza. A estas pompas vanas les siguen toda clase de males. ¿Acaso no sabemos que son placeres? ¿Quién niega que deleitan? Pero nosotros amamos la ley de Dios. Levanta la voz contra los que te proponen tales deleites: Los malvados me contaron sus deleites, pero no son como tu ley, Señor. Este deleite permanece. No sólo permanece como punto hacia donde ir, sino que hasta te llama cuando huyes de él.

Ama, es imposible que no hagas el bien

7. Pues en esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus preceptos31. Ya lo habéis oído: De estos dos preceptos penden la ley entera y los profetas. Mira cómo no quiso que te perdieras en las muchas páginas. De estos dos preceptos penden la ley entera y los profetas. ¿Qué dos preceptos? Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden la ley entera y los profetas32. Ved de qué preceptos habla esta carta en su totalidad. Poseed, pues, el amor y estad seguros. ¿Por qué temes hacer mal a alguien? ¿Quién hay que haga mal a la persona que ama? Ama; es imposible que no hagas el bien. ¿La corriges quizá? Es el amor quien lo hace, no el ensañamiento. ¿Le pegas quizá? Lo haces mirando a mantener la disciplina porque el amor al amor mismo no te permite abandonarla en su indisciplina. Y, a veces, aparece como un fruto diverso y contrario, de modo que, en algunos casos, el odio condesciende y la caridad se muestra severa. Un tal odia a su enemigo, pero finge ser su amigo. Si le ve realizar algo malo, le alaba; quiere que se despeñe, que vaya como un ciego por los precipicios de sus apetencias, de donde quizá no regrese; le alaba, puesto que el pecador es alabado cuando sigue los deseos de su alma33; le aplica la unción de su adulación. Ved que le odia, pero le alaba. Otro ve que su amigo hace lo mismo y le llama la atención; si no le escucha, le dirige palabras duras, le reprende, entra en pleitos con él; a veces se le hace necesario llegar a pleitos. Ved cómo el odio se muestra condescendiente mientras que la caridad entra en pleitos. No prestes atención a las palabras de quien te halaga ni a la aparente severidad de quien te recrimina. Examina el venero; busca la raíz de donde proceden ambos comportamientos. Uno halaga para seducir, el otro pleitea para corregir.

Por tanto, hermanos, no es necesario que yo ensanche vuestro corazón. Conseguid de Dios amaros unos a otros, amar a todos los hombres, incluidos vuestros enemigos, no porque ya sean hermanos, sino para que lo sean. Obtened de Dios arder siempre en amor fraterno, ya hacia el efectivamente hermano, ya hacia el enemigo, para que, amándole ya como hermano, se convierta realmente en hermano. Siempre que amáis a un hermano, amáis a un amigo. Ya está contigo, ya se ha asociado a ti también en la unidad católica. Si vives santamente amas a quien de enemigo se ha vuelto hermano. Pero amas a alguien que aún no ha creído en Cristo o, si cree, cree como los demonios; reprendes su vaciedad. Tú ámale y ámale con amor fraterno; aún no es tu hermano, mas para eso le amas: para que lo sea. Por tanto, todo nuestro amor fraterno es amor a cristianos, amor a todos los miembros de Cristo. La regla de la caridad, hermanos míos, su fortaleza, sus flores, sus frutos, su hermosura, encanto, su pasto, su bebida, su alimento, sus abrazos desconocen la saciedad. Si así nos deleita cuando aún somos peregrinos, ¿cómo gozaremos de ella en la patria?

Amor a los miembros de Cristo extendidos por todo el mundo

8. Corramos, pues, hermanos míos, corramos y amemos a Cristo. ¿A qué Cristo? ¿A Jesucristo? ¿Quién es Él? La Palabra de Dios. ¿Cómo vino a los enfermos? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros34. Se cumplió, pues, lo que predijo la Escritura: Convenía que Cristo sufriera la pasión y resucitara de entre los muertos al tercer día. ¿Dónde yace su cuerpo? ¿Dónde se afanan sus miembros? ¿Dónde debes estar para estar bajo la Cabeza? Y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados en todos los pueblos gentiles, comenzando por Jerusalén35. Que tu caridad llegue hasta esas lenguas. Dice Cristo y el salmo, esto es, el Espíritu de Dios: Tu mandamiento es sumamente ancho, y no sé quién pone en África los términos de la caridad. Extiende tu caridad por el orbe entero, si quieres amar a Cristo, puesto que los miembros de Cristo se extienden por todo el orbe. Si amas sólo una parte, estás dividido; si estás dividido, no te hallas en el cuerpo, y, si no te hallas en el cuerpo, no estás bajo la Cabeza.

¿De qué te sirve creer en Él, si le llenas de afrentas? Le adoras en su cabeza, le injurias en su cuerpo. Él ama a su cuerpo. Si tú te has separado del cuerpo, la Cabeza no se separa del suyo. «En vano me tributas honor», le grita la Cabeza desde el cielo, «en vano me tributas honor». Es como si alguien quisiera besarte la cabeza y, a la vez, pisarte los pies. Quizá machaca tus pies con los clavos de sus cáligas al querer sujetar tu cabeza para besártela. ¿No interrumpirías las palabras de quien pretende honrarte, para gritarle: «¡Qué haces, hombre! Me estás pisando»? No dirías: «Estás pisando mi cabeza», puesto que la honraba; pero la cabeza gritaría más alto en favor de sus miembros pisoteados que en favor propio, puesto que ella era la que recibía los honores. ¿Acaso no es la cabeza la que grita: «No quiero tus honores, no me pises»? Di tú ya, si puedes: «¿Por qué dices que te he pisado?» Di a la cabeza: «Quise besarte, quise abrazarte». -«Pero ¿no ves, ¡oh necio!, que eso que quieres abrazar llega, en virtud de cierta estructura unitaria, hasta esa parte que pisoteas? Me honras en la parte superior, me pisoteas en la inferior. Es mayor el dolor que me produce tu pisotón que el gozo que me ocasiona la honra que me tributas, puesto que esa parte que honras sufre por aquella que pisoteas». ¿Qué grita la lengua? «Me duele»; no dice «Le duele a mi pie», sino: «Me duele a mí». -«¡Oh lengua! ¿Quién te tocó? ¿Quién te golpeó? ¿Quién te punzó? ¿Quién te pinchó?». -«Nadie, pero estoy unida a los miembros pisoteados. ¿Cómo quieres que no me duela, si no estoy separada de ellos?».

Respetar y cumplir la última voluntad de Jesús

9. He aquí por qué nuestro Señor Jesucristo, al ascender al cielo a los cuarenta días de su resurrección, recomendó su cuerpo indicando por dónde iba a extenderse aquí abajo. Veía que muchos le iban a honrar por haber ascendido al cielo, pero que el honor que ésos le iban a tributar no les serviría de nada, si pisoteaban a sus miembros que quedaban en la tierra. Para que nadie se equivocase y, al adorar a la Cabeza ya en el cielo, le pisase los pies aún en la tierra, indicó dónde se hallarían sus miembros. Sus últimas palabras las dijo a punto de ascender; después de pronunciarlas ya no volvió a hablar en la tierra. A punto de ascender al cielo, la Cabeza encareció sus miembros presentes en la tierra y se alejó de ella. Ya no hallas a Cristo hablando en la tierra. Le hallas hablando de nuevo, pero desde el cielo. ¿Y por qué habló desde el cielo? Porque pisoteaban a sus miembros en la tierra. Al perseguidor Pablo le dijo desde lo alto: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?36 He ascendido al cielo pero yazgo aún en la tierra; aquí estoy sentado a la derecha del Padre, ahí todavía siento hambre y sed y soy peregrino. ¿Cómo entonces encomendó el cuerpo que dejaba en la tierra en el momento de ascender? Cuando le dijeron los discípulos: Señor, [queremos saber] si es éste el momento en que te vas a descubrir y en que aparecerá el reino de Israel, a punto de irse les respondió: No os corresponde a vosotros conocer el momento que el Padre se reservó en su poder, pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos. Ved por dónde está extendido su cuerpo; ved dónde no quiso que le pisotearan: Seréis mis testigos en Jerusalén y en toda Judea y en Samaria y en toda la tierra37. Ved dónde quedo, yo que asciendo. Pues asciendo en cuanto soy Cabeza, pero mi cuerpo aún queda aquí. ¿Dónde queda? Extendido por toda la tierra. Pon atención, no lo hieras, no lo maltrates, no lo pises; son las últimas palabras de Cristo, a punto de subir al cielo.

Considerad a un hombre que languidece en el lecho, que yace en casa y, consumido por la enfermedad, a las puertas de la muerte, jadeante, con el alma ya en cierto modo entre los dientes. A éste, preocupado tal vez por algo que le resulta querido, que ama mucho, le viene esto a la mente; llama a sus herederos y les dice: «Os ruego que hagáis esto». En cierto modo retiene con violencia el alma, no sea que abandone el cuerpo antes de haber pronunciado dichas palabras. Nada más pronunciarlas, expira y llevan su cadáver al sepulcro. ¡Cómo recordarán los herederos sus últimas palabras, ya a punto de morir! Si apareciera alguien que les dijese: «No lo hagáis», ¿qué le dirán? «Entonces, ¿no he de hacer lo último que mi padre, ya expirando, me mandó, las últimas palabras que mis oídos oyeron de él cuando ya abandonaba el mundo? Cualesquiera otras palabras suyas puedo tenerlas en más o menos, pero las ultimísimas atan más, pues ya no volví a verlo, ya no volví a oírle hablar».

Hermanos, pensad con entrañas cristianas: si para los herederos son tan dulces, tan gratas, de tanto peso las palabras de quien va al sepulcro, ¡cuán dulces, cuán gratas y de cuánta autoridad deben de ser para los herederos de Cristo las palabras no ya de quien iba a volver al sepulcro, sino de quien iba a ascender al cielo! En efecto, el alma de aquel que vivió y murió es arrebatada a otros lugares; su cuerpo, en cambio, es depositado en la tierra. Que se lleven a efecto sus órdenes o no se lleven, ya no le importa. Él ya hace o sufre otra cosa; o goza en el seno de Abrahán o, ardiendo en el fuego eterno, suspira por un poco de agua38; su cadáver sin vida yace en el sepulcro. ¡Y se guardan las últimas palabras de un moribundo! ¿Qué esperan para sí los que no guardan las últimas palabras de quien está sentado en el cielo, viendo desde lo alto si se las desprecia o no? Él, que dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, reserva para el día del juicio todo lo que ve que padecen sus miembros.

¿A quién hay que creer antes: a los donatistas o a Cristo?

10. «¿Y qué hemos hecho nosotros?, preguntan. No hemos sido nosotros los que hemos puesto en movimiento la persecución; nosotros la hemos sufrido». «Vosotros la pusisteis en marcha, ¡oh miserables! Ante todo, porque habéis dividido la Iglesia. Mayor es la espada de la lengua que la de hierro. Agar, la esclava de Sara, fue orgullosa y por ese orgullo fue mortificada por su señora que quiso someterla a disciplina, no castigarla. En consecuencia, ¿qué le dijo el ángel cuando se alejó de su señora? Vuelve a casa de tu señora39. Así, pues, alma carnal, semejante a la esclava orgullosa, ¿por qué pierdes el juicio porque tal vez te han ocasionado algunas molestias para someterte a disciplina? Vuelve a la casa de tu señora, retén la paz del Señor». Mira que se aducen los evangelios; en ellos leemos por dónde se halla extendida la Iglesia. Les rebatimos lo que afirman y nos llaman «los que entregaron». ¿Qué entregamos? Recomienda Cristo su Iglesia y no le crees, ¿voy a creerte yo a ti que maldices a mis padres en la fe? ¿Quieres que te crea en lo que afirmas acerca de los que entregaron los libros? Cree tú antes a Cristo. ¿Qué es lo digno? Cristo es Dios, tú eres hombre; ¿a quién hay que creer antes? Cristo extendió su Iglesia por el orbe entero. Si soy yo quien lo dice, desprécialo. Pero quien habla es el evangelio, así que muéstrate precavido. ¿Qué dice el evangelio? Convenía que Cristo sufriese la pasión y resucitase al tercer día y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados40. Donde hay perdón de los pecados, allí está la Iglesia. ¿Cómo es que está la Iglesia? A ella se dijo: Te daré las llaves del reino de los cielos y lo que ates en la tierra quedará atado también en el cielo41. ¿Por dónde extiende esta remisión de los pecados? Por todos los pueblos, comenzando por Jerusalén42. Míralo hecho realidad, cree a Cristo. Pero te das cuenta de que si crees a Cristo, no tienes nada que decir de quienes sostienes que entregaron los libros. Por eso quieres que crea a quienes hablan mal de mis padres, antes que creer tú a Cristo que anuncia eso.