MANUAL DE ELEVACIÓN ESPIRITUAL

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

PRÓLOGO
INVOCACIÓN A DIOS

En este mundo estamos expuestos a muchos lazos y trampas, y por eso fácilmente se enfría nuestro deseo de las cosas del cielo. Razón por la cual tenemos necesidad de continuas amonestaciones para despertar de nuestro error, y para recurrir a Dios, nuestro verdadero y sumo bien, en todas las debilidades. Así pues, no compuse este opúsculo con temeridad y por una vana presunción, sino por amor de mi Dios y para alabanza del mismo, a fin de que en ese extracto con los más bellos pensamientos de los Santos Padres pudiera tener a mano las palabras de mi Dios, para superar mi tibieza y encenderme más en amor divino con su saludable lectura. No me abandones, pues, en esta empresa, oh Dios mío, tú a quien yo busco y amo, tú a quien confieso de corazón y de palabra, tú a quien alabo y adoro según me lo permite mi debilidad. Mi alma está consagrada a ti, y arde de amor por ti, único objeto de mis suspiros y de mis aspiraciones. El deseo más ardiente consiste en verte, mi mayor felicidad consiste en hablar de ti y en oír hablar de ti, en escribir alguna cosa sobre tu grandeza, en conversar sobre ti, en meditar frecuentemente tu gloria en mi corazón, descansando en tu dulce recuerdo de todas las agitaciones de este mundo. Te invoco, pues, y te invoco desde lo más profundo de mi corazón, y con mis ardientes deseos clamo a ti; y te invoco en mí mismo, porque yo no existiría si tú no estuvieras en mí, pero tú estás en mí, porque estás siempre presente en mi memoria. En ella te conocí, y en ella te encuentro, cuando me acuerdo de ti y me gozo en ti de ti mismo, del cual procede todo, y por el cual y en el cual todo existe.

Capítulo 1. EL PODER Y LAS OBRAS DE DIOS

Tú, Señor, llenas el cielo y la tierra, todo lo sostienes sin sentir su peso; llenas todas las cosas sin ser encerrado por ninguna; estás siempre en acción a la vez que en un eterno reposo. Lo recoges todo sin tener necesidad de nada, buscas sin que nada te falte; amas, pero sin pasión; estás celoso, pero sin turbación; te arrepientes, pero sin dolor; te aíras y estás tranquilo; cambias de obras, pero no de designios; tomas lo que encuentras, aunque nada has perdido; sin necesitar nada, te alegras con las ganancias; no eres avaro, pero exiges intereses de tus dones. Das abundantemente a los que nada debes, y quieres que se te dé siempre algo para que se te deba alguna cosa; pagas sin nada deber, y perdonas lo que se te debe sin sufrir la menor pérdida.

Estás en todas partes, y en todas partes entero; puedes ser sentido, pero no puedes ser visto; nunca faltas, y sin embargo estás lejos de los pensamientos de los malvados, porque donde no estás presente por la gracia lo estás por la venganza. Estás presente en todas partes, y apenas se te puede encontrar; te buscamos y no podemos alcanzarte, a pesar de que estás siempre en el mismo lugar. Tú posees todas las cosas, las llenas, y las abarcas, y las sobrepasas y las sostienes todas. Enseñas a los corazones de los fieles sin el ruido de las palabras. No te encierra el espacio, no estás sometido a los cambios del tiempo, ni te acercas o te alejas de las cosas. Habitas en una luz inaccesible, que ningún hombre ha visto ni podrá nunca ver 1. Permaneciendo quieto en ti mismo, recorres sin cesar la obra de tu creación; no puedes ser partido o dividido, porque eres verdaderamente uno. No puedes ser dividido en partes porque estás entero en todas las cosas, a las que llenas y posees e iluminas enteramente.

Capítulo 2. LA INEFABLE CIENCIA DE DIOS

Aunque el mundo se llenara de libros que explicaran tu sabiduría, esta seguiría siendo inexplicable. Pues, ¿qué libro podría explicar y contener lo que la boca no puede decir? Tú eres la fuente de la luz divina, y el sol de la claridad eterna. Eres grande sin cantidad, y por eso mismo eres inmenso; eres bueno sin cualidad, y por eso eres también el verdadero y sumo bien; y nadie es bueno fuera de ti, porque para ti querer es hacer, y lo que quieres lo haces, tú que has creado todo de la nada con tu sola voluntad. Sin tener necesidad de ninguna de ellas, posees todas tus criaturas; las gobiernas sin esfuerzo y las riges sin tedio, y nada hay que perturbe el orden de tu imperio, ni en las cosas más altas ni en las más bajas. Estás en todos los lugares, sin que ningún lugar te contenga, y lo contienes todo sin que nada te circunscriba, y estás presente en todas partes sin posición y sin movimiento. No eres el autor del mal, pues no lo podrías hacer, aunque todo lo puedes, y nunca te has arrepentido de lo que has hecho. Por tu bondad hemos sido hechos, y por tu justicia hemos sido castigados, y por tu clemencia somos liberados. Tu omnipotencia gobierna todas las cosas, y rige y llena todo lo que creó. Pero no llenas las cosas de modo que ellas te encierren en sí mismas, sino que más bien ellas son contenidas por ti. No las llenas todas dividiendo tu sustancia, de suerte que cada criatura reciba una parte tuya proporcionada a su extensión y capacidad, o sea, las más grandes una porción mayor, y las más pequeñas una parte menor, porque tú mismo estás en todas y todas están en ti. Tu omnipotencia encierra todas las cosas y nada podrá escaparse a su poder. Pues quien no tiene tu misericordia, no podrá escapar a tu cólera.

Capítulo 3. EL DESEO DE POSEER A DIOS

Dios clementísimo, dígnate venir a mi alma, hazla digna de recibirte según el deseo que has inspirado en ella. Ven a ella, te lo suplico, y únela tan íntimamente a ti, que la poseas enteramente, tú que la creaste y la regeneraste, de modo que yo te tenga siempre grabado como un sello sobre mi corazón. No rechaces mi plegaria, Señor piadosísimo, quien, incluso antes de que yo te invocara, me buscaste y me llamaste a ti, a fin de obligarme a mí, el último de tus siervos, a buscarte, a encontrarte después de haberte buscado, y a amarte después de haberte encontrado. Ya te busqué, ya te encontré, y todo mi deseo consiste en amarte, Señor. Aumenta mi deseo y concédeme lo que te pido; aunque me dieras todo lo que tú has creado, eso no bastaría a tu siervo, si no te dieras tú mismo a él. Date, pues, a ti mismo, Señor, o más bien vuelve a darte a ti mismo. Mira que te amo, y, si esto es poco, haz que te ame más. Tú eres, Señor, el único objeto de mi amor, ardo en deseos de ti, y me deleito con tu dulce recuerdo. Cuando mi alma suspira por ti, y cuando considera tu inefable bondad, la carga de mi carne es menos pesada, se apacigua el tumulto de mis pensamientos, el peso de mi mortalidad y de mis miserias no me entorpece como ordinariamente, y todo mi ser queda calmado y silencioso. Arde mi corazón, goza mi alma, mi memoria adquiere un nuevo vigor, brilla mi entendimiento, y todo mi espíritu, encendido en el deseo de verte, se siente arrebatado por el amor de las cosas invisibles. Da, Señor, a mi alma alas como de águila para que vuele sin desfallecer, para que vuele hasta tu hermosa morada y al trono de tu gloria. Que allí, en tus abundosos pastos, cerca de las fuentes divinas inagotables, sentada a la mesa de los ciudadanos de la patria celestial, saboree los manjares reservados a tus elegidos. Sé tú, Señor, nuestro único gozo, tú que eres nuestra única esperanza, nuestra salvación y nuestra redención. Sé nuestro gozo, tú que eres también nuestro premio futuro, que mi alma te busque siempre, y que jamás se canse de buscarte.

Capítulo 4. DESGRACIADA EL ALMA QUE NO AMA A CRISTO

Ay del alma miserable que no busca ni ama a Cristo, pues será un alma árida y desgraciada. Pierde todo lo que tiene de vida quien no te ama a ti, oh Dios. No vivir únicamente para ti es caer en la nada, y ser solamente nada. Quien se niega a vivir para ti sólo, se condena a sí mismo a la muerte. La sabiduría que no viene de ti es insipiencia. En ti confío, Señor, en ti espero, y en ti pongo toda mi esperanza, pues por ti un día resucitaré, viviré y reposaré. Tú eres el único objeto de mis deseos y de mi amor y de mi adoración, pues espero vivir, reinar y ser feliz algún día contigo. El alma que no te busca y no siente amor hacia ti, ama al mundo, es esclava de sus pecados y vicios, y nunca tiene reposo ni seguridad. Que mi alma se consagre siempre a tu servicio, que suspire incesantemente por ti en su peregrinar sobre la tierra; que mi corazón arda en tu amor, y que sólo descanse en ti, Dios mío. Que mi alma se eleve sobre sí misma y pueda así contemplarte. Y cantar tus alabanzas con transportes de júbilo, y que sólo en esto encuentre su consuelo en este destierro terrenal. Que busque refugio a la sombra de tus alas contra los ardores de los pensamientos y deseos de este mundo. Que mi corazón, que es como un vasto mar agitado por las tormentas, encuentre en ti el reposo y la paz.

Pero tú, Señor, fuente inagotable de todos los bienes, tú que distribuyes con tanta generosidad los manjares saludables de la patria celestial, concede a mi alma fatigada el alimento de que tiene necesidad, devuélvela al buen camino, y líbrala de su esclavitud. Ella está escindida; devuélvela a su integridad. He aquí que está delante de la puerta y llama con insistencia; te ruego por las entrañas de tu misericordia que te hizo descender del cielo para habitar entre los hombres, que mandes que se abra al miserable que llama, a fin de que pueda acercarse a ti, reposar en ti y alimentarse de ti. Pues tú eres el pan celestial y la fuente de la vida, tú eres la luz de la claridad eterna, tú lo eres todo, y por ti únicamente viven los que son justos y te aman.

Capítulo 5. ORACIÓN DEL ALMA A DIOS

¡Señor Dios, luz de los corazones que te contemplan, vida de las almas que te aman, único inspirador del pensamiento y del deseo de buscarte; haz que yo me adhiera íntimamente a tu santo amor! Te ruego que vengas a mi corazón, y lo embriagues con el torrente de tus delicias, para que me olvide de todas las cosas temporales. Todo lo perteneciente al mundo me produce vergüenza y disgusto. Todo lo que veo en el me inspira tristeza, y me resulta pesado oír hablar de las cosas transitorias. Ayúdame, Señor Dios mío, e infunde tu alegría en mi corazón; ven a mí para que pueda verte. Pero la morada que te ofrezco en mi corazón es demasiado estrecha para recibir tu grandeza. Está ruinosa; dígnate rehacerla. Hay en ella muchas cosas que podrían ofender tu vista; así lo confieso y lo conozco; pero ¿quién la limpiará?, y ¿a quién fuera de ti pediré auxilio? Purifícame de lo que se me oculta, Señor, y no imputes otros pecados a tu siervo 2. Oh dulce Cristo y buen Jesús; haz que animado de tu santo amor, y del deseo de poseerte, pueda liberarme de la carga de todos los pensamientos carnales y de todos los deseos de las cosas terrenales; haz que mi carne esté sometida a mi alma, mi alma a mi razón, mi razón a tu gracia, y todos mis actos externos e internos se sujeten únicamente a tu voluntad. Concédeme que mi corazón, mi boca y todo lo más íntimo de mi ser te alaben y bendigan. Dilata mi mente, y levanta la mirada de mi corazón, para que mi espíritu se pueda elevar rápidamente hasta ti, ¡oh Sabiduría eterna que eres superior a todas las cosas!: Líbrame, te lo ruego, de las cadenas con que estoy atado, para que abandonando todas estas cosas terrenas, me dé prisa en llegar a ti, me una únicamente a ti, y en ti sólo se concentren mis pensamientos y deseos.

Capítulo 6. LA FELICIDAD DE LOS SANTOS EN EL CIELOS

Feliz el alma que liberada de esta cárcel terrena vuela libremente al cielo, donde puede verte cara a cara a ti, su dulcísimo Señor, y donde sin ningún temor de la muerte goza de la incorrupción de la gloria perpetua. Serena y segura, no teme al enemigo ni a la muerte. Ya te posee a ti, su piadoso Señor, al que durante tanto tiempo buscó y al que siempre amó; unida a los coros de los bienaventurados, oh Cristo rey y buen Jesús, canta eternamente himnos de alegría en honor de tu gloria. Se embriaga con la abundancia de tu casa 3 y tú le das de beber del torrente de tus delicias.

¡Qué feliz es la compañía de los ciudadanos del cielo; qué glorioso y solemne el retorno de todos los que, después de las fatigas de este triste peregrinar terrestre, vuelven a ti, Señor, para gozar de la belleza, del esplendor y de la majestad de tu morada, donde tus conciudadanos pueden contemplarte eternamente!: Allí nada habrá que turbe la serenidad de su alma, y nada que pueda molestar a sus oídos. Admirables cánticos sagrados, himnos de amor y divinas melodías resonarán allí sin cesar. Los ángeles unirán sus voces a las de los habitantes de tu celestial morada para cantar eternamente a tu gloria himnos de una dulce armonía. No tendrán ningún lugar en esa región ni la amargura, ni la hiel ni la aspereza. Porque allí no habrá que temer a ningún malvado ni a ninguna malicia, y no habrá adversarios ni impugnadores. No se conocen allí ni los peligrosos atractivos de los placeres, ni la pobreza, ni el deshonor, ni las riñas, ni los reproches, ni los procesos, ni el temor, ni la inquietud, ni la pena, ni la incertidumbre, ni la violencia ni la discordia. Por el contrario, reinan allí la paz suma, la caridad plena, el júbilo y la alabanza eterna de Dios, el reposo seguro sin término, el gozarse siempre en el Espíritu Santo. ¡Qué afortunado sería si pudiera oír la alegre melodía de esos santos cánticos de la patria celestial, en los que se cantan con el debido honor las alabanzas de la Trinidad soberana! ¡Feliz, y muy feliz, si pudiera unir mi voz a la de los ciudadanos celestiales, para cantar a la gloria de mi Señor Jesucristo los dulces cánticos de Sión!

Capítulo 7. LOS BIENES DE LA VIDA ETERNA

¡Oh vida fuente de vida, oh vida inmortal y siempre bienaventurada, donde se dan el gozo sin tristeza, el descanso sin trabajo, la dignidad sin temor, las riquezas sin pérdida, la salud sin enfermedad, la abundancia sin deficiencia, la vida sin muerte, la perpetuidad sin corrupción, la felicidad sin desgracia! ¡Feliz morada donde todos los bienes consisten en una caridad perfecta, donde se puede contemplar al Señor cara a cara, donde todos tienen la ciencia plena y completa de todas las cosas, donde se puede ver y conocer en toda su amplitud la suprema bondad de Dios, donde los santos glorifican sin cesar a la luz, fuente de la luz donde se puede contemplar sin velo la majestad divina, y donde el alma puede saciarse con la celestial visión como con un pan in deficiente de vida! Allí se ve constantemente a Dios, y cuanto más se le ve, más se desea verle, pero con un deseo libre de ansiedad, y con una saciedad que no conoce fastidio. Luce allí el verdadero sol de justicia, cuya maravillosa belleza da como una nueva vida a los que lo contemplan, y que derrama tal resplandor sobre los habitantes de la patria celestial, que ellos mismos se convierten en luz, aunque recibiendo siempre su esplendor del mismo Dios, y sobrepasando así el brillo del sol que los alumbra y el resplandor de las estrellas más fúlgidas. Esa unión con tu divinidad inmortal los convierte en incorruptibles e inmortales, según la promesa que les había hecho nuestro Señor y Salvador: Padre, quiero que los que me diste estén allí donde esté yo, y quiero que estén conmigo, para que vean mi claridad, y para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, y ellos sean también uno en nosotros 4.

Capítulo 8. LAS MISERIAS DE ESTA VIDA TERRENAL

¡Oh reino de los cielos, reino de la felicidad eterna, reino que carece de muerte y que no tiene fin, donde por toda la eternidad no hay ninguna sucesión de tiempos; donde el día continúa intemporalmente sin noche, donde el soldado vencedor es colmado con bienes inefables y ve su frente ceñida con una inmortal corona! ¿Cuándo Dios, después de haberme perdonado misericordiosamente la multitud de mis pecados, me librará a mí, el último de los siervos de Jesucristo, de la pesada carga de esta carne mortal, para que pueda llegar al descanso y a las delicias de su celestial Jerusalén, mezclar mi voz con la de los habitantes del cielo, contemplar con los espíritus bienaventurados la gloria del Creador, ser liberado de los temores de la muerte, gozar con toda seguridad de una incorrupción inmortal, unirme a la suprema sabiduría, salir de las tinieblas de la ignorancia, despreciar todo lo terreno, y no pensar más en este valle de lágrimas, donde tan largo tiempo he gemido, en esta tierra en la que la vida es dolorosa, sujeta a la corrupción, llena de amarguras de toda clase, dominada por los malvados y esclava del infierno? Una vida totalmente carnal, que los humores inflan, los dolores extenúan, los calores resecan, el aire corrompe, el alimento sobrecarga, los ayunos agotan, los placeres debilitan, la tristeza consume, las inquietudes oprimen, la seguridad embota, las riquezas exaltan, la juventud excita, la senectud encorva, las enfermedades rompen, la pena aniquila; vida miserable expuesta siempre a los lazos del demonio y a los peligrosos atractivos del mundo; vida de delicias para la carne, pero de tinieblas y de ceguera para el alma, y vida que llena al hombre entero de continua turbación. Y a todos esos males sucede la muerte furibunda, que viene a poner fin a todos nuestros gozos, gozos vanos y estériles, y que una vez terminados se consideran como nunca sentidos.

Capítulo 9. EL CONSUELO SÓLO PUEDE VENIR DE DIOS

¡Cuántas alabanzas y cuántas acciones de gracias te debemos a ti, Señor, Dios nuestro, que en medio de todos los males y de todas las miserias de esta vida mortal no cesas de consolarnos y de visitarnos con tu gracia! Cuando estoy abrumado de dolores y temiendo por mi vida, cuando considero mis pecados y temo tu juicio; cuando pienso en la hora de la muerte y me llena de horror la idea de los suplicios infernales, cuando ignoro con qué rigor pesarás mis obras y cuál será tu decisión sobre ellas; cuando estos y otros muchos pensamientos me asaltan y me turban el corazón, tú, oh Señor, derramas sobre mí tus dulces y misericordiosos consuelos, y en medio de mis lamentos, gemidos y suspiros, levantas mi alma, llena de ansiedad y tristeza, hasta la cima de las más altas montañas, en los jardines donde se respiran los más suaves perfumes; me colocas en lugares llenos de pastos exuberantes y cerca de los arroyos de aguas dulces y saludables, y allí me preparas, en tu presencia, abundantes manjares que devuelven el reposo a mi espíritu fatigado, y la alegría a mi corazón lleno de tristeza. Restaurado con ese alimento divino, olvido todas mis miserias, y elevándome sobre las cosas de la tierra, sólo descanso en ti, mi única y verdadera paz.

Capítulo 10. PETICIÓN DEL AMOR DIVINO

Yo te amo, Dios mío; te amo y quiero amarte más y más. Concédeme la gracia, oh Jesús, el más hermoso entre todos los hombres, de que te desee y te ame tanto como puedo y debo. Eres inmenso, y debes ser amado sin medida, sobre todo por aquellos a quienes así tú amaste y salvaste, y por los que tantas y tales cosas hiciste. ¡Oh amor que siempre ardes y nunca te apagas, dulce Cristo, buen Jesús, mi Dios y mi amor, abrásame totalmente con tu fuego, con tu amor, con tu dulzura, con tu dilección, con tu deseo, con tu caridad, con tu gozo y exultación, con tu piedad y suavidad, con tu deleite y tu deseo, que es siempre bueno y santo, y siempre casto y puro! Haz que, lleno totalmente de la dulzura de tu amor, y abrasado todo mi ser por el fuego de tu caridad, te ame a ti, Señor mío, dulcísimo y hermosísimo, con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas y con todos mis deseos. Haz que, lleno de respeto y de temor, derrame abundantes lágrimas con un sincero arrepentimiento de mis faltas; que te tenga a ti solo en el corazón y en los labios y ante mis ojos, siempre y en todos los lugares, de modo que mi alma esté cerrada a cualquier otro amor que no sea el tuyo.

Capítulo 11. EL DON DE LÁGRIMAS

Hermosísimo Jesucristo, te suplico por el derramamiento de tu preciosa sangre que nos redimió, me concedas la contrición de corazón y la fuente de lágrimas, principalmente cuando te ofrezco súplicas y oraciones, cuando te canto la salmodia en tu alabanza, cuando contemplo y ofrezco el misterio de nuestra redención, señal manifiesta de tu misericordia, cuando, aunque indigno, asisto en los altares sagrados deseando ofrecer el sacrificio maravilloso y celestial, digno de toda reverencia y devoción, que tú, Señor Dios mío, sacerdote inmaculado, instituiste y mandaste que fuese ofrecido en conmemoración de tu caridad 5, esto es, de la muerte y pasión por nuestra salvación, por la reparación cotidiana de nuestra fragilidad. Que mi alma se vea fortalecida entre tan grandes misterios por la dulzura de tu presencia; que sienta que tú estás en ella, y que se alegre delante de ti, fuego que siempre brillas, amor que siempre ardes; Cristo dulce, Jesús bueno, luz eterna e indeficiente, pan de vida que nos rehaces, y no acabas en ti; que eres comido diariamente, y siempre permaneces entero; resplandece para mí, enciéndeme, ilumina y santifica tu recipiente, límpialo de malicia, llénalo de gracia, y consérvalo lleno, para que coma la comida de tu carne para salvación de mi alma, hasta tal punto que comiéndote a ti, viva de ti, vaya por medio de ti, llegue a ti, y descanse en ti.

¡Oh dulzura llena de amor, y amor lleno de dulzura; sé tú el único sustento de mi alma, y embriaga mi corazón con tu delicioso néctar, a fin de que mi mente pronuncie una buena palabra! ¡Dios mío, amor mío, dulce como la miel y blanco como la leche; pan de las almas grandes, hazme crecer en ti, para que pueda comerte con un paladar sano!

Capítulo 12. DIRIGIR TODO EL PENSAMIENTO HACIA CRISTO

Tú eres la vida por la que yo vivo, la esperanza a la que me adhiero, la gloria que deseo alcanzar. Sé el dueño absoluto de mi corazón, gobierna mi mente, dirige mi entendimiento, eleva mi amor; que mi alma quede como suspendida en ti, haz que sacie su sed de ti en las fuentes vivas de la celestial morada. Haz que calle en mí la voz de la carne; que todas las vanas imágenes de la tierra, de las aguas y del firmamento, se borren de mi memoria, y que cesen todos los ensueños de mi imaginación; que desaparezcan de mí las mismas palabras y los signos que puedan recordármelas, y en síntesis, todo lo que es transeúnte. Que mi misma alma guarde silencio, y se trascienda a sí misma, no pensando en sí, sino en ti, Dios mío, porque tú eres realmente toda mi esperanza y toda mi confianza. Porque tú, oh Dios mío y Señor mío Jesucristo, dulcísimo, benignísimo y clementísimo, tienes en ti mismo una porción de nuestra carne y de nuestra sangre, y donde hay una parte de mi sustancia, allí espero reinar algún día; donde mi sangre manda y domina, creo que podré mandar y dominar; donde mi carne es glorificada, espero encontrar también mi propia gloria. Aunque pecador, tengo confianza en que algún día me será concedido participar de esa gracia. Mis pecados se oponen, pero mi sustancia reclama sus derechos; mis faltas me hacen indigno, pero mi comunión de naturaleza no lo rechaza.

Capítulo 13. CONFIANZA EN JESUCRISTO

Pues no es tan cruel el Señor que se olvide del hombre, y no se acuerde de aquel de cuya naturaleza participa, de modo que no ame su carne, sus miembros y sus entrañas. La multitud de los pecados, de las faltas y de las negligencias de que soy culpable, y en las que me hace caer diariamente, por pensamiento, palabra y acción, la debilidad humana podría quitarme toda esperanza, si tu Verbo, oh Dios mío, no se hubiera hecho carne y no hubiera habitado entre nosotros. Pero ¿cómo podré yo ,desesperarme cuando tu Hijo único se sometió a tu voluntad hasta morir y morir sobre la cruz, y cuando El destruyó el decreto de condenación merecida por nuestros pecados clavándolo en la cruz, crucificando así también el pecado y la muerte? 6. Ya puedo respirar libremente y sin temor en quien está sentado a tu derecha e intercede por nosotros 7. Confiado en Él deseo llegar hasta ti; en el que ya hemos resucitado y revivido, en quien ya subimos al cielo y estamos sentados en las moradas celestes. A ti la alabanza, a ti la gloria, a ti el honor y la acción de gracias.

Capítulo 14. LA CONFIANZA EN DIOS

¡Piadosísimo Señor, que de este modo nos amaste, nos salvaste, nos justificaste y nos elevaste; oh Señor piadosísimo, qué dulce es tu recuerdo! Cuanto más medito en ti, tanto resultas para mí más dulce y amable. Durante mi peregrinación sobre la tierra y mientras vivo en este cuerpo frágil y mortal, mi mayor gozo consiste en considerar, con un piadoso y dulce afecto de amor y con toda la pureza de mi mente, tu grandeza y tus bienes infinitos. Has herido mi alma con un dardo de tu amor, y ahora ardo en deseos de poseerte, de llegar hasta ti y de contemplarte, quiero, pues, velar sobre mí mismo, y cantar con el espíritu, con el corazón y con todas mis fuerzas, las alabanzas de Dios que me creó, y que después de haberme sacado de la nada me concedió un nuevo ser. Me elevaré con mi mente hasta el cielo, y al menos estaré contigo por los anhelos de mi corazón; de modo que, aunque por las miserias de mi cuerpo continúe unido a la tierra, esté siempre unido a ti por mis deseos y por el fuego de mi amor, hasta el día en que pueda vivir donde está mi tesoro, que eres tú mismo, Dios mío, tesoro incomparable y digno de todos nuestros pensamientos y de todo nuestro amor.

Pero, Señor Dios mío, cuya bondad y misericordia son infinitas, cuando quiero considerar toda la gloria y toda la grandeza de tu bondad y misericordia, mi corazón no basta para eso, porque tu belleza, tu poder, tu gloria, tu magnificencia, tu majestad y tu caridad son muy superiores a la capacidad de la inteligencia humana. Nuestro espíritu es también incapaz de apreciar la grandeza de tu gloria, y nuestros labios no pueden expresar tu inmensa caridad, por la que después de habernos sacado de la nada nos adoptas como hijos tuyos y nos unes a ti mismo.

Capítulo 15. LA GLORIA FUTURA MERECE TODOS NUESTROS ESFUERZOS

Alma mía, si fuera necesario soportar diariamente muchos tormentos, e incluso durante largo tiempo los suplicios del infierno, para poder contemplar a Cristo en su gloria y ser asociados a los santos, ¿no deberíamos someternos a todo lo más doloroso y triste, a fin de participar de tan gran bien y de tanta gloria? Que los diablos me tiendan sus lazos, que preparen contra mí todas sus tentaciones; que mi cuerpo sea extenuado por los ayunos; que mis vestidos sean solamente estrechos cilicios; que sea abrumado de trabajos, gastado por las fatigas de las vigilias, expuesto a las imprecaciones de unos y a las vejaciones de otros; que mi cuerpo sea atormentado por el frío o por el calor; que mi conciencia proteste contra mí; que sienta dolores de cabeza, inflamación en el pecho y ardores en el estómago; que la palidez cubra mi rostro; que enfermedades de toda clase se apoderen de mí; que mi vida se consuma en el dolor y transcurra en los gemidos 8; que la podredumbre penetre en mis huesos y pulule debajo de mí; todo esto lo aceptaré con tal de que, en el día de la tribulación, goce de un perfecto reposo y me una a la asamblea de los bienaventurados 9.

Pues ¿cuál será la gloria de los justos y el gozo de los santos cuando brillen como otros tantos soles, al hacer el Señor en el reino de su Padre la lista de su pueblo, asignando a cada uno el rango que le conviene, y concediendo a todos, según su promesa, la recompensa proporcionada a sus méritos y a sus obras, recompensa celestial, eterna e infinita por obras mediocres y temporales? Entonces los justos verán colmada su felicidad, cuando el Señor los lleve a la visión de la gloria de su Padre, y les conceda un asiento en cielo, para que Él mismo lo sea todo en todos.

Capítulo 16. EL PRECIO DE LA GLORIA

¡Qué feliz delicia, y qué deliciosa felicidad el ver a los santos, estar con ellos, y ser uno mismo santo, contemplar a Dios y poseerle eternamente! Que esa felicidad sea siempre el objeto de nuestros pensamientos y de nuestros más ardientes deseos, para que lleguemos lo antes posible a unirnos con los bienaventurados del cielo. Si preguntas cómo se puede llegar allí, por qué medios, con qué méritos o ayudas, helos aquí; todo depende del que obra, porque el reino de los cielos sufre violencia 10. El reino de los cielos, oh hombre, no exige ningún otro precio fuera de ti mismo, y Dios te lo concederá según la proporción de tu valor personal. Date enteramente, y lo poseerás por entero. ¿Para qué inquietarse por su precio? Jesucristo se entregó a sí mismo para que merecieras el reino de su Padre; entrégate a ti mismo y te convertirás en su reino. Pero ante todo es menester que el pecado no reine en tu cuerpo mortal, sino que reine en ti el espíritu que te dará la verdadera vida.

Capítulo 17. LA FELICIDAD DEL PARAÍSO

Retornemos, alma mía, a la ciudad celestial, en la que estamos inscritos como ciudadanos. Así pues, como conciudadanos de los santos, como domésticos de Dios, y como herederos de Dios y coherederos de Cristo, examinemos la gloriosa felicidad de nuestra ciudad, según lo permite nuestra debilidad.

Digamos con el profeta: ¡Qué maravillosas cosas se han dicho de ti, ciudad de Dios! 11 Los que habitan en ti disfrutan de todas las delicias. Fuiste fundada con exultación de toda la tierra; no se conocen en ti la vejez ni las enfermedades, ni alguna deformidad corporal, porque en ti todos han llegado a la edad del hombre perfecto y a la plenitud de Jesucristo 12. ¿Qué puede haber más feliz que esta vida, donde no hay que temer ni la pobreza, ni las enfermedades, ni las injurias, y donde nadie está expuesto a la cólera, la envidia, al ardor de las pasiones, a la intemperancia, a la ambición de los honores y del poder, al temor del demonio o de sus insidias, a los terrores del infierno, a la muerte del cuerpo o a la del alma, porque todos están seguros de disfrutar allí de las delicias y de la felicidad de la inmortalidad? Toda discordia desaparecerá de esa feliz ciudad, todo se desarrollará en perfecto acuerdo y conveniencia mutua. Entre los santos reinarán solamente la concordia, la paz, la alegría, la tranquilidad y el reposo. El esplendor de la ciudad celestial es eterno y totalmente distinto del terrestre; iguala en claridad a la felicidad que procura 13, porque como dice la Escritura, no tendrá necesidad de luz del sol, sino que la iluminará el Señor omnipotente, y su luminaria es el Cordero 14. Allí brillarán los santos como estrellas en toda la eternidad, y los que enseñaron a muchos la justicia lucirán como astros del firmamento 15.

Por eso no habrá allí noche ni tinieblas, ni aglomeraciones de nubes, ni los rigores del frío, ni las incomodidades del calor, sino que habrá una gran moderación de todas las cosas, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón humano pudo nunca conocer 16 y que sólo será conocida por los que fueron juzgados dignos de esa gracia y cuyos nombres están escritos en el Libro de la vida 17. Hay que añadir a todo esto la inefable felicidad de estar unidos a los coros de los ángeles, de los arcángeles y de todas las virtudes del cielo, así como la bienaventuranza de ver a los patriarcas, a los profetas, a los apóstoles y a todos los santos, entre los que veremos también a nuestros padres. Todo esto es sumamente glorioso; pero todavía será más glorioso el ver a Dios cara a cara, y el contemplar su infinito esplendor. De todos modos el colmo de la gloria consistirá en ver a Dios en sí mismo, y en poseer en nosotros a aquel que podremos contemplar por toda la eternidad.

Capítulo 18. CORRESPONDENCIA Y GRADOS DE AMOR

Dios embelleció y ennobleció el alma creándola a su imagen y semejanza, y puso en ella algo que la exhorta a permanecer con Él, o a volver a Él cuando uno se ha alejado del mismo por su voluntad, o mejor dicho por su perversidad. tiene así el alma la esperanza de obtener de la misericordia divina no solamente el perdón de sus faltas, sino también la gracia de poder aspirar a las bodas del Verbo, y a la alianza del mismo Dios, uniéndose al Rey de los ángeles con el suave yugo del amor. Esto es lo que hace el amor si el alma por su voluntad se vuelve semejante a Dios, como es semejante al mismo por su naturaleza, y si le ama como ella es amada. Entre todos los movimientos, entre todos los conocimientos y afectos del alma, el amor es el único con el que el alma puede pagar, aunque muy imperfectamente, lo que debe a su creador correspondiendo de alguna manera a sus beneficios.

El amor es como un centro de atracción, que domina y concentra en sí mismo todos los demás afectos. El amor basta y agrada por sí mismo y a causa de sí mismo; tiene en sí el mérito, la recompensa y el principio, y disfruta y es de sí mismo. Por el amor nos unimos a Dios, y los espíritus forman uno solo, porque el amor hace que en los dos no haya más que una sola y única voluntad. El primer efecto del amor es regular las costumbres, y hace además considerar todas las cosas presentes como inexistentes, y finalmente hace que los ojos del corazón sean tan puros que puedan ver lo que pasa en el interior y contemplar las cosas celestiales. Es también el amor el que nos hace obrar en este mundo buena y honestamente, despreciar todo lo estimado por el mundo, y finalmente ver más de cerca la intimidad de Dios.

Capítulo 19. POR EL AMOR NOS UNIMOS A DIOS

Dios Padre es amor, Dios Hijo es amor, y el Espíritu Santo es el amor del Padre y del Hijo. Y ese amor o caridad de Dios exige algo semejante de nosotros, es decir exige un amor que, como con cierta afinidad de consanguinidad, nos asocie y una al mismo Dios. El amor iguala los rangos y las distancias. Quien ama a Dios puede acercarse a él y hablarle con toda confianza, sin temor y sin vacilación. Quien no le ama, pierde todo lo que tiene de vida, pero quien verdaderamente le ama nunca pierde de vista al Dios que es objeto de su amor, de sus deseos, de sus meditaciones, y de sus gozos más puros. Constituye el único alimento de su alma, que disfruta abundantemente del mismo. Quien está así consagrado a Dios, en sus cánticos de alabanzas, en sus lecturas y en todos sus actos está tan vigilante y cuidadoso, como si Dios mismo estuviera presente, como efectivamente lo está. Ora como si estuviera elevado al cielo y en la presencia del Todopoderoso y al pie de su trono, donde millares de ángeles le sirven incesantemente, cumpliendo fielmente sus órdenes 18. Cuando ese amor penetra en un alma, la despierta de su sopor y la hace más tierna y sensible, la atraviesa con sus dardos y disipa sus tinieblas, le abre a los impulsos que ella reprimía, inflama su tristeza, cohíbe todos sus movimientos de cólera y de impaciencia, expulsa los vicios reprimiendo todos los deseos carnales, corrige y purifica sus costumbres; reforma y renueva su inteligencia, apagando en ella todos los movimientos de la sensualidad, incluso en la edad en que uno está más expuesto a ellos. Esto es todo lo que realiza este amor donde está presente; y cuando él se retira, el alma se vuelve lánguida como un recipiente de agua hirviendo que se retira del fuego.

Capítulo 20. NATURALEZA Y PROPIEDADES DEL AMOR

Gran cosa es el amor, mediante el cual el alma por sí misma se acerca confiadamente a Dios y se une constantemente a Dios, para conversar familiarmente con Él, y para consultarle en todos los asuntos. El alma que ama a Dios, ninguna otra cosa puede pensar, ni puede hablar sobre otro tema. Desprecia todo lo demás, todo lo demás le da fastidio; todo lo que medita, todo lo que habla le trae el sabor y el aroma del amor; pues el amor se ha apoderado totalmente de ella. Quien quiera tener conocimiento de Dios, ámelo. Quien no le ama, en vano querrá dedicarse a la lectura, a la meditación, a la oración, a la predicación. El amor de Dios produce el verdadero amor del alma, y la hace atenta a SÍ misma. Dios ama para ser amado, y cuando ama no pide otro precio que ser amado, porque sabe que sólo podemos ser felices amándole a él. El alma que ama a Dios renuncia a todos los demás afectos; se consagra enteramente al objeto de su amor, a fin de poder corresponder con el amor devolviendo amor. El alma que está así totalmente derramada en el amor, ¿de qué torrente de delicias no será inundada? Aunque hay una gran diferencia entre el objeto de nuestro amor y nuestro mismo amor, entre Dios y el alma, entre el Creador y la criatura, aunque la una esté muy lejos del otro en concurrir a ese amor común, sin embargo, si amamos a Dios con todo nuestro corazón, nada faltará a nuestro amor. Nada puede faltar donde se encuentra todo. El alma que ama, nada debe temer; la que no ama, todo lo debe temer. Un alma que ama a Dios, se eleva y es atraída hacia Dios por sus votos y por sus deseos; nada se preocupa por sus méritos, cierra los ojos a la majestad divina, se abre totalmente al deleite de amarlo, y pone toda su confianza en El, como en su única salvación.

El alma por el solo efecto de su amor se libera enteramente de sus sentidos. No se siente como ella misma, porque se siente enteramente en Dios. Esto es lo que acaece cuando el alma, penetrada por el inefable dulzor que encuentra en amar a Dios, se roba a sí misma, o más bien es raptada y transportada fuera de sí misma, para abandonarse totalmente a la alegría de gozar de Dios. Y ¿podrá haber algo más dulce para ella, si esa felicidad no fuera de tan corta duración? El amor establece una santa intimidad entre Dios y nosotros. Esa familiaridad nos consigue la osadía, y ésta el gusto, y el gusto finalmente el hambre del mismo Dios. El alma toda por el amor de Dios no piensa en ninguna otra cosa, y no desea nada más. No hace más que suspirar y exclamar: ¡Como el ciervo sediento suspira por las fuentes de las aguas, así mi alma te desea a ti, Señor! 19

Capítulo 21. EL AMOR DE DIOS Y DE CRISTO POR EL HOMBRE

Dios por amor vino hacia los hombres, y entre los hombres, y Él mismo se hizo hombre. Por amor Dios, que es invisible, tomó la forma de sus servidores. Por amor, y para borrar nuestros pecados, fue Jesús cubierto de heridas, y esas heridas de nuestro Divino Redentor procuran a los débiles y a los pecadores un descanso seguro y perfecto. En esas heridas busco y encuentro un asilo. Ellas me abren el camino a las entrañas de misericordia de mi Salvador, donde encuentro todo lo que me falta, porque son una fuente abundante e inagotable de misericordia y de caridad. A través de las heridas de su cuerpo descubro los secretos de su corazón y el inefable misterio de bondad y de donación, que le hizo descender del cielo para habitar entre nosotros. Las heridas de Cristo están llenas de misericordia, llenas de piedad, llenas de dulzura y caridad. Sus manos y sus pies fueron atravesados por clavos, y su costado fue atravesado por una lanza, abriéndose, por así decirlo, para dejarme saborear las dulzuras infinitas de mi Dios.

Porque tú eres, realmente, oh Señor, un Dios de dulzura, de bondad y de misericordia, para todos los que te invocan y te buscan, y sobre todo para todos los que te aman sinceramente. Por las heridas de nuestro Salvador nos vino una redención copiosa, una gran abundancia de dulzura, la plenitud de la gracia, y la perfección de las virtudes.

Capítulo 22. LA MEMORIA DE CRISTO EN LA TENTACIÓN

Cuando algún pensamiento torpe me asalta, recurro a las heridas de Cristo. Cuando la carne me oprime, me levanto con el recuerdo de las heridas de mi Dios. Cuando el diablo me prepara sus lazos, huyo a las entrañas de la misericordia de mi Señor, y me libro de mi enemigo. Si el ardor de la concupiscencia inflama mis sentidos, basta el recuerdo de las llagas del Hijo de Dios para apagar el fuego que me devora. En todas las adversidades mi remedio más eficaz son las llagas de Jesucristo. Sólo en ellas puedo dormir tranquilo y con un reposo que nada puede turbar. Jesucristo murió por nosotros. Y nada hay tan destinado a la muerte que no se salve por la muerte de Cristo.

Capítulo 23. EFICACIA CONTRA LA DESESPERACIÓN

Toda mi esperanza está en la muerte de mi Señor. La muerte de Cristo es mi mérito, mi refugio, mi salvación, mi vida y mi resurrección. Todo mi mérito está en la misericordia del Señor. Mientras que El se acuerde de su compasión, nunca estaré totalmente sin mérito, y sus méritos estarán en mí según la medida de su grandeza y de la multitud de sus misericordias. Cuanto más poderoso es El para salvarme, tanto será más segura mi salvación.

He pecado grandemente, y tengo conciencia de mis muchos delitos; pero así y todo no me desespero, porque donde abundaron los delitos sobreabundó la gracia. Quien desespera de obtener el perdón de sus pecados, no conoce la misericordia divina, y desconfiar de la clemencia de Dios implica una grave ofensa del mismo; pues es negar en la medida de lo posible ~u caridad, su verdad y su poder, en los que yo he puesto enteramente mi esperanza: en su caridad, porque El nos adoptó como hijos; en su verdad, porque prometió salvarnos; en su poder, porque puede cumplir sus promesas. Que mi necio pensamiento murmure cuanto quiera dentro de mí, diciendo: ¿quién eres tú, hombre, para aspirar a tal gloria, y qué méritos tienes para esperar conseguirla? A esas murmuraciones responderé yo con toda confianza: sé en quién he creído, porque quien me adoptó como hijo suyo es veraz en sus promesas, y poderoso para cumplirlas, y le es lícito hacer lo que quiere. La multitud de mis pecados no puede aterrorizarme, si me viene a la mente la muerte de mi Señor, porque mis pecados no pueden prevalecer sobre su misericordia.

Los clavos y la lanza que atravesaron al Salvador son como una voz que me grita que amando a Jesús me reconciliaré verdaderamente con Él. El soldado Longinos me abrió con su lanza el costado de Cristo 20; y entré en Él, y allí descanso seguro. Quien tenga temor, que ame, porque la solidaridad excluye el temor 21. Ningún remedio tan poderoso y eficaz contra el ardor de las pasiones como el pensamiento de la muerte de mi Redentor. El extendió sus brazos y sus manos sobre la cruz, para mostrar que está dispuesto a abrazar a los pecadores que se acercan a su Salvador. Entre esos brazos de mi Salvador quiero vivir y morir. Allí cantaré seguro: Te ensalzaré, Dios mío, porque me acogiste, y no permitiste que mis enemigos se rieran de mí 22. Nuestro Salvador, en el momento de su muerte, inclinó su cabeza sobre la cruz, para besar a sus amigos, y nosotros besamos a Dios todas las veces que por El nos arrepentimos de nuestros pecados.

Capítulo 24. EXHORTACIÓN AL AMOR DE CRISTO

¡Oh alma mía, portadora de la noble imagen de Dios, que fuiste rescatada por la sangre de Jesucristo, y que te convertiste en su esposa por la fe; tienes como dote su Santo Espíritu, que te adornó con toda clase de virtudes y que te puso a la altura de los ángeles! Ama a quien tanto te ha amado; piensa en quien sólo piensa en ti; busca a quien te busca, y que Él mismo es el principio de tu amor. Él es tu mérito y tu recompensa, Él es fruto de tus trabajos, es tu gozo, y en una palabra tu verdadero fin. Actúa solícitamente con el solícito, descansa con quien descansa, sé pura con el puro, y santa con el santo. Como te presentas ante Dios, así debes presentarte también ante ti. Dios, que es la fuente de toda dulzura, de toda bondad y de toda misericordia, ama y llama hacia sí a los dulces, buenos, humildes y misericordiosos. Ama a quien te sacó del abismo de tus miserias, y del fango donde estabas hundida. Escógele entre todos como verdadero amigo. Cuando todos te abandonen, sólo El seguirá siendo fiel. Cuando un día te lleven a la tumba, y todos tus amigos te abandonen, solamente El no te abandonará. El te defenderá contra la rabia de tus enemigos dispuestos a devorarte, y te llevará por desconocidas regiones hasta las moradas de la celestial Sión, Allí te colocará entre los ángeles y en presencia de la divina majestad, y oirás cantar el melodioso himno: Santo, Santo, Santos es el Señor, Dios de los Ejércitos. Allí sólo resuenan cánticos de alegría, de triunfo, de salvación, de alabanzas y de acción de gracias. Está allí el colmo de la felicidad, de la gloria, del gozo y de todos los bienes.

¡Oh alma mía, suspira ardientemente, desea con vehemencia, para que puedas llegar a aquella ciudad celestial, de la que tantas cosas gloriosas se cuentan; y que es la sede de la felicidad y de todas las delicias! Por el amor puedes llegar hasta allí, porque nada es difícil o imposible para quien ama. Toda alma amante se eleva hacia la celestial Jerusalén, recorriendo familiarmente todos sus espacios, y allí ve a los patriarcas, saluda a los ángeles, y contempla con admiración el sagrado ejército de los mártires y de los confesores, y los coros de las vírgenes. El cielo, la tierra y todo lo que en ellos se contiene, no cesa de decirme: Ama, ama siempre al Señor tu Dios.

Capítulo 25. LA POSESIÓN DEL SUMO BIEN

El corazón humano que no tiene su deseo fijo en la eternidad, nunca podrá estar tranquilo. Más movible que cualquier movilidad, pasa continuamente de unas cosas a otras, buscando el descanso donde no lo puede hallar. No puede encontrar la calma y el verdadero reposo en las cosas frágiles y pasajeras a las que se esclaviza, porque tiene en sí tanta grandeza y nobleza=, que sólo puede hallar su gozo y felicidad en el Sumo Bien; y por otra parte goza de tal libertad, que nada puede apartarle del bien contra su voluntad. Y así la voluntad del hombre es la causa de su condenación o de su salvación. Por eso nada se puede ofrecer a Dios mejor que una buena voluntad. Ella atrae a Dios hacia nosotros, y nos atrae a nosotros hacia Dios. Mediante la buena voluntad amamos a Dios, preferimos a Dios a todas las cosas; por ella corremos hacia Dios, por ella llegamos hasta Dios, y por ella podemos poseerle. ¡Oh buena voluntad, tú que nos haces conformes a la naturaleza de Dios y semejantes a Él! Agrada tanto a Dios la buena voluntad, que no quiere habitar en los corazones donde ella falta. La buena voluntad atrae hacia el alma donde se encuentra la gracia de la santa y soberana Trinidad. Porque la Sabiduría, es decir el mismo Jesucristo, la ilumina con su luz para darle a conocer la verdad; la Caridad, es decir, el Espíritu Santo, la inflama con el amor del bien; y el Padre conserva en ella lo que ha creado, a fin de evitar que perezca su criatura.

¿En qué consiste el conocimiento de la verdad? Consiste, ante todo, en conocerse a sí mismo y lo que uno debe ser, para esforzarse por serlo. Además, consiste en investigar lo que hay de malo en nosotros, a fin de corregirnos. Finalmente, consiste en conocer y amar al Creador, pues ése es el bien supremo del hombre.

Capítulo 26. EL CONOCIMIENTO DE LA VERDAD

Mira, pues, qué inefable es el amor de Dios hacia nosotros, y cuán grande es la divina caridad. Él nos sacó de la nada, y todo lo que tenemos nos lo dio ÉL. Sin embargo, nosotros amamos el beneficio más que al bienhechor, la criatura más que al Creador, y así caímos en los lazos del demonio, haciéndonos sus esclavos. Pero Dios, movido por la compasión, envió a su propio Hijo para que nos rescatara de la esclavitud; envió su Santo Espíritu para adoptar como hijos suyos a los que se habían convertido en esclavos. Nos dio a su Hijo como precio de nuestra redención, y a su Espíritu Santo como prenda de su amor, reservándose totalmente a SÍ mismo para ser la herencia de sus hijos adoptivos.

Así pues, Dios amó a los hombres con tal misericordia y bondad, que antes de ser deseado y amado por ellos, les dio no solamente todos sus bienes, sino que incluso se dio a sí mismo para rescatarlos, mirando más a ellos que a sí propio. Para que los hombres pudieran renacer de Dios, quiso Él, que es Dios, nacer en nosotros. ¿Quién será, pues, tan duro para mostrarse insensible ante el amor de Dios, que se adelantó El mismo al hombre, yendo delante de él con su gracia? ¡Oh divino e inefable amor, que llevó a Dios a hacerse hombre para salvar a los hombres! ¿Cómo podremos odiar a un hombre, viendo en él la naturaleza y la semejanza de Dios, en la misma humanidad de la que el mismo Dios quiso revestirse por nosotros? Quien odia al hombre, ¿no odia también a Dios, del que el hombre es imagen? ¿No implicará ese odio perder el mérito de todo lo que se puede hacer? Dios se hizo hombre por los hombres, para ser su redentor como es su creador, y para que de ese modo fuera el hombre rescatado por su propia sustancia. Dios se mostró en la tierra bajo la forma humana para hacer más Íntimo, y en cierto modo más familiar, el amor del hombre hacia su Salvador, y para que cada una de las dos partes del hombre fuera beatificada en El; o sea para que su divinidad fuera como el alimento de los ojos de nuestra alma y su humanidad el alimento de nuestros ojos corporales. Quiso que de esa manera la naturaleza humana encontrara siempre, tanto dentro como fuera de ella, un alimento saludable en el ser que la había creado.

Capítulo 27. LOS EFECTOS DEL ESPÍRITU SANTO

Nos nació un Redentor, que fue crucificado y que murió por nosotros, para salvarnos de la muerte mediante su propia muerte. Su carne fue exprimida sobre la cruz como la uva en el lagar, y así se derramó su sangre, semejante a un vino celestial.

Así pues, el Espíritu Santo fue enviado para preparar los corazones, como vasos en los que se había de recibir ese vino nuevo, porque era necesario purificar antes los corazones, a fin de que ese vino celestial no fuera contaminado. Era necesario además que los corazones fueran atados y cerrados para impedir que ese vino se derramara. También era menester que fueran purificados de los gozos de la iniquidad, y cerrados a las alegrías de las vanidades del mundo, porque sólo serían capaces de recibir el bien, después de haber sido limpios del mal que contenían. Porque los gozos de la iniquidad manchan el corazón, y las vanidades del mundo lo llenan de hendiduras por las que se derrama hacia fuera. El gozo de la iniquidad consiste en amar el pecado, y el de la vanidad en pegarse a las cosas pasajeras. Arroja, pues, lejos de ti todo lo que es malo, para poder recibir todos los bienes. Echa fuera de tu corazón toda amargura, a fin de que pueda llenarse de dulzura. El Espíritu Santo no es más que gozo y amor. Arroja, pues, fuera de ti el espíritu del demonio y el de las vanidades del mundo, a fin de recibir el Espíritu de Dios. El espíritu del demonio hace que pongamos nuestro gozo en la iniquidad, y el espíritu del mundo en todo lo que es vano y pasajero. Pero todos esos gozos son malos, porque el primero es un pecado, y el segundo una ocasión de pecado. Vendrá a nosotros el Espíritu de Dios cuando hayamos arrojado de nuestro corazón los espíritus del mal. El Espíritu de Dios entrará en el santuario de nuestra alma, trayéndonos el gozo y el amor del bien, que arrojarán fuera el amor del mundo y el amor del pecado. El amor del mundo nos seduce y nos engaña, y el amor del pecado nos contamina y nos lleva a la muerte. El amor de Dios ilumina nuestro espíritu, purifica nuestra conciencia, llena nuestra alma de alegría y muestra la presencia de Dios en nosotros.

Capítulo 28. EL ESTADO DEL QUE AMA A DIOS

Aquel en quien reina el amor de Dios piensa siempre en el momento feliz en que abandonará este mundo para volver a Dios, y cuándo librado de la carne corruptible podrá gustar las dulzuras de la verdadera paz. Su corazón está siempre elevado hacia Dios, y las cosas celestiales constituyen el único objeto de sus aspiraciones. Ya esté sentado, o ya esté caminando, o reposando, o cualquiera cosa que esté haciendo, su corazón y su pensamiento nunca se apartan de Dios. Exhorta a todos los hombres al amor de Dios y les anima constantemente. Busca con todo su corazón, con todas sus palabras, y con todas sus acciones, manifestarles las dulzuras de ese amor, y lo peligroso y malo de amar las cosas terrestres. Desprecia la gloria vana de este mundo, y hace ver las preocupaciones y amarguras que ella ocasiona, y muestra cuán necio es poner la confianza en las cosas transitorias. Nunca acaba de maravillarse de la ceguera de los hombres que aman dichas cosas, y de cómo no renuncian a todo lo que es frágil y perecedero. Reconoce solamente como dulce y bueno lo que le parece dulce y bueno en sí mismo, y sólo admite como digno de ser amado por todos lo que es el único objeto de su amor, y sólo acepta como evidente lo que es a sus ojos claro e incontestable: es decir, la felicidad de amar a Dios. Contempla sin cesar a su Dios, y cuanto más le contempla, mayor gozo y felicidad encuentra en esa contemplación. Pues le resulta dulce y encantador hacer de Dios el único y constante objeto de su contemplación, de su amor, y de sus alabanzas.

Capítulo 29. QUIETUD Y DESCANSO DEL ALMA

El verdadero descanso del corazón consiste en concentrar todo el amor en Dios, sin desear ninguna otra cosa, encontrando en ese amor todo el gozo, toda la felicidad, todas las delicias. Si nuestra alma es arrebatada por cualquier mal pensamiento, o por cualquiera ocupación mundana, tratará de corregirse, mirando como un destierro todo el tiempo que tarde en volver a Dios. Pues como no hay ningún momento en que el hombre no goce y no tenga necesidad de los beneficios y de la misericordia de Dios, así tampoco puede haber un solo instante en que Dios no esté presente a nuestro espíritu. Es, pues, una gran falta hablar en la oración con Dios, y enseguida apartar el pensamiento de él, como si no nos viera y no nos oyera. Y eso es lo que sucede cuando nuestro espíritu, distraído por pensamientos malos e importunos, va hacia cualquier criatura, que prefiere a Dios, y en la que piensa sin cesar, en lugar de pensar en Dios, al que debe adorar como a Creador, esperar como a Salvador, y temer como a Juez. Es, por lo tanto, necesario evitar y aborrecer todo lo que nos puede apartar de Dios. - Tú que amas el mundo, mira a dónde puedes llegar. El camino que sigues es malo y está lleno de peligros-.


Capítulo 30. LA HUIDA DEL PECADO

Huye pues, oh hombre, alguna vez de tus ocupaciones y de los pensamientos que llenan tu corazón de turbación y de inquietud. Deja de lado todas esas preocupaciones, todos esos asuntos tan penosos y llenos de distensiones, para pensar solamente en Dios y descansar en El. Entra en la morada de tu mente, arroja fuera todo, menos Dios y lo que te puede ayudar a buscarlo; y después, de haber cerrado cuidadosamente la entrada de tu corazón, busca solamente a Dios, y entrégate totalmente a Él. Dile así: busco tu presencia, Señor Dios mío; la busco sin cesar. Enseña a mi corazón el modo en que debe buscarte y cómo puede encontrarte. Si tú no estás aquí, Señor, ¿dónde te debo buscar? Si estás en todas partes, ¿cómo no te veo presente? 23

Ciertamente habitas en una luz inaccesible. ¿Cómo me acercaré a esa luz? ¿Quién me guiará y me introducirá en ella, para que te vea a ti en ella? Además, ¿con qué signos y con qué aspecto te buscaré? Pues nunca Te he visto, Señor Dios mío, y nunca he contemplado tu faz. ¿Qué hará, oh Dios altísimo, qué hará este desterrado que se alejó de ti? ¿Qué hará tu servidor inquieto por la necesidad de tu amor, y a quien tú arrojaste lejos de tu presencia? Sólo anhela la felicidad de verte, y tú te apartas de su vista. Su más ardiente deseo es acercarse a ti; pero la morada en que tú habitas es inaccesible. Quisiera encontrarte, y no sabe en qué lugar estás. Quiere buscarte, pero ignora tu rostro.

Señor, tú eres mi Dios y mi Señor, al que nunca he visto. Tú me hiciste y me rehiciste, y me concediste todos mis bienes; y yo nunca te vi y nunca te conocí. Finalmente fui creado, ¡oh miserable condición del hombre, que perdió el bien para el que Dios le había destinado al darle el ser! ¡Oh suerte dura y cruel! ¿Qué perdió, y qué encontró? ¿Qué se alejó de él, y qué quedó con él? Perdió la bienaventuranza para la que fue creado y encontró la miseria para la que no había sido hecho. Se alejó de aquel sin el cual nada es feliz, y permaneció con lo que de suyo no es más que miseria. Comía entonces el hombre el pan de los ángeles, del que ahora tiene hambre 24; come ahora el pan de los dolores, que antes desconocía,

Capítulo 31. ASPIRACIÓN AL CONOCIMIENTO DE DIOS

Y tú, Señor, ¿hasta cuándo; hasta cuándo nos olvidarás? ¿Hasta cuándo apartarás tu faz de nosotros? ¿Cuándo nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo iluminarás nuestros ojos, y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros? Mírame, Señor, escucha e ilumínanos, y muéstrate a ti mismo; devuélvete a ti mismo, para que poseamos el bien, sin el cual sólo hay mal para nosotros. Ten piedad de los trabajos y esfuerzos que hacemos para llegar hasta ti, y que sin tu gracia son vanos e inútiles. Si nos llamas, concédenos al menos tus auxilios. Te ruego, Señor, no permitas que caiga en la desesperación y en los gemidos; haz más bien que respire lleno de esperanza. Señor Dios mío, mi corazón está lleno de amargura y de desolación; llénale de las dulzuras de tus consuelos. Ya empecé, Señor, a buscarte con el hambre que tengo de ti; no me dejes marchar sin haberme dado algún alimento. A ti se acercó un miserable hambriento, no le dejes marchar sin haber calmado su hambre. Un pobre vino hacia un rico, un desgraciado hacia un misericordioso; no le despidas vacío y despreciado. ¡Señor, el dolor ha hecho inclinar mi cabeza, de modo que sólo puedo mirar las cosas de aquí abajo; eleva mi frente para que mis ojos puedan elevarse hacia las cosas del cielo! Mis iniquidades han subido más arriba de mi cabeza; son un peso que me oprime 25; líbrame, Señor, para que no me traguen como un abismo. Que pueda, por lo menos, vislumbrar desde lejos tu luz, desde el fondo de mi destierro. Enséñame a buscarte, y manifiéstate a mí cuando te busco; porque sin tu auxilio, oh Señor, no puedo ni buscarte ni encontrarte. Haz que te busque con el deseo, que te desee buscándote, que te encuentre amándote, y que te ame encontrándote. Lo confieso, Señor, y te doy gracias porque me creaste a tu imagen, a fin de que me acuerde de ti, piense en ti y te ame. Pero esa imagen está tan borrada por el contacto de mis vicios, tan oscurecida por el humo de mis pecados, que no puedo conseguir la meta a la que me has destinado, si tú no te dignas renovarla y reducirla a su primera forma. No trato, Señor, de penetrar en la profundidad de tu naturaleza, porque nunca mi débil intelecto podría llegar hasta ella. Lo único que deseo es comprender tu verdad, objeto único de mi fe y de mi amor. No trato de comprender para creer, sino que creo a fin de poder comprender. Tú, Señor, que das la inteligencia a los que tienen la fe, haz que comprenda en la medida en que me convenga, que tú eres como creemos, y que eres lo que creemos.

Capítulo 32. EL SER DE DIOS Y SU IMAGEN

Creemos que eres el ente mayor o mejor que el cual nada se puede pensar. ¿Qué eres, pues, oh Dios mío? Porque nada mayor ni mejor que tú se puede pensar. ¿Qué puede ser más que el soberano bien, el único que existe por sí mismo, el único que ha hecho todas las cosas de la nada? Todo lo que no es ese bien soberano, es inferior a lo que tiene esa naturaleza, que es lo más grande que se puede concebir. Pero eso no puede pensarse de ti que eres el bien supremo. Pues, ¿qué bien puede faltar al soberano bien, principio y hontanar eterno de todos los demás bienes? Por eso tú eres justo, verdadero, feliz, y todo lo que es mejor ser que no ser. Pero, entonces, ¿cómo perdonas a los pecadores, si eres perfecto y soberanamente justo? ¿Sucede así porque tu bondad es incomprensible, y porque habitas en una luz inaccesible a nuestros ojos? Tu bondad es como una fuente secreta y escondida en lo profundo, de la que fluye como un río inmenso tu misericordia. Aunque eres entera y soberanamente justo, estás, sin embargo, lleno de bondad hacia los malvados, porque eres la perfecta y suma bondad. Esa misma bondad sería menos grande si no se extendiese hasta los malvados. Pues quien es benigno hacia los malvados y hacia los buenos es mejor que quien sólo ejerce la bondad con los que son dignos de ella. Y quien sin perder nada de su bondad castiga a los malhechores, sabiendo también perdonar, es mejor que quien sólo sabe castigar. Por esto tú eres misericordioso, porque eres total y sumamente bueno. ¡Oh inmensa bondad que superas toda inteligencia, venga sobre mí tu misericordia, que fluye de tanta grandeza! Haz que fluya en mí, como procede de ti. Perdóname por tu clemencia, y no me castigues según el rigor de tu justicia.

Capítulo 33. LA BONDAD DIVINA

Anímate, alma mía, y eleva tu inteligencia. Examina en cuanto te sea posible cuál es la naturaleza y la grandeza de ese bien que es el mismo Dios. Pues si todos los bienes singulares son deleitables, piensa bien cuán deleitable será aquel bien, que contiene el atractivo de todos los bienes. Ese atractivo no se asemeja al que encontramos en las cosas creadas; es tan distinto como el Creador es distinto de las criaturas. Pues, si la vida creada es buena en SÍ misma, ¿cuánto mejor será la Vida creadora de toda vida? Si es agradable la salvación creada, ¡cuánto más agradable será la Salvación creadora de toda salvación! Si es amable la sabiduría consistente en el conocimiento de las cosas creadas, ¡cuán amable será la Sabiduría que todo lo hizo y creó de la nada! Finalmente, si tantos y tan grandes son los deleites en las cosas deleitables, ¿cómo y cuán grande es el deleite en aquel que creó las cosas deleitables? ¿Qué posee, o más bien qué no posee el que puede gozar del supremo bien? Posee todo lo que quiere y nada hay que no quiera. Será rico en cuanto a todos los bienes del alma y del cuerpo, bienes supremos que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón humano puede concebir 26.

Capítulo 34. EN DIOS, SUMO BIEN, ESTÁN TODOS LOS BIENES

Así pues, hombre diminuto, ¿por qué te pierdes entre tantas cosas, buscando los bienes de tu alma y de tu cuerpo? Ama un solo bien, en el que están todos los bienes, y eso te bastará. Desea el bien simple, que es el bien total, y será suficiente. ¿Qué amas, pues, carne mía? ¿Qué deseas, alma mía?

Sólo en ese bien encontrarás lo que debes amar y desear. Si es la belleza lo que te agrada, recuerda que los justos brillarán como el sol 27. Si te deleita la velocidad, o la fuerza, o la velocidad del cuerpo a la que nada puede oponerse, piensa que los justos serán semejantes a los ángeles de Dios 28, porque su cuerpo, sembrado como cuerpo animal, resucitará como cuerpo espiritual 29, no por naturaleza, sino por la virtud divina. Si deseas larga y feliz vida, recuerda que los elegidos gozarán en la presencia de Dios de una eternidad saludable y de una salud eterna, porque los justos vivirán eternamente 30 y su salvación vendrá de Dios 31. Si deseas la saciedad, piensa que los justos serán saciados al aparecer la gloria del Señor 32, si prefieres la hartura, debes saber que serán saturados por la abundancia de la casa de Dios 33. Si buscas melodía, allí los ángeles cantan sin cesar a Dios. Si buscas el deleite, no impuro, sino puro, piensa que Dios les dará a beber a los justos del torrente de sus delicias 34. Si anhelas la Sabiduría, recuerda que la misma sabiduría divina se les manifestará. Si buscas la amistad, ten presente que amarán a Dios más que a sí mismos, y a los demás justos como a sí mismos, y que Dios les amará más de lo que ellos a sí mismos se aman; porque ellos amarán a Dios y a sí mismos por Dios, como Dios se complacerá en su amor hacia sí mismo y hacia ellos por sí mismo. Si anhelas la concordia, piensa que en todos ellos habrá una sola voluntad, porque en ellos la única voluntad será la suma voluntad de Dios. Si deseas el poder, ellos serán omnipotentes con su voluntad, como Dios lo es con la voluntad divina. Porque como Dios puede hacer por sí mismo todo lo que quiere, así los justos harán a través de Dios todo lo que quisieren, porque no queriendo nada más que lo querido por Dios, el mismo Dios sólo querrá lo que ellos quieren, y lo que Dios quiere tiene que suceder infaliblemente. Si anhelas el honor y las riquezas, recuerda que Dios establecerá a sus siervos buenos y fieles sobre todas esas cosas (cf. Mt 25,30); más aún, serán llamados y serán hijos de Dios e incluso dioses; y donde está su único Hijo, allí estarán también ellos como herederos de Dios y coherederos con Cristo 35. Si deseas la verdadera seguridad, piensa que los justos estarán totalmente seguros de que ese sumo bien nunca les faltará, y de que nunca lo perderán por su propia voluntad; asimismo están ciertos de que Dios les ama, y de que no les privará de ese bien contra su voluntad; y como nada hay más poderoso que Dios, nada podrá alejarlos del mismo. Y ¿qué gozo Y qué bien habrá donde reside tal y tan grande bien?

Capítulo 35. EL GOZO DE LA VISIÓN DE DIOS

¡Oh corazón humano, corazón indigente, corazón que ha experimentado tantas penas y miserias; corazón tan abrumado por las desgracias, cuánto gozarías si abundaras en todos esos bienes inefables! Interroga a lo más íntimo de tu ser, si sería capaz de tal gozo y de tal felicidad. Si otro, al que tú amaras como a ti mismo, disfrutara como tú de la misma felicidad, sentirías doblada tu alegría, pues no disfrutarías menos por él que por ti mismo. Pero si, en lugar de uno solo, fueran dos o tres o muchos más los que participaran de la misma felicidad que tú, la felicidad de cada uno te causaría un gozo igual al que sientes por ti mismo, si amas a cada uno de ellos en particular como te amas a ti.

¿Qué sucederá, pues, en la innumerable sociedad de los ángeles y de los hombres bienaventurados, entre los que reinará una caridad igual y perfecta, donde todos amarán a los demás como a sí mismos, y donde el gozo que cada uno experimenta por su propia felicidad se extenderá igualmente a la felicidad que los otros participan con él? Si el corazón del hombre apenas puede contener el gozo de tan grande bien que le concierne a él, ¿cómo podrá contener el gozo de tantos bienaventurados unidos en la misma felicidad con él? El gozo que siente por la felicidad de los demás está siempre en proporción con el amor que siente hacia ellos. Ahora bien, como cada uno de los que gozan en el cielo de esa suprema felicidad amará a Dios más que a sí mismo, y que a todos los demás bienaventurados; así también la eterna e inefable felicidad de Dios será para él un objeto de gloria incomparablemente mayor que la que sentirá por su propia felicidad y por la felicidad de los demás que están con él. Aunque todos esos bienaventurados amaran a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con toda el alma, su corazón, su mente y su alma no podrán nunca corresponder a la grandeza de tal amor. Ciertamente gozarán con todo el corazón, con toda la mente, y con toda el alma; pero de tal manera que todo su corazón, toda su mente y toda su alma no basten para contener la plenitud de su gozo.

Capítulo 36. CRECIMIENTO EN EL CONOCIMIENTO, EN EL AMOR Y EN EL GOZO DE DIOS. PLENITUD DE LA VIDA ETERNA

¡Dios mío y Señor mío, mi esperanza y el gozo de mi corazón!, di a mi alma si éste es el gozo de que nos hablas por medio de tu Hijo: Pedid y recibiréis, y vuestro gozo será perfecto 36. Pues encontré un gozo abundante, y más que abundante; pero aunque ese gozo llene enteramente el corazón, la mente y el alma del hombre, todavía queda más gozo que desear. Así pues, no todo ese gozo entrará en los que se gozan, sino que todos los que se gozan entrarán en ese gozo. Dime, Señor, explica a tu siervo, dentro de mi corazón, si éste es el gozo en el que entrarán tus siervos, los que entrarán en el gozo de su Señor. Porque ciertamente el gozo del que disfrutarán los elegidos 37, ni los ojos lo vieron, ni los oídos lo oyeron, ni llegó alguna vez al corazón del hombre 38. Todavía no he podido pensar ni decir: ¡Señor, cuánto gozarán tus elegidos! Su gozo será proporcionado al amor que tengan por ti, como su amor será proporcional al conocimiento que tengan de ti mismo; y ¿cuánto te conocerán, oh Señor, y cuánto te amarán? Ciertamente ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón humano ha llegado a comprender en esta vida, cuánto te conocerán y te amarán los justos en la otra vida.

Te pido, Señor, Dios mío, que te conozca y que te ame, y que me goce de ti; y que si no puedo conseguirlo enteramente en esta vida, que al menos te conozca y te ame cada día más, hasta llegar a la plenitud de la inefable felicidad. Que avance aquí en tu conocimiento, para que allí llegue al conocimiento pleno; que crezca aquí mi amor hacia ti, para que allí sea un amor perfecto; que sea aquí mi gozo grande en la esperanza, para que allí sea un gozo pleno. Dios veraz, te pido que reciba yo lo que me prometes, para que mi gozo sea completo. Que entre tanto mi mente medite eso, de eso hable mi lengua, ame eso mi corazón, trate de eso mi boca, de eso tenga hambre mi alma, y de eso tenga sed mi carne; que desee eso toda mi sustancia, hasta que entre en el gozo de mi Señor. El cual es trino y uno, Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén.