EL ESPÍRITU Y EL ALMA

Traductor: P. TEODORO CALVO MADRID

 

PREFACIO

Como se me dice que me conozca a mí mismo, no puedo sufrir que sea yo para mí mismo un desconocido. Puesto que es imperdonable la negligencia de ignorar qué sea aquello por lo que pensamos las cosas celestiales tan profundamente, aquello por lo que investigamos las cosas naturales con una búsqueda tan sutil y hasta deseamos saber de nuestro mismo Creador cosas tan sublimes. No es algo peregrino ni imposible de investigar. Existe el alma con la cual saboreamos todo esto. Y está presente siempre en nosotros, dirige, habla y habita interiormente. Le ha sido dado tanto ingenio para conocer los secretos de las cosas, y, en cambio, a sí mismo no es capaz de conocerse. En verdad que a muy pocos les es dado conocer el alma con la misma alma, esto es, que la misma alma se vea a sí misma. En cambio por cierta providencia divina no puede darse que falte la facultad de encontrarla a las almas religiosas que buscan piadosa, casta y amorosamente a sí mismas y a su Dios, por eso me volveré a mí, mejor aún a mi Dios, a quien me debo sobre todo, y veré qué es el alma y cuál es su patria.

Capítulo 1. QUÉ ES EL ALMA. LA RAZÓN. EL RACIOCINIO

El alma es una substancia dotada de razón apropiada para regir el cuerpo; el ama iluminada por la sabiduría ve su principio, se conoce a sí misma y entiende el gran inconveniente de buscar fuera de sí lo que puede encontrar en sí misma. En cuanto se vea aturdida por las pasiones corpóreas y arrastrada fuera de sí misma por las formas sensibles, va a olvidarse de lo que fue. Y como no recuerda nada de lo que ella ha sido, no cree nada fuera de lo que parece ser. Porque con solo el sentido conoce el entorno de los cuerpos y con la imaginación el entorno de las apariencias de los cuerpos y lugares, y se distrae con todo eso, ya vigilando, ya durmiendo. Mas, cuando, liberándose de tanta distracción, por la inteligencia pura se recoge en la unidad, entonces se dice que es racional. En verdad que la razón es el campo visual del alma en el que ve por sí misma la verdad. En cambio el razonamiento es la búsqueda de la razón. Por la cual aquélla es necesaria para ver, ésta para investigar.

Capítulo 2. EL ALMA SE ENTIENDE A SÍ MISMA

El alma es invisible. Pues de otro modo no sería capaz de comprender las cosas invisibles. Ve las cosas visibles mediante el cuerpo, las invisibles por sí misma y se ve en aquello que ve que ella es invisible. Sin embargo, es percibida en el cuerpo mediante el cuerpo, como el sentido está en la letra y se manifiesta por la letra. El alma, dominadora, rectora, habitadora del cuerpo, se ve por sí misma, por sí misma se ve a sí misma. No busca la ayuda de los ojos corporales, más aún se abstrae dentro de sí de todos los sentidos corporales, como de impedimentos y algarabía para verse a sí en sí, para conocerse a sí junto a sí. Y cuando quiere conocer a Dios, se eleva sobre sí con la capacidad de la mente. Pues Dios no es algo así tal como es el alma; con todo no puede ser conocido sino por el alma, ni puede serlo así como es el alma. Realmente la verdad es inmutable sin defecto alguno de substancia. No es así el alma, sino que regresa y progresa, falla y avanza, conoce e ignora, recuerda y olvida; ahora quiere, ahora no quiere. Se pierde por acá y por allá con pensamientos y razones difusos; considera y aquilata todo, ve lo ausente, con su mirada abarca las realidades de allende los mares, las recorre con perspicacia, escruta lo recóndito, y en un instante hace circular a sus sentidos por los confines de todo el orbe y por los recovecos del mundo. Desciende a los abismos, asciende de allí, mora en el cielo, se adhiere a Cristo, se une a Dios. Puesto que Él es su patria y su morada, a cuya semejanza ha sido hecha. Luego todo el que desea volver a ser tal cual Dios le hizo, es decir, semejante a Dios, que regrese a sí mismo y permanezca en sí mismo, y entonces bucee dentro de sí mismo y vea de dónde viene el hombre, y por qué parte de sí mismo ha sido creado a imagen de Dios.

Capítulo 3. DE QUÉ CONSTA EL HOMBRE

El hombre consta de dos substancias: del alma y de la carne. El alma con la razón, la carne con sus sentidos; a los que sin embargo la carne no imprime movimiento alguno sin la unión del alma; en cambio el alma sí retiene su ser racional sin la carne.

Capítulo 4. LAS ENERGÍAS. CUATRO AFECTOS. CUATRO VIRTUDES. CINCO ENERGÍAS DEL ALMA

Por cierto que el alma es racional, es concupiscible, e irascible. Por la racionalidad es capaz de ser iluminada para conocer algo tanto dentro de sí como sobre sí, en sí y junto a sí. Ciertamente conoce a Dios sobre sí, a sí en sí, y al ángel junto a sí, y todo cuanto se contiene en los espacios celestes por debajo de sí. Por la concupiscibilidad y por la irascibilidad es capaz de apetecer y de rechazar algo, de amar y de odiar; y por eso de la racionalidad se origina toda la sensibilidad del alma, y toda afectividad sobre las cosas. Porque se distinguen cuatro clases de afecto: cuando gozamos ya de aquello que amamos, o esperamos gozarlo; cuando estamos dolidos ya por lo que odiamos o tenemos miedo de llegar a dolernos; y por eso de la concupiscibilidad proceden el gozo y la esperanza; y de la irascibilidad el dolor y el miedo. Estos cuatro afectos del alma son los principales y como la materia común de todas las virtudes y de los vicios. Pero el afecto da a todos el nombre. Y, porque la virtud es el hábito de una mente bien ordenada, los afectos del alma han de estar bien compuestos, formados y ordenados para aquello que deben, y del modo que deben, de manera que puedan aprovechar a las virtudes; de otro modo fácilmente caerían en vicios. Así pues, cuando se establecen el amor y el odio con prudencia, con modestia, con fortaleza, y con justicia, surgen las virtudes, que son prudencia, templanza, fortaleza y justicia, como principios y quicios de todas las virtudes del alma. Cuatro afectos. Cuatro virtudes.

Y cuando todo esto queda constituido en el alma afectuosa y virtuosamente, por el odio del mundo, y de sí mismo, se adelanta en el amor de Dios y del prójimo; y por el desprecio de las cosas temporales e inferiores, se crece en el deseo de las cosas eternas y superiores. Y como la sensibilidad en el alma es única, porque es ella misma; aunque ella no sea cuerpo, se dice corpóreo porque no trasciende el cuerpo, y porque se ejercita por medio de los sentidos del cuerpo; de donde por el número de los instrumentos (cinco sentidos) se llama quinquepartito cuando interiormente es solamente uno. Sin embargo, se diversifica a causa de los diversos ejercicios, que se llaman de muchas formas. Por ejemplo se llaman sentido, imaginación, razón, entendimiento, inteligencia. Y todo esto no es otra cosa en el alma que ella misma; las propiedades son diferentes entre sí, a causa de los diversos ejercicios, pero una es la razón esencial y una el alma; realmente las propiedades son diversas, pero una la esencia; los ejercicios son muchos, en cambio según la esencia son una cosa en el alma y lo mismo que ella misma. Y como este mundo visible está ordenado, con cierta distinción quinquepartita: a saber: la tierra, el agua, el aire, el éter o firmamento, y el mismo cielo supremo que llaman empíreo, así el alma, que peregrina en el mundo de su cuerpo, tiene cinco marchas hacia la sabiduría, a saber, el sentido, la imaginación, la razón, el entendimiento y la inteligencia. En efecto, la racionalidad se ejercita para alcanzar la sabiduría por medio de cinco progresiones, y para conseguir la caridad por medio de cuatro afectos; para que, al progresar el alma en sí misma por estas nueve progresiones, con el sentido y el afecto, como con cuatro pies cada uno, el alma que vive del espíritu, camine con el espíritu hasta los Querubines y Serafines, es decir, hasta la plenitud de la ciencia y hasta el reino de la caridad, y el alma por el ejercicio adquiera las virtudes, cuyas facultades tiene por naturaleza.

Capítulo 5. ANALOGÍA ENTRE LAS VIRTUDES DEL ALMA Y LOS COROS DE ÁNGELES

Y dejo al prudente lector que compare estas progresiones con los nombres y los órdenes de los ángeles. En verdad que le será fácil, si sabe adaptar el sentido, que es el primer mensajero del alma, a los Ángeles que se llaman mensajeros; la imaginación a los Arcángeles porque percibe más cosas que el sentido; el temor a las Virtudes; el dolor a las Potestades. Porque quien, aterrado por el miedo de los suplicios y compungido por el dolor de los pecados, desprecia el mundo y a sí mismo, hace milagros con las Virtudes, ahuyenta los demonios con las Potestades. Cierto que es más despreciarse a sí mismo, que despreciar el mundo, al que muchos han despreciado por vanidad. La razón la asignamos a los Principados, porque como ellos presiden y mandan a los espíritus sometidos, así la razón a los sentidos y a los afectos. El amor del prójimo y el gozo a las Dominaciones: porque dominan con rectitud a los que aman a todos y se alegran del progreso de todos. El entendimiento a los Tronos: que se llaman Sedes, porque en ellos descansa Dios. También debes entender que Dios habita en nuestros corazones por la fe 1, por santificación, por la paz, por el amor; porque es el Dios de la paz y del amor 2. La inteligencia, la aplicamos a los Querubines. Ya que estos espíritus están llenos de una ciencia tanto más perfecta cuanto que contemplan en lo más íntimo la divinidad de Dios. Efectivamente, la inteligencia es la energía del alma que se somete inmediatamente a Dios: en verdad conoce a Dios y las cosas que están en El. La esperanza con el deseo y con el amor de Dios la atribuimos a los Serafines, porque verdaderamente Dios es la esperanza de todos los confines de la tierra 3, cuyo rostro desea contemplar toda la tierra, y Aquel en quien los Serafines desean mirarse, es toda nuestra esperanza y nuestro deseo. El odio del mundo a las Virtudes; el odio de sí mismo a las Potestades; la razón a los Principados; el amor del prójimo a las Dominaciones; el entendimiento a los Tronos; la inteligencia a los Querubines; el amor de Dios a los Serafines. En verdad que el temor a los suplicios y el dolor por los pecados causan el desprecio del mundo y de sí mismo, para que hagan milagros con las Virtudes, y con las Potestades expulsen demonios. La esperanza de las promesas, y el gozo de los premios causan el amor del prójimo y de Dios.

Capítulo 6. DE DÓNDE LOS VESTIGIOS DE LA TRINIDAD EN EL ALMA

El alma creada a semejanza de toda la sabiduría, lleva en sí misma la semejanza de todas las cosas; por lo cual el filósofo la definió también como semejanza de todas las cosas. Realmente tiene en sí las energías para captarlo todo; y cuando investiga, se muestra semejante a todas las cosas, siendo ella una sola. Es semejante a la tierra por el sentido, al agua por la imaginación, al aire por la razón, al firmamento por el entendimiento, al cielo de los cielos por la inteligencia. Es semejante a las piedras por la esencia" a los árboles por la vida, a los animales por el sentido y la imaginación, a los hombres por la razón, a los Ángeles por el entendimiento, a Dios por la inteligencia. Y como Dios es capaz de ser poseído y participado por todos; así el alma es capaz de todas las cosas. Dios es capaz de darse y de ser participado para todos; porque por don natural suyo, a saber, por el Espíritu Santo y por el gozo del don de la gracia, participan todos por la esencia por la cual son, y según ella por la belleza idónea por la cual se diferencia de los demás, y según una y otra por el gozo conveniente con que progresan. Estas tres cosas son íntimas a todo hombre que vive, a modo de vestigios de la esencia suprema, de la imagen y del don, es decir: de la Trinidad del Padre, y del Hijo, y del Espíritu santo. La eternidad está el Padre, porque el Padre no tiene padre de quien ser. El Hijo es del Padre para que sea igualmente coeterno con El. Pues la imagen si reproduce a la perfección aquello cuya imagen es, es coigual a él. La forma está en la imagen, es decir, en la belleza, la congruencia, la igualdad, la primera y suma semejanza, la primera y suma vida, el primero y sumo entendimiento. El gozo está en el don. El don del Padre y del Hijo es el Espíritu Santo. Luego el gozo está en el don, que es amor, deleite, disfrute, alegría, felicidad, suavidad. Puesto que aquel abrazo inefable del Padre, y de su imagen no es sin perfección, sin caridad, sin gozo: así en aquella Trinidad suma está el origen supremo de todas las cosas, la hermosura perfectísima y la dilección beatísima, y para nosotros es todo el gozo de la divinidad por don suyo. Efectivamente, en cierto modo casi nos parece más íntimo el Espíritu santo, en cuanto don del Padre y del Hijo. Sin duda que por El es toda la intimidad de la gracia con el Padre y el Hijo. Porque él rige e instruye, consuela, y lleva la Iglesia a Cristo, que El entregará sin mancha ni arruga juntamente como reino 4 a Dios y al Padre 5. De este modo las cosas divinas han descendido hasta nosotros del Padre por el Hijo y el Espíritu Santo, o más bien en el Espíritu, ya que el Padre entregó a su Hijo para que redimiera a los siervos, envió el Espíritu Santo para que adoptase a los siervos como, a hijos; dio el Hijo como precio de la redención, el Espíritu Santo como privilegio de la adopción, y finalmente El se reserva en herencia para los adoptados. Nadie puede desconfiar de la piedad de Dios, porque es, mayor su misericordia que nuestra miseria; y quien quiera que acuda a El de todo corazón lo escuchará, porque El es misericordioso. En verdad que le parece a El más tarde perdonar los pecados que al mismo pecador recibir el perdón. Y así corre veloz a absolver al reo del tormento de su conciencia, como si le atormentase la compasión del miserable más que al mismo miserable su propia compasión.

Capítulo 7. EL ALMA ES CAPAZ DE TODO

El alma es capaz de todas cosas, porque por la racionalidad se encuentra capacitada para el conocimiento, y por la concupiscibilidad para la dilección. En efecto hay dos cosas en el alma, que son lo que el alma es, a saber: el sentido natural para conocerlo todo y discernir entre todo; y el afecto natural por el cual el alma ama todas las cosas por su orden y en su grado. Y tiene por naturaleza las facultades, como instrumentos para conocer y amar; pero el conocimiento de la verdad y el orden en el amor no lo tiene sino por la gracia. Puesto que la mente racional, que fue creada por Dios, como ha recibido su imagen así también el conocimiento y el amor. En efecto, los vasos que la Sabiduría creadora crea para que existan, la gracia adyuvante los llena, para que no estén vacíos, si hallare un operario esforzado.

Capítulo 8. ¿QUÉ ES EL ALMA?

El alma es substancia racional, intelectual, creada por Dios espiritual, no de la naturaleza de Dios, sino más bien su criatura de la nada, capaz de convertirse hacia el bien y hacia el mal. Y por eso en alguna manera es mortal, en cuanto que se cambia a peor, y puede alejarse de la voluntad de Dios, por cuya participación se hace buena; y en alguna manera es inmortal, porque no puede perder el sentido para que después de esta vida esté bien o mal: no el que por las obras hechas antes de la carne haya merecido que estuviese encarcelada en la carne, como algunos han creído; sino que ni por eso el alma puede estar en el hombre sin mancha de pecado, si no es liberada por Cristo. Pues el alma viene al cuerpo por voluntad de Dios, para que, si quiere obrar según sus mandatos, reciba el premio de la vida eterna y de la sociedad de los Ángeles: pero si los desprecia sufrirá penas justísimas y amarguísimas tanto de dolor continuo como de fuego eterno.

Capítulo 9. DOBLE SENTIDO DEL HOMBRE

En cuanto al nombre se llama alma porque anima el cuerpo para vivir, esto es, por vivificarlo. El espíritu es la misma alma por su naturaleza espiritual y porque respira en el cuerpo se le llama espíritu. Alma y espíritu son lo mismo en el hombre, aunque una cosa designe el espíritu y otra el alma. Pues se dice espíritu para la subsistencia, y alma para la vivificación. La esencia es la misma, distinta la propiedad. Pues uno y el mismo espíritu para sí mismo se llama espíritu, y para el cuerpo alma. Es espíritu en cuanto que la substancia racional está dotada de razón, y alma en cuanto que es la vida del cuerpo, de la que se dijo: Quien perdiere su alma por mí, la salvará 6, esto es, todo el que de buena gana despreciase por Dios esta vida que ahora por la vivificación del cuerpo temporalmente es mortal, recuperará en el futuro la misma vida del cuerpo, que no sólo la del alma, la vida eterna y la inmortalidad. Cierto que al alma humana, porque tiene ser en el cuerpo y fuera del cuerpo, se la puede llamar a la vez alma y espíritu: no que sean dos almas, la sensual y la racional, la una por la que el hombre vive y la otra por la que conoce, como algunos creen, sino que una y la misma alma vive en sí misma por el entendimiento, y da la vida al cuerpo por el sentido. En efecto, el cuerpo humano ni puede vivir ni nacer sin el alma racional; sin embargo vegeta, y se mueve y crece y recibe la forma humana en el útero, antes de que reciba el alma racional. Así como vemos que los brotes y las hierbas sin el alma se mueven y crecen. Aún más, la vida del alma es doble: una por la que vive en la carne, y otra por la que vive en Dios. También hay dos sentidos en el hombre: uno interior, y otro exterior, y uno y otro tienen su bien en el que se sostiene. El sentido interior se rehace en la contemplación de la divinidad, el sentido exterior en la contemplación de la humanidad. Y para eso Dios se hizo hombre para hacer feliz en sí a todo el hombre, y para que toda la conversión del hombre fuese hacia El, y toda la dilección del hombre estuviese en sí mismo, cuando desde el sentido de la carne fuese visto por medio de la carne, y desde el sentido de la mente fuese visto por medio de la contemplación. Pues esto era el bien total del hombre, que ya entrara ya saliese, encontrase pastos en su Creador 7; pastos por fuera en la carne del Salvador, pastos por dentro en la divinidad del Creador. Este gran bien ha seguido a un mal; porque perdido el bien que estaba dentro, el alma salió hacia los bienes extraños, que estaban afuera, y pactó con los deleites del siglo, descansando en ellos, sin atender a la ausencia de su bien interior, porque de ella sentía sus consolaciones en los bienes ajenos. Puesto que cuando el sentido exterior carnal usa de su bien, el sentido interior de la mente como que se adormece. Pues no conoce los bienes del sentido interior el que es atrapado por el encanto de los bienes exteriores. En verdad que el que vive en la carne, siente en la carne, y evita los dolores de la carne en cuanto puede, pero ignora por completo las heridas del alma sin buscar para ellas la medicina, y cuando haya muerto el sentido del alma, por el que vive en la carne, entonces comenzará a ser vivificado aquel sentido por el que se siente a sí mismo, y entonces conocerá sus dolores y comenzará a sentir sus heridas tanto más gravemente cuanto más cerca, pues más daña el mal que está más cerca y aprovecha más el bien que es más íntimo.

Capítulo 10. EL ESPÍRITU

Se dice espíritu de muchos modos. En efecto, Dios se dice Espíritu, y este aire y un hálito o soplo de aire que es recibido por el corazón y desde allí enviado por todo el cuerpo sostiene la vida de los mortales con el aliento necesario. Sin embargo, este espíritu no puede decirse con razón alma, porque se disuelve con la variedad del aire. Se dice espíritu el alma tanto del hombre como del animal. Se dice espíritu el alma racional, porque es una luz como el ojo del alma al que pertenece la imagen y el conocimiento de Dios. Ojo del alma es la mente pura de toda mancha del cuerpo, la razón es la mirada de la mente, la visión del entendimiento. Estas tres cosas son necesarias a toda alma: que tenga ojos sanos, que mire, que vea. Tiene ojos sanos, cuando está purgada y apartada de la concupiscencia de las cosas mortales. Mira, cuando fija los ojos de la contemplación en la luz de Dios. Ve, cuando en la contemplación observa cuántos son los gozos, cuánta la alegría, cuánta la seguridad, cuánta la serenidad y cuánta la amenidad. La sanidad la hace segura, la mirada la hace recta, la visión feliz. En efecto, cuando el alma estuviere fuera libre de toda escoria y limpia de manchas, entonces por fin se posee a sí en sí misma con grandísimo contento y nada la atemoriza ni la angustia cosa alguna por culpa suya; y entonces con cierta confianza maravillosa e increíble corre hacia Dios, es decir, a la misma contemplación de la verdad, ya que la misma visión de Dios, que es el fin de la mirada, sigue a la mirada recta. De este modo el alma primero es sanada, sanada es introducida, introducida es restaurada. El espíritu es también cierta energía del alma, inferior a la mente, donde se dan a entender las semejanzas de las cosas corporales. Este espíritu no es cuerpo, sino semejante al cuerpo. Porque las cosas que ve el espíritu no son corporales, sino semejantes a las corporales. Ya que el rostro del hombre no es conocido por fuera y en nuestra memoria tiene su imagen, sin duda incorpórea, pero semejante al cuerpo. También la belleza admirable de este mundo está presente en nosotros por fuera, y en nuestra memoria tiene su imagen sin duda incorpórea, pero semejante al cuerpo, a la cual recurrimos cuando la pensamos con los ojos cerrados. Porque lo que para el sentido del cuerpo es cualquier cuerpo local, eso es para la agudeza del alma la semejanza del cuerpo en la memoria; y lo que es la intención de la voluntad para el cuerpo visto, y para unir la visión, eso es la misma intención de la voluntad para unir la imagen del cuerpo que está en la memoria, y en la visión del que piensa. Ese espíritu se dice hecho a imagen y semejanza de Dios, en el cual está el conocimiento de la verdad y el amor de la virtud. La imagen sin duda está en el conocimiento y la semejanza en el amor. La imagen por ser racional; y la semejanza por ser espiritual. Por cierto, se adhiere a la verdad sin ninguna sustancia interpuesta. La luz de nuestra razón por la cual razonamos, entendemos y sabemos, la llamamos espíritu, y a este espíritu el Apóstol lo llama mente, cuando dice: renovaos con el espíritu de vuestra mente 8, es decir, con la mente, porque el espíritu de la mente no es otra cosa que la mente: como el cuerpo de la carne, no es otra cosa que la carne.

Capítulo 11. DE DÓNDE EL NOMBRE. SE DIFERENCIAN EL SENTIDO Y LA IMAGINACIÓN. GRANDEZA DEL ALMA. LA SABIDURÍA. LA PRUDENCIA

En cuanto a la mente viene de méne. Y méne del griego se dice en latín luna. Y como la luna crece y decrece, y cambia con la diversa sucesión, y, sin embargo, se restituye hacia aquello que fue con cierta novedad perfecta; así la mente ahora levanta la cabeza a las alturas, ahora cae a lo más ínfimo, ahora refiriéndose a sí, rearguye las cosas falsas con las verdaderas; ahora se inclina a regir las cosas corporales, ahora comienza a aficionar, a examinar y a considerar las razones eternas. Puesto que la razón es la mirada de la mente, con la cual discierne el bien y el mal, elige las virtudes, y ama a Dios. La mente es capaz de todas las cosas, y distinguida por la semejanza de todas las cosas, se dice que es todas las cosas por cierta potencia natural y por dignidad natural. Por esta razón comprende las causas invisibles de las cosas por medio de la inteligencia, y capta las formas visibles de las cosas actuales por medio de las pasiones de los sentidos. Y bien salga por los sentidos hacia las cosas sensibles, bien por la inteligencia ascienda a las cosas invisibles, atrae las semejanzas de las cosas hacia sí misma, conoce las cosas presentes, indaga las cosas ausentes, escudriña lo desconocido, y se centra en las cosas halladas. La luz de la razón y del entendimiento con la que razonamos, entendemos y sabemos, la llamamos mente, que fue creada a imagen de Dios de tal manera que ninguna naturaleza interpuesta es formada por la misma verdad. Pues la mente por eso se dice que sobresale en el alma; puesto que la energía del alma, de la cual procede la inteligencia, es más excelente. Efectivamente, por la inteligencia entiende la misma verdad y ama por la sabiduría. Porque la sabiduría es el amor del bien o el sabor del bien, y así se llama sabiduría, de sabor. La visión de la mente es la inteligencia, el gusto es la sabiduría, aquélla contempla, ésta deleita. Cuando queremos ascender de las cosas inferiores a las superiores, primero nos adelanta el sentido, a continuación imaginación, después la razón, el entendimiento y la inteligencia, en la cumbre de todo está la sabiduría. Porque la suma sabiduría es el mismo Dios. La sabiduría del hombre es la piedad, esto es, el culto de Dios. El sentido es esa energía del alma, que percibe las formas corpóreas presentes de las cosas corpóreas. La imaginación es la energía del alma, que percibe las formas corpóreas de las cosas corporales, pero ausentes. Así pues, el sentido percibe las formas en la materia, la imaginación, fuera de la materia: y esa energía que formada exteriormente se llama el sentido, esa misma llevada hacia la intimidad se llama imaginación. Porque la imaginación nace del sentido, y según sus diversidades, es también la variación de sí misma. El alma ve muchas cosas con los ojos carnales, y también concibe muchas otras con la imaginación fantástica; y como se derrama recorriendo por grandes espacios por todas partes, se mueve, se levanta y parece fluctuar sin salirse de sí, pero divagando en sí misma; y no sale hacia esas cosas sino que por sus pasos se las representa a sí misma. En realidad tiene en sí como cierta anchura, largura y altura. Realmente por la caridad abraza a Dios y a todos los fieles para El; por la meditación medita en el universo entero que desde el principio hasta el final ha obrado por nuestra salvación; por la contemplación contempla las cosas celestiales que hay arriba. La razón es una energía del alma que percibe la naturaleza de las cosas corpóreas, las formas, las diferencias, las cosas propias y los accidentes: todas las cosas incorpóreas, pero no fuera de los cuerpos solamente, a no ser las que subsisten por la razón. Pues abstrae de los cuerpos las cosas que se fundan en los cuerpos, no por la acción, sino por la consideración. Porque la naturaleza del mismo cuerpo según la cual todo cuerpo es cuerpo no es por cierto un cuerpo. El entendimiento es esa energía del alma que percibe las cosas invisibles, como los ángeles, los demonios, las almas y todo espíritu creado. La inteligencia es esa energía del alma, que inmediatamente se somete a Dios: puesto que mira al mismo como Verdad suma y verdaderamente inmutable. Por tanto el alma percibe los cuerpos por el sentido, las semejanzas de los cuerpos por la imaginación, las naturalezas de los cuerpos por la razón, al espíritu creado por el entendimiento, al espíritu increado por la inteligencia. Y cuanto el sentido percibe, lo representa la imaginación, lo forma el pensamiento, lo investiga el ingenio, lo juzga la razón, lo guarda la memoria, el entendimiento lo separa, la inteligencia lo comprende, y lo acerca a la meditación, ya la contemplación. El ingenio es esa energía del alma, o intención, por la que el alma se extiende y ejercita en el conocimiento de las cosas desconocidas. Puesto que el ingenio escudriña lo incógnito, la razón discierne las cosas encontradas, la memoria guarda las cosas juzgadas, y ofrece lo que todavía ha de ser juzgado. De este modo se realiza el ascenso desde las cosas inferiores a las más elevadas. Puesto que el entendimiento es imagen y semejanza de la inteligencia, la razón lo es del entendimiento, lo fantástico de la razón lo es del espíritu, al que aun hasta el supremo cuerpo del cuerpo, esto es, el fuego, se une por cierta semejanza, y al fuego el aire, y al aire el agua, y al agua la tierra. El sentido da forma a la imaginación, la imaginación a la razón, y la razón hace la ciencia y prudencia. La prudencia divina, acudiendo de nuevo a la razón, la informa y la hace inteligencia y sabiduría. Así hay en la razón algo que se orienta a lo superior y celestial, y esto se llama sabiduría; como también hay algo que mira a lo transitorio y a lo caduco, y eso se llama prudencia. Estas dos son procedentes de la razón y se fundan en la razón. También la razón se divide en dos, a saber, hacia arriba y hacia abajo: por arriba hacia la sabiduría; por abajo hacia la prudencia; algo así como en varón y mujer; en cuanto a que varón sea superior y rija; y mujer sea inferior y regida. Porque está dicho: Es mejor la rudeza del varón que la mujer indulgente 9. Puesto que es mejor el que, encendido por el deseo celestial, aflige a la carne negándole hasta cosas necesarias, que quien, disipado por el afecto carnal, lucha para satisfacerlo por medio de todo lo que es comodidad.

Capítulo 12. EL SENTIDO Y SUS OBRAS

El sentido se apoya en lo exterior, porque el ojo de la carne, aunque por la naturaleza tiene la facultad de ver, con todo nunca consigue por sí la visión, ni el oído la audición, sino por beneficio de la luz exterior, y del sonido. La imaginación se apoya en lo exterior, porque se abastece de los sensibles. La razón se apoya en lo interior, porque, aunque el espíritu racional por don del Creador es hábil para conocer la verdad y amar el bien, sin embargo, si no fuera inundado por el rayo de la luz interior y encendido por su calor, jamás consigue el conocimiento de la sabiduría y el afecto de la caridad. El entendimiento y la inteligencia se apoyan en lo superior, porque Dios es fuego y luz 10. La luz, pues, emitiendo de sí el resplandor, que retiene en sí, ilumina la inteligencia para conocer la verdad; y el fuego, emitiendo de sí calor, pero sin perderlo, inflama el afecto para amar la virtud. Y así como el ojo no ve el sol sino por la luz del sol, así la inteligencia no podría ver la luz verdadera y divina, sino en la luz de ella misma. El profeta dice: Señor, en tu luz veremos la luz 11. Pues cuando esto mortal se vista de inmortalidad, y esto corruptible se vista de incorruptibilidad 12, entonces espiritualizados en la mente igualmente que en el cuerpo, según nuestra capacidad, sabremos todo por la iluminación de la mente, y podremos estar en todas partes por la ligereza del cuerpo incorruptible. Volaremos con la mente por la contemplación, volaremos, también con el cuerpo, por la incorrupción. Comprenderemos con la mente, y también con el cuerpo, cuando nuestros sentidos corporales se vuelvan hacia la razón, la razón al entendimiento, el entendimiento a la inteligencia, y la inteligencia sea transformada en Dios.

El sentido percibe las cosas visibles, en la imaginación se contienen las imágenes y las semejanzas de las cosas visibles. A la razón pertenecen las razones y definiciones de las cosas visibles y las investigaciones de las invisibles; al entendimiento y a la inteligencia se refieren las comprensiones y las contemplaciones de las cosas espirituales y divinas. En cambio el sentido y la imaginación no ascienden hasta la razón, sino que, permaneciendo por debajo, pueden alcanzarla de alguna forma; y como de lejos mostrar algunas cosas, a las que no pueden llegar. Guardando la debida proporción, la razón puede ayudar al entendimiento y a la inteligencia, pero no puede ascender al estado de ellos, porque tiene sus metas y propios fines que no puede trascender. Tenemos un sentido y una imaginación común con los demás animales: puesto que ven las cosas visibles, y recuerdan las cosas vistas. En algunos sentidos también nos superan: porque fue justo que a los brutos animales, a los que nada se les había de dar en el entendimiento, se les diera algo más en el sentido. Y por el contrario, tanta mayor necesidad de ejercitar la razón se le impone al hombre, cuanto sufre un mayor defecto de la sensualidad. Pero la razón comienza de allí, donde hay algo, que no nos es común con los animales. Luego hay algunas cosas por debajo de la razón, algunas según la razón, y algunas sobre la razón. Por debajo de la razón están las cosas que percibimos con el sentido, como las cosas duras y blandas, cálidas y frías, blancas y negras, dulces y amargas. Según la razón están también las cosas accesibles a la razón, y que percibimos con la razón, como cosas cómodas e incómodas, verdaderas y falsas, justas e injustas. Puesto que la razón es un movimiento del alma, que agudiza la vista de la mente y que distingue las cosas verdaderas de las falsas. Sobre la razón están las cosas que ni el sentido enseña, ni la razón persuade, sino que o bien son comprendidas por divina revelación, o bien son creídas por la autoridad de las divinas Escrituras, como que Dios es Trino en una sola substancia y substancialmente es uno en tres personas. Ya que Dios lo es todo, de modo que ninguna cosa singular es nada; y por eso no subyace a los movimientos de la razón, porque no hay razón sino sobre alguna cosa.

Capítulo 13. LA DEFINICIÓN DEL ALMA. LAS ACCIONES.
LA SIMPLICIDAD. LAS POTENCIAS. LAS ENERGÍAS

El alma es espíritu intelectual, racional, siempre viviente, siempre en movimiento, capaz de una voluntad buena y mala; según la benignidad del Creador, y según el oficio de su obrar, es nombrada con nombres diversos. Efectivamente se llama alma, en cuanto vegeta; espíritu, en cuanto contempla; sentido, en cuanto siente; principio vital, en cuanto vivifica; mente, en cuanto entiende; razón, en cuanto discierne; memoria, en cuanto recuerda; voluntad, en cuanto consiente. Todos esos aspectos no se diferencian en la substancia, como se diferencian en los nombres; porque todo esto es un alma sola: cierto que las propiedades son diversas, pero la esencia es una. Sin embargo, entre el espíritu y el alma puede haber diferencia, porque toda alma es espíritu, pero no todo espíritu es alma. Las acciones del alma son dobles. Porque con un criterio se dirige hacia Dios, y con otro se inclina hacia la carne. Y se inclina así: siendo sutil e invisible, no puede ser vista, pero se extiende y manifiesta por sus potencias. Por medio de la concupiscibilidad apetece, por la irascibilidad desprecia, por la racionalidad discierne entre una y otra cosa. Toda la esencia del alma consiste en esas potencias suyas, ni se divide en partes, siendo simple e individual; y si alguna vez se dice que tiene partes, se ha de entender más bien por razón de la semejanza que por la verdad de la composición. El alma es una substancia simple, ni otra cosa ni menos es la razón en la substancia que el alma; ni otra cosa ni menos es la irascibilidad y la concupiscibilidad que el alma; siempre una y la misma substancia, que, según las diversas potencias, obtiene vocablos diversos. Tiene estas potencias antes de que se una al cuerpo. Porque le son naturales, y no son otra cosa que ella misma. Cierto que toda la substancia del alma plena y perfecta consiste en estas tres potencias, esto es, en la racionalidad, en la concupiscibilidad y en la irascibilidad, como con cierta trinidad; y esta trinidad interna está en cierta unicidad del alma, y es la misma alma. Dios es todas sus cosas, y el alma algunas suyas. Puesto que tiene las cosas naturales y el alma misma es todas. Sus potencias y energías son lo mismo que ella. Tiene accidentes, y ella no lo es. Ella es sus energías, sus virtudes, pero no son ella. Porque ella no es su prudencia, su templanza, su fortaleza, su justicia. Las potencias del alma son la racionalidad, la concupiscibilidad, la irascibilidad. Las energías son el sentido, la imaginación, la razón, la memoria, el entendimiento, la inteligencia. Con todo, las potencias pueden llamarse energías y las energías potencias.

Capítulo 14. LA AMISTAD DEL ALMA Y DEL CUERPO. TRES CONJUNCIONES ADMIRABLES. CUAL ES EL BIEN DEL CUERPO, CUAL EL BIEN DEL ALMA

El alma se une al cuerpo con algunos afectos y alguna amistad, según la cual nadie tiene odio a su propia carne. Asociada al cuerpo, aunque apesgada por su compañía, sin embargo, lo ama por su condición inefable; ama su cárcel, y por eso no puede ser libre. La afectan vehementemente sus dolores. Teme la muerte, ella que no puede morir. Teme la desaparición, ella que no puede desaparecer. Se alimenta con la mirada de los ojos, se deleita con las noticias sonoras, se goza con los olores suavísimos, se refocila con los festines suculentos. Y, aunque ella misma en modo alguno use de esas cosas, sin embargo, se aflige con tristeza grave cuando le son substraídas. De aquí que muchas veces se agazapen también los vicios contrarios a la razón, cuando el alma, cediendo al querido cuerpo más de lo justo, se reconoce haber dado lugar al pecado. Por medio de los sentidos el alma llega a mover y vivificar el cuerpo. En efecto, son nueve las puertas en el cuerpo humano por las que según la natural disposición influye y efluye todo, mediante lo cual el cuerpo mismo es vegetado y es regido. Hay también algunas cosas semejantes a los dos, a saber, lo supremo del cuerpo y lo más ínfimo del espíritu, en lo cual sin confusión de naturalezas pueden fácilmente unirse con unión personal. Pues las cosas semejantes se gozan con las cosas semejantes. Así el alma, que verdaderamente es espíritu, y la carne que verdaderamente es cuerpo, se unen convenientemente en sus extremos, esto es, en lo fantástico del alma, que no es cuerpo sino semejante al cuerpo, y por la sensualidad de la carne, que apenas es corpóreo, porque no puede hacerse sin el alma. En efecto, como lo supremo del alma, es decir, la inteligencia y la mente, lleva encima la imagen, y, la semejanza de su superior, es decir, de Dios, de quien también pudo ser administradora suya, y que, cuando El quiso, fue tomada para la unión personal sin mutación alguna de la naturaleza; de este modo lo superior de la carne, esto es, la sensibilidad del alma, que porta la semejanza para la unión personal, puede recibir su esencia. Nada de esto es de extrañar, cuando hasta en el sentido y en la memoria del animal hay una imitación de la racionalidad, y en el apetito de la voluntad, también de la reprobación en todo lo que rehúye. En efecto, el espíritu corpóreo, que por cierto es verdadero cuerpo y con el sentido corporal discierne entre muchas cosas, y elige por la fuerza de la concupiscibilidad y reprueba por la naturaleza de la irascibilidad. Puesto que la vida corpórea tiene algunos grados de crecimiento por los cuales progresa hasta la imagen de la vida suma. Porque el primer grado de la vida corpórea es la sensibilización. El segundo, la imaginación que entra por medio del sentido. El tercero, la memoria de los conceptos por medio de la imaginación. El cuarto, según las pasiones de los sentidos, cierta providencia sin la discreción de la inteligencia, en la cual, por cierto, hay como una imagen de la razón, sin que sea razón alguna. En todos estos grados la vida corporal imita la vida espiritual. En primer lugar, porque siente; en segundo lugar, porque concibe el sentido; en tercer lugar, porque retiene lo concebido; en cuarto lugar, porque, tanto en las imaginaciones, como en los sentidos, según cierto parecido de la razón, se inclina bien a apetecer, bien a huir. En cambio, son muy convenientes los medios de la carne y del alma: la sensualidad de la carne, que sobre todo es fuego; y lo fantástico del espíritu que se dice vigor ígneo. Por eso, hablando de las almas, ha dicho alguien: «hierven las ollas por el fuego y su origen es celeste».

Sociedad admirable entre la carne y el alma, entre el espíritu de la vida y el limo de la tierra. Porque así está escrito: Dios creó al hombre del limo de la tierra; y le inspiró en su rostro un soplo de vida 13: dándole el sentido y el entendimiento, para vivificar por el sentido el lodo unido a Él, para regirlo por el entendimiento; y para que, por medio del entendimiento, entrase en su interior, para contemplar la sabiduría de Dios; y por medio del sentido, saliese afuera, para contemplar las obras de la Sabiduría; con el entendimiento lo iluminó por dentro; y con el sentido lo adornó por fuera para que encontrase en ambos la refección apropiada, por dentro para su felicidad, por fuera para su placer. Y, como los bienes exteriores no son duraderos, ordenó al hombre que por las cosas exteriores vaya a las interiores; y desde las interiores ascienda a las superiores. Por cierto, la condición humana es de tal dignidad que ningún bien puede bastarle fuera del Sumo Bien. Fue un grandísimo milagro el que cosas tan diversas y tan separadas entre sí pudieran ser unidas de consuno. Y no fue menos maravilloso el que Dios uniese a sí mismo a nuestro limo, para unir en El a Dios y al limo, tanta sublimidad y tanta vileza a la vez. En efecto, nada hay más sublime que Dios y nada más vil que el barro. La primera unión fue admirable, admirable también la segunda, y no menos admirable será la tercera, cuando el hombre, el ángel y Dios sean un solo espíritu. En efecto, el hombre es bueno, con el mismo bien con que es bueno el ángel; y por el mismo bien uno y otro es feliz, si ambos desean lo mismo con la misma voluntad y el mismo espíritu. Porque, si Dios pudo unir naturaleza tan dispar como la de la carne y la del alma en una sola confederación y amistad, nunca le ha de ser imposible exaltar el espíritu racional, que ahora ha sido humillado con el consorcio del cuerpo terreno hasta que, glorificado este mismo cuerpo, le sirva de gloria lo que aquí ha sido su carga; hasta el mismo consorcio con los espíritus bienaventurados, que han perseverado en su pureza hasta el consorcio del cuerpo terreno con el mismo cuerpo glorificado, de tal modo que le sirva de gloria lo que a la fe fue carga, y sublimarlo hasta la participación de su gloria. Por cierto, el Altísimo lo creó para esto por solo su amor, sin necesidad alguna, para hacerle partícipe de su felicidad. Si pues tanto gozo y tanta alegría hay en esta vida temporal, que consta de la presencia del espíritu en el cuerpo corruptible, ¿cuánta será la alegría y cuánto el gozo en la vida eterna, que constará de la presencia de la Deidad en el espíritu racional? Pero que el cuerpo se someta al alma, el alma a Dios; y será con Él un solo espíritu; con tal que permanezca en la humildad, y reconozca la gracia de su Creador, por la cual ha de ser exaltado y glorificado.

El hombre consta de la carne y del alma, y una y otra tienen su propio bien, en el cual se goza y exulta. El bien del alma es Dios, con la afluencia de su dulzura. El bien de la carne es el mundo con la falacia de su placer. Pero este mundo es exterior, en tanto que Dios es interior. Pues nada hay más interior que Él, y nada más presente que Él. Él es más interior que todas las cosas, porque en Él están todas las cosas; y es también más exterior que todo, porque Él está sobre todas las cosas. Luego debemos pasar de este mundo, volviéndonos a Dios, y como ascendiendo desde lo profundo hasta arriba por nosotros mismos. Porque el ascender hacia Dios es ya entrar en sí mismos; y no sólo entrar en sí, sino por cierto modo inefable desde las cosas Íntimas trascender a sí mismos. Porque, quien entrando en sí mismo y penetrando intrínsecamente se trasciende a sí mismo, ése asciende de veras a Dios. En consecuencia recojamos nuestro corazón de las distracciones de este mundo, y lo volvamos a los gozos interiores. Y si no podemos controlar siempre nuestro corazón, al menos lo apartemos de los pensamientos ilícitos y vanos, para que podamos fijarlo de vez en cuando en la luz de la contemplación divina. Pues éste es el descanso de nuestro corazón, cuando está fijo en el amor de Dios por el deseo. Esa es la vida de nuestro corazón, cuando contempla a su Dios, y ella misma es alimentada suavemente en su contemplación. Y siempre le es dulce considerar lo que siempre le es suave para amar y alabar. En efecto, nada parece tan excelente para la vida feliz, como, cuando, cerrados los sentidos carnales, fuera de la carne y fuera del mundo, se convierte en un efecto especial dentro de sí mismo, lejos de las concupiscencias de los mortales, para hablar consigo y con Dios.

Capítulo 15. DE QUÉ MANERA EL ALMA GOBIERNA AL CUERPO. LA COMPOSICIÓN DEL CUERPO. QUÉ SE SIGUE DE SU CONTROL: EQUILIBRIO O CONFUSIÓN

Siendo el alma incorpórea, por su naturaleza más sutil que la de su cuerpo, esto es, por medio del fuego y del aire, que también en este mundo son cuerpos excelentes y por eso mucho más semejantes al espíritu, administra el cuerpo. Y estos elementos superiores reciben aquí los movimientos del alma vivificante, porque están más próximos a la naturaleza incorpórea que el humor y la tierra, para que toda la materia sea administrada por el ministerio próximo de ellos. Ningún sentido hay sin estos dos elementos, bien en el cuerpo, o si se prefiere en el movimiento espontáneo del cuerpo por el alma. En efecto, el fuego y el aire, que son ligeros, mueven el agua y la tierra que son pesados. Por lo tanto, vemos que los cuerpos son movidos también después del alejamiento del alma; porque el fuego y el aire, estos dos son retenidos por medio de la presencia del alma en el cuerpo terreno y húmedo, para que se realice el equilibrio de todos los cuatro elementos, después de la salida de la misma alma, hasta que escapan a lo alto, y se liberan.

En cuanto a la composición del cuerpo está hecho así. El cuerpo consta de miembros serviciales, los miembros serviciales de miembros semejantes, los miembros semejantes constan de humores, los humores proceden de los alimentos, los alimentos de los elementos; pero nada de éstos es el alma, aunque actúa en ellos como en órganos, y por medio de ellos atiende al cuerpo y a esa vida por la cual el hombre fue creado alma viviente. Todo esto, cuando está bien moderado y ordenado, ayuda a la vivificación, que el alma nunca abandona. En cambio si todo eso fuere destemplado y confuso, el alma, bien a pesar suyo, se va, llevándose consigo todo, a saber: el sentido, la imaginación, la razón, el entendimiento, la inteligencia, la concupiscibilidad, y la irascibilidad; y por estas cosas, según los méritos, queda dispuesta para el gozo o el dolor. En cuanto al cuerpo, que era primero Íntegro como un órgano bien templado y dispuesto para contener en sí la melodía musical, y hacerla resonar al tacto, hasta entonces fraccionada e inútil, se extiende ya de frente a frente. Y el alma, recurriendo con las partes de los elementos a sus regiones, sin tener donde ejercitar sus capacidades, descansa por fin de esos movimientos, con los que movía al cuerpo por los lugares y el tiempo; y ella misma es movida en el tiempo y el espacio, porque, aunque haya perecido el órgano, pero no ha perecido la melodía, ni tampoco lo que movía el órgano. El alma, puesta entre Dios y el cuerpo, se mueve temporalmente, bien rememorando lo que había olvidado, bien aprendiendo lo que ignoraba, bien queriendo lo que no quería; pero no se mueve localmente, porque no se estira por espacios de lugar alguno. En cuanto a Dios no necesita del cuerpo para ser; ni de lugar para ubicarse; ni del tiempo para temporizar, ni de una causa para existir; ni de forma alguna para ser algo; ni de género alguno de sujeto en que subsistir, o a quien asista.

Capítulo 16. EXCELENCIA DEL ALMA ADORNADA DE LA CARIDAD

El alma tiene una naturaleza propia más excelente que todos esos elementos de la mole mundana, la cual no podría pensarse verdaderamente con la fantasía, de las imágenes corporales que percibimos por los sentidos de la carne; pero sí puede ser entendida con la mente, y sentida con la vida. Puede ser entendida, no puede ser sentida. En efecto, no sólo hay cuerpo, Dios, vida sin sentido como en los árboles; y vida sin mente racional, como en los animales; sino también vida y vida perpetua. Ahora ciertamente menor que la de los ángeles, y la futura como la de los ángeles, si viviere según el precepto de su Creador.

Pues es precepto suyo que permanezcamos en su amor, dice: Permaneced en mi amor 14. Verdaderamente que por el amor unió a sí a la criatura racional para que le tuviese siempre, y permaneciese en él, deleitándose, gozándose y exultando por él y en él. Por el amor la criatura racional ha, sido unida a su Creador, y consigo recíprocamente. Porque sólo el vínculo del amor es el que une a ambos en El mismo. Por el amor de Dios todos nos unimos a Él; por el amor del prójimo todos somos uno mutuamente; para que el bien común de todos sea de cada uno, y lo que cada uno no tiene en sí, lo posea en el otro. La caridad es el camino de Dios hacia los hombres, y el camino de los hombres hacia Dios. Porque por la caridad Dios vino a los hombres, vino para los hombres, se hizo hombre. Por la caridad los hombres aman ~ Dios, eligen a Dios, corren hacia Dios, llegan a Dios. Y de tal manera la caridad es familiar a Dios, que hasta El mismo no quiere tener su morada donde no hubiera caridad. Luego si tenemos caridad, tenemos a Dios, porque Dios es caridad 15.

Capítulo 17. ESTÍMULO AL AMOR DE DIOS

Miserable de mí, ¡cuánto debería amar a mi Dios, que me hizo cuando no era, y me redimió cuando había perecido! Yo no era, y me creó de la nada: no piedra, árbol, pájaro o alguno de los demás animales, sino que quiso que yo fuese un hombre: me dio el vivir, el sentir, el discernir. Yo había perecido y descendió a un mortal, tomó la mortalidad, soportó la pasión, venció a la muerte; y así me restauró. Yo había perecido, y me había alejado; porque fui vendido por mis pecados.

El vino en pos de mí para redimirme; y tanto me amó que pesó el precio de su sangre en favor mío, y con tal pacto me hizo regresar del destierro, y me redimió del servicio; todavía me llamó por su nombre para que su memorial estuviese siempre junto a mí. Me ungió con el óleo de la alegría con el que él estaba ungido, para que fuese ungido por un ungido, y fuese llamado cristiano por Cristo. De este modo su gracia y su misericordia me han prevenido siempre. En verdad mi libertador me ha librado muchas veces de muchos peligros: cuando andaba errante, me recogió de nuevo, cuando era un ignorante me enseñó, cuando pecaba, me corrigió; cuando estaba triste, me consoló, cuando desesperaba, me confortó, cuando caí, me levantó; cuando me levanté, me sostuvo; cuando me alejé, me condujo, cuando vine, me recibió. Todo esto y mucho más me hizo mi Dios, de lo cual me es dulce hablar siempre, pensar siempre, dar gracias siempre, para que pueda siempre alabarle y amarle por todos sus beneficios. Pues como está presidiendo a todos, llenando a cada uno, presente en todas partes, cuidando y providente con cada uno como con todos, de tal modo que lo veo todo ocupado en mi custodia, como si yo estuviese solo, como si olvidado de todo quisiera estar pendiente sólo de mí. Porque siempre está presente, siempre preparado, si me encuentra a mí preparado. A donde quiera que me vuelva, Él no me abandonará, a no ser que yo le abandone a Él primero. En cualquier parte que lo estuviese, Él no se aleja, porque está en todas partes, de modo que por doquier que yo vaya, le encuentre a Él, con quien yo pueda estar. A la vez Él está cerca de todo cuanto hiciere, en cuanto inspector perpetuo de los pensamientos, intenciones, y acciones mías. Al considerar con diligencia todo esto, me lleno de temor a la vez que de gran rubor, porque veo que El está presente en mí siempre, y que ve todas mis intimidades, hasta lo que se me oculta. Ciertamente hay muchas cosas en mí, de las que me avergüenzo ante sus ojos, y por las que temo desagradarle mucho. Y tampoco tengo con qué compensarle por todo eso, a no ser que le ame otro tanto. Porque lo que ha sido dado por amor, nada mejor y más digno que pueda ser compensado que por medio del amor. Veo que he dicho esto sin verdad, pero quizá no sin utilidad para mí, y para quienes conmigo sienten lo que yo siento.

Capítulo 18. EL ALMA VIDA DEL CUERPO. CÓMO EL ALMA ES INMORTAL Y MORTAL, INCORPÓREA Y CORPÓREA.
CÓMO EL ALMA ESTÁ EN EL CUERPO

El alma vivifica el cuerpo con su presencia, y está unida a él de tal manera que aunque quiera ni puede separarse de él ni retenerse en él, cuando oyere el mandato de su Creador. Puesto que la vida del cuerpo se sostiene en la vida del alma, y la muerte del alma proviene de la muerte del cuerpo. Pues así como el alma con su vida hace a la carne viviente, y al animarla la irriga de la fuente de su naturaleza, así la carne por la corruptela de su materia mata al alma, cuando se enreda con deseos ilícitos. Y, aunque una naturaleza sea vencida, que venza la otra naturaleza, y así las dos pasan a la naturaleza vencedora, esto es: o que el alma con sus virtudes vuelva a la carne espiritual, o que la carne vencedora haga al alma carnal. Con todo, el alma no puede tener nada de la muerte, a no ser que le sea contagiado por medio de los vicios; ni la carne puede retener algo de la vida, a no ser que fuera informada por el alma; como tampoco la primera puede pasar a la naturaleza de la segunda, a no ser que aquélla fuese contagiada por los vicios o ésta estuviese ayuna de virtudes. El alma se caracteriza por la razón con la cual se aplica las artes magníficas, y se instruye con disciplinas eximias para que conozca las cosas divinas y administre las cosas humanas; de este modo supera con dignidad a los demás animales, por cuanto es substancia racional. Propiamente esto es el alma, a saber, substancia racional, que es decir espíritu racional. El alma es inmortal, de modo que no parezca que discrepa de la semejanza de su Creador. Porque no podría ser imagen y semejanza de Dios, si todo terminara con la muerte. Así pues, es inmortal según cierta manera de vida que en modo alguno puede perder. Pero también es mortal según cierta mutabilidad, por la cual puede hacerse mejor o peor. Y como es mortal, cuando pierde la vida feliz, aunque no pueda perder el vivir miserablemente, en este sentido es corpórea con respecto a Dios incorpóreo. Porque nada invisible e incorpóreo por naturaleza hay que creer fuera de solo Dios, esto es, el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo. El cual por eso se dice incorpóreo e invisible, porque es infinito e incircunscripto, simple y de todos modos auto suficiente, que se contiene en sí mismo, y siempre. Estando en todas partes se reconoce que en sí mismo es invisible e incorpóreo. En cambio toda criatura racional es corpórea, los ángeles y todas las virtudes son corpóreas, aunque no subsistan con la carne. En efecto, por eso decimos que las naturalezas intelectuales son corpóreas, por estar circunscritas localmente; así como también el alma humana que está encerrada en la carne, por lo cual puede decirse, tanto que está en un lugar, como que es local: en un lugar, porque está presente aquí o en un lugar; local, porque está presente en algún lugar del todo, y no lo está en otro. Sin embargo no tiene dimensión corporal, ni circunscripción corporal; porque carece de cantidad corporal. Porque está encerrada en un lugar por la presencia y por la operación, se dice también que ella misma es local: con todo, no lo es como el cuerpo, al cual se le asigna según el lugar un principio, un medio y un fin. Pero en relación a la naturaleza incorpórea, que es sumamente inmutable con los sitios, el alma es corpórea: porque ella no es algo semejante; que ni está fija ni se mueve por espacios locales, de manera que ocupe lugar mayor con la parte mayor de sí, y más pequeño con la parte más pequeña, y menor con una parte de sí que con el todo. En realidad está toda a la vez por todas las partículas del cuerpo, ni menor en las menores, ni mayor en las mayores. Sin embargo, en algunas partes con mayor intensidad, y en otras más suavemente, y en todas y en cada una está del todo. Pues como Dios está en todas partes, todo en todo el mundo y en todas sus criaturas, así el alma está en todas partes del todo en todo su cuerpo, como en cierto mundo suyo; aunque con mayor intensidad en el corazón y en el cerebro, a la manera como se dice que Dios está principalmente en el cielo.

Capítulo 19. ELLA TODA HACE LO QUE HACE

El alma es invisible e incorpórea; pues, si fuese visible, sería corpórea, y si fuese corpórea, sería divisible, y tendría partes, ni podría estar toda a la vez en un lugar. Porque ningún cuerpo ni puede ser tocado todo a la vez, ni él a la vez puede tocarlo todo. En cambio el alma en cualesquiera de sus movimientos y actos está toda a la vez. Toda ve, y toda recuerda lo visto; toda oye, y toda recuerda los sonidos; toda huele, y toda recuerda los olores; toda gusta, y distingue por la lengua y el paladar los sabores; toda toca la cosas duras y suaves; toda aprueba o reprueba a la vez. Pero lo caliente y lo frío lo distingue toda con cualquier sentido en general. Toda es vista; toda es oídos; toda recuerda; cuando recuerda toda, toda es memoria; cuando toda quiere, toda es voluntad; cuando toda piensa, toda es pensamiento, cuando toda ama, toda es amor. En realidad, puede pensar en parte, y amar en parte.

Capítulo 20. ENERGÍAS DEL ALMA PARA LAS VIRTUDES Y CONTRA LOS VICIOS. LAS VIRTUDES SACRAMENTALES.
CON CUÁLES SE UNE A DIOS, CON CUÁLES AL CUERPO. LA ENERGÍA NATURAL DEL ALMA

El alma tiene afecciones con las cuales se realiza en las virtudes. Por ejemplo el dolor de los pecados, el temor de los suplicios, el deseo de las promesas, el gozo de los premios son algunos ejercicios de las virtudes. También tiene virtudes, por las cuales es instruida y es armada contra los vicios. Por la prudencia en verdad sabe qué debe hacer; la templanza para moderar los éxitos, la fortaleza para las adversidades, la justicia con la cual sabe lo que debe dar a cada uno. Prudencia es saber de qué es capaz; la fortaleza es hacer lo que pueda; la templanza es no presumir de lo que no puede; la justicia es no pretender más de lo que pueda. La prudencia está en lo que se debe elegir; la fortaleza en lo que se debe tolerar; la justicia con lo que se debe distribuir. Propio de la prudencia es no desear nada de lo cual haya que arrepentirse, y no querer hacer nada fuera de lo que es justo. Lo propio de la templanza es no temer nada a no ser lo pecaminoso, y dirigir cuanto hacemos y pensamos según la norma de la razón. Lo propio de la fortaleza es no solamente reprimir las ambiciones terrenas, sino olvidarlas por completo. Lo propio de la justicia es ordenar todo pensamiento del alma a Dios solo, y mirarlo con los ojos del alma como si no existiera nada más. También tiene el alma virtudes sacramentales con las que se inicia, a saber: la fe, la esperanza, el sacramento del bautismo, la unción, la confirmación, y el orden con que se consagra a Dios. Tiene, además, virtudes con las que progresa y se une a Dios, como son: la humildad, la pobreza, la caridad. La humildad somete el alma a Dios, la pureza la acerca a Dios, y la caridad la une.

Además, el alma tiene energías por las que se une al cuerpo: la primera es la natural, la segunda la vital, la tercera la animal. Y como Dios trino y uno, verdadero y perfecto lo abarca todo, lo llena todo, lo sostiene todo, todo lo desborda, todo 10 envuelve, así el alma con estas tres fuerzas se difunde por todo el cuerpo, no con ocupación local, sino con intensidad vital. Veamos: la energía natural trabaja en el hígado, la sangre y todos cualesquiera humores que por las venas se transmiten a todos los miembros del cuerpo para que con ellos se desarrollen y alimenten. Esta energía es cuádruple. En efecto, se divide en apetitiva, retentiva, expulsiva y distributiva. Apetitiva, porque apetece cuanto es necesario al cuerpo. Retentiva, porque retiene cuanto ha tomado, hasta que con todo ello se realiza una digestión útil. Expulsiva, porque expulsa o excreta lo que es nocivo y superfluo. Distributiva, porque distribuye por todos los miembros los buenos humores de la alimentación buena, según conviene a cada uno. Todos los animales tienen estas energías; y por eso parece que son del cuerpo, y no del alma.

Capítulo 21. LA ENERGÍA VITAL

La energía vital está en el corazón, la cual para templar el fervor del corazón aspirando y espirando el aire, da la vida y la salud a todo el cuerpo. Realmente impulsa la sangre purificada por el aire puro por todo el cuerpo mediante las venas del pulso, que se llaman arterias. Por el movimiento de éstas los físicos conocen la templanza y destemplanza del corazón.

Capítulo 22. LA ENERGÍA ANIMAL. LA ENERGÍA ANIMAL ES TRIPLE

La energía animal está en el cerebro, y desde allí hace vigorizar a los cinco sentidos del cuerpo. También da órdenes, para hablar y mover los miembros. Por cierto hay tres ventrículos en el cerebro: uno anterior, del que procede todo sentido; otro posterior, de donde viene todo el movimiento, y el tercero, intermedio entre los dos, es el racional. Así se originan los sentidos del cuerpo. Lo que es más sutil en el cuerpo y por eso más semejante y más próximo al alma que las otras, es decir, la luz, se difunde primero por los mismos ojos, y brilla, entra los rayos en los ojos para ver las cosas visibles; después por cierta mezcolanza en primer lugar con el aire puro, en segundo lugar con el aire sombrío y nebuloso, en tercer lugar con un humor más espeso, en cuarto lugar con la densidad terrena, perfecciona a los cinco sentidos con el mismo sentido de los ojos, donde sólo ella es superior. Estos sentidos, porque están colocados sólo en el rostro, por eso creo que está escrito que Dios insufló al hombre en el rostro un soplo de vida, y fue hecho animal viviente 16. Lo cierto es que la parte anterior con razón es antepuesta a la parte posterior, porque una conduce y otra sigue; de la primera procede el sentido, de la segunda el movimiento; así como el consejo precede a la acción. Esas energías pueden decirse tanto del alma como del cuerpo; porque las hace el alma en el cuerpo sin que puedan hacerse sin una y otra. En la primera parte del cerebro la fuerza animal se llama fantástica, es decir, imaginaria; porque en ella están contenidas las semejanzas de los cosas corporales y las imaginaciones, por lo cual se llama también fantástico. En la parte media del cerebro se llama racional; porque ahí examina y juzga las cosas que se representan por medio de la imaginación. En la parte última se llama memorial, porque ahí se encomienda a la memoria lo que ha juzgado la razón.

Capítulo 23. CUÁNTAS ENERGÍAS SE PERCIBEN EN EL ALMA.
LOS SUEÑOS LASCIVOS

Una cosa es en nosotros aquello por lo que percibimos los cuerpos, lo cual hacemos con los cinco sentidos del cuerpo. Otra cosa aquello por lo que conocemos no los cuerpos, sino las cosas semejantes a los cuerpos, donde también nos vemos a nosotros mismos no de otro modo que semejantes a los cuerpos. Y otra cosa aquello por lo que ni conocemos los cuerpos ni las semejanzas de los cuerpos, sino aquellas cosas que no tienen imágenes semejantes a sí, como es Dios y la misma mente racional, sea la inteligencia, sea la razón: como también las virtudes, prudencia, justicia, castidad, caridad, piedad y cualesquiera otras que sean a las que entendiendo y pensando enumeramos, discernimos y definimos.

Pues el alma no es cuerpo, porque no toda semejanza del cuerpo es cuerpo. En efecto, estando durmiendo pueden aparecer sueños bajo la forma de cuerpo, que no es tu cuerpo, sino tu alma; ni es un verdadero cuerpo, sino la semejanza de tu cuerpo. Pues descansará tu cuerpo, y deambulará tu alma. Callará la lengua de tu cuerpo, y hablará ella. Estarán cerrados tus ojos y verá ella. Y así por ella se verá toda e íntegra la semejanza de tu carne. En esta semejanza discurre por lugares conocidos y desconocidos, y siente las cosas alegres y las cosas tristes. Hasta el alma de un muerto, como de un durmiente, siente, en la misma semejanza de su cuerpo, las cosas buenas y las cosas malas: sin embargo, no son corporales, sino semejantes a las cosas corporales, que las almas, despojadas de los cuerpos, sienten, bien o mal, cuando ellas mismas se aparecen semejantes a cuerpos; y con todo hay verdadera alegría y verdadera molestia, causada desde la substancia espiritual. Sin ninguna duda que hay en nosotros una substancia espiritual, donde o se forman las semejanzas de las cosas corporales o se asimilan las semejanzas formadas, bien cuando tocamos las cosas presentes con algún sentido del cuerpo, y a continuación su semejanza es formada en el espíritu, y es guardada en la memoria, bien cuando pensamos en las cosas ausentes que ya conoció y en las cosas que aún no hemos conocido, para que de allí se forme como un discernimiento espiritual. Además, fingimos según nuestro albedrío y opinión innumerables cosas, que o no existen o que ignoramos su existencia. También giran formas innumerables y variadas de cosas en nuestro ánimo, bien cuando hacemos algo, bien cuando lo vayamos a hacer; incluso el alma es solicitada por algún espíritu rapaz hacia la visión de cosas ya buenas ya malas. Hasta por la excesiva preocupación del pensamiento o por algún ataque de enfermedad, como suele ocurrir a los frenéticos a causa de la fiebre, o por la intervención de algún espíritu sea bueno sea malo, se manifiestan a veces imágenes de las cosas corporales en el espíritu, a la manera como los cuerpos son presentados a los sentidos del mismo cuerpo, pero de tal modo que las cosas ausentes aparecen como presentes, y las que no son como si estuviesen ante los ojos. Así los durmientes ven muchas cosas, que o bien nada significan o bien significan algo. En consecuencia, muchas veces las imágenes de las cosas corpóreas se presentan con tanta expresión en los sueños, como los mismos cuerpos a los que están despiertos, que no se llega a distinguir entre la visión de los que están dormidos y la verdadera intervención de los que están despiertos; sino que a continuación la carne se mueve por su influencia, y en contra de su propósito parece acomodarse hasta en contra de las costumbres lícitas, y lo que está acumulado naturalmente es excretado por las vías naturales.

Los castos, que están despiertos, cohíben y refrenan esos movimientos, en cambio, los que están dormidos no pueden hacerlo, porque no tienen en su poder la represión de la imagen corporal por la cual se mueve la carne habitualmente; y se sigue lo que suele provocar semejante movimiento: que quienes están despiertos no lo puedan realizar sin pecado. Así aparecen también las imágenes de cosas corporales en el espíritu, y muchas son representadas a voluntad, y otras se presentan fuera de su albedrío. Por tanto, la propia alma que por su propia iniciativa está siempre en movimiento, porque no se le permite por medio del cuerpo o no se le permite plenamente sentir las cosas corporales o dirigir la fuerza de su intención hacia las cosas corporales, dormido el cuerpo, ella misma con el espíritu activa las semejanzas de las cosas corporales, así como también por sí misma o bien acostumbra a dar vueltas a las imágenes de los cuerpos o bien cuando, enajenada por algún espíritu, contempla las imágenes ofrecidas para verlas.

Capítulo 24. QUÉ ES Y QUÉ NO ES EL ALMA. TRES GÉNEROS DE VISIONES. CUÁLES EST ÁN EXPUESTAS A LA FALSEDACF.
EL ÉXTASIS. OTROS GÉNEROS DE VISIONES

El alma es substancia espiritual, simple e indisoluble, invisible e incorpórea, pasible y mudable, carente de peso, figura y color. No hay que creerla una participación, sino una criatura de Dios, no de la substancia de Dios o de cualquier materia de los elementos, sino creada de la nada. En efecto, si Dios la hubiese hecho de sí mismo, en modo alguno sería viciosa o mudable o mísera. Y si hubiese sido hecha de los elementos, sería corpórea. Ahora bien, como es incorpórea, tiene un origen desconocido; tiene principio, no tiene fin. Y siendo de naturaleza espiritual, no tiene nada mezclado y compuesto que sea terreno, nada húmedo, aéreo o ígneo; no tiene color, no está contenida en ningún lugar; no está circunscrita por ningún miembro, ni está limitada por ningún espacio; sino que ha de ser pensada y entendida así, como la sabiduría, la justicia, y las demás virtudes creadas por el Omnipotente. La naturaleza del alma es invisible, por eso está en el cuerpo invisiblemente y sale del cuerpo invisiblemente. Ve los cuerpos por medio del cuerpo, como el cielo y la tierra, y las cosas que hay en ellos, visibles a nuestros ojos. Y con el espíritu ve las semejanzas de los cuerpos. Porque todo lo que no es cuerpo y, sin embargo, sí que es algo, con razón se le dice ya espíritu. Por lo mismo el alma es arrebatada por cierta fuerza oculta y espiritual para que, en vez de los cuerpos, vea en el espíritu las semejanzas expresas de las cosas corporales, pero con el entendimiento ve aquellas cosas que ni tienen las energías, ni las formas de los cuerpos, como es la justicia y la sabiduría o la misma mente y toda disposición buena del alma. Son manifiestos estos tres géneros de visiones. El primero corporal, por el cual los cuerpos son sentidos a través de los sentidos del cuerpo. El segundo espiritual, por el cual son distinguidas las semejanzas de los cuerpos con el espíritu, no con la mente. El tercero intelectual, por el cual son contempladas aquellas cosas que ni tienen cuerpos, ni formas de los cuerpos.

En la visión intelectual el alma no se equivoca nunca: porque o entiende, y es la verdad; o si no es verdadero, no entiende. En la visión corporal el alma se equivoca muchas veces, cuando piensa que se hace en los mismos cuerpos lo que se hace en los sentidos del cuerpo. Como a los navegantes les parece que se mueven en la tierra las cosas que están quietas: y a los que miran al cielo, les parece que los astros están quietos, cuando en realidad se mueven, y, separando de los ojos los rayos de luz, una misma cosa parece que tiene dos formas, y un hombre dos cabezas; y en el agua el remo parece quebrado, y muchas cosas parecidas. También en la visión espiritual el alma se engaña, y es burlada por las cosas que ve, a veces verdaderas, a veces falsas, a veces perturbadas, otras veces tranquilas. Por otra parte, las mismas cosas verdaderas a veces parecen del todo semejantes a las futuras; y las cosas dichas claramente están prefiguradas a veces con significaciones oscuras y con locuciones casi figuradas. En cambio, en el éxtasis cuando el alma está enajenada y frustrada en todos los sentidos del cuerpo, más de lo que suele en el sueño, pero menos que en la muerte, no se equivoca, sino que la misma mente, ayudada por la inspiración divina, o exponiendo alguien las cosas vistas, como en el Apocalipsis le era expuesto a Juan, es una gran revelación. Ciertamente, cuando el alma es influenciada por el espíritu bueno, no puede ser engañada: porque los santos ángeles hacen con modos maravillosos que las cosas suyas, las que ellos ven, sean nuestras por cierta unión y relación fácil y poderosa, e imprimen la visión suya por cierto modo inefable en nuestro espíritu. En verdad que ellos mandan en estas cosas corporales, para juzgarlas y allí administrarlas, y disciernen sus semejanzas, significativas en el espíritu de esa manera, y las tratan en algún modo con tanta potencia que, al anunciarlas, hasta pueden mezclarlas, revelándolas a los espíritus de los hombres. De ahí que el ángel del Señor se apareció en sueños a José, diciéndole: no temas tomar a María por tu mujer; y de nuevo toma el Niño y a su Madre, y huye a Egipto 17. Dios dice también por el profeta: derramaré mi espíritu sobre toda carne; y vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños 18.

Hay también otras visiones ordinarias y humanas que existen de muchas formas más, bien por el mismo espíritu nuestro; bien sugeridas de algún modo por el cuerpo al espíritu; tal como si fuéramos afectados en la carne o bien en el alma. Porque no solamente los hombres vigilantes, al pensar en sus cuidados, giran en torno a las semejanzas de los cuerpos, sino que hasta los que duermen sueñan muchas veces con eso que necesitan. En realidad también la preocupación por los negocios proviene de la concupiscencia del alma, y, estando durmiendo, codician con avidez alimentos y bebidas, como si estuviesen hambrientos y sedientos. Conocemos que también a los que están despiertos a veces les vienen pensamientos guiados por un instinto oculto, para adivinar; como el pontífice Caifás profetizó 19, cuando no tenía intención alguna de profetizar. El alma ve muchas cosas, y la naturaleza de todas las visiones es la misma, tanto en los que están en vela, como en los que están dormidos, y en los que están enfermos; porque las cosas que se ven no son de otro género que de la naturaleza del espíritu, de quien y con quien se forman las semejanzas de los cuerpos. Puesto que las visiones de los frenéticos son semejantes a las visiones de los que sueñan, en efecto tienen taponadas las vías del sentido para ver lo que ven los que sueñan. Las visiones de los que sueñan también son semejantes a los pensamientos de los que están en vela. Como quiera que en los que duermen está adormecida en el cerebro la vía del sentido, para poner la intención ante los ojos. Y por tanto la misma intención distraída en otra cosa, ve las visiones de los sueños como si estuviesen presentes las especies corporales, de manera que les parezca a los durmientes que están despiertos, y crean que ven, no las cosas semejantes a los cuerpos, sino los mismos cuerpos. En cambio yo me admiro mucho más, y no salgo de mi estupor, con cuánta celeridad y facilidad el alma fabrica en sí las imágenes de los cuerpos, que haya visto por medio de los ojos del cuerpo, más que las visiones de los frenéticos y hasta más que de las visiones de los que sueñan, incluso de los que ven visiones en éxtasis. Con todo, cualquiera que sea la naturaleza de esas visiones, sin duda alguna que no son del cuerpo; en efecto, los cuerpos vistos no forman aquellas imágenes con el espíritu, ni tienen tal fuerza que lleguen a formar algo espiritual, sino que es el mismo espíritu en sí mismo con admirable celeridad, puesto que el espíritu es espiritual y racional.

Capítulo 25. CINCO GÉNEROS DE SUEÑOS. POR QUÉ SON TAN DIVERSOS LOS SUEÑOS

Cinco son los géneros de todas las visiones que a los que están dormidos les parece que ven, a saber: el oráculo, la visión, el sueño, el ensueño y el fantasma": El oráculo es cuando en los sueños un pariente o alguna persona santa y grave, o el sacerdote, incluso también Dios mismo, anuncia claramente si algo va a suceder o no, qué deba hacerse o evitarse. La visión es cuando alguien ve aquello que va a suceder del mismo modo como había aparecido. El sueño es cuando está velado con figuras, y no puede entenderse sin interpretación. El ensueño es cuando aquello que hubiera fatigado a cualquiera que está despierto se interpone en el que está dormido, así como una preocupación de alimento o bebida, de algunos estudios, artes o enfermedades. Efectivamente, cada uno sueña según las aficiones y preocupaciones que ha tenido; y los simulacros de estas preocupaciones acostumbradas aparecen en los sueños como presentes en el alma. Y según la diversidad de algunas enfermedades suceden los sueños diversos. También varían los sueños según la diversidad de costumbres y humores. En efecto, los sanguíneos ven unos sueños, los coléricos otros, otros los flemáticos, otros los melancólicos. Aquéllos ven las cosas rojas, y variadas, éstos negras y blancas. El fantasma es cuando quien apenas ha comenzado a dormir, todavía cree que está despierto y le parece que está viendo formas que vienen sobre él o que andan vagando desordenadamente, de aquí para allá con formas disparatadas y diversas, algunas turbulentas. En este género están las pesadillas que, según la persuasión pública, asaltan a los que descansan y les sobrecargan, sintiéndose como atenazados y oprimidos por su peso. Lo cual no es otra cosa que una vaporosidad de gases, que sube desde el estómago o desde el corazón hasta el cerebro, comprimiendo allí la energía animal.

Capítulo 26. RAZÓN DE LOS ESPECTROS

Cree también la opinión humana que, por ciertas artes mágicas de mujeres y con intervención de demonios, los hombres pueden convertirse en lobos, jumentos, y transportar cuanto se les antoje, y que después de realizados los trabajos vuelven nuevamente a su ser normal, sin que en ellos la mente se vuelva bestial, sino que se conserva racional y humana. Esto ha de ser entendido así, que los demonios no crean las naturalezas, sino que pueden hacer algo ficticio tal que ellos, como mentirosos que son, parezcan ser lo que no son, para engañar. En verdad que por ningún arte o potestad alguna el alma, ni por supuesto un cuerpo, puede ser convertida de veras en miembros y rasgos animales. Pero la fantasía del hombre, que hasta pensando y soñando cambia por medio de los géneros de innumerables cosas, y, aunque no sea cuerpo, capta con celeridad maravillosa las formas semejantes de los cuerpos, dormidos y cansados los sentidos corporales, el hombre puede ser llevado hasta las figuras corpóreas de otros sentidos, de manera que, así y todo, los mismos cuerpos de los hombres pueden descansar en alguna parte, siendo vivientes por supuesto, pero con sus sentidos sobrecargados mucho más pesada y opresivamente que en el sueño; en cuanto a que eso fantástico como formado a imagen de cualquier animal aparezca con los sentidos enajenados, y que semejante hombre se vea a sí mismo cual si pudiera verse en sueños, y llevar las cargas. Cargas, que si son verdaderas son cuerpos, las llevan los demonios para engañar a los hombres, que en parte ven cuerpos verdaderos de los hombres, y en parte cuerpos falsos de jumentos.

Capítulo 27. QUÉ PUEDEN LOS ESPÍRITUS ANGÉLICOS EN LO HUMANO

A veces el espíritu bueno, y otras el espíritu malo, posee al espíritu humano, sin que sea fácil discernir por qué espíritu está poseído, sino porque el espíritu bueno enseña, el malo engaña. Y a veces engaña en bienes manifiestos, para, después de haberse dado crédito ante ellos, seducirlos y llevarlos a su terreno. Otras veces arrebata al espíritu humano con violencia, de modo que por cierta amalgama astuta aparece ser el mismo espíritu, bien del sufridor, bien ya del agresor, como vemos en los endemoniados. Sin embargo, ninguna criatura puede poseer el alma del hombre, es decir, invadir la mente, según la substancia, sino la sola Trinidad. Si se dice que Satanás invade la mente de alguien, principalmente el corazón, ciertamente no es entrando en él, y en su sentido; sino incitando con fraude o iniquidad, y con toda la malicia, y seduciendo a la malicia, por medio de pensamientos y los incentivos de los vicios de que el mismo está lleno, en cuanto que es mentiroso, desvergonzado y burlón fraudulento de las almas. En efecto, el diablo no invadirá a nadie ni se hace su ocupante, como algunos creen, por la participación de la naturaleza o de la sustancia, sino que por la mentira, el engaño y la malicia, se dice que habita en aquel a quien invade. Porque entrar y llenar la naturaleza o la sustancia que creó solamente es propio de la Trinidad.

Capítulo 28. EXPERIENCIA Y ARTES DE LOS DEMONIOS PARA ENGAÑAR

Los demonios superan fácilmente la insensibilidad de los cuerpos terrenos, tanto por la agudeza del sentido como por la celeridad del movimiento del cuerpo aéreo; y se adelantan a advertir algunas cosas pensadas, que embelesan a los hombres por la torpeza del cuerpo terreno. Y se añade a favor de los demonios que, durante tan largo tiempo como llevan viviendo, tienen una experiencia de las cosas mucho mayor que la que pueden adquirir los hombres en la brevedad de su vida. Por esta razón predicen algunas cosas futuras, y hacen cosas maravillosas, con las cuales atraen y seducen a los hombres. De ahí el que algunas mujerzuelas engañadas en pos de Satanás y seducidas con las ilusiones y los fantasmas de los demonios, creen y confiesan que ellas por las noches cabalgan con Diana, la diosa de los paganos, y con Herodías y Minerva y con una ingente recua de mujeres, que obedecen sus órdenes. Porque Satanás, que se transfigura en ángel de luz 20, cuando capta la mente de cualquier mujerzuela y la subyuga para sí por la infidelidad, allí se transforman en las especies y semejanzas de diversas personas, y, engañando a la mente que en los sueños retiene cautiva, va mostrándoles por cualesquiera despropósitos ya cosas alegres, ya cosas tristes o bien personas conocidas o bien desconocidas. Y como esto lo sufre solo un espíritu infiel, piensa que le sucede eso no en el alma, sino en el cuerpo; de ahí el que esté demasiado entristecido y embotado, porque cree que todo eso que se hace en el espíritu, le sucede también en el cuerpo: como cuando Ezequiel y otros Profetas, lo mismo que el evangelista Juan y otros apóstoles, tuvieron visiones en el espíritu, y no en el cuerpo.

Capítulo 29. LAS APARICIONES DE LOS MUERTOS. QUE ELLOS IGNORAN LO QUE PASA AQUÍ. CÓMO LLEGAN A SABERLO

Cuando hombres muertos o vivos se aparecen a los hombres dormidos o en vela, no se ven como son en la misma realidad, sino en algunas semejanzas de las cosas. Y creemos que sucede eso con las operaciones de los ángeles, por dispensación de la providencia de Dios, que se sirve bien de los bienes y de los males, según la grandeza inescrutable de sus juicios, ya para que se instruyan las mentes de los mortales, ya para que se engañen, para que se consuelen, o para que se atemoricen, como a cada uno le sea dada la misericordia o aplicada la justicia por aquel a quien con toda razón la Iglesia canta la misericordia y el juicio 21. Por cierto que los espíritus de los muertos están allí donde no ven, ni oyen lo que se hace o sucede entre los hombres en esta vida. Sin embargo, se preocupan de los vivos, aunque no sepan por completo qué es lo que hacen, del mismo modo, que nosotros nos preocupamos de los muertos, aunque ignoremos del todo qué es lo que hacen ellos. Sin duda que los muertos ignoran qué se está haciendo aquí, pero mientras se obra aquí. Después pueden oír por aquellos que al morir van llegando de aquí hasta ellos: pero no del todo, sino en cuanto se les permite notificar lo que conviene que ellos lo oigan. También pueden conocer por los ángeles que aquí están para nuestro cuidado, y llevan nuestras almas hasta ellos; y más aún por la revelación del Espíritu divino, si es necesario que ellos lo conozcan. Incluso algunos de los muertos pueden ser traídos hasta los vivos, no por la propia naturaleza, sino por el poder de Dios. Con todo no me atrevo a asegurar si estas cosas se hacen con su presencia, o por medio de los ángeles, que sustituyen a sus personas. Porque Dios omnipotente, que está presente en todas partes, puede por el ministerio de los ángeles difundido por doquier ofrecer a los hombres estos consuelos, a quienes juzga que debe dárseles en medio de la miseria de esta vida.

Capítulo 30. EL ALMA NO CRECE. DÓNDE ESTÁ Y QUÉ HACE DESPOJADA DE LA CARNE

Las potencias del alma así como las virtudes crecen con el ejercicio prolongado y el continuo fluir de los tiempos. En cambio la misma alma ni crece ni decrece, pero bien por la incapacidad de los miembros, bien por la pesadez de los humores y entorpecida por su deterioro, no puede ejercer sus capacidades. El alma, sin la carne, vive, ve, oye y tiene todos los sentidos e ingenios con agudeza, puesto que es pura, sutil, rápida y perpetua. Y así como Dios en todas partes está en sí mismo, así el alma de alguna manera está en cualquier sitio en sí misma; por eso el alma después del cuerpo está allí donde era la que obraba en el cuerpo. Dios está allí ahora, donde existía antes de que hiciese el mundo, y donde seguirá existiendo, aunque el mundo dejara de existir. Como he dicho muchas veces, el alma es incorpórea: y sin embargo puede tener semejanzas del cuerpo, no corporales, sino semejantes al cuerpo, y por completo de los miembros corporales, cuando ha salido del cuerpo. En efecto, así es llevada según los méritos, bien a las cosas espirituales, bien a lugares penales semejantes a los cuerpos: como a veces les han sido mostrados a los que han sido arrebatados de los sentidos del cuerpo y yacieron como muertos; cuando aún tenían en sí mismos alguna semejanza de su cuerpo mediante la cual podrían ser conectados a ellos y experimentar tales cosas con semejantes sentidos. Por cierto, las almas que, cuando vivían en los cuerpos, por el amor de las cosas visibles, ahora son afectadas con las imágenes corporales, y saliendo de los cuerpos sufren los tormentos en las mismas imágenes. Y por eso, allí pueden estar retenidas por las pasiones corporales, porque aquí no fueron purificadas de la corrupción de las afecciones corporales, que llevaron por la masa corpórea del deleite corporal. Algunas almas son purificadas en los mismos lugares en los que cometieron la culpa, y otras, en cambio, están detenidas en lugares ocultos hasta la resurrección final, según cada una es digna del descanso o de la miseria.

Capítulo 31. EL HOMBRE MORTAL. LOS SENTIDOS IMPIDEN QUE SE CONOZCA

He dicho muchas cosas sobre el alma, pero aún no he hablado cuándo fue creada y cuándo saldrá del cuerpo. Lo primero que he puesto lo diré después; lo último no lo puedo decir, porque ignoro mi fin. Sé con seguridad que somos mortales; y que, queramos o no, todos moriremos. Nada más cierto que la muerte, y nada más incierto que la hora de la muerte. Pues ni sabemos cuándo, ni cómo, ni dónde moriremos, porque la muerte nos espera en todas partes. Así pues, siempre debemos estar preparados, para que cuando sea devuelto el cuerpo a la tierra de la que fue sacado, el espíritu vuelva a aquel que se lo dio. Puesto que nos debe mover sobre todo aquello que los sabios antiguos definieron al hombre de este modo: el hombre es animal racional y mortal. Puesto en este género, que se dice animal, vemos dos diferencias añadidas, con las que ha de ser definido el hombre, y a dónde se debe volver y de dónde ha de huir. Pues así como el progreso del alma cayó hasta las cosas mortales; así su regreso debe ser hasta la razón, por la que pueda resistir a los vicios que la asaltan, para que viva según su naturaleza, y que anhela ser ordenada a las órdenes de aquel por quien debe ser regida, y sobre aquellas cosas que ella debe regir. Por la palabra, que se dice racional, la separa de las bestias; y por la otra, que es mortal, la separa de las cosas divinas. Si no retuviere lo primero, será bestia; si no se apartare de lo segundo, no conseguirá llegar a las cosas divinas.

Por lo tanto, para que el hombre desconocido para sí se conozca a sí mismo, ha de trabajar con la gran costumbre de apartarse de los sentidos, para que recoja el ánimo dentro de sí, y lo retenga en sí mismo. Ya que el alma es impedida por esos sentidos, para que no pueda verse a sí misma, y a su Creador, a quien ella, sola y simple, debe mirar sin estos ojos.

Capítulo 32. NADA HAY MÁS CONOCIDO A LA MENTE QUE ELLA MISMA. UNIÓN DEL ALMA CON EL CUERPO. CÓMO EL ALMA DESCIENDE AL CUERPO. CÓMO ASCIENDE DE ÉL.
LA MEDITACIÓN. LA CONTEMPLACIÓN

El alma, en cuanto que es racional entre las cosas que han sido creadas por Dios, supera a todas; y es próxima Dios, cuando es pura; y en cuanto se une a El por la caridad, en tanto es bañada e iluminada de algún modo por El con aquella luz inteligible, no por medio de los ojos corporales, sino por lo principal de sí mismo, es decir, por la inteligencia ve a Dios, en quien está la hermosura perfectísima y la visión beatísima, con cuya visión es feliz. Que retire, pues, de su consideración todas las noticias que le vienen extrínsecamente por medio de los sentidos del cuerpo. Puesto que las cosas que son corporales, y sus semejanzas, también los sentidos y las imaginaciones grabadas en la memoria, cuando son imaginadas al recordar, pertenecen al hombre exterior, aunque el alma por medio de ellos como mensajeros perciba las cosas exteriores. Luego la mente, a quien nada hay más presente que ella misma, se ve a sí misma por cierta presencia interior, no simulada, pero verdadera. La mente nada conoce tanto como eso que está presente a ella; ni hay cosa alguna más presente a la mente que ella misma a sí misma. En verdad que se da cuenta de que ella vive, que ella ha memorizado, que ella entiende, que ella quiere, que piensa, sabe, juzga. Todo esto lo conoce en sí misma, ni lo imagina como si tocase las cosas fuera de sí con algún sentido del cuerpo, como son tocadas cualesquiera cosas corporales. Y si no se le fija nada de esos pensamientos, de modo que piense que ella es algo parecido, lo que le queda de sí misma, eso es solamente ella misma. Pues nada está tan en la mente, como la mente misma, ni nada conoce así a la mente, como la misma mente. Porque cuando la mente pregunta qué es la mente, en realidad conoce que se busca a sí misma; y que ella misma es la mente que se busca a sí misma. Pues no se busca de otra manera que por sí misma. Luego, cuando se conoce buscando, se conoce siempre a sí misma. Y todo lo que conoce, lo conoce ella entera, y así se conoce toda entera. Y cuando encontrada una parte no se busca entera, con todo, como ella entera se busca, entera está presente a sí misma. Pues nada puede estar más presente a sí misma que ella misma. En cuanto a lo que busca de sí misma: qué ha sido antes, o qué va a ser y cuál sea ahora, esto es, cuán semejante o desemejante es a Dios, cuán humilde y devota, cuán pura y cuán santa. Pero porque está en estas cosas corporales, que piensa con amor y con las cuales está habituada apasionadamente, no puede verse a sí misma sin las imágenes de esas cosas ni estar en sí misma. En realidad, con tanta viscosidad de las pasiones se le han ido pegando estas cosas, que fuera son corporales, para que, hasta cuando están ausentes, surjan pronto sus imágenes en el que está pensando. Por esta causa no puede apartarlas de sí, para que se examine y vea a sí sola. Luego que vuelve a sí, y que se mete en sí, sin buscarse a sí misma como una ausente, sino que procure verse y discernirse como presente, y establezca en sí misma la intención de la voluntad, con la cual divagaba por otros derroteros, que establezca por sí misma y se prepare para conocerse y amarse a sí misma. Así verá que siempre se ha amado y nunca se ha ignorado; y al amar otras cosas consigo se confunde con ellas, de modo que sin gran trabajo no puede ser separada de esas cosas a las que se unió con pasión. Por eso está deformada con las fantasías de las imágenes corporales, y de ellas tan profundamente impresas no se despoja ni aun libre ya del cuerpo. Porque si no se limpia aquí de la corrupción de los afectos corporales, despojada del cuerpo, es retenida por esas pasiones del cuerpo. Que se empeñe, pues, en limpiarse con cuidado en esta vida de tamaña fetidez. De modo que, cuando salga de aquí, no lleve consigo nada corporal, y vaya inmune de pasión corporal. El alma viene al cuerpo con la vivificación y la sensificación; efectivamente su presencia lo vivifica, lo unifica y lo mantiene en unidad; no lo deja diluirse ni morir, conserva su proporción y su modo, no sólo en la hermosura, sino también en el crecimiento y en la generación. El alma pone su atención también en el tacto y por él siente, y distingue lo cálido y lo frío, lo áspero y lo suave, lo duro y lo blando, lo pesado y lo leve. Después gustando, oliendo, oyendo y viendo, distingue las diferencias innumerables de sabores, olores, sonidos y formas; igual que apetece en todo esto aquellas cosas que son según la naturaleza de su cuerpo y huye de lo que es contrario. Se aparta de estos sentidos con intervalos de tiempo, y como reparando en sus movimientos, durante algunos descansos o ferias, repasa consigo, en grupos y de muchos modos, aquellas imágenes de las cosas que ha extraído por medio de ellos. Luego, cuando quiere entender, bien las cosas divinas, bien a Dios, bien a sí misma, y considerar sus virtudes, se abstrae de todos los sentidos del cuerpo, con los que no se ayuda sino para sentir las formas corpóreas y los colores; y se examina a sí misma con el espíritu y la razón, y asciende hacia Dios con la meditación y la contemplación; pero Dios desciende a ella por la revelación y la inspiración divina. Puesto que la meditación es la investigación estudiosa de la verdad oculta. La contemplación la admiración gozosa de la verdad evidente. En realidad, la revelación divina es la que ilumina para que conozca la verdad; y la inspiración divina la inflama para que la ame. En cuanto al cuerpo, asciende por el sentido y por la imaginación hasta el espíritu.

Capítulo 33. LA MATERIA DEL CUERPO. CÓMO SE FORMAN LOS SENTIDOS Y LA IMAGINACIÓN. QUÉ ES LA IMAGINACIÓN.
EL ESPÍRITU CORPÓREO

Supuesto que el cuerpo humano está compuesto de cuatro elementos; pero la tierra aparece muy principalmente en la carne y en los huesos por la solidez terrena; el agua se contiene en los humores; el aire en los pulmones; y por eso está siempre en movimiento, porque es el ventilador del corazón, para que el corazón no se consuma y se deshaga por demasiado calor; el sitio del fuego está en el corazón; y por eso en la parte inferior es ancho, y en la parte superior es agudo, porque retiene la forma del fuego. Una energía de fuego templada por el aire sube del corazón al cerebro, como al cielo de nuestro cuerpo. Y allí, purificada y distribuida por los ojos, los oídos, la nariz y demás órganos de los sentidos, sale hacia fuera y, formada del contacto de las cosas exteriores, hace los cinco sentidos del cuerpo, a saber: la vista, el oído, el gusto, el olfato, el tacto. Cuyo sentido del tacto, pasando desde la parte anterior del cerebro a la posterior y de allí descendiendo por la cerviz o cuello y la médula de la espina dorsal, se difunde por todo el cuerpo. Por otra parte esta energía de fuego, que formada exteriormente se llama sentidos, la misma formada por medio de los mismos órganos de los sentidos, por los cuales sale, y en los cuales se forma, operando la naturaleza, se retrotrae en sentido inverso hasta la celda fantástica, donde se forma la imaginación. Después esta imaginación, pasando desde la parte anterior de la cabeza hasta el centro, toca la misma sustancia del alma racional, y excita la discreción; entre tanto, purificada ya, y hecha sutil para que se una inmediatamente al mismo espíritu, reteniendo, sin embargo, verdaderamente, la naturaleza y las propiedades del cuerpo. Como quiera que la imaginación en los brutos animales no trasciende el habitáculo fantástico, en cambio se hace más pura en los racionales, y es llevada y penetra hasta tocar la sustancia racional e incorpórea del alma. Así pues, la imaginación es la semejanza del contacto de los cuerpos, ciertamente por los mismos sentidos corpóreos, concebida extrínsecamente por los mismos sentidos, y reducida hacia dentro hasta la parte más pura del espíritu corpóreo e impresa en él, a saber; en lo más alto del espíritu corporal y en lo más profundo del espíritu racional, informando al corporal y tocando al racional. Llamo espíritu corpóreo al aire, o mejor dicho, al fuego, que por la sutileza de sí no puede ser visto, y vivifica los cuerpos, vegetando interiormente. A algunos sólo los vegeta, como a los árboles, hierbas y cuanto germina en la tierra. A otros los vegeta y sensifica, como a los brutos animales; de los cuales algunos tienen sólo sentido, y no imaginación, otros tienen sentido e imaginación. Ahora bien, como es más ser sensificado que ser sólo vegetado, está claro que esta energía es más sutil, y donde es más sutil, es más espíritu. Puesto que se acerca más a la naturaleza incorpórea, cuando forma la imaginación que cuando da el sentido. Nada puede ser más alto en el cuerpo y más próximo a la naturaleza espiritual que eso, donde después de sentido y sobre el sentido es concebida la energía para imaginar, lo cual ciertamente en tanto es sublime en cuanto que todo lo que está sobre ello no es otra cosa que la razón.

Capítulo 34. EL SENTIDO. LA MEMORIA. LA MENTE. EL ESPÍRITU. EL ÁNIMO PRINCIPIO VITAL, LO MISMO QUE EL ALMA. LA RAZÓN. CÓMO EL ALMA SE ELEVA HACIA DIOS. LA ADMIRABLE DIVISIÓN DEL ALMA. LA MENTE IMAGEN DE DIOS

Alma se llama todo el hombre interior, por la cual es vivificada, es regida, y es conservada toda esa masa de lodo, humedecida de jugos, para que no se disuelva disecada. Pues en tanto que vivifica al cuerpo, es alma; en tanto quiere, es ánimo; en tanto conoce, es mente; en tanto recuerda, es memoria; en tanto juzga, es razón; en tanto vive y contempla, es espíritu; en tanto siente, es sentido. En efecto, de ahí el alma se dice sentido, por todos los que sienten, de donde también el nombre de sentencia o modo de sentir. El cuerpo tiene también cinco sentidos, que son llamados así porque por medio de ellos el alma agita muy sutilmente a todo el cuerpo con el vigor de la sensación. Y de tal modo todas estas cosas están unidas al alma que es una sola cosa: aunque por las virtualidades de las causas el alma recibe nombres diversos. En efecto, es simple en la esencia y múltiple en los oficios. La memoria también es mente, por eso llamamos desmemoriados a los dementes, sin razón. El tesoro y guardián de todo esto es la memoria. Tan grande es su perplejidad que no es posible contarla; y ella misma es el ánimo principio total. Cuando digo mente no significa otra cosa que alma; con todo, por lo uno digo alma; y por lo otro digo mente. Porque todo lo que vive es el alma del hombre. En cambio cuando el alma se eleva en sí, de sí y por sí suele llamarse la mente sola. En cuanto a cumplir sus ministerios, el sentido habitualmente es llamado alma. Que espíritu es lo mismo que alma lo proclama el evangelista, cuando dice: tengo poder para entregar mi alma, y tengo poder para recuperarla 22. De esta misma alma del Señor el recordado evangelista lo reveló al decir: e inclinada la cabeza entregó el espíritu 23. ¿Qué es dejar ir el espíritu, sino poner el alma? Pero alma se dice por lo que vive; en tanto que espíritu bien por la naturaleza espiritual, bien por lo que espira en el cuerpo. También decimos que ánimo es lo mismo que alma: pero alma es de la vida, ánimo del buen sentido. Por lo cual dicen los filósofos. Tanto vivir sin ánimo, como vivir sin mente, como en los dementes. En efecto, parece pertenecer a la mente el saber; al ánimo el querer. También los niños en el seno de la madre viven sin conocimiento ni voluntad. En cambio se llama mente, a lo que sobresale en el alma, a lo que se recuerda. Por lo cual se llama mente no al alma, sino a lo que sobresale en el alma, como la cabeza y el ojo. De donde también el mismo hombre según la mente se dice imagen de Dios. Efectivamente se llama mente por eso que sobresale en el alma, ya que es la energía más excelente del alma, de la cual procede la inteligencia. Puesto que la razón es el movimiento del alma, que agudiza la visión de la mente, y que distingue las cosas verdaderas de las falsas.

Que la mente racional, pues, se vuelva a sí y se recoja en sí, para que sea capaz de examinarse atentamente a sí misma sin las imágenes corpóreas, y de considerar la naturaleza invisible de Dios omnipotente, de desechar los fantasmas de las imágenes terrenas, y todo lo que de terreno ocurriere en la imaginación; y que interiormente se busque y se vea tal cual ella es sin todo eso; que se considere a sí misma tal cual fue creada por encima del cuerpo bajo el señorío de Dios. Después que se eleve sobre sí misma, y que se abandone a sí misma y llegue de algún modo hasta el olvido de sí, y se someta humilde y devotamente a la contemplación de su Creador. Porque cuando la mente comenzare a superarse a sí misma por la inteligencia pura, y a entrar toda en aquella claridad de la luz incorpórea, y a extraer de todo cuanto ve interiormente algún sabor de suavidad íntima, y a sazonar con ello su inteligencia y volverse a la sabiduría; en este tan grande exceso de la mente se encuentra y se obtiene aquella paz que trasciende todo sentido, hasta hacerse un silencio de cielo, como de media hora; de tal modo que el ánimo del que contempla no se vea turbado por ninguna agitación de pensamientos disipadores, sin encontrar en absoluto lo que bien pida por el deseo, bien arguya por el fastidio, bien acuse por el odio: sino que se recoge todo entero dentro de la tranquilidad de la contemplación, y se introduce en un afecto interiormente muy desacostumbrado, y no sé qué dulzura, que si siempre fuera sentida interiormente así, con razón sería por completo la gran felicidad. Nada obra la sensualidad, nada la imaginación sino que toda la energía interior del alma se vacía entre tanto de su propio servicio. En cuanto a la parte más pura del alma es introducida con feliz regocijo en aquel secreto de la Íntima quietud, y en el arcano de la suma tranquilidad. Pues la palabra de Dios es viva y eficaz y más penetrante que espada de doble filo, y que penetra hasta la división del alma y el espíritu 24. Y por eso en las criaturas nada se ve más admirable que esta división, donde eso que esencialmente es uno e individual, se separa hacia sí mismo; y lo que es simple en sí y sin partes, como que se divide con alguna partición. En efecto, en el hombre, que es uno, no es una la esencia de su espíritu, y otra es la de su alma; sino que es completamente una y la misma la sustancia de la naturaleza simple. Porque en esta doble palabra no se entiende una doble sustancia sino que se pone la doble energía de la misma esencia como para distinguir que se está designando la una superior por el espíritu, y la otra inferior por el alma. En esta división sin excepción el alma y lo que es animal, se queda en lo profundo; y en cambio el espíritu y lo que es espiritual, vuela a lo más alto: Se separa de lo más ínfimo, para ser sublimada hacia lo más alto; se separa del alma para unirse al Señor: porque el que se une a Dios, es un solo espíritu con Él 25. Feliz división y admirable separación, donde lo que es corpulento e inmundo se queda abajo; lo que es espiritual y sutil se ve sublimado hasta la visión de la gloria divina y se transforma en su misma imagen. La parte inferior queda dispuesta para la paz y tranquilidad sumas; la parte superior, en cambio, es sublimada a la gloria y al gozo. Y aun cuando la mente humana no sea de esa naturaleza de la que es Dios; sin embargo la imagen de aquella naturaleza, que no hay ninguna mejor, allí hay que buscarla y encontrarla en nosotros, donde hasta nuestra naturaleza no tiene nada mejor. Pero antes la misma mente debe ser examinada en sí misma y dentro de ella debe ser hallada la imagen de Dios. Así pues, cuando la mente se examina con el pensamiento, se entiende y se conoce; cuando con la contemplación asciende a Dios para entenderle y amarle, se debe decir imagen de Dios: pensando en las cosas eternas es varón, como dice el apóstol: el varón no tiene que cubrirse la cabeza, siendo imagen de Dios y su gloria 26; es decir, cuanto más se extienda hacia lo que es eterno, tanto más por esto se va formando a imagen de Dios; y así no debe ser estorbada para que se conserve y gobierne por ello. Pero cuando obra y piensa las cosas que son temporales se llama mujer; y entonces no debe ser llamada imagen de Dios, y por tanto debe cubrir su cabeza para que su acercamiento hacia las cosas inferiores no sea excesiva; ni cuando hace cosas lícitas, ambicione las ilícitas.

Capítulo 35. DIGNIDAD DE LA CONDICIÓN HUMANA. EL HOMBRE EN CUANTO IMAGEN DE DIOS. DE NUEVO CÓMO ES LA IMAGEN DE DIOS EN EL ALMA. EN QUÉ SENTIDO EL ALMA LLEVA LA SEMEJANZA DE DIOS

Todos reconocen que es tan grande la dignidad de la condición humana que el hombre fue creado no sólo por la palabra del que lo ordena y manda, como las demás obras de los seis días, sino por consejo de la santa Trinidad, y por obra de la majestad divina, para que entendiese por el honor de su condición primera, cuán obligado debería estar a su Creador, en tanto que el Hacedor le ha dado tan grande privilegio en la condición inmediata de su dignidad; y tanto más amase al Creador cuanto entendiese que había sido creado más admirablemente por El. Cierto, que no sólo por eso, porque con el consejo de la santa Trinidad fue creado tan excelentemente por el Creador, sino también, porque el Creador de todas las cosas lo creó a imagen y semejanza suya, lo cual no dio a ninguna otra criatura. Imagen que debe ser examinada con más diligencia en la dignidad y nobleza del hombre interior. Incluso primeramente, porque como Dios uno está todo entero siempre en todas partes, vivificando todas las cosas y gobernándolo todo, como lo dice el apóstol, que en El vivimos, nos movemos, y somos 27. Así el alma da vida toda entera en su cuerpo siempre, vivificándolo, moviéndolo, y gobernándolo. Y ni es mayor en los miembros mayores de su cuerpo ni menor en los inferiores; sino que está toda entera en los más pequeños y toda entera en los más grandes. De tal modo ha sido infundida en el cuerpo que no está dividida en partes por las partes de los miembros. Por ejemplo en cualquier lugar en que una parte del cuerpo es herida, se duele toda entera. Y presidiendo a los miembros de modo admirable con una y la misma vivificación, sin que ella misma sea distinta por su naturaleza, sin embargo obra cosas diversas por todo el cuerpo. Lo cierto es que es la misma la que ve por los ojos, oye por los oídos, huele por las narices, gusta por la boca, siente por todos los miembros, y al tocar distingue lo suave de lo áspero; y no siendo distinta, sin embargo obra cosas diversas por los sentidos. De lo cual se sobrentiende, que así está el alma según un modo suyo en el cuerpo, como Dios está en su mundo. Puesto que está interior y exteriormente, arriba y abajo: el superior rigiendo, el inferior elevando, el interior llenando, el exterior circundando. Así está dentro como lo está fuera: de tal modo circunda para que penetre, como preside para que se mueva, y se mueva como preside. Lo mismo que Dios que ni crece al crecer las criaturas ni decrece al decrecer ellas, así el alma ni disminuye disminuidos los miembros, ni aumenta aumentados éstos. Esa es la imagen y semejanza de Dios omnipotente que el alma tiene en sí.

Además, tiene cierta imagen de la santa Trinidad: Primero, en que así como Dios existe, vive y entiende, así el alma según su modo existe, vive y entiende. Y hay también una trinidad en ella, porque ha sido creada a imagen de la perfecta y suma Trinidad, que está en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo. Y aunque el alma sea de una sola naturaleza, con todo tiene tres fuerzas, que son: el entendimiento, la voluntad y la memoria, que es lo mismo, aunque con otras palabras, como se indica en el evangelio, cuando dice: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu mente 28; es decir: con tu entendimiento todo entero, con tu voluntad toda entera, y con tu memoria toda entera. Pues así como del Padre es engendrado el Hijo, y del Padre y el Hijo procede el Espíritu Santo, así del entendimiento se engendra la voluntad, y de estos dos procede la memoria, como cualquiera que sea sabio puede entender fácilmente. Porque ni el alma puede ser perfecta sin estas tres, ni alguna de estas tres subsiste íntegra sin las otras dos en cuanto que pertenece a su manera de ser. Y como Dios es el solo Dios, y tres personas, el Padre es Dios, y el Hijo es Dios, y el Espíritu Santo es Dios, y sin embargo no son tres dioses, sino un solo Dios y tres personas, así el entendimiento es alma, la voluntad es alma, la memoria es alma; y sin embargo no son tres almas en un solo cuerpo, sino una sola alma y tres facultades. Es más, en estas tres nuestro hombre interior lleva admirablemente en su naturaleza la imagen divina, y por estas facultades se nos manda amar al Creador como con las más excelentes energías del alma, de manera que sea amado en cuanto es entendido, y sea recordado siempre en la memoria, en cuanto es amado. Sin que sea suficiente el conocimiento acerca de Él, si la voluntad no se realiza en su amor. Más aún, estas dos tampoco bastan, si no se añade la memoria, por la cual Dios siempre está presente en la mente del que conoce y del que ama de tal modo que, así como no puede haber ni un momento en el que el hombre no goce y disfrute de la bondad y misericordia de Dios, así no hay ni un momento en que no lo tenga presente en la memoria. Y por eso me parece que se dijo con razón que nuestro hombre interior es imagen de Dios.

Ahora, pues, digamos algunas cosas de la semejanza. En realidad así como Dios creador, que creó al hombre a su imagen 29, es caridad, bueno y justo; paciente y manso, limpio y misericordioso, y las demás características de las santas virtudes que se dicen de Él, así el hombre fue creado para que tuviera caridad, para que fuese bueno y justo, paciente y manso, limpio y misericordioso. Virtudes que cuanto más las tiene uno en sí mismo, tanto más cerca está de Dios, y tiene mayor semejanza de su Creador. En cambio, lo que no suceda, si alguien por las desviaciones de los vicios, y los desatinos de los malos se aparta como un degenerado de esta semejanza nobilísima de su Creador, entonces se cumplirá en él lo que está escrito: el hombre como estuviese en el honor, no lo entendió 30, etc. ¿Qué mayor honor pudo tener el hombre que el que fuese creado a semejanza de su Creador, y fuese adornado con las mismas vestimentas de las virtudes que el mismo Creador, de quien se lee: el Señor reina, vestido de majestad 31 ; esto es, vestido del esplendor de todas las virtudes y de la gracia de toda su bondad? Y ¿qué mayor deshonra y miseria más desgraciada puede tener el hombre que, perdida esta gloria de la semejanza de su Creador, se degrade hasta la semejanza informe e irracional de los brutos y de los jumentos? Por lo cual, que cada uno aprecie con mayor diligencia la excelencia de su primera condición, y que reconozca la imagen veneranda de la santa Trinidad en sí mismo, y el honor de la semejanza divina, según la cual fue creado, y que se empeñe en conseguir con la nobleza de sus costumbres, con el ejercicio de las virtudes, y con la dignidad de sus méritos, el honor de la semejanza divina, según él fue creado, para que cuando aparezca cual debe ser, entonces se vea semejante al que le creó admirablemente a su semejanza en el primer hombre, y más maravillosamente aún en el segundo: es decir, al que lo reformó en sí mismo.

Capítulo 36. COMPARACIÓN DEL ALMA CON DIOS

Existe una gran armonía entre Dios y el alma. Efectivamente, Dios es Vida, es Espíritu, es Sabiduría y es Amor. El alma también es vida, es espíritu, en el cual está la sabiduría, y el amor. Dios es Vida, el alma también es vida, semejante, pero diferente: semejante, porque, es vida, porque es viviente por sí misma, porque no solamente es viviente, sino también vivificante, igual que Él es todo esto; diferente, porque Él es Creador, y ella criatura. Pues si no la hubiese creado, no existiría, y si Él no la hubiese vivificado, ella no vivificaría. El alma vive con vida natural aunque no viva con la vida espiritual, pero tal vida es muerte más que vida: porque la muerte de los pecadores es pésima 32. Por cierto, el alma que vive según la carne, viviendo está muerta; y por eso le era mejor no vivir, que vivir así. El alma es vida, viviente sin duda, pero no de otro modo que por sí misma, y por esto no tan viviente como es la vida. De ahí es que infundida en el cuerpo lo vivifica, para que el cuerpo exista por la presencia de la vida, no la vida, sino el viviente. El alma es creada por Dios, la vida viene de la Vida, lo simple del Simple, lo inmortal del Inmortal; para que no esté lejos de su Creador, al cual parece aproximarse por la simplicidad de la esencia y la perpetuidad de la vida. Pues aunque no viva espiritualmente, sin embargo es necesario que viva inmortalmente. El alma ha sido creada grande por el que es Grande, recta por el que es Recto, tan grande como capaz de las cosas eternas, tan recta, como deseosa de las cosas superiores, tan feliz, como unida a Dios. En efecto, el alma, a quien cuida la piedad de Dios, hace sumisa la humildad, reconduce la penitencia, hace cambiar la justicia, guía la obediencia; la perseverancia hace continuar, la devoción introduce, la pureza junta y la caridad une.

El alma tiene en sí el amor, por el que siempre puede estar con Dios, o volver, cuando a impulso de sus afectos, o mejor defectos, se apartase de Él. De todos los afectos y sentidos del alma sólo el amor es por quien puede el alma, aunque no del mismo modo, corresponder a su Creador, y de algún modo devolver en reciprocidad, y aunque ama menos, porque es menor, con todo, si el alma ama con todo su ser, no falta nada donde está el todo. Al renunciar pues a todos los otros afectos se consagra toda entera a solo el amor, derramándose del todo en el Amor de Aquel a quien tiene que corresponder con devolver amor. Puesto que Dios ama para ser amado, y cuando ama, no quiere otra cosa que ser amado, sabiendo que por el mismo amor son felices los que se aman. Por Amor vino a los hombres, entró en la Humanidad, se hizo hombre, y sus delicias son vivir con los hijos de los hombres 33. En cambio nuestras delicias serán cuando lleguemos a Él, y le veamos tal cual es Él, y seamos semejantes a Él 34. Entonces la visión será manifiesta, el conocimiento pleno, el amor verdadero, la unión firme, la sociedad inseparable, la semejanza perfecta y la vida feliz, eternamente y más allá de las eternidades perpetuas. Porque así como el cuerpo recibirá en su resurrección la vida y el sentido, así el alma recibirá en su resurrección la vida y el sentido, esto es, el conocimiento y el Amor de Dios. En cuanto a que el conocimiento sea la vida eterna, lo afirma la misma Verdad cuando dice: Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo 35. El amor también es sentido. Y efectivamente, así como el hombre exterior se aficiona a estas cosas temporales con los cinco sentidos, a saber: con la vista, el oído, el gusto, el olfato, y el tacto, así el hombre interior en la vida eterna será afectado por el amor inefable de Dios sobre cinco maravillas inefables. Pues, cuando entonces ame a su Dios, amará en El una especie de Luz, de Voz, de Olor, de Sustento, de Abrazo interior. Porque allí brilla lo que no abarca un lugar; allí suena lo que no apresa el tiempo; allí huele lo que no difunde el viento; allí se saborea lo que no disminuye el apetito, allí está seguro lo que la hartura no aborrece; allí finalmente Dios es visto sin interrupción, es conocido sin error, es amado sin defecto, es alabado sin fatiga.

Capítulo 37. EL ALMA ES LA CIUDAD DE DIOS. LOS CIUDADANOS DE ELLA. LOS CONSEJEROS. LOS MILITARES. LOS PLEBEYOS.
LAS TRES ENERGÍAS DEL ALMA, SEGÚN PLATÓN Y LOS MÉDICOS. LA RAZÓN. LA INTELIGENCIA.
LA MEMORIA. EL APETITO

Noble criatura es el alma. Efectivamente es la ciudad de Dios de la cual se han dicho cosas tan gloriosas 36, porque ha sido hecha a imagen y semejanza de Dios. Esta ciudad con razón es llamada Jerusalén; porque ha sido creada para que goce de la visión de aquella paz suprema, que hizo a ambas uno 37. Su mente es el paraíso, en el cual al meditar las cosas celestiales, como que se deleita en el paraíso del gozo. El alma es también la casa del Padre Supremo de familia, por la unidad de las costumbres; es la Esposa de Cristo, por el amor; es el templo del Espíritu Santo, por la santificación; es la ciudad del Rey Eterno, por la paz y la concordia de los ciudadanos. Y porque no hay ninguna ciudad sin pueblo, nuestro Creador dispuso en ella un pueblo de tres grados, a saber: sabios para consultar, soldados para luchar, artífices para servir. Los ciudadanos de esta ciudad son las energías naturales e ingénitas del alma, como indígenas, cuyos grados son distintos; porque unos son superiores, otros inferiores, y otros medios. Los superiores por cierto son los sentidos intelectuales; los medios son los racionales, y los ínfimos son los animales, y ésta es su diferencia: El animal o sensual apetece las cosas visibles. El racional discierne, y con el ojo de la discreción las rechaza. El intelectual arrastra hacia las cosas divinas. Por tanto, los sentidos intelectuales son como los consejeros del alma, que le dicen: teme a Dios, observa, guarda sus mandamientos. Porque eso es el hombre todo 38. Los sentidos racionales son como los soldados, que atacan a los enemigos, piensa en las concupiscencias, por medio de las armas de la justicia. Los animales o sensuales son como los rústicos y artesanos, que se aplican con rudimentos corporales, y sirven al cuerpo las cosas necesarias. A estas tres energías del alma, esto es: la sensual, la racional y la intelectual, los filósofos las llamaron partes, no integrales, sino virtuales: porque son sus potencias. La sensualidad es la energía del alma, por la cual el cuerpo vegeta, y por medio de los sentidos del cuerpo siente y distingue estas cosas exteriores. Porque todos los sentidos, tanto exteriores como interiores, se refieren al alma, en cuanto proceden de ella, pues para que sientan, todos lo tienen del alma. La razón es la energía del alma colocada sobre las cosas corporales, y por debajo de las espirituales; separa, pues, lo verdadero de lo falso, que es propio de la Lógica; las virtudes de los vicios, que es propio de la Ética; y por medio de los experimentos de las cosas investiga las naturalezas, que es propio de la Física. Pues en estas tres consiste toda la Filosofía. En resumen, la razón comprende la filosofía entera. El entendimiento o inteligencia es esa energía del alma, por la cual se entera de las cosas divinas, en cuanto le es posible al hombre. Y para penetrar las cosas celestiales arcanas la razón no es suficiente por sí, a no ser que Dios la ayude. En el momento en que su fin, si vive bien, llegue al conocimiento de las cosas secretas, que ha buscado investigando por mucho tiempo, se llama entendimiento e inteligencia. Boecio, sin embargo, dice que la inteligencia es de solo Dios y a lo sumo de unos pocos hombres: pero con frecuencia se toma lo uno por lo otro. La memoria es también consorte y cooperadora de la razón; porque sin ella la razón ni puede llegar a lo desconocido, ni retener la ciencia de las cosas conocidas. La memoria es la energía del alma que retiene las cosas captadas, que repite las pasadas y que recupera las cosas perdidas. El apetito humano está puesto entre las cosas supremas y las cosas ínfimas, y toma su nombre con razón de que, cuando se contradice a sí mismo, es dividido muchas veces entre unas y otras, a cualquier parte que se incline. Cuando es alimentado por los deleites de la carne se le llama carnal o animal, cuando se deleita con deseos espirituales se llama espiritual, puesto que el apetito es una energía natural asignada en el ser animado para mover los sentidos con avidez.

Capítulo 38. DEFINICIONES DE LAS ENERGÍAS DEL ALMA

Porque he venido mencionando muchas veces las energías del alma, debo definirlas: para que las cosas que se han dicho y las que se han de decir puedan ser entendidas con mayor claridad. Pueden llamarse sensualidad, sentido, imaginación, tanto del cuerpo como del alma. La sensualidad del cuerpo es una energía ígnea. La sensualidad o animalidad del alma es una energía inferior, que arrastrando consigo a la sensualidad de la carne, como fámula y obediente, levanta las sensaciones y las imaginaciones, y las repone en el almacén de la memoria. En el sentido está el instrumento de la sensualidad y el origen de la imaginación. Puesto que la energía ígnea, que formada extrínsecamente se dice sentido, es la misma forma llevada hasta lo íntimo, y se llama imaginación. El sentido pues origina la imaginación, la imaginación el pensamiento, el pensamiento la meditación. La meditación agudiza al ingenio, el ingenio a la razón: la razón conduce al entendimiento, el entendimiento a la inteligencia, la inteligencia por la contemplación admira la verdad misma, y se deleita en ella por la caridad. El sentido es la pasión del alma en el cuerpo por las cualidades que le ocurren desde fuera. La imaginación es la energía del alma, que reconoce la figura de las cosas corpóreas ausente al cuerpo sin el sentido exterior. El pensamiento es la ocupación del alma sobre cualquier cosa. La meditación es el pensamiento frecuente que investiga el modo, la causa, y la razón de cada cosa. El ingenio es una energía naturalmente congénita en el alma que se vale por sí. La razón es una energía del alma, que discierne todo y lo juzga todo, pero principalmente cuando aspira con avidez a las cosas espirituales, y conserva en sí la imagen de Dios. El entendimiento es la percepción de las cosas verdaderas existentes. La inteligencia es el conocimiento puro y cierto acerca de solos los principios de las cosas, esto es: acerca de Dios, las ideas, las almas, y de las sustancias incorpóreas. La contemplación es la admiración gozosa de la verdad diáfana. La caridad es la concordia de las mentes, y la sociedad de los elegidos, la vida de las almas bienaventuradas y de los ángeles, porque ni las almas ni los ángeles viven, sino por la caridad.

Capítulo 39. PARA QUÉ EL ALMA ES A IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS

El alma racional e intelectual es creada a imagen y semejanza de Dios, para que conozca a su Hacedor por la imagen, y le ame por la semejanza. En verdad por la imagen de Dios tiene la razón y por la semejanza la caridad. Por otra parte la caridad en sí misma representa a la Trinidad. La razón la siente, y, serena, la busca; la caridad la encuentra, y, viéndola, descansa feliz. A ésta la fe la toma por guía en esta vida, la esperanza la acompaña hasta el cielo, y la caridad la abraza para siempre. Así pues, que la mente espiritual, y la inteligencia racional contemplen en primer lugar a su Creador; después que le vean en su criatura; y mediante la libertad del arbitrio que dirijan a sí mismo y a todas las criaturas a Aquel que ha creado todas las cosas. Que la Trinidad, manifestada por la caridad, de tal modo resplandezca en el hombre, que siempre la pregone, y que la contemple siempre aquel a quien hermosea la imagen de la Trinidad. De este modo el hombre conserva la semejanza de Aquel cuya imagen lleva en sí por naturaleza. Que aparezca pues la imagen de Dios en la inteligencia racional, en la mente espiritual y en el honor del libre albedrío. Que aparezca la semejanza de Dios en las costumbres junto a la naturaleza, en las obras junto a la justicia, en las virtudes junto a la gracia: para que la naturaleza esté adornada con las costumbres, la justicia esté comprobada con las obras, y la gracia se llene, y fructifique con las virtudes, y así viva siempre en la presencia del Señor. El alma entera anima al cuerpo entero por igual: más aún la vida es inspirada por Dios al hombre, no de una materia preexistente del hombre, sino creada por El de la nada. De los demás seres animados dice la Escritura: que bullan las aguas, etc., que produzca la tierra el alma viviente, animales vivientes 39. Por cierto ni el agua, ni la tierra produjo el alma, sino que Dios la inspiró; pero no como viva o viviente, sino como aliento de vida 40, racional por la semejanza de Dios, creada a imagen de Dios.

Capítulo 40. MISERIA DEL ALMA QUE SE APARTA DE DIOS.
SE ALEJA DE LA SEMEJANZA, NO DE LA IMAGEN DE DIOS.
LAS ALMAS NO SON ENGENDRADAS

El alma no es una porción de Dios. Esto lo prueba la mutabilidad en que incurre. En efecto, Dios es inmutable y ésta muchas veces cambia, con frecuencia condenada por su culpa, y también se hace miserable por la culpa. Y sin embargo nada la habría podido dañar si ella no se hubiese apartado de Dios. Ahora bien, se apartó cuando pecó. Por ello sufre miserable, fugitiva de Dios. Separada del uno, se derrama en muchas cosas, y se hace morbosa por su destemplanza, se hace molesta. Por todo ello los sentidos corpóreos, turbados por la memoria atormentada, se vuelven embotados, marchitos y estúpidos. De ahí sufre la carne, vienen las enfermedades, y amenaza la muerte violenta. Puesto que el hombre, apartado de Dios, y pervertido al pecar, porque está en oposición con Dios, también lo está consigo, y lleva en sí mismo la pena desde sí mismo. El alma no es formada de la materia informe sino que recibió la forma en su creación, por lo cual fue creada a imagen y semejanza de Dios. Si se aparta de Él, queda informe, porque se hace rea, se hace desemejante, y sin embargo, ni por eso se vuelve irracional, porque lleva la imagen de Dios, y por lo tanto también puede ser reformada. Pero, aunque no se quede rematada del todo por el pecado, y aunque sea comparada por su insensatez con los jumentos, no por eso se hace alma de bruto o de otro cuerpo. Porque siempre ha de tener aquel mismo cuerpo, tanto ahora como al final, con el cual fue formada una sola persona. Pero ni por eso se hace cuerpo, aun cuando quede embotada por completo. Tampoco es seccionada en partes, ni encerrada localmente. Ni es mayor por las partes mayores del cuerpo ni menor por las menores, todas idóneas para la vida. En efecto, el alma racional, que es espíritu, por muy grandes males en que esté sepultada; y dondequiera que está, está toda entera. No se transmite de padre a hijo, ni es una sola el alma de ambos. Dice el Señor: lo mismo que el alma del padre, así es mía el alma del hijo 41. Ni se traspasa parte del alma del padre al hijo, cuando lo engendra. Por cierto, partirse o dividirse, aumentarse y disminuirse no lo conoce el espíritu en su substancia. Porque no puede ser mayor, sino mejor. En efecto, si fuese transmitida particularmente se estaría probando que el espíritu es corpóreo. Porque si, como algunos deliran, el germen del alma tuviese que ser transmitido al engendrar con el germen de la carne, se podrían deducir de ahí muchas cosas deshonestas e imposibles, que ni deben decirse ni pensarse del espíritu racional. Pues es indecente renovar obscenidades, y remover los gérmenes malos derivados de la corrupción de la carne.

Capítulo 41. LAS ALMAS SON CREADAS CADA DÍA. EN CAMBIO, DESDE LA CREACIÓN PRIMERA, NO SE HACE NINGUNA CREACIÓN NUEVA DE LA MATERIA. EL PECADO ORIGINAL SE CONTRAE POR MEDIO DE LA CARNE. NECESIDAD DEL BAUTISMO

Y decimos que las almas racionales son creadas de la nada nuevas, cada día, en su esencia, aunque, en cuanto a su naturaleza parigual por institución divina, ciertamente que no son nuevas. Efectivamente, cuales en el principio Dios creó el día sexto al varón y a la mujer 42, tales las infunde diariamente a cada uno, siempre nueva por la creación de la nada, pero ninguna es nueva en cuanto a la institución. Dice: mi Padre sigue trabajando y yo también trabajo 43. Sigue trabajando el Padre y el Hijo con acción ciertamente nueva, pero no con nueva institución, por aquélla es agente creador, con ésta es conservador. En cambio las cosas corpóreas, después de su primera creación, ninguna es creada de nuevo, sino que fueron creadas en el principio a la vez. Y se van propagando por la formación en el tiempo. Pero las almas no son creadas a la vez en su esencia parigual, sino en cuanto a su individualidad, por la que son creadas a imagen y semejanza de Dios; y a la vez que se consideran creadas, no se cree que a la vez sean sacadas a la luz en cuanto a la forma parigual preelegida a imagen y semejanza de Dios. La carne es transmitida de la carne por generación, pero el espíritu no es propagado de ningún modo del espíritu.

Tenemos por cierto que la carne contraída de la carne por la ley de la concupiscencia al instante es vivificada, y queda apresada con el vínculo de la culpa original, y el alma que vivifica a la carne, se ve apesgada por sus afecciones. Bajo este vínculo de pecado se ven sumergidos los párvulos, que mueren sin el remedio del pecado. En efecto contraen el pecado original no por alma, sino ciertamente por la carne, y se extiende al alma. Puesto que el alma está unida de tal modo a la carne que con la carne es una sola persona. Y Dios Creador hace al alma y la carne un solo individuo, un solo hombre: de donde, salvada la propiedad de una y otra naturaleza, a la carne se le añade lo que es del alma, y al alma lo que es de la carne por la unidad de la persona, no por la diversidad de la naturaleza. Y por consiguiente, lo que allí mismo es propio de cada una, se hace común de los dos, lo propio por la naturaleza, lo común por la persona. Desde entonces el alma está sujeta a la culpa original que contrae la carne, y que revierte en el alma, con la cual está unida en la persona, aunque esté dividida en la naturaleza. Por todo esto es necesario que el párvulo, mientras vive, sea renovado por el Sacramento de Cristo, para que no dañe a su alma la suciedad de la carne del pecado, por la cual se ve apesgada, aun despojada del cuerpo, a no ser que mientras viva en el cuerpo, fuera expiada por el remedio saludable. Que se den prisa, pues, los adultos, que corran en favor de sí mismos; que impartan también a los párvulos los sacramentos de la fe, que reciban la fe de Cristo con los sacramentos, para que la fe de la Iglesia proteja a los párvulos renacidos en Cristo, y las obras de fe acompañen a los adultos con los sacramentos. Además renovados éstos por la gracia, todo será completado por fin en la resurrección general de tal modo que la carne misma resucite gloriosa, restituida a su alma, viva y eterna, feliz y dichosa.

Capítulo 42. POR QUÉ SE LES DA EL ALMA A LOS NO BAUTIZADOS. QUÉ ES LA NATURALEZA. EL ALIENTO DE VIDA

Si se pregunta por qué Dios da las almas a aquellos a quienes sucederá la muerte sin el remedio saludable, respondemos que la institución divina por la que son creadas las cosas y la naturaleza de las cosas, ni es anulada por el pecado, ni la violencia les estorba. De ahí el que la ley de la unión carnal ni aún en los malos se ve privada de su derecho: engendran los adúlteros, los fornicarios, los profanos, en fin la institución natural no perece ni en estos tales. Porque la naturaleza, como Dios la instituyó, obra lo que es suyo propio. Si en verdad la naturaleza es una energía, y una potencia debidamente infundida en las cosas que han de ser creadas, y que atribuye su propio ser a cada una, y por la cual, siendo creada buena, cualquiera que usa mal, es juzgado porque se hace malo. Con razón pues son castigados los que abusan de las cosas lícitas. Y con razón son castigados los que intentan apropiarse las cosas ilícitas. Así Satanás perdió el cielo, lo mismo que el primer hombre perdió el Paraíso, pues abusan de las cosas lícitas quienes manchan los bienes de Dios con usos prohibidos. Manchan los bienes de Dios como aquellos que con ardor libidinoso practican las obras de la cópula carnal. De éstos son engendrados los hijos, cuyos cuerpos son formados, sirviendo la criatura al Creador, y son animados inspirándoles Dios el aliento de la vida. Por aliento de vida se entiende el alma humana, que no la produce ni la tierra ni el agua, sino que lo inspira Dios: por el cual son animados los sentidos corporales; de donde es mencionado el hombre creado como alma viviente. En esto y en todo obra el Omnipotente, según lo instituyó, a quien ni ayudan los bienes de nadie ni le impiden los males. A los buenos los empuja su gracia, y a los malos los atemoriza su justicia. En cuanto a nosotros, siervos suyos, cuando abusamos de los bienes del Señor, somos hallados por igual reos y, miserables. Pero el mismo Señor, que usa bien de los males de sus siervos, es adorado santo y omnipotente. El mismo es quien inspira el alma por su institución divina en el cuerpo terreno propagado desde la transmisión del pecado, usando bien de nuestra fétida prevaricación, la cual, si fuese natural, podría ser imputada al Creador. Pero el Creador prepara en todo tiempo los sacramentos, y presenta a su obediencia los edictos piadosos, para que los sacramentos sean el remedio contra el pecado, y la observancia de los mandatos temporales acarree los premios de los dones eternos. De donde, si algunos párvulos engendrados bajo el pecado mueren sin el remedio saludable, teme a la justicia de Dios, el cual no debe nada a alguien, sino que condena en cada uno el mal que no hizo en ellos; pero, si renueva a los niños con los sacramentos, admira la misericordia de Dios. En efecto, los mismos, así como no conocen la culpa, con la que nacen de la carne, así desconocen la gracia, con la cual son renovados por medio de Cristo. No excusa a los párvulos de culpa, porque no la conozcan; ni excluye de ellos la gracia, porque la desconozcan. ¿Busca culpa en ellos? La encuentra transmitida desde la carne. ¿Busca en ellos la gracia? La encuentra dada por Dios; aquélla (la culpa) que condena con razón, ésta (la gracia) que es otorgada gratuitamente sin mérito alguno. Aquélla anuncia el juicio, ésta representa la misericordia. En ambos casos es reconocido Dios, a quien se le canta la misericordia y el juicio con alabanza perpetua 44. En todo caso, de la contemplación de estas cosas nuestra mente, mente enferma, porque está abrumada por los pecados, vuelva cuanto antes a sí misma, y busque para sí el remedio, para que, la que ha caído en Adán, se levante en Cristo.

Capítulo 43. LA NATURALEZA DEL ALMA. MUERTE DEL HOMBRE

Los antiguos dijeron muchas cosas sobre la naturaleza del alma, pero no de modo que parezca que nada queda ya por decir. Y yo de sus dichos he podido reunir, con la mayor diligencia que he podido, este resumen breve y cierto, además me he esmerado por reunir en uno lo que se pueda encomendar a la memoria. Puesto que la memoria del hombre está embotada, y goza de cortedad; y si se divide por muchas cosas, se hace menor en cada una. El hombre consta de alma y cuerpo: y cuanto se ve con los ojos corporales ha sido hecho por medio del cuerpo, el cuerpo por medio del alma y el alma por Dios. El alma es la vida del cuerpo, Dios es la vida del alma. El alma es inmortal, porque carece de carne: no tiene donde caer, para que necesite de la resurrección después de la ruina, si no hubiese caído por el pecado. y por ello nuestra vida no perece con la muerte, sino que abandona el cuerpo, mientras que al alejarse el alma no pierde su vigor, sino que deja eso que había vivificado, y cuanto está en sí, causa la muerte de otro, que ella misma no recibe. Repito, que lo causa al no vivificar lo que había abandonado, sin perder lo que da vida. Por tanto la muerte del hombre no es otra cosa que el ocaso de la carne, de la cual cuando se ha alejado el vigor de la potencia vivificante, vuelve a la tierra de la que fue sacada, perdidos los sentidos que no tuvo por sí misma. El alma da la vida a la carne, cuando llega, no de otro modo a como el sol da luz al día; y causa la muerte, cuando se va. Con todo, la muerte no consume las cosas unidas, sino que las divide, mientras una y otro vuelven a su origen. Y para que nadie piense que el alma es consumida por la muerte del cuerpo, escuche lo que dice el Señor en el evangelio: no temas a los que matan el cuerpo, y no pueden matar el alma 45. El cuerpo se fatiga con los pensamientos del alma; el alma es afectada en el cuerpo con los dolores del cuerpo.

Capítulo 44. EL ALMA ES INVISIBLE. LA RAZÓN ES EL ESPEJO EN EL CUAL VE A DIOS

El cuerpo consta de cuatro elementos. El alma ni es elemento, ni viene de los elementos, sino que es creada de la nada, y conocida de solo su Creador. Luego por todos estos elementos que en sí, esto es, en su cuerpo, ve las cosas visibles, también ve que nada de eso sea o pueda ser ella. Así que se separe, y olvide de todo lo que ve visible en sí; y que ella ve que es completamente invisible en eso que ve en sí, y sin embargo ve que ella no puede ser vista. Por último que se eleve sobre sí, y en eso que es el espejo primero y principal de ver a Dios y creado más próximo y semejante a la imagen y semejanza de aquél, que contemple al Dios invisible. Pues esto es la misma razón, y la mente que usa de la razón, la cual fue creada a la primera semejanza de Dios, para que pueda encontrar por sí a Aquel por quien fue creada y descansar dulcemente con su amor y contemplación. En realidad manifiestan a su Creador más perfectamente esas cosas que se acercan más próximamente a su semejanza. Y ésta es la misma criatura racional, que con excelencia y propiedad fue creada a su semejanza: y entonces conoce y ama más prontamente a su Creador, a quien no ve, cuando ella entiende que ha sido creada a su imagen.

La mente racional es la que, pensándose a sí, entiende y tiene su imagen nacida de sí misma, cuya imagen es su verbo. Pues el verbo de una cosa es el mismo pensamiento formado a su semejanza desde la memoria. De este modo aparece con claridad que la suprema Sabiduría, cuando se habla a sí, entiende que engendra su semejanza consubstancial a sí, es decir, a su Verbo. Con todo, la mente racional porque no siempre se piensa a sí misma, y siempre se acuerda de sí, está claro que cuando se piensa a sí, su verbo nace de la memoria. De donde aparece que si bien se pensase a sí, siempre su verbo nacería de la memoria. En cambio, tratándose de la Suprema Sabiduría, que siempre se habla a sí, como siempre tiene memoria de sí, está claro que de la memoria eterna nace su Verbo coeterno. Porque así como la Suprema Sabiduría es eterna, así tiene memoria de sí eternamente, y se entiende a sí eternamente, y eternamente se habla, siendo el hablar lo que el entender; y como eternamente se habla a sí, eternamente su Verbo está en sí mismo. Luego la mente racional que entre todas las criaturas sólo ella puede remontarse hasta la investigación de la Suprema Sabiduría, y por lo mismo sólo ella puede ir a su encuentro, que siempre ponga empeño en acordarse de ella, entenderla y amarla; para eso fue creada, para que viva siempre, si ama siempre la Vida Suprema, la Suprema Sabiduría, la Suprema Esencia, a la cual debe esto mismo que es. Ahora bien, no puede amar, si no pone empeño en acordarse de ella, y entenderla. Con que haga eso para lo que fue creada, para vivir bien.

Capítulo 45. TRIPLE ESTADO DE LOS RACIONALES. LA ENERGÍA TRIPLE DEL ALMA. QUÉ ES EL ALMA

Dios Omnipotente cuya felicidad no puede ser aumentada, porque es perfecta; ni ser disminuida, porque es eterna. Por puro amor, sin ninguna necesidad de sí creó los espíritus racionales para hacerlos partícipes de su felicidad. Pero a unos confirmó en su pureza en el cielo; y a otros por su soberbia los precipitó al infierno; a otros en fin los asoció a los cuerpos terrenos para probar su humildad y obediencia en la habitación terrena de modo que vivificasen la materia arcillosa, para el sentido de la vida. En realidad tiene en su naturaleza una cierta mutabilidad según la cual se aproxima a los cuerpos que han de ser vivificados, en la cual, por cierto, pierde no poco de su pureza. Porque, cuando son afectadas por el deleite del cuerpo, es como si contrajesen de ahí cierta corpulencia, que apesga su naturaleza más pura. Y este vicio cuanto más profundamente se adhiere a los deleites que están en los cuerpos, con tanta mayor dificultad los va a abandonar al salir de los cuerpos: porque no desaparece la pasión, aun cuando se quite la causa de la pasión; de ahí el poner todo el empeño en esta vida para limpiarse de tamaña viscosidad. Nosotros, pues, que estamos en medio de los buenos y los malos, debemos considerar con frecuencia tanto el gozo de aquéllos como el suplicio de éstos, y nuestra propia miseria. Puesto que nuestra alma es racional para que sepa discernir entre el bien y el mal. También es concupiscible y además irascible para que pueda amar el bien y odiar el mal. De la concupiscibilidad nace el amor, y del amor el deseo y el gozo. El amor es el deleite de algún corazón hacia algo y por algo, corriendo por medio del deseo y descansando por el gozo; por el deseo apetecer y por el gozo disfrutar. De ninguna otra manera es bueno, cuando es bueno, el corazón humano, sino porque ama bien lo que es bueno. Ni es malo de otra manera, cuando es malo, sino porque ama bien lo que es bueno. Pues, todo lo que es, es bueno, pero en cuanto se ama mal, queda viciado. De la irascibilidad nace el odio. En efecto, la ira engendra odio, y del odio viene el dolor y el temor. Por ejemplo, cuando nos airamos contra nuestros pecados, y comenzamos a odiarlos, nos dolemos porque hemos pecado, y tememos las penas por los pecados.

Capítulo 46. SUERTE DIVERSA DE LA CRIATURA RACIONAL. LOS CUATRO AFECTOS DEL ALMA PARA QUÉ LE SON DADOS.
PARA QUÉ LA RAZÓN

Dios creador de todas las cosas, entre las demás y sobre las demás cosas que creó, de tal modo se dignó engrandecer más a la naturaleza racional que la hizo insigne hasta por la semejanza suya, y quiso que sea partícipe de su felicidad. Con todo, aunque el origen de esta criatura racional parezca semejante, es diversa su condición; mientras una parte suya está afirmada en la felicidad eterna, otra parte está separada con las cadenas del infierno y entregada al tártaro, guardada para los tormentos en el juicio 46. Además otra tercera parte unida a los cuerpos terrenos ocupa un lugar medio. Y por cierto, al principio esa misma parte media más próxima a las delicias sublimes estaba puesta en las delicias del paraíso; y ahora humillada por el reato de la desobediencia, está en el lugar de la aflicción, ya más cerca de las cosas más ínfimas. Así pues, el lugar sumo de todos ésos tiene la alegría plena, el ínfimo la suma tristeza, pues allí está la felicidad plena, aquí solo la suma miseria. En el intermedio tenemos que esperar las cosas supremas, pero también debemos temer las cosas ínfimas, y por eso tenemos aquí una causa mayor para temer que para esperar, cuanto más próximos estamos de las cosas ínfimas nosotros que vivimos arrojados en la misma sombra de la muerte. Con todo, porque Dios conoció que el alma humana podía ser hecha partícipe, según la cualidad de sus méritos, tanto de aquella felicidad, como nada menos que de aquella condenación eterna, le infundió los cuatros afectos naturales; para que supiese cómo podría optar a aquellos bienes, y de cuando en cuando alegrarse con ellos; así como temer aquellos males, y en ellos afligirse hasta con dolor perpetuo. Entre tanto, realmente tanto más grave es la condición actual, porque no sólo manifiesta tristeza y nueva molestia, sino que también el temor tiene su pena, y la misma esperanza, que se prolonga, aflige al alma. Puesto que el Padre piadosísimo y juez terrible, que ha preparado aquellos gozos verdaderos y perpetuos para los hijos, ha preparado igualmente dolores perpetuos para los reos al final; con todo, quiso tomar también experiencias del gozo, y del dolor en esta vida, para que aquéllos no solamente puedan ser creídos con certeza, sino que puedan también con mayor afecto tanto ser deseados como temidos; por lo demás, ni los gozos presentes en comparación de aquellos gozos son gozos, ni la tristeza presente en comparación de aquella tristeza es tristeza. Que no se engañe cuando alguno quisiera trabajar más en esta vida de modo que prefiera con empeño desear aquellos gozos y temer aquellos dolores, antes que evitar las molestias de esta vida, y atrapar sus alegrías. Sin embargo hay que encontrar también en la vida presente cómo alegrarse útilmente, y cómo contristarse saludablemente. Si se alegra de sus beneficios, dando gracias a Dios, y se regocija por su devoción, que deplore también los propios delitos así como los de los prójimos. Para esto, por disposición divina está puesta la razón en el corazón del hombre, como intermedia entre los mismos afectos. Por medio de la cual pueda ciertamente discernir, y distinguir cómo alegrarse, y cómo dolerse, más aún qué debe desear y qué debe temer. En verdad que quienes enseñaron que es triple la energía del alma, afirmando que es racional, irascible y concupiscible, parece que comprendieron que los afectos sin duda son diversos, pero que están unidos entre sí por cierto parentesco: bajo lo irascible parece que comprendieron el miedo y la tristeza, bajo lo concupiscible el deseo y la alegría.

Capítulo 47. EL HOMBRE ENTRE EL MUNDO Y DIOS

Fluctuando, pues, el alma humana entre los diversos afectos es necesario que, tomando una posición cierta, bien en las cosas ínfimas, bien en las cosas supremas, sea perseverante ya en el gozo ya en el dolor. Dios está en lo supremo, el mundo en lo ínfimo. Dios permanece siempre en el mismo estado de su eternidad. El mundo fluye siempre inestable por el curso de su mutabilidad. El alma humana, como colocada en el medio por cierta excelencia de su condición, de una parte sobrepasa esta mutabilidad que está por debajo, y por otra parte todavía no toca aquella verdadera inmutabilidad que está junto a Dios. Pero si en esas cosas que pasan abajo se hubiese sumergido por la concupiscencia, al instante será arrastrada a través de infinitas distracciones, y se disipará dividida de algún modo por sí misma. En cambio, si se elevase desde esa infinita distracción que es hacia abajo, y abandonando estas cosas ínfimas, se reuniese poco en la unidad, aprendería a estar consigo misma, tanto más en la unidad cuanto más se elevase hacia arriba con el pensamiento y el deseo: finalmente, hasta el momento en que sea completamente inmutable, y llegue a aquella verdadera y única inmutabilidad, que está en Dios, donde descanse perpetuamente sin cambio alguno de mutabilidad.

Capítulo 48. ORIGEN DE LAS ALMAS. EL ALBEDRÍO.
LA ELECCIÓN

Creemos que las almas no existen desde el principio con los ángeles, ni que han sido creadas todas a la vez, como imagina Orígenes. Tampoco que han sido engendradas mediante unión con los cuerpos, como afirman los luciferianos, Cirilo, y algunos latinos presumidos. Sino que decimos que sólo el Creador de todas las cosas conoce su creación; en tanto que el cuerpo es engendrado por la unión del matrimonio; por un verdadero plan de Dios es cuajado, configurado y formado en el seno, y una vez formado ya el cuerpo, el alma es creada e infundida. De modo que el hombre viva, constando ya de alma y cuerpo, y salga vivo y completa toda la substancia humana. Creemos que no hay dos almas en un solo hombre, como muchos escriben, la una animal, por la cual es animado el cuerpo, y que está mezclada en la sangre; y la otra espiritual, que suministra la razón. Sino que decimos que, en el hombre, hay una sola y la misma alma, la cual a la vez que vivifica el cuerpo con su sociedad también la disponga con su razón a sí misma, teniendo en sí la libertad del albedrío, para elegir por el pensamiento de su substancia lo que quiere. Puesto que el hombre ha sido encomendado a la libertad de su albedrío. Pero después que cayó por la seducción de la serpiente por medio de Eva 47, perdió el bien de naturaleza y a la vez también el vigor del arbitrio; con todo no perdió la elección: que fuese suyo aquello que corrigiese el pecado, pero amonestando e inspirando primero Dios, para salvarse. Por tanto, queda el libre albedrío, que es la voluntad de la razón, para buscar la salud, que está en nuestra potestad, y que es don de Dios para que alcancemos lo que deseamos alcanzar. Que es de nuestra vigilancia y a la vez de la ayuda celeste que no resbalemos, una vez conseguido el don de la salvación: que está en nuestra potestad y cobardía que resbalemos. Creemos que sólo el hombre tiene alma substantiva, la cual vive libre del cuerpo y mantiene con vida sus sentidos, y otros ingenios con sus cualidades naturales. Tampoco muere como el cuerpo según afirmó Arato (Arabs-Arabas); ni va a morir después, como dice Zenón: porque vive substancialmente. En cambio las almas de los animales no son substantivas, sino que nacen con la carne misma por la vivacidad de la carne, y mueren con la muerte de la carne; y por tanto no son regidas por la razón, como piensan Platón y Alejandro: sino que son guiadas por todos los estímulos de la naturaleza. El alma humana no muere con la carne, porque tampoco es engendrada con la carne, como hemos dicho antes; sino que formado el cuerpo en el útero de la madre, dijimos que es creada e infundida por el juicio de Dios para que el hombre viva dentro en el seno, y de este modo salga al mundo por el nacimiento. El alma teniendo principio del Creador, de quien procede, es perfecta en su género, y debería conocer todo lo que puede ser conocido por el hombre, si no tuviese la gravedad de la carne. Todo esto puede ser probado por medio del primer hombre, el cual, antes de la corrupción de la humanidad, tuvo la ciencia humana perfectamente, desde que existió. Pero sólo corrompida la Humanidad, se corrompe desde que se une a la corrupción. Tampoco puede ejercer sus propiedades, hasta que movida por el uso, la experiencia y la enseñanza de alguno comienza a discernir; como, por ejemplo, cuando alguien con una agudeza hasta sutil de los ojos es arrojado a las tinieblas, y sin embargo no puede ver allí hasta que se adapte a las tinieblas o se encienda una luz. De ahí el dicho de Virgilio: «Cuánto sufren los cuerpos santos».

Y aun cuando unas sean las acciones del cuerpo, y otras las acciones del alma, con todo, tanto los vicios del cuerpo, como las virtudes del alma pueden existir. Porque al ser dada el alma para eso, para que corrija los movimientos ilícitos de la carne, suceden por la ignorancia y negligencia suyas. Así como, cuando bien un discípulo, o bien un siervo peca por negligencia del maestro o del señor, el maestro y el señor no están libres de culpa, del mismo modo el alma tampoco está libre de culpa, cuando suceden aquellos movimientos ilícitos, porque ella debe mandar y aquéllos obedecer.

Capítulo 49. SENTIDO HASTA EN EL HOMBRE INTERIOR. DEDICARSE A LA MEDITACIÓN

El hombre consta solamente de dos substancias, del alma y del cuerpo: el alma con su razón y la carne con sus sentidos. Sin embargo la carne no mueve esos sentidos sin la sociedad del alma, y en cambio el alma mantiene su ser racional también sin la carne. Con todo, hay que advertir que los mismos sentidos que son descritos en el hombre exterior se manifiestan igualmente en el ser interior según su medida; porque las cosas espirituales no han de ser comparadas con las corporales sino con las espirituales. Por eso la voz divina dice en el Deuteronomio: Mirad que yo soy Dios, no hay otro fuera de mí 48. Y en el Apocalipsis: Quien tiene oídos para oír, que oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias 49. Y en el salterio: gustad y ved qué suave es el Señor 50. También el apóstol: Somos buen olor de Cristo tanto para los que se pierden como para los que se salvan 51. En el evangelio el Señor manifiesta que la mujer le tocó con la fe, más que con el cuerpo, al decir: alguien me ha tocado; porque también yo he sentido que una fuerza ha salido de mí 52. Por tanto hay que observar con todo cuidado qué pertenece a los sentidos del cuerpo, y qué a la dignidad del alma, no vaya a ser que el orden confuso y la estimación irracional en alguna parte parezca que se opone a la verdad. No hay un tercer espíritu en la substancia del hombre, como defiende Dídimo; sino que el espíritu es la misma alma: la cual sea por la naturaleza espiritual, sea por eso que sopla en el cuerpo, se llama espíritu. Por otra parte se llama alma porque anima para vivir y vivificar al cuerpo. En cuanto al tercero que el apóstol introduce con el alma y el cuerpo como espíritu, hay que entender la gracia del Espíritu Santo 53, que el apóstol pide que persevere íntegra en nosotros, para que ni disminuya ya por nuestros vicios ni se aparte de nosotros; porque el Espíritu Santo rehúye el engaño, se aleja de los pensamientos que son insensatos 54.

Ejercitemos nuestra alma, por tanto, con la meditación continua y consideremos nuestras miserias y nuestras necesidades, nuestros trabajos y dolores. Puesto que entramos a esta vida llorando, vivimos penando, y hemos de salir con dolores y temor. Pensemos más cuán breve es nuestra vida y cuán peligroso el camino, cuán cierta es la muerte e incierta la hora de la muerte. Pensemos con cuántas amarguras está mezclado cuando algo dulce o alegre nos divierte con su encuentro en el camino de esta vida, cuán engañoso y sospechoso, cuán inseguro y transitorio todo lo que alumbra el amor de este mundo, todo cuanto promete la grandeza y la hermosura temporal. Consideremos también cuál sea la hermosura de la patria celestial, su suavidad y su dulzura. Fijémonos y sopesemos de dónde caímos y dónde yacemos; qué perdimos y qué encontramos, para que por lo uno y lo otro comprendamos cuánto debemos llorar en este destierro. De aquí que dice Salomón: quien acumula sabiduría, acumula también dolores  55. Porque cuanto más el hombre conoce sus propios males, tanto más suspira y gime.

Capítulo 50. QUÉ ES LA MEDITACIÓN. LA CIENCIA. LA COMPUNCIÓN. LA DEVOCIÓN, LA ORACIÓN, EL AFECTO. LA CIENCIA DE SUYO HA DE SER ANTEPUESTA A LO DEMÁS

Por cierto, la meditación engendra ciencia, la ciencia compunción, la compunción devoción completa, la devoción completa la oración. Meditación es el pensamiento frecuente, curioso y sagaz para investigar las cosas oscuras y sacar a notoriedad las cosas ocultas. Ciencia es cuando el hombre es iluminado por la meditación asidua para el conocimiento de sí. Compunción es cuando de la consideración de sus males propios el corazón es tocado por el dolor interno. Devoción es el afecto piadoso y humilde hacia Dios; humilde por la conciencia de la propia debilidad, piadoso por las consideraciones de la clemencia divina. Oración es la devoción de la mente, esto es, la conversión hacia Dios por el afecto piadoso y humilde. Afecto es una inclinación espontánea y deliciosa de la misma alma hacia Dios. En verdad que nada inclina a Dios más a la piedad y a la misericordia, como el afecto puro del alma.

Los hombres suelen alabar y amar la ciencia de las cosas celestiales y terrestres pero son mucho mejores los que a esta ciencia anteponen conocerse a sí mismos. Ya que es más digna de alabanza el alma, que conoce su propia miseria, que el que sin mirar atrás escruta los caminos de los astros y las naturalezas de las cosas. Y quien ya se despertó hacia Dios, excitado por el calor del Espíritu Santo, y se envileció ante sí, y queriendo y no pudiendo entrar a Él, iluminándole presta mientes en sí, y se encuentra a sí misma, y reconoce que no puede contener la aflicción de aquella limpieza; le es dulce llorar y rogarle que se compadezca de sí y le quite toda la miseria. Así a este infeliz cuitado no le infla la ciencia, porque le edifica la caridad. Pues se ha propuesto saber la ciencia de la ciencia, esto es: conocerse a sí mismo y su enfermedad, más que conocer las virtudes de las hierbas y las naturalezas de los animales; y aplicando esta ciencia, añadió también el dolor, a saber, el dolor de su peregrinación por el deseo de su patria y de la visión de Dios, a quien contempla como su fin; a quien le es la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Se duele quien está retenido en el destierro, porque está desplazado del reino. Siente dolor cuando recuerda qué y cuántas cosas malas ha hecho, cuán intolerables penas ha de sufrir por ellas.

Capítulo 51. LA ATENCIÓN Y LA DISCUSIÓN DE SÍ. CONSIDERACIONES VICIOSAS

No hay ciencia mejor que aquella por la cual el hombre se conoce a sí mismo, discutamos nuestros pensamientos, palabras y obras. En realidad de qué nos aprovecha, si investigamos con sutileza la naturaleza de todas las cosas, la llegamos a comprender y no nos conocemos a nosotros mismos. Examinemos, por tanto, qué hemos hecho nosotros, si lo hicimos como debimos hacerlo; consideremos también aquellas cosas que vamos a hacer, si son según Dios. Ya que nos es necesaria la circunspección en el examen: en la medida que tenemos experiencia de lo que hemos hecho, volvámonos más cautos para aquellas cosas que vamos a hacer. Por cierto, no pocas veces la obra que creemos haber comenzado con buena intención, tanto más pronto nos precipita en la decepción, cuando más seguros del principio de nuestra intención no observamos el fin de la acción; y nos precipitamos imprudentes a la fosa como por camino llano, porque vemos qué hacemos, pero no atendemos qué debe seguir a nuestro fin. Pues es tan ambiguo el afecto del alma que, si no es por el fin de la obra, no somos capaces de discernir la cualidad de su intención. Además necesitamos llamar a juicio cada día a nuestra vida para examinar qué hemos hecho por la noche y durante el día; y cuanto más diligentes de lo acostumbrado somos para hacer el bien, y más perseverantes de lo habitual en evitar el mal; si en alguna obra nuestra hemos sido suplantados por las insidias de nuestro enemigo; finalmente, de qué modo somos capaces de evitar por los síntomas de la decepción pasada sus engaños futuros, en qué medida la tentación que sobreviene nos arrastra desprevenidos a una obra mala, o la negligencia presente nos engaña indiscretos en una obra buena. A saber, cualquiera que ejercita su corazón en este empeño, oiga lo que dice un sabio: «conócete a ti mismo», conoce de dónde has venido, y a dónde vas; cómo vives, cuánto progresas o retrocedes, qué lejos estás de Dios, o qué cerca, no por intervalos locales, sino por la semejanza o la desemejanza de las costumbres. Conoce cómo eres hombre, cuya concepción es culpa, el nacimiento es miseria, el vivir castigo y el morir necesidad. Es cierto que morirás, pero es incierto el cómo, y el cuándo y el dónde. Porque la muerte te acecha en todas partes, y tú, si fueras sabio, la estarás esperando en todas partes. Atiende, pues, con solicitud a lo que haces y a lo que debes hacer; si haces lo que debes; y no mezclas ninguna obra mala con una obra buena; si el bien que haces, lo llenas con cuanta devoción conviene; si amas el bien del otro como tuyo, si corriges el mal tuyo, como el del otro; si te apartas del mal de modo que hagas el bien. Porque hay algunos que se fijan solamente en los males que no hacen; a éstos la pusilanimidad los aparta de, la obra buena; para que el mal no se lo robe a escondidas. Hay otros que se fijan sólo en los bienes que hacen. Estos se complacen y farolean de la obra buena de tal modo que en absoluto se aterrorizan de la mezcolanza de la maldad. Hay otros sabios para hacer cosas malas, pero que no saben hacer cosas buenas; éstos son los peores de todos, que se alegran cuando hacen el mal, y se regodean en las cosas pésimas. Hay otros que buscan a Dios por las cosas exteriores, abandonando sus cosas interiores, donde Dios es más íntimo.

Capítulo 52. TRES GRADOS DE CONOCIMIENTO. LA DILATACIÓN DE LA MENTE. LA ELEVACIÓN DE LA MENTE. ENAJENACIÓN DE LA MENTE. LA MENTE ES ESPEJO DEL HOMBRE, PERO ESTÁ OSCURECIDO POR EL PECADO. CÓMO HA DE SER LIMPIADO

Volvamos, pues, a nosotros para que podamos ascender a nosotros. Supuesto que son tres los ascensos. En el primero ascendemos de las cosas exteriores e inferiores a nosotros. Por el segundo ascendemos al corazón alto y recóndito 56: porque cuanto más progresamos, tanto más ascendemos. Y el que no asciende, desciende; y quien no progresa, regresa. Por el tercer ascenso ascendemos a Dios. El primer ascenso se hace por la consideración y el desprecio del mundo. En verdad al considerar cuán caducas y transitorias son las cosas terrenas las despreciamos, y volvemos a nosotros. El segundo ascenso es por el conocimiento y el desprecio de nosotros. Porque cuando conocemos cuán inclinados estamos al mal, y cuán inútiles para el bien, nos despreciamos y ascendemos sobre nosotros. El tercer ascenso se hace por el conocimiento y el amor de Dios. Este tercer ascenso se realiza con la dilatación de la mente, la elevación del alma y la enajenación de la mente. La dilatación de la mente es cuando vemos bajo un aspecto de la mente, y examinamos muchas cosas, bien sobre la Sabiduría de Dios, bien sobre su omnipotencia, bien sobre toda su bondad. Debemos considerar con qué poder Dios creó todas las cosas de la nada, con qué sabiduría gobierna todo, y con qué benignidad dispensa todas las cosas. Que hizo todo este mundo así ordenado para los cuerpos, los cuerpos para las almas, las almas para sí. Y por eso debemos guardar con diligencia nuestras almas, y en la medida que podamos volverlas limpias y santas a Dios, de quien recibimos tantos bienes en favor de ellas. La elevación de la mente es cuando de las cosas visibles somos llevados a las cosas invisibles. En verdad, cuando consideramos la dignidad humana, admiramos la condescendencia de Dios, que creó tan admirablemente el espíritu racional a imagen y semejanza suya. La enajenación de la mente es cuando la mente es arrebatada sobre sí. Sobre el arrebato de la mente el hombre no puede ser enseñado porque allí nada tiene suyo. En cuanto a la dilatación y la elevación de la mente sí puede ser instruida, porque allí tiene algo suyo. Por otra parte es instruida a veces por industria humana, por la revelación o inspiración divina. En cambio muchas veces en el espejo de su corazón, esto es, en la mente racional, se ve a sí misma y a Dios. Porque de tal modo ha sido creado el corazón del hombre para que el Señor habitase en él, como en su templo; y lo reflejase como en un espejo suyo, para que quien no podía ser visto en sí, apareciese visible en su imagen. Grande sobre manera es la dignidad del hombre: llevar la imagen de Dios, y ver su rostro continuamente en sí, además de tenerlo siempre presente por la contemplación. Pero después de que al pecar echamos por tierra nuestro deleite, el polvo del pecado está posado en nuestro corazón; y por eso resbalamos cayendo de aquel espejo de la contemplación interior a estas míseras tinieblas de la vida presente, donde no podemos servir dignamente a Dios, porque por la suciedad de la iniquidad y envueltos por las tinieblas de la ignorancia, no vemos ya en gran parte qué debemos hacer y evitar; limpiemos entonces nuestro espejo del amor de la vanidad y del amor de la iniquidad, esto es, del polvo y de la suciedad, para que en él podamos vernos a nosotros y a nuestro Creador, a quien al pecar le dimos la espalda. Si en verdad estamos separados de Dios, son nuestros pecados los que nos separan de Él. Y por eso digamos con el profeta: Conviértenos, Dios salvador nuestro 57. Si cuando las mujeres han perdido su espejo, en el cual contemplan su rostro, lo buscan con diligencia, y lo limpian con esmero del polvo y de la suciedad; mucho más nosotros debemos encontrar, limpiar y mirar el espejo del hombre interior, para que podamos descubrir en él toda nuestra suciedad, y así por nuestro conocimiento poder llegar al conocimiento de Dios.

Capítulo 53. DOS COSAS NECESARIAS PARA EL CONOCIMIENTO DE SÍ. EL HOMBRE POLVO Y CENIZA. CUÁNTAS COSAS DEBEMOS A LA GRACIA DE DIOS. ESTE CONOCIMIENTO ENGENDRA LA HUMILDAD, LA CARIDAD, ETC.

Dos cosas necesitamos para conocernos, a saber: cómo somos para el mal, y cómo somos para el bien. Estamos inclinados al mal, y si la misericordia de Dios no nos tiene de su mano, podríamos caer en todos los vicios, sin poder levantarnos de allí, a no ser que la misericordia de Dios viniese luego a levantarnos. Bien lo conocía el profeta, cuando decía: Señor, tu misericordia está ante mis ojos 58, la cual me guarda; y tu misericordia me acompaña 59, la cual me levanta. Somos unos inútiles para el bien, que ni podemos hacer el bien sin la gracia de Dios, ni podemos perseverar en bien alguno. También el Apóstol conocía esto mismo, cuando decía: por la gracia de Dios soy lo que soy; y que su gracia en mí no ha sido en vano 60, su gracia permanece en mí. Este doble conocimiento de sí tuvo Abraham al decir: voy a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza 61. Verdaderamente el hombre es polvo. Pues como el polvo es traído y llevado por el viento desde cualquier parte, y es arrojado a otra área y allí se queda, así el hombre puede caer en todo vicio, sin que tenga ánimos para levantarse, a no ser que le socorra la misericordia de Dios. El hombre también es ceniza, porque como la ceniza de suyo ni da semilla ni germina en ella la semilla recibida, así el hombre ni puede hacer el bien, ni puede perseverar en bien alguno sin la gracia de Dios. Por todo esto debemos dar las mayores gracias a Dios, porque además nos ha concedido muchos bienes, y nos ha perdonado también muchos males que hemos hecho, y nos ha librado de muchos males que hemos podido cometer, así como de otros muchos que hemos cometido. Verdaderamente que todo lo malo que no hemos cometido, no lo cometimos por su misericordia. En realidad, si lo hubiese permitido Él, nosotros lo habríamos hecho ciertamente tanto de obra como de voluntad. Y por eso no sé si debemos amarle más por todo lo que nos ha perdonado o por todo de lo que nos ha preservado. Y aun cuando no lo hayamos hecho, nosotros sí debemos estimarlo como si lo hubiésemos hecho y como si Él nos lo hubiese perdonado; puesto que de, cierto habríamos hecho todo eso al menos de voluntad, si Ello hubiese permitido. Todo el que se conoce a sí mismo en la verdad, es humilde ante Dios y ante los hombres; ama a Dios por Dios; y a todos los hombres por Dios: y si tiene perfecta caridad, a nadie juzga, a nadie acusa, a nadie condena, no guarda ira, no promueve riñas, no siembra discordias, no favorece a los malvados, no persigue a los inocentes, no odia a los que le contradicen; no roba, ni levanta falsos testimonios, ni perjurios; a nadie denigra, a nadie daña, a ninguno odia, sino que ama a todos. Está escrito: a nadie debáis nada, sino que os améis mutuamente 62. En efecto, la caridad es tan familiar a Dios que no quiere habitar en aquel en quien no hubiera caridad. Luego el que tiene caridad, tiene a Dios; porque Dios es caridad 63. Y quien odia a un hombre, pierde a Dios, y el bien que hace. Por lo cual, que cada uno tenga cuidado de no perder a Dios, y todo el bien por el odio a un solo hombre.

Capítulo 54. DOBLE BIEN DEL HOMBRE. DOBLE SENTIDO. INTENCIÓN DE SUS ACCIONES. CONOCIMIENTO DE LA TRINIDAD CON LA RAZÓN COMO GUÍA

Volvamos ahora a nuestro espejo, y veamos cómo por el conocimiento de nosotros mismos podemos ascender al conocimiento del mismo Dios. La naturaleza del hombre es doble. Una interior, que es el mismo hombre, porque la mente de cada uno es él mismo; otra exterior, esto es, el cuerpo. El hombre está compuesto de la doble naturaleza, y por ello para que el hombre interno sea santificado, Dios le ha preparado desde el principio dos clases de bienes: unos visibles, otros invisibles, unos corporales, otros incorporales: para que con los primeros el sentido de la carne sea guardado para la amenidad, con los segundos el sentido de la mente sea repleto de felicidad. Ésta es la razón de por qué el alma racional está equipada de doble sentido: para captar las cosas visibles por el sentido de la carne, y las cosas invisibles por el sentido de la mente. En la medida en que las cosas visibles y las invisibles la estimulan al conocimiento y al amor del Creador. Porque la intención de todas las acciones humanas debe correr a este fin, para que o bien se instaure en nosotros esa semejanza de la imagen divina, o bien se atienda y mire a la necesidad de esta vida. En cuanto a las cosas que reparan en nosotros la semejanza divina son dos, esto es: la especulación de la verdad, y el ejercicio de las virtudes: porque en esto el hombre es semejante a Dios, en que es sabio y justo. Puesto que manifiestan más perfectamente a su autor esas cosas que le aproximan más a su semejanza. Y esto es la mente racional, la que por excelencia y por propiedad fue creada a semejanza suya; y entonces conoce más pronto a su Creador, a quien no ve, cuando entiende que ella misma fue creada a su semejanza. Luego aquí se encuentra el primer vestigio de la Trinidad, cuando ella misma ha comenzado a conocer lo que era en sí misma, y de ahí ha considerado lo que existía por encima de sí misma. Pues ha visto que de sí misma nace la sabiduría que está en sí misma, y ella misma ama su sabiduría: y procede el amor desde sí misma y de su sabiduría, por lo cual se ama a sí misma engendrada de sí misma, y al permanecer en sí misma, no se separa de sí. Y aparecen los tres en uno: la mente, la sabiduría y el amor. Y de la mente es la sabiduría, y de la mente y de la sabiduría procede el amor; y surge la trinidad, que no pierde la unidad: y a la vez son trinidad y unidad. Esto es así en nosotros. Realmente la razón se aconseja mucho mejor con Dios, porque siendo Dios el origen de toda, Sabiduría, siempre ha tenido Sabiduría, y siempre la amó, y porque siempre amó, siempre ha tenido el amor. El mismo engendró la Sabiduría que tiene, y siempre la tuvo con El, porque la engendrada no se separa del que la engendra; siempre es engendrada, porque es eterna; siempre es engendrada, porque es perfecta; que ni cuando es engendrada es principiante, ni cuando ha sido engendrada es cesante. El que ha engendrado es el Padre, el que es engendrado es el Hijo, y el que procede de ambos es el Espíritu Santo. El Padre no procede de ninguno, el Hijo es de solo el Padre, el Espíritu Santo es a la vez del Padre y del Hijo; y conviene que confesemos que estos tres son uno substancialmente en Dios. Pero porque el que es engendrado no pueda ser Aquel por quien es engendrado; ni el que procede del que engendra y del engendrado, puede ser el que engendra, y el que es engendrado; estamos obligados por la razón inexpugnable de la verdad a reconocer en la Divinidad la Trinidad de las Personas, y la unidad de la substancia, y la igualdad de la majestad. Luego el Padre y el Hijo y el Amor del Padre y del Hijo son un solo Dios, y se aman con un solo amor, porque son una sola cosa: ni es otra cosa lo que cada uno ama en el otro, que lo que cada uno ama en sí mismo. Ni es otra cosa lo que cada uno es que lo que es el otro; por eso es necesario que cada uno se ame a sí mismo, y cada uno mutuamente ame al otro. Dios Padre nos ha manifestado esta caridad y esta Trinidad, cuando por su caridad excesiva por la que nos ha amado 64, envió a su Hijo en semejanza de carne de pecado 65 para salvarnos: envió también el Espíritu Santo, por quien nos adoptaría como hijos. Dio al Hijo en precio de la Redención, y envió el Espíritu Santo en privilegio del Amor y, finalmente, se reserva a Sí mismo como heredad para los adoptados.

Capítulo 55. LOS NOMBRES DE LA TRINIDAD SON NOMBRES DE PIEDAD.
LA FELICIDAD DE LA VIDA ETERNA

El Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo son nombres de piedad, nombres de dulzura, nombres de suavidad y de amor. En efecto, ¿qué más dulce que el Padre, y tan gran Padre, tan dulcísimo y tan misericordiosísimo? ¿Qué más suave que Jesucristo? Nuestro Salvador todo El es Ungido, todo piadoso, todo dulce y suave. ¿Qué más amable y qué más suave y qué más santo que el Espíritu Santo? Es el mismo Amor del Padre y del Hijo, por quien son santos todos cualesquiera que son santos. Considerad por tanto cuánta es esa gloria, cuán inefable la alegría, cuando vengamos a Dios Padre, y Él nos acoja en su Reino como hijos y herederos; Jesucristo como hermanos y coherederos; el Espíritu Santo hará que nosotros seamos un solo espíritu con ellos: ya que El es el vínculo indisoluble de la Trinidad y del Amor. Entonces entraremos en las potencias del Señor 66, y veremos aquella Ciudad de la cual se han dicho cosas tan gloriosas 67. Supuesto que la vida de aquella Ciudad es reposada, la paz tranquila, la felicidad perpetua, la hermosura admirable, el aspecto laudable, el deleite concupiscible, la gloria deseable, el gozo perenne, la festividad continua, los cánticos dulcísimos. Allí están todas las cosas que convierten los corazones de todos en cierta dulzura y deleite inefable. Allí están los gozos eternos que infunden suavidad, y no introducen corrupción; siempre se renuevan y nunca se deterioran, no se desgastan, permanecen íntegros, dispuestos para el gozo, siempre íntegros, incorruptos. La dulzura de aquella ciudad se infunde para suavidad, la forma para deleite, la visión para gozo. Realmente, cuánta belleza hay allí, donde las formas de todas las cosas florecen sin defecto, permanecen sin cambio; están sin corrupción, son eternas sin mutabilidad. Si es tan bello hasta lo que no es bello, ¿qué será lo que bello es? Oh ciudad santa, ciudad hermosa, todo lo que hay en ti, todo es bello, suave, deleitoso, es el bien único, y todo bien está en El. Efectivamente todo cuanto puede decirse del bien, todo está allí; porque todos los bienes están en el uno y todos son uno. El amor y el deseo de este bien tan grande cuando a veces me toca, me afecta vehementemente y a la vez con suavidad, y no sé hasta qué punto y cómo me abstrae de mí mismo. Porque de repente soy renovado del todo, soy arrebatado por el afecto, atraído por el deseo, y comienzo a sentirme bien, más de lo que se pueda decir. Se regocija la conciencia, la memoria olvida todos los dolores pasados, exulta el alma, se hace claro el entendimiento, se enciende el afecto, el corazón se ilumina, los deseos se hacen encantadores. Y me veo estar ya en otro sitio, sin saber dónde. Porque veo, pero todavía como de lejos, los coros de los ángeles y arcángeles que cantan y alaban a Dios. Única es pues allí la obra de todos, contemplar las maravillas de Dios, y alabarlo en sus obras. Todos contemplan, todos se alegran, todos se deleitan en Dios: cuyo aspecto es piadoso, el rostro hermoso, la palabra dulce. Es deleitable para ver, suave para poseer, dulce para disfrutar. Siempre agrada verlo, tenerlo siempre, disfrutar de Él siempre, y deleitarse con Él. Él mismo por sí causa placer y es su origen; basta para el mérito, basta para el premio. No hay nada que buscar fuera de Él, porque se encuentra en Él todo lo que se desea, y en Él todo se ama. Efectivamente el Bien es uno, y todo el Bien está en Él. Sólo los buenos tienen y ven este bien, que aman y alaban con alabanza perpetua.

Capítulo 56. EL ESPÍRITU ES INTELECTUAL. VIDA Y MUERTE DEL ALMA. GRAVEDAD DE LAS PENAS ETERNAS. LA PENA PRINCIPAL

Cuando considero cuál es la naturaleza del alma, que puede vivificar la carne, pero que no puede reducirse a sí misma en los pensamientos buenos, como desea, encuentro un espíritu intelectual que vive por la potencia del Creador, y que vivifica el cuerpo que sostiene, pero con todo, expuesto a la vanidad, sujeto a la mutabilidad, a quien muchas veces levanta la alegría, afecta el temor, mortifica la iniquidad y vivifica la justicia. Puesto que la vida del alma es Dios, y la muerte del alma es el pecado. Porque el alma que haya pecado ella morirá 68: en cambio la que hubiere hecho el juicio y la justicia, vivirá y no morirá. El alma es inmortal de tal manera que pueda morir; de tal manera es mortal, que no pueda morir; es mortal con la inmortalidad, y es inmortal con la mortalidad. Por todo lo cual los miserables (condenados) tienen una muerte sin muerte, un fin sin fin, un defecto sin defecto; porque hasta la muerte vivirá siempre, y el fin siempre comenzará, y el defecto nunca sabrá acabar. La muerte perecerá, y no se extinguirá; el dolor atormentará, sin que huya el pavor; la llama quemará, pero no disipará las tinieblas. En efecto, habrá oscuridad en el fuego, pavor en la oscuridad, dolor en la combustión. De ese modo los réprobos entregados a las llamas del infierno, sentirán el dolor en los suplicios, despavoridos por las angustias del dolor; y siempre tendrán que aguantar, y siempre estarán temiendo, porque vivirán atormentados siempre sin fin, vivirán sin esperanza del perdón y de la misericordia, lo cual constituye la miseria sobre toda miseria. Cierto, que después de tantos miles de años, cuantos cabellos han tenido todos los que han existido, y existirán, no tendrán jamás la esperanza de que terminarán sus penas, ni la tolerancia que les dé algún alivio; y, como ya no tienen ni tendrán esperanza alguna, desfallecen de desesperación, sin que baste jamás para terminar los tormentos. De ellos escribió Isaías: su gusano no morirá, y su fuego no se apagará 69. Porque ni ellos mismos se consumirán. El gusano corroerá la conciencia, el fuego quemará la carne, y, puesto que ofendieron al Autor con el corazón y con el cuerpo, serán castigados conjuntamente con el corazón y con el cuerpo. El alma, al estar separada de la vida feliz, y el cuerpo sumergido en suplicios eternos, tendrán allí todo el miedo y deploración, el llanto y el dolor. Entonces en verdad el gemir no será sino llorar, porque entonces para nada servirá ya el arrepentirse. Allí está el verdugo que hiere, el gusano que corroe, el fuego que abrasa. Los pecados son descubiertos, los reos son castigados, y todo esto será perenne. Porque todo el que vaya a los tormentos, ya no saldrá más. El dolor de la combustión los atormentará por fuera, la pena de la ceguera los oscurecerá por dentro. Pero, en cambio, verán a aquellos horribilísimos monstruos de los demonios, y sus rostros espectrales. También verán los tormentos del infierno, y en medio de los tormentos a los seguidores cómplices suyos, a quienes amaron con amor desordenado contra los preceptos de Dios, hasta tal punto que sus muertes los afligirán a ellos, aumentando su condenación. Y nunca verán a Dios, lo cual es la mayor miseria de todas las miserias. En efecto, ¿quién puede decir cuánta sea la pena de no ver al Creador y artífice de todas las cosas, al Hijo Redentor y Salvador, al Rey del cielo y tierra, y al Señor de todo el Universo, por quien somos, vivimos y entendemos 70.

Capítulo 57. PRUDENCIA EN IMITAR A LOS BUENOS Y EVITAR A LOS MALOS. MEDITAR EN LOS GOZOS ETERNOS. GOZO MUTUO DE LOS BIENAVENTURADOS. LA FELICIDAD PERFECTA. OCUPACIONES Y DOTES

Por eso es necesario que nosotros consideremos en todos los sentidos y procuremos en todas partes no hacer obras malas, ni dejar de hacer las obras buenas que están mandadas; para que llenos de las obras buenas, no nos ensoberbezcamos. Porque muchos con ocasión de las virtudes, cayeron en el infierno por la soberbia. Intentemos con la mejor intención hacer el bien y evitemos con habilidad el mal: no hagamos esas cosas bajo la apariencia de bien, porque muchas veces los vicios fingen que son virtudes. Por consiguiente todo el que se acuerde de haber cometido cosas ilícitas, ponga interés en apartarse de ellas. Y quien haya cometido cosas prohibidas, que se modere en algunas permitidas. Pero quien todavía llora su pecado, que tema cometer otros vicios: y que se reprenda a sí mismo en las cosas mínimas quien recuerda que ha faltado en las cosas grandes. En verdad que con cuantas más virtudes actúe el alma, con tanta mayor firmeza crecerá, aunque los sentidos carnales estén molestando, sin embargo, exteriormente con algo tan pueril, que si no son refrenados por el fervor, debilitan la mente en la cuerda floja y débil, donde, si fuere retenida por una larga costumbre, cuando quiera levantarse no podrá, oprimida el ahora por la mole de la mala costumbre. Por consiguiente quien crea estar firme, tenga cuidado, no caiga 71; y SI cayere, que se levante velozmente con la compunción del corazón, con la confesión de la boca y con la santificación de obra. Que sea más humilde dentro de la propia conciencia, que sea más ferviente y más dispuesto para hacer penitencia, que sea más cauto para su custodia.

Pues quien desprecia las cosas temporales por el solo deseo de la felicidad superior, y no ama nada de este mundo, y apetece sólo la patria eterna, está protegido por la gran tranquilidad del alma, en la cual el hombre tanto más puramente reconoce a Dios, cuando se encuentra él solo con El solo. Pues nada es más presente que Dios, y nada más secreto que él. Pidamos entonces el apartamiento de la mente de la turba de los deseos terrenos, y desde ahí, expulsando los tumultos de los pensamientos ilícitos del corazón, anhelemos con la intención la Patria suprema, el amor de la quietud íntima, y elevémonos en la alta contemplación de Dios. Contemplemos quiénes son los mismos coros de los ángeles, qué esa sociedad de los espíritus bienvenidos, cuál la majestad de la visión de Dios, y cómo Dios restablece a sus santos con la dulzura de la visión eterna. Porque en esta vida nadie puede pensar cuánta sea aquella felicidad, ver a Dios cara a cara; cuánta suavidad oír aquella melodía angélica; cuánta delectación tener la compañía de todos los santos. Efectivamente, cada uno se gozará tanto de la felicidad del otro como de su propio gozo inefable; y cuantos compañeros tendrá serán otros tantos gozos suyos. Nada veo más agradable en aquella gloria, nada encuentro más deleitable para contemplar, que el afecto del amor íntimo, por el cual cada uno amará tanto al otro como a sí mismo; y a Dios más que a sí y a todos los demás consigo; y Dios los amará a ellos como a sí mismo, y esto con amor perpetuo. Allí no veremos nada extraño, no amaremos nada inconveniente, no oiremos nada que ofenda nuestros oídos. Donde todo es armonioso, alegre y pacífico, puesto que todos los derechos celestiales están conformes y seguros. Allí está toda felicidad, toda suavidad, todo deleite, y toda eternidad, toda hermosura y toda dulzura. Cuanto conviene y cuanto deleita allí está; a saber: todas las riquezas y delicias, todo descanso y todo consuelo. Allí está la tranquilidad presente, la serenidad amena, la deleitación eterna, la alabanza jovial y hermosa, y el conocimiento pleno de todos los bienes. ¿Qué puede faltar allí donde está Dios a quien nada le falta? Cuantos están allí, todos son dioses: ni hace falta que uno diga al otro: reconoce al Señor 72. Porque todos le conocen y lo ven: todos le alaban y lo aman. Lo conocen sin error, lo ven si fin, lo alaban sin fatiga, lo aman sin fastidio. Siempre lo ven y siempre lo desean ver, tan deseable El para verlo. Siempre lo aman, y siempre desean amarlo; tan dulce El para que sea amado. Y cuanto más lo aman, tanto más quieren amarlo, tan deleitable El para gozarlo. En esta delectación descansan llenos de Dios, llenos de toda bendición y santificación. Son bienaventurados uniéndose siempre a la bienaventuranza, son eternos contemplando siempre la eternidad, son hechos luz, siempre unidos a la luz; mirando siempre la inmutabilidad, son mudados en inmutabilidad. Con tanto mayor agrado lo miran, cuanto más dulcemente, cuyo aspecto es piadoso, cuyo rostro es hermoso y dulce la voz. ¡Oh visión feliz ver al Rey de los ángeles en su hermosura 73, ver al Santo de los santos, por quien todos son santos! Verlo a Él es la suma felicidad, la suma dicha, la vida eterna, y la vida bienaventurada.

Capítulo 58. FELICITACIONES A LOS PIADOSOS QUE GOZAN DE DIOS. SU GOZO NO LO PUEDEN NARRAR A LOS INEXPERTOS

Alegraos y gozaos, justos; porque estáis viendo a quien habéis amado, poseéis a quien tanto tiempo habéis deseado, retenéis a quien nunca teméis perder. Por todo ello cantadle y ensalzadle, porque Él es el Señor, Dios vuestro, glorioso y magnifico, El es la salud y la vida, el honor y la gloria, la paz y todos los bienes. ¿Cuánta paz hay allí, donde a ninguno repugna nada ni de otro ni de sí mismo, sino que el mismo Señor rige a todos y nada os puede faltar 74? El dispuso para vosotros el Reino, para que comáis y bebáis en la mesa de su reino 75. Gustad, pues, y ved cuán suave es el Señor 76. Es suave para ver, es suave para gustar. No se puede decir cuánto placer en el gusto, cuánta amenidad en el sabor, cuánta suavidad en el olor. No podéis comunicarnos la grandeza de tanta suavidad, vosotros, que lo experimentáis, a nosotros, que jamás hemos gustado algo igual. Como cuando alguien quisiera indicar con palabras la dulzura de la miel a uno que nunca la ha gustado, ciertamente que él no captará con los oídos la suavidad de ese sabor que nunca ha percibido con la boca; ni podrá indicar con palabras la dulzura que el gusto ha conocido con satisfacción.

Capítulo 59. DEPLORA SUS MISERIAS. INVOCA A LOS SANTOS. LA MUTABILIDAD DE LA MENTE NOS ENSEÑA EL DE DÓNDE Y EL PARAQUÉ

¡Ay miserable de mí, que nunca siento lo que sentís, ni estoy allí donde vosotros estáis! Vosotros estáis en el lugar del refrigerio de la luz y de la paz, donde vuestro ser no verá la muerte, vuestro conocer nunca tendrá error, vuestro amar jamás verá una ofensa y vuestro gozo no tendrá tristeza: en cambio yo en la región de la sombra de muerte ignoro mi fin, no sé si soy digno de amor o de odio 77; desconozco cuándo saldré del cuerpo. Saldré, pero no sé cuándo, y quizá este día es el último: por eso temblando y lleno de pavor espero cada día la muerte, que me amenaza por doquier, temo al diablo peligroso, que en todas partes me acecha, temo y me espanto ante la última discusión y la ira del juez severo, que me envíe por mis pecados al infierno del fuego. Y como no podéis indicarme vuestro gozo y vuestra alegría acerca de la visión de Dios; así yo tampoco puedo exponeros suficientemente las necesidades y las enfermedades que padezco, las iniquidades y los pecados que hice, las culpas y negligencias sin número que cometí, y que cada día sin parar hago de corazón, de palabra, de obra, y de casi todos los modos con que la fragilidad humana puede ofender a Dios. Por consiguiente vosotros que habéis merecido ser hechos consortes de los ciudadanos celestiales, y que gozáis de la gloria de la claridad eterna, orad por mí al Señor para que me saque de esta cárcel en que estoy retenido y en cadenado 78. Verdaderamente la mente es ciega e inconstante se cambia con las cualidades de esas cosas que ve; y según lo que ve, cambia su pensamiento y sentidos: y cuando se apoya en sí misma para estar de pie, se desvía de algún modo de sí misma aun sin saberlo; y es alejada con fastidio repelente de cada una de las cosas a las que tiende. Porque, cuando apetece con avidez lo que debe pensar y de repente desdeña lo pensado, es advertida que depende de otra parte, y que detenida allí no descansa. Puesto que solamente está subordinada a Dios por quien ha sido creada. Pero porque todo lo que apetece por debajo, es menor, con razón no le basta todo lo que no es Dios. De ahí viene lo que aquí y allí está disperso, y se distrae por infinidad de cosas, buscando descanso donde no lo hay. A saber, busca las cosas amenas de delectación donde descansar. Pero porque abandona al único Dios, a quien podía poseer plenamente, entonces se desparrama por muchas cosas; para saciarse al menos con la variedad, porque no puede saciarse con la cualidad de las cosas.

Capítulo 60. NECESIDAD DE QUE LA MENTE SE VUELVA A LAS COSAS CELESTIALES. GLORIA DEL CIELO. GOZOS DE LOS CIUDADANOS CELESTIALES

Por lo cual es necesario que recojamos nuestra mente derramada por diversas cosas. Y que la centremos en el único deseo de la eternidad. En verdad que en la contemplación del Creador hemos de conseguir siempre esto, que gocemos de la única estabilidad de la mente; esto es, que, intentándolo aquí con nuestro trabajo, imitemos lo que después recibiremos gozando como premio. Pongamos, pues, empeño en afrontar nuestros años de vida con cuidado, y superar los trabajos de manera que nos sea posible disfrutar con el pensamiento y con el deseo ardiente, un tiempo, durante una hora o siquiera media, en la ciudad del Señor de las virtudes. Consideremos, también, y, en cuanto podamos, valoremos cuál sea aquella gloria, cuánta la alegría, qué solemnidades, qué veneración, qué contento el de los ciudadanos celestiales que asiduamente alaban al Señor de todo, le honran, le ofrecen sus votos, entonan el cántico nuevo, cántico de alegría, con un clamor incomparable, porque lo hacen con amor fervorosísimo, con canto inefable, con afecto admirable, con júbilo celestial, con modulación espiritual. Por cierto, Él es su verdadera comida, su saciedad plena, su morada eterna, la felicidad suma de su alegría eterna, la Salvación Eterna, la Virtud indeficiente y la Vida inmortal.

Cuantas más veces medito esto, me esfuerzo en subir allí.
Suspiro, me encorajino, con súplica, tiendo:
Allí con los deseos: la mente se une a Cristo,
El corazón se deleita en Él.
Allí vive, goza, contempla, ruega, y venera.

Luego tanto más dulcemente, cuanto con más frecuencia; con mucha avidez, sí, pero sin fastidio alguno, tan rara es una hora, como breve la demora. ¡Oh si algún día en paz me durmiera, y al punto descansara en El 79, para habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida! 80 ¡Si alguna vez podré ver a Aquel tan deseable, en quien los ángeles desean mirarse 81 para poder decir: he aquí que a quien he deseado lo veo, a quien he buscado ya lo poseo! Cuándo entraré y veré el rostro del Señor 82, para contemplarle en la bondad de sus elegidos, para alegrarme con la alegría de su gente, para alabarle con su heredad 83. Cuándo podré ver aquella ciudad de la cual se dijo: tus plazas, Jerusalén, serán pavimentadas con oro purísimo, y en ti se cantará el cántico de júbilo, y por todos tus barrios se cantará por todos el Aleluya 84.

¡Oh ciudad santa, ciudad hermosa! Te saludo de lejos, clamo a ti, te deseo. De verdad deseo verte y descansar en ti, pero no puedo retenido en la carne. ¡Oh ciudad deseable! Tus muros son una sola piedra, tu Guardián es el mismo Dios; tus ciudadanos están siempre alegres; porque siempre se gozan y se felicitan de la visión de Dios. No hay en ti corruptela, ni defecto, ni vejez, ni ira; sino paz perenne; gloria solemne, alegría sempiterna, solemnidad continua; verdaderamente es tan grande el gozo y la exultación, la flor y el orgullo de la juventud y de la salud perfecta. No hay en ti ni hoy ni ayer, sino que es siempre el mismo hoy. Un ayer, por cierto, que es vuestro mañana y el hoy renovado sempiterno y siempre. En ti la salud, en ti la vida, en ti la paz infinita, en ti Dios es Todo. Cosas gloriosas se han dicho de ti, ciudad de Dios. Como, en verdad, morada de todos los que se alegran en ti 85. En ti no hay temor alguno, ni tristeza, todo deseo se convierte en gozo, en tanto que está presto cuanto se desea, y sobreabunda cuanto se deseare. Todos tus ciudadanos recibirán una medida de gozos desbordante de manera que todos a la vista gozan en común y gozan inmensamente. Se alegrarán todos unidos, como habitan los hermanos unidos, como se encuentran todos unidos. Finalmente todos son uno como se dignó pedir por toda su familia el que con toda reverencia se dignó obtenerlo.

Como Tú, Padre, en Mí, y Yo en ti, que también ellos sean uno en Nosotros 86. Se alegrara pues la universalidad de aquella ciudad, se alegrará la unidad, se alegrará la ciudad, cuya participación está en El mismo. Se alegrará la esposa en los ósculos y abrazos del esposo, se alegrará y exultará llena de gratitud, alabándole siempre por los siglos de los siglos. Así también se alegrará el Esposo sobre la Esposa 87 y se alegrará el Señor en todas sus obras 88, viendo las obras que hizo y que ciertamente eran muy buenas 89. Se alegrará también el Padre y por medio del Unigénito obtendrá muchos hijos de adopción. Se alegrará igualmente el Hijo, como primogénito entre muchos hermanos 90, a los que había acogido con gran consideración para la comunión de la herencia paterna. Ni complacerá menos en ellos al Espíritu Santo, por quien fueron adoptados. Se cantará además, con nuevos gozos y votos inefables, por aquellas también vecinas potestades de los ángeles, que felicitan al sumo Pastor y Bien Supremo por haber sido encontrada y maravillosamente recogida la oveja centésima 91. En todo esto exulta la gloria del Padre, en todo esto exulta la voluntad del Espíritu, en todo exulta el Hijo y el cielo se llena de gozo. Y porque ellos han sido redimidos por el Señor con qué devoción confesarán y dirán: Porque es Bueno, porque es eterna su misericordia 92. En verdad que la alegría será sempiterna en ellos 93, y las alabanzas de Dios eternamente en sus gargantas 94, y por los siglos de los siglos y perpetuas eternidades 95. Bienaventurados todos los que habitan en tu casa, Señor, te alabarán por los siglos de los siglos 96. Serán embriagados de la abundancia de tu casa, y los saciarás del torrente de tus delicias. Porque en ti está la fuente de vida, y con tu Luz veremos la Luz 97; cuando te veamos a ti en ti, y a nosotros en ti, y a ti en nosotros, con visión continua y felicidad perpetua.

Capítulo 61. SIETE GRADOS DE ACCIÓN EN EL ALMA.
LA CONTEMPLACIÓN DE LA VERDAD. LA RELIGIÓN VERDADERA

El alma en su esencia es simple, y es múltiple en sus oficios. Porque tiene siete grados de acción, por los cuales muestra sus fuerzas y su potencia. El primer grado es la vivificación; el segundo la sensibilidad; el tercero la habilidad; el cuarto la corrección, el quinto la tranquilidad o pureza, el sexto la contemplación, el séptimo el descanso. En el primer grado o acto el alma vivifica el cuerpo con su presencia. Lo asume en unidad y lo mantiene en unidad. En el segundo se extiende mediante los sentidos para disponer las cosas exteriores. En el tercero comprende diversas artes. En el cuarto, desde el cual comienza la bondad y toda la verdadera alabanza, se limpia a sí misma que está mancillada, y se prepara para la pureza. De ahí que, cuando ya fuere limpiada de todo pecado y lavada de las manchas, obtiene la pureza. Porque una cosa es practicar la pureza y otra obtenerla. Realmente entonces progresa y avanza hacia Dios con una fe grande e increíble, esto es, hacia la misma contemplación de la verdad, y ése es el grado sexto. Y además, en esa visión o contemplación, que es el séptimo grado, porque es quietud y más bien una morada, el alma se mantiene, goza, se alegra, se deleita. Porque una cosa es dirigir el ojo de la mente hacia aquello que hay que ver, y otra tenerlo asegurado. Tenemos el primer grado común con los vegetales; el segundo con los animales; el tercero con doctos e indoctos. En ese tercer grado Dios une el alma, esto es, comienza a guiarla; en el cuarto la pacifica; en el quinto la confirma; la introduce en el sexto, y la alimenta en el séptimo. En cambio, en la contemplación de la verdad, ¿qué es el deleite, qué la solemnidad sin fin de la visión de Dios, qué la alegría sin defecto de amor, el ardor que no molesta, sino que deleita, cuán grande el deseo de la visión con saciedad, y cuánta la saciedad con el deseo, cuáles los frutos del verdadero y sumo Bien, cuál la serenidad, la amenidad, cuál el encanto, qué vaya decir yo? Lo han dicho algunas almas grandes y santas, a las cuales creemos porque han visto y ven todo esto. En cuanto a nosotros, si mantenemos con perseverancia el curso de vida, que Dios nos ha encomendado, y que hemos recibido para conservarlo, llegaremos por la gracia de Dios a aquel verdadero y sumo Bien. Trabajemos religiosa, constantísima y vigilantísimamente en el cumplimiento de los mandatos de Dios, porque no hay otra salida desde tan grandes males hacia tan grandísimo bien. Puesto que es verdadera la religión por la que el alma mediante la reconciliación se une a Dios, de quien se había como desgajado por el pecado.

La fuerza de nuestra alma se atribuye siete actos:
vivifica, siente, abarca las diversas artes,
corrige los excesos, se dedica con afán a las virtudes,
dirige su mirada a la misma Divinidad, y se goza en ella.
El primero está también en las semillas,
y los animales brutos participan del segundo,
que son dos de nuestras propiedades.
Las otras tres son ya superiores:
y los de arriba deben ir por delante.
Por el primer acto vegetan los cuerpos, y crecen,
de ahí proviene el vigor, la unión,
la complexión, el movimiento,
su estado, su forma, y cierta armonía;
por el segundo toca, ve, oye, gusta, huele;
odia, ama, elige lo conveniente, evita lo contrario;
cambia en los gustos, en los sueños vaga con la mente,
con la memoria recuerda el pasado;
previene cosas futuras, y actúa en muchísimas cosas,
que se hacen no por el sentido, sino por la razón;
por el tercero, repasa y ordena ingenuas y diversas artes,
y todo lo que suministra
tanto el ingenio como la disciplina,
lo agrupa, y une a las mentes con progreso distinto;
el cuarto aparta de lo ilícito
y enseña a superar el arrebato de la mente;
es entonces cuando comienza a conocerse
y aprende a pasar a un nuevo encanto;
aprendemos por el quinto
a estar sostenido por la ley natural,
y a guardarse de las cosas prohibidas
por amor a la virtud ya no aprovecharse,
aun sin testigos, de algunas permitidas;
el sexto arrebata el alma inmaculada,
casi igual a las celestes,
para la mirada del Sol y de la Luz celestial;
el séptimo acerca, estrecha, asegura con amor estable,
y une a Dios, cuya dote ya intuye, y atisba qué tálamos,
qué cultos, y qué fiestas la esperan y serenan.
¿Quién puede decir: ven, Esposa mía?
Lo dijeron las almas felices, las principales,
a quienes ni les ha faltado tanto aquella virtud
como aquella lengua con la que sería lícito abrir estas líneas,
porque el premio reservado excede
todo sentido y todo mérito.

Capítulo 62. CÓMO DEBE SER EL ALMA

Ya has oído, alma mía, qué eres y qué puedes: ahora escucha cómo eres, y cuál debes ser. Cargada de pecado, enterrada por los vicios, atrapada entre tentaciones, cautiva en el destierro, encarcelada en el cuerpo, pegada al barro, clavada en el lodo, trabada con los miembros, crucificada de cuidados, gravada de negocios, estresada de temores, afligida de dolores, errante por los errores, inquieta por las sospechas, angustiada por las preocupaciones, extranjera en tierra enemiga, corrompida con los muertos, destinada con los que están en el infierno. Si así dañada y desesperada quieres respirar en la esperanza del perdón y de la misericordia, y con el Rey de los ángeles conseguir el suave yugo del amor; conviene que seas pura, modesta, veraz, temerosa, circunspecta, sin admitir en absoluto lo que disipa la gloria de tu conciencia. Que tu conciencia nada tenga que te avergüence en presencia de la verdad, por lo que te veas obligado a apartar tu rostro de la luz de Dios. Y para que este encanto recree las miradas divinas, que salga afuera, y se difunda entre los miembros y sentidos del cuerpo, en la medida que por ellos resplandezca desde allí toda acción, palabra, mirada, paso y risa.

Con todo, que la risa esté moderada por la gravedad, y llena de honestidad; cuando se manifestare el movimiento, la actividad, los gestos y el ejercicio de todo el cuerpo, que cada acción sea pura, modesta y limpia de toda insolencia y lascivia, superficialidad y cobardía. Que la palabra sea más prudente, el rostro más jovial, la mirada más respetable, el andar más modesto. Tal belleza de alma o ingenuidad de mente que procure con la buena conciencia conservar la integridad de la fama, que según el Apóstol traiga bienes, no sólo delante de Dios, sino también delante de los hombres 98. Por cierto, tal encanto, dejados todos los demás deseos, se une a Dios, vive para Dios, nada ama fuera de Dios, y lo que debe ser amado es sólo por Dios. Se preocupa solícitamente de atender al Señor en su presencia siempre 99, a quien obedece para corregirse, por quien es iluminado para conocerlo; en quien se apoya para la virtud, por quien es reformado para saber a quien se conforma para la belleza, de quien goza para la jovialidad. ¡Feliz el alma a quien le es dado de arriba que quiera el bien, y que lo llegue a conocer y pueda, en la medida en que la voluntad también está de acuerdo, no faltar en la fidelidad! ¡Ay miserable de mí, que todo esto lo guardo en la memoria, y lo escribo en el papel, pero que ni lo tengo en mi vida (que no es tal como lo llevo escrito), pero que quisiera que fuese tal, y que no me avergüence de no serlo!

Capítulo 63. BUSCAR A DIOS. QUÉ ES DIOS. LA IMAGEN DE DIOS EN NUESTRA MENTE

Has oído, alma mía, cómo te conviene ser. Huye, pues, de tus preocupaciones y escóndete un poco de tus pensamientos tumultuosos. Entra en el interior de tu mente, y excluye todo fuera de Dios, destierra todo lo que no sea Dios, y sé fiel con quienes te ayuden a buscarlo a Él; y cuando lo encontrares, descansa sosegadamente en El. Di, pues, alma mía, dile a Dios: ¿quién eres, Señor, y cómo entenderte? Ciertamente tú solo eres porque eres, y tú eres el que eres: eres mayor que el cual nada puede pensarse, nada mejor ni más deleitoso. Eres la vida, la sabiduría, la luz, la verdad, la bondad, la eternidad, el Sumo Bien: tú, a quien todas las cosas te sobran, que no necesitas de nadie, y de quien todas las cosas necesitan para que sean, Y para que sean buenas. Has encontrado, alma mía, lo que buscabas: porque buscabas a Dios, y has encontrado que El es Ser Supremo de todas las cosas, mayor que el cual nada puede pensarse; y que eso es la Vida, la Sabiduría, la Luz, la Verdad, la Bondad, la Felicidad eterna, y la Eternidad feliz, y que todo lo verdadero es bueno. Eso bueno eres tú, Dios Padre. Eso bueno es tu Verbo, es decir, tu Hijo; eres tú simple de tal modo que de ti no puede nacer otro que lo que eres tú. Esto mismo es el Amor uno y común a ti y a tu Hijo, esto es, el Espíritu santo que procede de ambos. Porque no puede proceder de la Suma Simplicidad otra cosa que lo que es Aquel de quien procede. Te doy gracias a ti, Señor Dios mío, que me has dado esta gracia de que te pudiese buscar y encontrar. Es verdad que en mi alma, la que tú creaste por tu bondad a imagen y semejanza tuya, encuentro tres cosas, esto es: la memoria, la inteligencia y el amor, con las cuales yo puedo recordarte, entenderte, y amarte. Efectivamente, en mi memoria permaneces, por donde yo te he conocido; y en ella te encuentro cuando me acuerdo de Ti, y me deleito en ti. Así pues, permanece en ella, Dios piadosísimo, para que ahí pueda encontrarte, y a la vez pueda descansar en ti. Porque ésa es mi gloria, ésas son mis delicias, ésa la alegría de mi corazón, cuando puedo dedicarme a ti y ver qué eres. Si Tú eres la Esencia Suma, la Vida Suma, la Sabiduría Suma, la Salud Suma, la Luz Suma, la Verdad Suma, la Bondad Suma, la Eternidad Suma, la Grandeza Suma, la Hermosura Suma, la Felicidad Suma, la Inmortalidad Suma, la Inmutabilidad Suma, la Unidad Suma, el Bien Sumo, en el cual está todo bien, más aún, que es el todo, el único, el total, y el Solo Bien.

Capítulo 64. ESTÍMULO PARA EL CONOCIMIENTO DEL SUMO BIEN. EN ÉL ESTÁN TODOS LOS BIENES

Estimúlate ahora, alma mía, y eleva el entendimiento entero, y piensa cuanto puedes, cuál y cuán grande sea el bien de Dios. Pues, si cada uno de los bienes son deleitables, piensa con cuidado cuán deleitable sea aquel bien, que contiene el deleite de todos los bienes, y no cual nosotros lo hemos experimentado con las cosas creadas, sino tanto más diferente cuanto se diferencia el Creador de la criatura. Pues si es tan buena la vida creada, ¿cómo lo será la Vida creadora? Y si la salud creada es tan deleitosa ¿cómo será de deleitosa la Salud que creó toda salud? Si es tan amable la sabiduría en el conocimiento de las cosas creadas ¿cómo será de amable la Sabiduría que creó todas las cosas de la nada? Finalmente, si son tantas y tan grandes las delicias en las cosas deliciosas ¿cuál y cuánta será la delicia en Aquel que hizo las cosas deliciosas?

¡Oh quién gozará de tal bien, qué será y qué no tendrá! Ciertamente será todo cuanto quiera, y todo cuanto no quiera que sea. Puesto que allí estarán los bienes del cuerpo y del alma, cuales ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre pudo pensar 100. ¿Por qué entonces te dispersas por tantas cosas, hombrecillo, buscando los bienes de tu alma y de tu cuerpo? Ama al único Bien, en quien están todos los bienes; y te basta. Desea el bien simple, que es todo bien; y es suficiente. Porque ¿qué amas, carne mía? ¿Qué deseas, alma mía? Allí está todo lo que amáis; allí está todo lo que deseáis. Si te deleita la hermosura: los justos brillarán como el sol 101. Si la rapidez o la fortaleza o la libertad del cuerpo, al que nada puede obstaculizar, serán semejantes a los ángeles de Dios 102. Porque se siembra el cuerpo animal, surgirá el cuerpo espiritual 103. Por potestad, no por naturaleza, si te deleita una vida larga, una vida saludable, allí está la eternidad sana y la sanidad eterna; porque los justos vivirán perpetuamente 104, y la salud de los justos viene del Señor 105. Si te deleita la saciedad: serán saciados cuando aparezca la gloria del Señor 106. Si la embriaguez: serán embriagadas de la dulzura de la Casa del Señor. Si la melodía: allí los coros de los ángeles cantan a Dios sin cesar. Si cualquier placer limpio: el Señor los saciará con el torrente de las delicias de su divinidad 107. Si la sabiduría: todos serán discípulos de Dios 108: de modo que la misma sabiduría se les manifestará a Sí misma. Si la amistad: amarán a Dios más que a sí mismos, y mutuamente como a sí mismos; y Dios los, amará a ellos mucho más que ellos a sí mismos, porque ellos le amarán a Él y a sí mismos y entre sí por Él y Ellos amará a ellos por Él. Si la concordia: todos ellos tendrán una sola y la misma voluntad; porque no tendrán sino la sola voluntad de Dios. Si la potestad: entrarán en las potencias de Dios 109, y serán omnipotentes de su voluntad, como píos lo es de la suya. En efecto, como Dios puede lo que quiere por Sí mismo, así podrán ellos lo que quieran por El. Porque como ellos no querrán otra cosa que lo que quiere Él, así todo lo que ellos quieran, lo querrá Él y lo que Él quiere no podrá no ser. Si honor y riqueza: Dios constituirá a sus buenos y fieles servidores sobre muchas cosas 110, más aún, serán llamados hijos de Dios y dioses, y lo serán: y donde está el Hijo suyo, allí estarán también ellos 111. Ciertamente herederos de Dios, y coherederos con Cristo (cf. Rm 8,17). Si la verdadera seguridad: de cierto que estarán de tal manera seguros que jamás les fallará, antes bien será perpetuo tamaño bien, y por lo mismo estarán seguros de que nada perderán por propia voluntad, ni Dios amantísimo se lo quitará a sus amadores por la fuerza. En cuanto al gozo, ¿cuál y cuánto será, dónde se encuentra un bien tal y tan grande? El corazón humano, corazón indigente, corazón experimentado en trabajos, más aún, sepultado de miserias, ¿cuánto podría gozar, si aquí abundase en esas cosas? Pregunta a tu interior, a ver si puede abarcar su gozo por tanta felicidad suya. Pero ciertamente si algún otro, a quien amaras tan completamente como a ti mismo, tuviese la misma felicidad, tu gozo se duplicaría; porque no te alegrarías menos por él que por ti mismo. Y si dos o tres o muchos más tuviesen lo mismo, exactamente otro tanto te alegrarías por cada uno, cuanto te alegras por ti mismo, si amaras a cada uno como a ti mismo. Luego en aquella perfecta caridad de los innumerables ángeles y hombres, donde ninguno ama al otro menos que a sí mismo, el gozo será infinito. Si pues el corazón del hombre apenas podrá abarcar su gozo por tan grande bien suyo, ¿cómo va a ser capaz de tantos y tan grandes gozos en aquella felicidad perfecta?, donde cada uno amará más bien sin comparación a Dios que a sí mismo, y a todos los demás consigo; así gozará más sin medida de la felicidad de Dios que de la suya y de la de los demás consigo. De tal modo amarán a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma, que todo el corazón entero no es suficiente para el amor; y así se alegrarán con todo el corazón entero de modo que todo el corazón no baste para la plenitud del gozo: ¡tan grande es el gozo! Que el Dios de la misericordia infinita, fuente de toda bondad y piedad, nos haga participantes de tan gran gozo. Porque Tú eres el gozo pleno, la felicidad suprema; Tú eres eso mejor que lo cual nada puede ser deseado, nada más feliz y más provechoso puede ser poseído.

Capítulo 65. TRIPLE FRUICIÓN DE DIOS EN LOS BIENAVENTURADOS. LA TRIPLE ENERGÍA DEL ALMA SE VE COLMADA EN LAS BIENAVENTURANZAS. LAS HERMOSAS CUATRO DOTES DEL CUERPO GLORIOSO. LA INMORTALIDAD, LA IMPASIBILIDAD, LA AGILIDAD, LA HERMOSURA

En aquella eterna y perfecta bienaventuranza, gozaremos de Dios de tres modos, viéndole en todas las criaturas, poseyéndole en nosotros mismos, y lo que será inefablemente más deleitoso y más feliz que todas esas cosas, conociendo también a la misma Trinidad en Sí misma, y contemplándola gloriosa y sin sombra alguna con el ojo limpio del corazón. Porque en esto consiste la vida eterna y perfecta, que conozcamos al Padre, y al Hijo 112 con el Espíritu Santo y en que veamos a Dios como es 113, a saber: no del modo como está en nosotros y en las criaturas, sino como está en Sí mismo. En verdad, ¡qué grande es aquella bienaventuranza, y cuán escondida está a nuestros ojos! Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre se le alcanza cuánta caridad, cuánta suavidad, cuánto deleite nos aguarda en aquel conocimiento. La paz de Dios está en aquel conocimiento que supera todo sentido y todo entendimiento 114. Y ¿cuánto más a todo nuestro discurso? Por cierto, lo que nadie ha podido experimentar, que nadie se empeñe en proclamarlo, dice el Señor: se os verterá una medida en vuestro seno buena, apretada en el hombre interior, colmada en el hombre exterior, rebosante en el mismo Dios 115. Allí será el colmo de la felicidad, allí la gloria supereminente, allí la bienaventuranza rebosante. En efecto, cómo ha de ser visto en las criaturas, cómo ha de ser poseído en nosotros, lo podemos conjeturar al menos en parte por las mismas primicias del espíritu que ya hemos recibido 116. En cuanto al conocimiento en el mismo Dios nos es todavía desconocido, es sublime, sobrepasa de modo que no podemos abarcarlo 117. Pero se dirá: cómo debe ser percibido en las criaturas, de alguna manera podemos entenderlo sin duda, como también ahora es visto en las mismas criaturas. De donde también el apóstol Pablo, como testigo dice: por las cosas que han sido creadas se conocen las cosas invisibles de Dios 118. De donde por poco que sea, que cada uno adelante, entendiendo comprender cuán potentísima, cuán benignísima, cuán prudentísimamente la Majestad eterna creó todas las cosas, lo rige todo y ordena el universo entero; casi es nada lo que va a comprender. Pero esto llegará cuando ya por la visión y la contemplación, además del gozo inefable, sigamos al cordero a dondequiera que vaya; y lo seguiremos en todas las criaturas 119, para que nos gocemos en todas: sin duda que en todas, pero no de otro modo que de sí mismo, como El mismo no goza de las demás cosas, sino de Sí mismo. Y además, también le podremos pensar en parte cómo ha de ser poseído en nosotros.

Es sabido que la naturaleza de las almas es triple. Y hasta los sabios de este mundo han enseñado que el alma humana es racional, concupiscible, e irascible, esta triple energía del alma, hasta la misma naturaleza y la experiencia cotidiana nos lo enseñan. Pues lo mismo que acerca de lo nuestro racional dan constancia tanto la ciencia como la ignorancia, el hábito y su privación; así también acerca de lo concupiscible, el deseo y el desprecio; como acerca de lo irascible, la alegría juntamente con la ira dejan constancia. Porque el Señor colmará nuestro ser racional de la luz de la Sabiduría; de tal modo que no nos faltará nada en ninguna ciencia 120. Colmará nuestro ser concupiscible con la fuente de la justicia para que la deseemos del todo, y seamos repletos de ella por completo como está escrito: bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados 121. Porque ninguna otra cosa puede llenar el deseo del alma, ninguna otra puede hacer feliz al alma fuera de la justicia. Y cuando Dios haya llenado nuestro concupiscible con la justicia, todo lo que el alma debe despreciar, lo despreciará; y todo cuanto debe apetecer lo apetecerá, y de todas esas cosas apetecerá más lo que juzgue más digno de ser apetecido. Con toda razón por fin atribuimos a nuestro concupiscible la justicia, por el cual sin duda somos considerados justos o injustos. Y además lo que entre nosotros se dice irascible, cuando Dios lo haya colmado, ciertamente habrá en nosotros tranquilidad, y seremos llenos de paz divina para la suma alegría y felicidad. Y fíjate si no consiste en estas tres la bienaventuranza perfecta, en cuanto se refiere al alma, cuando la ciencia ya no se inflará por la justicia, ya no se contristará por la alegría, para que cese ya aquel proverbio: quien aumenta el saber, aumenta el sufrir 122: cuando la justicia ni será indiscreta por la ciencia, ni onerosa por la alegría; cuando la alegría ni será sospechosa por la ciencia, ni impura por la justicia.

Pero en todas estas cosas nada tiene que ver nuestro hombre exterior. En consecuencia, pues, éste, que consta que está compuesto de los cuatro elementos, debe intentar investigarlos, para que la gloria habite también en nuestra tierra 123, y según otro profeta, para que toda la tierra se llene de la majestad del Señor 124. No te admires de que parezca que necesita muchas cosas el alma que ahora vive en el lugar de la indigencia. Por eso el profeta en el salmo: mi alma tiene sed de Ti, mi carne desfallece por Ti 125. Por tanto nuestra tierra tendrá la inmortalidad, sin que tema ya que de nuevo sea reducida a polvo. En efecto, al resucitar nuestro cuerpo, ya no vuelve a morir, la muerte ya no tiene más dominio sobre él 126: pero iría a su encuentro (la muerte), si sucediera por hipótesis que tenga que vivir con las miserias y las tribulaciones de la pasibilidad presente, por la cual este cuerpo corruptible es afligido sin cesar: aunque no de una sola vez, sin excepción siempre está muriendo. Es seguro que obtendrá de Dios por completo la impasibilidacf. Pero de hecho dicen que las causas de las pasiones proceden de los humores desordenados. Como todo nuestro cuerpo desea ya la sutileza, según esa porción, que tiene sin duda del aire, para no verse molestado por su propio peso. Porque debemos creer que ha de ser tan grande la futura ligereza y la agilidad de los cuerpos buenos que sin demora alguna ni dificultad, si queremos, puedan seguir en todo hasta la misma velocidad de nuestros pensamientos. ¿Qué más falta para la perfecta felicidad del cuerpo? Únicamente la belleza. Los que han de tener esa perfectísima belleza, no sin razón, la podemos atribuir a esa parte que tenemos del fuego. Porque esperanzas un Salvador, como dice el Apóstol, que reformará nuestro cuerpo humilde configurado, por fin, al cuerpo de su claridad gloriosa mostrando lo que había prometido 127 porque los justos brillarán como el sol en el Reino del Padre  128. Pues así como Dios llenará nuestras almas, cuando esté en ellas la ciencia perfecta, la justicia perfecta, la alegría perfecta, así será llena de su majestad toda la tierra nuestra, cuando el cuerpo llegue a ser inmortal, impasible, ágil, conformado, finalmente, al cuerpo de su claridad gloriosa. y entonces podrá decirse con toda verdad lo que dijo un poeta: «tres y cuatro veces bienaventurados». Nadie puede pensar dignamente cuán grande será aquella alegría, cuán grande aquella gloria, cuando veamos a Dios presente en todas partes y gobernándolo todo. De tal modo nos será conocido y clarísimo que parezca el espíritu de cada uno de nosotros, de uno en otro, en Sí mismo en el cielo nuevo y una tierra nueva 129, Y en toda criatura que ahora, existiere. Librados de todo mal, y repletos perfectamente de ,todo bien, lo contemplaremos y lo veremos, porque El es Dios 130, de quien seremos llenados, cuando Él lo sea todo en todos 131. Sin duda alguna Él será el fin de nuestros deseos, a quien vemos sin fin, amaremos sin fastidio, alabaremos sin fatiga. Pero ¿quién será capaz de todo esto? Indudablemente el que sea hallado fiel sobre las minucias que ha recibido en el tiempo de su prueba; esto es, sobre sus sentidos, sobre sus acciones y sobre sus apetitos, que ha recibido para administrarlos, de modo que en ellos sea probado cuán fiel ha sido a su Señor 132. Sepa, pues, el siervo de Cristo que posee su vaso para la santificación y el honor 133; y glorifique y lleve a Dios en su cuerpo 134: hasta que alcance la paz 135. Amén.