LOS DOGMAS DE LA IGLESIA

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

Capítulo 1. CREEMOS EN UN SOLO DIOS

Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Padre porque tiene un Hijo; Hijo porque tiene un Padre; Espíritu Santo porque procede del Padre y del Hijo. Así pues, el Padre es el principio de la divinidad, y como siempre fue Dios, así también fue siempre Padre. De Él nació el Hijo; pero no nació de Él el Espíritu Santo, porque éste no es Hijo, y tampoco es ingénito, pero no es Padre; y no es hecho porque no viene de la nada; sino que es Dios procedente de Dios Padre y de Dios Hijo.

El Padre es eterno, porque tiene un Hijo del que es Padre desde toda la eternidad. El Hijo es eterno, pues es coeterno con el Padre. El Espíritu Santo es eterno, puesto que es coeterno con el Padre y el Hijo.

La Trinidad no se confunde con una sola persona, como afirma Sabelio; y la divinidad no está separada o dividida en cuanto a naturaleza, como dice blasfemamente Arrio. En cuanto a la persona uno es el Padre, uno es el Hijo, y uno es el Espíritu Santo. Así, en cuanto a la naturaleza hay un solo Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo en la Santa Trinidad.

Capítulo 2. LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS

No se encarnó el Padre, ni se encarnó el Espíritu Santo. Solamente se encarnó el Hijo; de modo que quien era Hijo de Dios en su divinidad se hizo también hijo del hombre en el hombre, y el nombre de Hijo no pasó a otro que no fuera Hijo de Dios por naturaleza. Así el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre, por haber nacido de Dios como Hijo del mismo según la verdad de la naturaleza, y hombre como hijo del mismo, también según la naturaleza. De que, verdaderamente engendrado, recibió el nombre de Hijo, no por adopción, ni por apelación, sino por un doble nacimiento, fue al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre, y un solo Hijo. Así pues, no hay dos Cristos, ni dos Hijos, sino un solo Hijo, Dios y hombre, al que por eso mismo llamamos Hijo único, que permanece en dos sustancias, tal como se lo concede la verdad de la naturaleza, sin confusión y sin mezcla de las dos naturalezas, como pretenden los timoteanos, sino en unión de sociedad. Por tanto, Dios se unió al hombre y éste pasó a Dios, no mediante un cambio de su naturaleza, como afirman los apolinaristas, sino por la gracia de Dios. De manera que Dios no se cambió en la sustancia humana cuando asumió al hombre, ni el hombre asumió la sustancia divina al ser glorificado por la unión a Dios; puesto que sufrir el cambio, o la versatilidad de la naturaleza, implica una disminución o una abolición de la sustancia.

El Hijo del hombre nació de éste, no por la operación del hombre, o sea, por la unión de los sexos humanos, como pretende Ebión, sino que tomó su cuerpo del cuerpo de la Virgen, no trayéndolo del cielo, como afirman Marción, Orígenes y Eutiques. Y no es un fantasma, o algo desprovisto de cuerpo, como afirma Valentín, ni tampoco es un cuerpo putativo o imaginario, o en la apariencia, sino que es un cuerpo verdadero. No es solamente carne de la carne, como enseña Marciano, sino verdadero Dios de la divinidad, y verdadero hombre de la carne, de modo que constituye un solo Hijo. En la divinidad es el Verbo del Padre y es Dios; en el hombre es cuerpo y alma. Su alma no carece de sentidos y de razón, como pretende Apolinar, y su cuerpo no carece de alma, como afirma Eunomio; sino que su alma está dotada de su razón, y el cuerpo de sus sentidos, mediante los cuales, durante la pasión y antes de la pasión de su carne, sufrió verdaderos dolores en la carne.

Capítulo 3. DIOS Y HOMBRE NACIDO DE LA VIRGEN

No nació de la Virgen en el sentido en que, naciendo como hombre, comenzara al mismo tiempo a ser Dios, como si no hubiera sido Dios antes de nacer de la Virgen, según la opinión de Artemón, Berilo y Marcelo, sino que es Dios eterno y es hombre nacido de una virgen.

Capítulo 4. PERFECCIÓN CON LA TRINIDAD

No debemos creer que hay en la Trinidad algo creado o ministerial (serviens), como decía Dionisia, en quien se inspiró Arria. Nada hay en ella desigual, como quiere Eunomio; nada igual que la gracia, como pretende Aecio. Tampoco hay algo que sea anterior, posterior o inferior, como dice Arria. Nada hay extraño o subordinado a otro, como afirmaba Macedonio. Nada que venga de alguna invasión o intrusión, según la doctrina de Manes; y nada de corporal, en el sentido defendido por Melitón y Tertuliano. Nada hay en la Trinidad de figurado a la manera corporal, según la doctrina de los antropomorfistas y de Vadiano; nada de invisible para ella misma, como piensa Orígenes, y nada de visible para las criaturas, como opina Fortunato.

En la Trinidad nada hay que difiera según las costumbres o la voluntad, como enseñó Marción; y no hay nada que haya pasado de la esencia de la misma Trinidad a las criaturas, como afirman Platón y Tertuliano. Nada hay de singular en cuanto a las funciones y nada hay comunicable a otros, en el sentido de Orígenes, tampoco hay algo confuso, como pretendía Sabelio. Todo es perfecto en la Trinidad, porque en ella todo viene de uno y todo es uno y ese uno no es, sin embargo, solitario, como enseñaban Práxeas y Silvano en su condenable doctrina pentapolitana.

Capítulo 5. EL HIJO COESENCIAL AL PADRE

Así pues, el Hijo es «ηομουσιοσ», es decir, coesencial con el Padre en la divinidad, y el Espíritu Santo es «ηομουσιοσ» con el Padre y con el Hijo. Y un solo Hijo es «ηομουσιοσ» con Dios y el hombre, permaneciendo Dios en el hombre asumido en la gloria del Padre, e inspirando a los ángeles el deseo de verlo. Es adorado como el Padre y el Espíritu Santo por los ángeles y por las criaturas; y no es un hombre añadido a Dios o Cristo con Dios, según la doctrina blasfema de Nestorio, sino que es el hombre en Dios y Dios en el hombre.

Capítulo 6. RESURRECCIÓN UNIVERSAL

Habrá una resurrección de todos los muertos, y ésta será simultánea y de una sola vez. No habrá una resurrección primera para los justos, y una segunda para los pecadores, como lo han inventado los soñadores, sino que habrá una sola para todos los hombres. Resucitar se dice de lo que murió; y así nuestra carne resucitará verdaderamente, como verdaderamente murió. No habrá cambio de cuerpo, según la doctrina de Orígenes, o sea un nuevo cuerpo en lugar de nuestra carne; sino que resucitará el mismo corruptible que muere, tanto el de los justos como el de los injustos, resucitará incorruptible, ya sea para sufrir el castigo del pecado, ya sea para permanecer eternamente en la gloria como premio por los méritos.

Capítulo 7. RESURRECCIÓN DE TODOS LOS HOMBRES

Habrá una resurrección de todos los hombres. Si todos deben resucitar, luego todos deben morir, y la muerte derivada de Adán extenderá su imperio sobre todos los hijos de Adán, y no habrá privilegio o excepción para el Señor, del que se dijo especialmente: No permitirás que tu santo conozca la corrupción 1. Porque su cuerpo no conoció la corrupción. Este argumento lo hemos recibido de un gran número de Padres. Pero como hay otros varones, igualmente católicos y eruditos quienes opinan que los que se encuentran vivos al venir nuestro Señor deben ser cambiados, con el alma aún dentro de sus cuerpos, a un estado incorruptible e inmortal, y que en ellos consistirá la resurrección de los muertos en cambiar la mortalidad por la inmutabilidad, sin mediar la muerte, quien acepte esta doctrina, no será hereje, pues no hay herejía donde se trata de cosas disputadas. Así pues, según la ley de la Iglesia, basta con creer en la resurrección futura de la carne del reino de la muerte.

Capítulo 8. EL JUICIO UNIVERSAL

Cuando decimos en el Símbolo que al venir el Señor serán juzgados los vivos y los muertos, eso no se debe entender solamente de los justos y de los pecadores, como opina Diodoro, sino también, según creemos, de todos los hombres todavía vivos, la carne (a la venida del Señor); esos hombres morirán según opinión de algunos autores, o deberán ser cambiados según el parecer de otros, a fin de que sean juzgados inmediatamente después de su resurrección o de su reformación junto con los que habían muerto anteriormente.

Capítulo 9. LA RESTAURACIÓN FUTURA

No creemos que después de la resurrección y del juicio deba haber una restauración de las cosas como la que sueña Orígenes, de modo que los demonios y los impíos, purificados mediante tormentos sufridos, deban volver los unos a la dignidad de los ángeles, en la que fueron creados, y los otros a la sociedad de los justos, por motivo de que no conviene a la bondad divina que perezcan las criaturas racionales, sino que todos los seres sean salvados de una manera o de otra. Pero nosotros creemos en el juez y en el justo remunerador de todos, quien dijo expresamente: Irán los impíos al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna 2 , a fin de que reciban el fruto de sus obras.

Capítulo 10. LA CREACIÓN

En el principio Dios creó de la nada el cielo y la tierra y las aguas. Y cuando todavía las tinieblas ocultaban la misma agua, y la tierra escondía el agua, fueron creados los ángeles y todas las virtudes celestiales, para que la bondad de Dios no permaneciera inactiva, sino que Dios pudiera mostrar su bondad en los grandes períodos anteriores. Y fue después de todo esto cuando el mundo visible fue hecho y fue embellecido con lo anteriormente creado.

Capítulo 11. DIOS INCORPÓREO E INVISIBLE

No hay que creer que existe algo incorpóreo o invisible, conceptuando solamente a Dios, es decir, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y Dios es considerado como incorpóreo porque está en todas partes, lo llena todo y todo lo aprieta, y resuelve, invisible para todas las criaturas por lo mismo que es incorpóreo.

Capítulo 12. TODAS LAS CRIATURAS SON CORPÓREAS

Todas las criaturas son corpóreas. Los ángeles y todas las virtudes celestiales son corpóreas, aunque no subsistan en la carne. Creemos que las naturalezas intelectuales son corpóreas porque están conmensuradas por el lugar. Tal es el alma humana, que está encerrada en la carne. Y tales son los demonios que por su sustancia son naturalezas angélicas.

Capítulo 13. LA INMORTALIDAD

Creemos que las naturalezas intelectuales son inmortales, porque carecen de carne, y porque no tienen nada por lo que mueran, de modo que después de la muerte necesiten de resurrección.

Capítulo 14. CREACIÓN DE LAS NATURALEZAS INTELECTUALES

Las almas humanas no fueron creadas desde el principio entre las demás naturalezas intelectuales, ni al mismo tiempo, como fingió Orígenes. Tampoco son producidas por la unión de dos sexos, al mismo tiempo que el cuerpo, como afirman los luciferianos, Cirilo, y algunos latinos presuntuosos, como si las almas siguieran en eso las leyes de la naturaleza. Nosotros creemos que sólo el Creador de todas las cosas conoce la creación del alma, y que solamente el cuerpo es producido por la unión de sexos. Según el juicio de Dios, el germen humano se coagula en el seno de la madre, con estructura y forma, y una vez formado bien el cuerpo, el alma es creada e infundida para que viva en el útero el hombre que consta de cuerpo y de alma y salga vivo del mismo, lleno de la sustancia humana.

Capítulo 15. EL ALMA HUMANA

No decimos que haya dos almas residentes en un solo hombre, como escriben Jacobo y otros autores de Siria; una animal que asume al cuerpo y está mezclada con la sangre, y otra espiritual que procura la razón al hombre. Sino que decimos que en el hombre hay una sola y misma alma, la cual da la vida al cuerpo mediante su presencia, y se procura a sí misma la razón; además, tiene en sí el libre albedrío, de modo que pueda elegir lo que quiera con el pensamiento de su sustancia.

Capítulo 16. EL ALMA DEL HOMBRE

Creemos que solamente el hombre tiene un alma sustantiva (o existente), que vive separada del cuerpo, y que conserva vivos sus sentidos y sus pensamientos. No muere con el cuerpo, como afirma Arato, y no perdura solamente un corto período, como dice Zenón; porque vive sustancialmente.

Capítulo 17. LAS ALMAS DE LOS ANIMALES

En cambio, las almas de los animales no son sustantivas (o existentes); nacen con la carne y de la vivacidad de ésta, y terminan con la muerte de la carne. Y así no son guiadas por la razón, como decían Platón y Alejandro, sino que están determinadas en todas las cosas por el impulso de la naturaleza.

Capítulo 18. EL ALMA INMORTAL

El alma humana no muere con la carne, pues no es engendrada con ella, como antes dijimos; sino que, formado el cuerpo en el vientre materno, es creada e infundida según el juicio de Dios, de manera que el hombre viva dentro del útero, y después salga a la luz o al mundo con el nacimiento.

Capítulo 19. EL COMPUESTO DE ALMA Y CUERPO

El hombre está compuesto solamente de dos sustancias, del alma y de la carne (o cuerpo); del alma con su razón y de la carne con sus sentidos. Sin embargo la carne no puede poner en movimiento esos sentidos sin el alma. En cambio el alma tiene también su ser racional sin la carne.

Capítulo 20. EL ESPÍRITU

El espíritu no constituye un tercer elemento en la sustancia del hombre, como dice Dídimo; sino que el alma misma es espíritu a causa de su naturaleza espiritual, y se denomina espíritu porque respira en el cuerpo, y alma en cuanto que anima al cuerpo para hacerle vivir y para vivificarlo. El espíritu, en cambio, que el Apóstol San Pablo coloca como tercer elemento junto con el alma y con el cuerpo, creemos nosotros que es la gracia del Espíritu Santo que el Apóstol pide a Dios, en sus plegarias, que persevere en nosotros, para que por culpa nuestra no disminuya ni huya de nuestro corazón 3, ya que el Espíritu Santo rechaza la ficción 4.

Capítulo 21. EL LIBRE ALBEDRÍO

Desde el primer momento de su creación, el hombre ha sido dejado a su libre albedrío, a fin de que por el solo esfuerzo de la vigilancia de su alma, pueda perseverar en la observancia de los mandamientos, si quiere continuar en el estado en que fue creado. Pero después de caer en pecado, por culpa de Eva seducida por la serpiente, perdió el bien de la naturaleza, y también la fuerza del libre albedrío, mas no perdió la elección, para que no dejara de ser suyo el pecado que debía corregir, ni se le excusara el no haberlo borrado por su libre arbitrio. Le queda pues la libertad del albedrío para buscar su salvación, o sea, le queda una voluntad racional; pero es Dios quien primeramente la excita y la invita a la salvación; de modo que ella misma hace su elección, ya sea que siga el impulso de Dios, ya sea que obre con ocasión de la salvación, es decir por inspiración divina. Mas para obtener lo que ella elige, ya sea lo que ella busca, ya sea lo que hace ocasionalmente, confesamos que siempre se trata de un don de Dios. Así pues, es en la misericordia de Dios donde se encuentra el impulso de nuestra salvación. Somos nosotros los que respondemos a la inspiración salutífera divina; pero obtenemos por don de Dios lo que deseamos, cediendo a su admonición. Por tanto, si no fracasamos en la empresa de nuestra salvación, eso se debe al mismo tiempo a nuestra solicitud y a la ayuda del cielo, pero si fracasamos, eso depende de nuestro poder y de nuestro abandono o flojera.

Capítulo 22. UN SOLO BAUTISMO

Hay un solo bautismo, pero dentro de la Iglesia, donde hay una sola fe, y donde se administra el Bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y así, a los bautizados entre los herejes que bautizan en la confesión de la Santísima Trinidad y que vienen a nosotros, los debemos recibir como verdaderos bautizados, para que no sea anulada la invocación o la concesión de la misma Trinidad; pero es menester instruirlos anteriormente y enseñarles en qué sentido se entiende en la Iglesia el misterio de la Santa Trinidad. Si consienten en creerlo y aceptan confesar la fe, purificados ya por la integridad de la fe, sean confirmados con la imposición de las manos. Pero si todavía son párvulos o personas rudas incapaces de comprender la doctrina, quienes los presentan según la costumbre del bautismo, responderán por ellos, después de haber sido fortalecidos por el crisma y por la imposición de las manos, y así serán admitidos a los misterios de la Eucaristía.

Los que no han sido bautizados entre los herejes en la invocación de la Santa Trinidad, y vienen a nosotros, consideramos que deben ser bautizados y no rebautizados. Porque no se debe creer que fueron bautizados, ya que no lo fueron según la regla establecida por nuestro Señor Jesucristo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Tales son los paulianistas, proclianos, borboritas, síforos, llamados bonosianos, fotinianos, montanistas, y los maniqueos, que constituyen diversas especies de impiedad. Tales son también otras pestes del mismo género y del mismo origen que los anteriores, que admiten dos principios desconocidos entre sí, como Cerdón y Marción, o contrarios uno al otro, como Manes, o los que nos hablan de tres principios, que incluso son bárbaros, como Setiano y Teodosio, o que admiten una multitud de principios, como Valentín, o que defienden que Cristo fue solamente hombre y no Dios, como Cerinto, Ebión, Artemón y Fotino. Digo, pues, que si algunos de esos herejes vienen a nosotros, no se les debe preguntar si han sido bautizados o no, sino únicamente si creen en la fe de la Iglesia, bautizándoles después con el bautismo eclesiástico.

Capítulo 23. LA SAGRADA ESCRITURA

Ni alabo ni vitupero la recepción cotidiana de la Eucaristía. Pero aconsejo comulgar todos los domingos e incluso exhorto a hacerlo, con tal de que no haya en el alma algún afecto hacia el pecado. Pues si uno tiene voluntad de pecar, con la recepción de la Eucaristía se agrava más que se purifica. Así, aun cuando alguno sea mordido por el pecado, si no tiene ya voluntad de pecar, que antes de comulgar se arrepienta con lágrimas y plegarias, y lleno de confianza en la misericordia del Señor que perdona ordinariamente los pecados a los que hacen una piadosa confesión, podrá acercarse a la comunión sin temor, e incluso confiado. Al hablar así, me refiero a quien no tiene el alma cargada de pecados mortales y capitales, porque quien quizá esté oprimido por crímenes mortales cometidos después del Bautismo, debe comenzar a satisfacer a Dios con una penitencia pública, y no debe acercarse a la comunión sino después de haber sido reconciliado por la sentencia del sacerdote, si no quiere recibir la Eucaristía para su juicio y condenación. Pero si, después de haber cambiado antes su manera de vivir en el mundo, manifiesta tener celo por la religión y por la corrección de su vida, y la misericordia de Dios le mueve a un profundo e incluso a un perpetuo sentimiento de dolor hasta llegar a hacer actos contrarios a aquellos de que se arrepiente, entonces podrá acercarse a la Eucaristía todos los domingos hasta la muerte con oración y con humildad.

Capítulo 24. LA PENITENCIA

La verdadera penitencia consiste en no hacer aquello de lo que uno debe arrepentirse, y en llorar los pecados cometidos. La satisfacción penitencial consiste en eliminar las causas de los pecados y en no admitir las sugestiones pecaminosas.

Capítulo 25. LA ESPERANZA

En las promesas divinas nada debemos esperar que sea terrenal o transitorio, como lo esperan los melecianos. Ni tampoco debemos esperar la unión conyugal, según los delirios de Cerinto y de Marción. Ni nada referente a la bebida ni a los alimentos, como lo esperaban Ireneo, Tertuliano y Lactancia, según dice Papías. Así mismo, no debemos aguardar un reino de Cristo durante mil años sobre la tierra después de la resurrección, en compañía de los santos, que reinarían con Cristo en medio de las delicias, como enseña Nepote, con una primera resurrección para los justos, a la que seguiría una segunda para los pecadores, mientras que en el periodo entre una y otra resurrección, las gentes desconocedoras de Dios serían conservadas en su carne en los rincones de la tierra, a fin de ser movidas por el diablo a guerrear contra los justos en su reino, una vez pasados los mil años de dicho reino terrestre, pero que serían impedidas en sus propósitos por una lluvia de fuego lanzada sobre ellas por el mismo Señor que combatiría por los justos, de modo que muriendo así resucitarían en una carne incorruptible, para sufrir suplicios eternos, junto con los demás hombres muertos anteriormente en su impiedad.


Capítulo 26. INCITACIÓN A LA SALVACIÓN

Creemos que nadie llega a la salvación, si Dios no le invita a ella y que ningún invitado por Dios puede conseguirla sin el auxilio divino. También creemos que nadie merece ese auxilio sin la plegaria. Y también que ninguno se pierde por la voluntad de Dios, sino por permisión divina y por su libre elección; porque no es conveniente que la libertad de obrar concedida una vez al hombre sea reducida a una necesidad servil.

Capítulo 27. EL MAL

El malo la maldad no fueron creados por Dios, sino que fueron inventados por el diablo; el cual fue también creado bueno por Dios. Pero como criatura racional fue dejado a su libre albedrío, y habiendo recibido la facultad de pensar, la ciencia del bien la dirigió hacia el mal y pensando en muchas cosas inventó el mal. Y lo que él había perdido en sí mismo lo envidiaba en otros seres, y no queriendo perecer él solo, persuadió del mal a otros, de manera que, después de haber sido inventor de su propia malicia, se convirtió en el autor de la malicia de los demás. Y desde él se difundió el malo la maldad a las demás criaturas racionales.

Capítulo 28. LA INMUTABILIDAD DIVINA

Así pues, reconocemos que nada hay inmutable por naturaleza, exceptuando solamente a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo; el cual no puede cambiar o pasar del bien al mal, porque posee por naturaleza el bien, y no puede ser otra cosa que el bien.

Capítulo 29. LOS ÁNGELES

Los ángeles, que perseveraron en la felicidad en la que fueron creados, no poseen el bien por naturaleza, de modo que no puedan cambiar con otros seres; pero como conservaron la buena voluntad de su libre albedrío, conservaron así mismo el bien de su estado o condición, así como la fe en su Señor. Por lo cual los ángeles son justamente llamados santos por el Señor, puesto que conservaron su santidad y no se apartaron del bien, a ejemplo de sus compañeros (los demonios).

Capítulo 30. EL MATRIMONIO Y SU USO

El uso del matrimonio es bueno, pero ha de hacerse con el fin de tener hijos y para apaciguar la concupiscencia.

Capítulo 31. LA CONTINENCIA

La continencia es todavía mejor; pero no basta para la felicidad si solamente es observada por amor de la pureza. Se requiere además que sea elegida por el deseo de dedicarse al servicio del Señor, pues de lo contrario parecerá más un divorcio del matrimonio que una verdadera castidad.

Capítulo 32. LA VIRGINIDAD

La virginidad es superior a los dos bienes anteriores, porque triunfa sobre la naturaleza y sobre la lucha; vence la naturaleza con la pureza del cuerpo, y vence la lucha con la paz que acompaña a la virginidad.

Capítulo 33. LOS ALIMENTOS Y LA TEMPLANZA

Es conveniente tomar como alimento y con acción de gracias todo lo que Dios nos ha mandado tomar. No es malo abstenerse de algunos alimentos, no porque sería ilícito el tomarlos sino porque no son necesarios. Y es propio de los cristianos el hacer solamente un uso moderado de los alimentos, según las necesidades y según los tiempos.

Capítulo 34. ERRORES ENCRATITA Y MANIQUEO

No es propio de los cristianos, sino de los encratitas y los maniqueos, afirmar que el matrimonio es malo o compararlo con la fornicación o con la prostitución, así como creer que existen alimentos malos o que son causa del mal para quienes los toman.

Capítulo 35. JOVINIANO Y SU DOCTRINA

Es doctrina de Joviniano, y no doctrina cristiana, la que sitúa en el mismo plano el matrimonio y la virginidad consagrada a Dios, o la que afirma que no implica ningún mérito abstenerse del vino o de las carnes para mortificar el propio cuerpo.

Capítulo 36. LA SANTA VIRGEN MARÍA

Se debe creer con fe íntegra que la bienaventurada María, Madre de Cristo Dios, concibió como virgen y virgen dio a luz, y permaneció virgen después del parto. Y no debemos caer en la blasfemia de Helvidio, quien dijo que fue virgen antes, pero no después del parto.

Capítulo 37. LOS ELEMENTOS

No creemos que los elementos, es decir el cielo y la tierra, hayan de ser destruidos por el fuego, sino que serán cambiados en un ser mejor, y que es la figura de este mundo, o sea su imagen, y no su sustancia la que ha de pasar.

Capítulo 38. LA LIMOSNA

Es conveniente distribuir, como un administrador, los propios bienes a los pobres. Pero es mejor darlo todo de una vez con el propósito de seguir a Cristo, y libre de toda preocupación padecer necesidad con el Señor.

Capítulo 39. EL SACRAMENTO DEL ORDEN

No se debe ordenar como clérigo a quien haya tenido dos esposas después del Bautismo, ni tampoco a quien haya tenido una sola mujer, no esposa legítima, sino concubina, ni a quien se hubiera casado con una viuda o con una mujer repudiada por su marido, o con una meretriz o cortesana. Tampoco se debe ordenar a quien bajo el influjo de un temor justificado o injustificado o en un acto de indignación se mutiló un miembro cualquiera, ni a quien haya sido convicto de haber recibido dinero usurero, ni a un hombre que expía sus pecados con una penitencia pública. Así mismo no se debe ordenar a los hombres con ataques de locura furiosa, ni a los afectados por espíritu diabólico, ni finalmente a quienes por ambición ofrecen dinero como hizo Simón Mago.

Capítulo 40. LAS RELIQUIAS DE LOS SANTOS

Hemos de honrar con toda sinceridad los cuerpos de los santos, y sobre todo las reliquias de los bienaventurados mártires, como miembros de Cristo. También debemos honrar las basílicas llamadas con sus nombres como lugares consagrados al culto de Dios, con sentimientos de gran piedad y con gran fe y devoción. Tal es nuestra fe. Si alguno se opone a esta doctrina no ha de ser considerado como cristiano, sino como eunomiano y como vigilanciano.

Capítulo 41. UNIVERSALIDAD DE LA SALVACIÓN

Creemos que el camino de la salvación sólo está abierto para los bautizados. Y debemos creer que ningún catecúmeno por más obras buenas que tenga al morir alcanzará la vida eterna, a no ser que muera mártir, ya que en el martirio se cumplen todos los sacramentos del Bautismo. El bautizando deberá confesar su fe delante del sacerdote respondiendo a las preguntas que le sean dirigidas; esto mismo hace el mártir en presencia de su perseguidor, pues confiesa su fe y responde a las preguntas que se le hacen. Después de su confesión de fe, el catecúmeno es rociado con agua, o es sumergido en el agua, y el mártir es sumergido en su sangre, o es abrasado por el fuego. El primero recibe el Espíritu Santo mediante la imposición de las manos, y el segundo se convierte en portavoz del mismo Espíritu, pues no es él quien habla, sino el Espíritu del Padre quien habla por medio de él. El catecúmeno toma parte en la Eucaristía recordando la muerte de nuestro Señor, y el mártir muere por Cristo y por causa del mismo. Aquél confiesa que renuncia a los actos del mundo, y éste renuncia a la misma vida. Al primero se le perdonan todos los pecados y en el segundo se extinguen todas las culpas.

Capítulo 42. LA EUCARISTÍA

En la Eucaristía no se debe ofrecer agua pura, como han pensado algunos engañados por una apariencia de sobriedad; sino que se debe ofrecer vino mezclado con agua, por motivo de que el vino estuvo presente en el misterio de nuestra redención, como consta por las palabras de Jesús: ya no beberé más de este fruto de la vid 5; Y el vino estaba mezclado con el agua que se daba después de la cena. Además, del costado de Cristo atravesado por una lanza salió agua con sangre, lo que muestra el vino exprimido con agua de la verdadera vid de su Cuerpo.

Capítulo 43. LA CARNE

Nuestra carne es buena, e incluso muy buena, en cuanto creada por Dios bueno y sólo por Él. No es mala como afirman Setiano, Ofiano y Patriciano. Y tampoco es causa del mal como dice Florino; ni está hecha de bien y de mal, como afirma blasfemamente Manes. Pero esta carne, que es buena por haber sido creada buena, se convierte en buena o mala para nosotros por efecto del libre albedrío de nuestra alma; no porque cambie su sustancia, sino como consecuencia del castigo que merece. Se presentará ante el tribunal de Cristo, en el que nuestra alma recibirá la recompensa de lo que hizo, cuando estaba unida al cuerpo, tanto de lo bueno como de lo malo.

Capítulo 44. LA RESURRECCIÓN

En la resurrección de los muertos no se cambiará la forma del sexo, sino que el hombre resucitará como hombre y la mujer como mujer. Faltará la condición del sexo existente en esta vida, pero no la forma natural del mismo. Pues no se trataría de una verdadera resurrección, si lo que resucita no fuera lo mismo que murió.

Capítulo 45. EL LIMBO DE LOS JUSTOS ANTES DE LA REDENCIÓN

Antes de la pasión del Señor todas las almas de los santos estaban retenidas en el infierno, por la deuda de la prevaricación de Adán, hasta que fueron liberadas de su condición servil por la autoridad de Cristo, que murió inmerecidamente por nosotros.

Capítulo 46. LOS JUSTOS DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN

Después de la ascensión del Señor a los cielos, todas las almas de los santos están con Jesucristo y saliendo del cuerpo van al encuentro del Señor, esperando la resurrección de sus cuerpos, a fin de ser todas cambiadas igualmente a una felicidad total y perpetua con dichos cuerpos; así como las almas de los pecadores situadas en el infierno aguardarán con temor la resurrección de sus cuerpos para ser entregadas con ellos a las penas eternas.

Capítulo 47. EL PERDÓN DE LOS PECADOS

Creemos sin ninguna duda que los pecados son abolidos con la penitencia, aun cuando uno sólo se arrepienta y los confiese con lágrimas públicas en el último momento de la vida; porque sigue firme el propósito divino, por el que decretó salvar lo que había perecido, y porque la voluntad divina no cambia; y ya sea enmendando la vida, si el tiempo lo permite, ya sea con una confesión suplicante, si enseguida se pierde la vida, se debe suponer que concede fielmente el perdón de los pecados Dios nuestro Señor, quien no quiere la muerte del pecador, sino que se libre de la perdición mediante la penitencia 6 de modo que viva salvado por la misericordia divina. Y si otro piensa de otra manera acerca de la misericordia de Dios, es que no es cristiano, sino novaciano.

Capítulo 48. EL DIABLO

Estamos seguros de que el diablo no ve los pensamientos íntimos del alma. Pero sabemos por experiencia que los adivina por los movimientos del cuerpo y por los indicios de nuestros afectos. Mas los secretos del corazón sólo los conoce aquel de quien se dice: Tú solo conoces los corazones de los hijos de los hombres 7.

Capítulo 49. LOS PENSAMIENTOS

No todos nuestros pensamientos malos se deben siempre a la excitación del diablo, sino que esos pensamientos nacen a veces del movimiento de nuestro libre albedrío. En cambio los pensamientos buenos proceden siempre de Dios.

Capítulo 50. LA POSESIÓN DIABÓLICA

No creemos que los demonios entren sustancialmente en el alma mediante una operación enérgica, sino que pensamos que se unen al alma con la aplicación y la opresión. Entrar en el alma es propio únicamente de quien la ha creado, quien siendo incorpóreo por naturaleza es capaz de su criatura.

Capítulo 51. LOS PECADORES

Por el mismo Dios sabemos que también los pecadores pueden obrar signos y prodigios en el nombre del Señor. Pero cuando hacen bien a otros atreviéndose a usar ese medio, se hacen mal a sí mismos por la ambición de la gloria humana, puesto que se gloriarían de un don falso, o sea, de un don que no es debido a sus méritos.

Capítulo 52. LOS MILAGROS

Los signos y los milagros pueden hacer famoso a un cristiano; pero no lo pueden hacer santo, si obra con actos desarreglados y ásperos u orgullosos. Mas si sus actos son morigerados y pacíficos, creemos con razón que, aunque no obre prodigios, llegará a ser un hombre de Dios santo y perfecto.

Capítulo 53. LA SANTIDAD

Ningún hombre santo y justo carece de pecado. Mas no por eso deja de ser justo y santo, con tal de que tenga amor a la santidad. Porque no adquirimos la santidad por las fuerzas de la naturaleza, sino con la ayuda del buen propósito mediante la gracia de Dios. Por eso con verdad todos los santos se llaman a sí mismos pecadores, porque realmente tienen motivos para llorar, si no por los remordimientos de su conciencia, sí al menos por la mutabilidad de su naturaleza prevaricadora.

Capítulo 54. LA PASCUA

La Pascua, es decir, la solemnidad de la resurrección del Señor, no se puede celebrar antes del equinoccio de primavera y cumplido el décimo cuarto día de la luna nueva o nacida en el mes del equinoccio.

Capítulo 55. LA IMAGEN Y SEMEJANZA

A causa de los nuevos legisladores, que afirman que el alma fue creada a imagen de Dios, para que como Dios es justamente considerado incorpóreo, así también el alma sea juzgada incorporal; reconocemos de buen grado que la imagen consiste en la eternidad, y la semejanza en las costumbres.