DEL ALMA Y SU ORIGEN

Traducción: Mateo Lanseros, OSA

LIBRO II

A nuestro muy amado hermano y copresbítero Pedro,
Agustín, obispo, salud en el Señor

CAPITULO I

Prólogo sobre la florida y dañosa elocuencia de Vicente

1. He recibido dos libros que Vicente Víctor escribió para ti y te dedicó. Y me los ha enviado nuestro hermano Renato, simple laico, es cierto, pero muy cuidadoso en atender a sus amigos con solicitud prudente y religiosa. He podido notar que su autor posee un estilo y un lenguaje que demuestran no sólo gran suficiencia, sino que a veces llegan a la redundancia. Mas, en cuanto a las materias que trata, se echa de ver que carece de la ciencia necesaria y competente.

Si con la gracia de Dios la obtuviera, podría llegar a ser un escritor útil a muchos. Tiene, en efecto, gran facilidad de expresión, que le permitirá exponer y adornar su pensamiento si se preocupa en primer término de fundamentarlo en la verdad. Sus hermosos y elocuentes discursos son sumamente dañosos y perjudiciales, porque la elegancia del lenguaje arrastra a los hombres menos instruidos, que los consideran verdaderos.

Ignoro cómo has juzgado tú dichos libros; mas, si son veraces los rumores que me han llegado, a medida que oías leer trozos de esos libros, al parecer, te abandonabas a los alborozos de la alegría y llegaste tú, anciano y presbítero, a besar en la frente a su autor, hombre joven y laico, y a darle las gracias por haberte enseñado lo que hasta entonces habías desconocido. No desapruebo tu humildad; hasta te alabo, porque honraste a un doctor.

Acaso tus elogios no fueran dirigidos o tributados al hombre, sino a la verdad que se dignó hablarte por su boca, si es que pueden demostrar que aprendiste de él alguna cosa verdadera. Quisiera que, al responderme, me enseñaras lo que él te enseñó. No tengo por qué avergonzarme de aprender de un presbítero, cuando tú no te avergonzaste de escuchar a un laico con humildad digna de todo elogio e imitación, si es que de él aprendiste alguna verdad.

CAPITULO II

¿Es distinta el alma del espíritu?

2. Deseo saber, por tanto, hermano muy amado, qué es lo que de él aprendiste, con el fin de felicitarte, si tales verdades me eran ya conocidas, y para aprenderlas si no las sabía.

¿Ignorabas, pues, tú la existencia del alma y del espíritu, claramente contenido en estas palabras: Has separado a mi alma de mi espíritu?1 ¿No sabías que estas dos cosas pertenecen a la esencia de la naturaleza humana, de suerte que el hombre es alma, espíritu y cuerpo, si bien algunas veces el alma y el espíritu son designados con el nombre común de alma, como sucede en aquel pasaje del Génesis: Y fue hecho el hombre viviente con alma?2 Pues aquí se entiende comprendido también el espíritu. Otras veces se designan con el nombre común de espíritu, por ejemplo: E inclinando la cabeza, entregó el espíritu3, en donde hay que entender también el alma. ¿Ignorabas que estas dos cosas son de la misma sustancia? Supongo que ya conocías estas verdades. Si las desconocías, debes saber que has aprendido lo que no puede ignorarse sin gran peligro de la salvación.

Pero, si se trata de entrar en discusiones más sutiles, a propósito del alma y del espíritu, prefiero discutir con el autor, cuya elocuencia y talento me son ya conocidos. Cuando se dice alma, ¿es una expresión genérica que se aplica al alma y al espíritu, de manera que las dos cosas son alma, y el espíritu, por consiguiente, es una parte del alma; o, como él ha creído, el todo está tomado aquí por la parte? ¿Acaso las dos cosas son espíritu, de suerte que una parte del mismo es lo que propiamente se llama alma, o el todo está tomado por la parte, y cuando se dice espíritu está comprendida también el alma, como a él le agrada expresarse? Ya he dicho que éstas son sutilezas que pueden ser ignoradas sin ninguno o, al menos, sin gran peligro para la salvación.

Sentidos corporales y sentidos del alma

3. Igualmente me admiraría si te enseñó que los sentidos del cuerpo son distintos de los del alma. Y tú, a tu edad y ennoblecido con la dignidad del sacerdocio, pensabas, antes de oír su doctrina, que era uno y el mismo sentido con el que se distingue lo negro de lo blanco, como lo ven los pájaros lo mismo que nosotros, y con el que se juzga lo justo y la injusto, como lo hacía Tobías después de haber perdido el sentido de la vista4.

Si esto es así, cuando oías o leías las siguientes palabras: Alumbra mis ojos, que no me duerma en la muerte5, no pensabas más que en los sentidos del cuerpo. Y suponiendo que este texto no es todavía bastante claro, sin duda que, al recordar las palabras del Apóstol: Iluminando los ojos de vuestro corazón6, creerías que tenemos el corazón colocado entre la frente y la boca. No es que yo me haya formado de ti este concepto, ni tampoco pienso que el citado maestro te enseñara semejantes cosas.

Grave error el creer al alma emanada de la sustancia divina

4. Acaso antes de oír su doctrina, que con tanta alegría e interés escuchaste, te imaginarías que el alma era una parte de la naturaleza de Dios, ignorando, con gran peligro de tu salvación, que esto es un tremendo y detestable error. Mas, si aprendiste de él que el alma no es una parte de la naturaleza divina, da fervorosamente gracias a Dios, porque no te sorprendió la muerte antes de llegar a conocer esta verdad, pues hubieras muerto siendo un gran hereje y un blasfemo horrendo. Pero de ningún modo he supuesto en ti tal ignorancia, porque, como hombre católico y digno presbítero, ¿podrías pensar que el alma es una parte de la naturaleza de Dios? Sinceramente te confieso que más bien temo que hayas recibido de él esa enseñanza que es contraria a tus convicciones y a tu primitiva fe.

CAPITULO III

5. Así como no creo que tú, siendo miembro de la Iglesia católica, hayas admitido jamás que el alma es una parte de Dios o de la misma naturaleza que Dios, así también temo que acaso hayas asentido al parecer de tu maestro y creas que «Dios no hizo de la nada el alma, sino de sí mismo, de manera que sea una emanación de Dios». Este es el término que él ha usado, entre otros, con los que ha inducido sobre este punto a grandes errores. Si es esto lo que te enseñó, te ruego que no me lo digas o enseñes a mí, y aun quiero que tú lo olvides. Después de todo, significaría poco no creer ni afirmar que el alma es una parte de Dios. Tampoco decimos que el Hijo o el Espíritu Santo son una parte de Dios, y, sin embargo, confesamos que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola e idéntica naturaleza. Poco es, por tanto, que no digamos que el alma es una parte de Dios: es necesario añadir que el alma no es una e idéntica naturaleza con Dios. Rectamente se expresó nuestro adversario cuando dijo que «las almas son de linaje de Dios por gracia, no por naturaleza», lo que sólo puede predicarse de las almas fieles y no de todas las almas en general. Mas en seguida volvió a incurrir en el error que había evitado, proclamando que Dios y el alma son de la misma naturaleza.

No lo ha hecho con estas palabras o en términos tan explícitos, pero sí es su opinión bien clara y manifiesta; pues al decir que el alma viene de Dios de manera que no la saca de otra naturaleza ni la crea de la nada, sino de sí mismo, ¿no intenta enseñar que el alma es de la misma naturaleza que Dios, aun cuando parezca negarlo con su terminología? En efecto, toda naturaleza o es Dios, que existe por sí mismo, o viene de Dios, siendo él su autor. Pero, aun teniendo a Dios por autor, alguna naturaleza no ha sido hecha y otra lo ha sido.

En cuanto a la que no ha sido hecha y, sin embargo, viene de Dios, o ha sido engendrada por él o procede de él: la que ha sido engendrada es el Hijo único de Dios; la que de él procede es el Espíritu Santo, y esta Trinidad es de una e idéntica sustancia. Estas tres personas, en efecto, son una sola naturaleza. Cada una de ellas es Dios y las tres juntas son un solo Dios, inmutable, eterno, sin principio ni fin. La naturaleza que ha sido hecha se llama criatura; su creador es Dios, es decir, la Trinidad.

Cuando decimos que la criatura viene de Dios, entendemos que no ha sido hecha de su misma naturaleza. Se dice que viene de Dios porque de Dios ha recibido la existencia; pero no en el sentido de que haya nacido o procedido de él, sino porque ha sido creada, formada y hecha por él, sea que no la sacó de ninguna otra, sino directamente de la nada, como hizo el cielo y la tierra, o más bien la masa de la materia universal concreada con el mundo; sea que la sacó de otra naturaleza ya creada y existente, como formó al hombre del limo de la tierra, a la mujer del varón y forma de los padres a los hijos. No obstante, toda criatura viene de Dios, de cualquier manera que sea hecha, o bien sacándola de la nada o bien de otra criatura; pero nunca engendrándola o sacándola de sí mismo.

6. Hablo de estas cosas con un católico, recordándole lo que ya sabía más que enseñándole verdades nuevas. No pienso que esto sea para ti alguna novedad o alguna verdad ya oída y no creída. Al contrario, estoy persuadido de que, al leer mi carta, reconociste y reconoces en su contenido tu propia fe, la fe que nos es común en la Iglesia católica por gratuita concesión de Dios.

Puesto que, como he indicado, trato de estas cuestiones con un católico, quisiera que me dijeras de dónde crees que fue sacada el alma, no el alma de cada uno de nosotros, sino el alma del primer hombre. Si crees que fue sacada de la nada, que fue hecha e inspirada o infundida por el soplo de Dios, entonces crees lo mismo que yo. Pero si piensas que fue sacada de alguna criatura o de alguna materia preexistente por el poder de Dios, como Adán fue hecho del polvo y Eva de la costilla del primer hombre, o como los peces y los pájaros salen de las aguas y los animales terrestres de la tierra, en ese caso no eres católico ni estás en la verdad.

Si, finalmente, crees -lo que Dios no permita-que el alma no ha sido sacada de la nada ni de otra criatura, sino que la hizo Dios o las hace de sí mismo, es decir, de su propia naturaleza, y es esto lo que aprendiste de tu joven maestro, entonces no puedo ni alabarte ni felicitarte, pues te has alejado con él de la fe católica.

De estos dos errores, sería tolerable, aun siendo error, que creyeras que Dios saca las almas de otra criatura hecha ya por él y preexistente, antes que enseñar que la forma de su naturaleza, porque sería horrenda blasfemia decir de la naturaleza de Dios que es mudable, que peca, que se hace impía y que, permaneciendo impía hasta el fin, se condenará para siempre.

Aleja de ti, te lo ruego, hermano, aleja de ti un error de impiedad tan execrable, para que no te veas excluido del número de los fieles-lo que Dios no permita-por haberte dejado seducir por un joven y laico, tú, anciano y presbítero, y haber considerado sus patrañas teológicas como exposición auténtica de la fe católica. No puedo conducirme contigo lo mismo que con él, porque tu error, tan tremendo, aunque lo hayas recibido de él, no merece la conmiseración que merece el suyo. El entró hace poco en el redil católico con el fin de encontrar el remedio para sus desvaríos, y tú tienes la autoridad y el honor que corresponden a los pastores de la Iglesia. No quiero ni puedo tolerar que una oveja ulcerosa que abandona el error consiga su curación a costa de la pérdida de un pastor por el contagio con ella.

7. Si me arguyes: «No es esto lo que él me enseñó ni yo di asentimiento alguno a su error, presentado con tanto encanto por la elegancia del lenguaje», doy de corazón inmensas gracias a Dios. Pero entonces me permito preguntarte cuál fue el motivo que te indujo a besarle en la frente, según se dice, y a darle las gracias porque te instruyó en lo que habías ignorado hasta oírle a él. Y si es falso que hiciste esto, dímelo también claramente y desmiente con tu carta rumores tan injuriosos. Mas, si es cierto que con tanta humildad le diste las gracias, me alegro sinceramente de que no te enseñara los errores detestables que anteriormente he reseñado.

CAPITULO IV

Repercusión del cuerpo en el alma después de la muerte

No te reprendo por haberle manifestado tu gratitud con tanta humildad, con tal que de su discusión sacaras alguna utilidad; únicamente deseo saber qué es lo que aprendiste. ¿Es acaso que el alma no es espíritu, sino cuerpo? No me parece que redunde en gran detrimento de la doctrina cristiana ignorar tal absurdo, aparte de que las disputas sutiles sobre los diversos géneros de cuerpos están llenas de dificultades y son muy poco provechosas.

Si llega el momento en el que, con la ayuda del Señor, haya de escribir a ese joven, como vivamente lo deseo, acaso te convencerás de que no te enseñó esto, a pesar de que tú te felicites de haberlo aprendido de él. Y si te instruyó sobre alguna otra materia que realmente sea útil y necesaria a la fe, te ruego que no te sea molesto el comunicármelo.

8. El cree con toda razón que las almas son juzgadas inmediatamente después de su salida de los cuerpos, antes de que se presenten al otro juicio unidas ya a sus cuerpos para ser atormentadas o glorificadas con la misma carne que tuvieron durante su vida en la tierra. ¿Es esto lo que tú ignorabas? ¿Quién ha cegado su mente contra el Evangelio con tanta obstinación, que no entienda esta verdad o no lo vea expuesto en el pasaje de aquel pobre que fue llevado al seno de Abrahán después de su muerte, y en aquel rico que es cruelmente atormentado en el infierno? ¿Te enseñó, quizá, cómo el alma del rico, separada del cuerpo, pudo pedir que el dedo del pobre dejara destilar sobre ella una gota de agua, habiendo él escrito que el alma no busca los alimentos materiales más que para reparar las ruinas y las pérdidas de su cuerpo corruptible?

He aquí sus palabras: «¿Acaso porque el alma busca la comida y la bebida vamos a creer que pasa hasta ella el alimento?» Y un poco después añade: «De donde se sigue y se prueba que los alimentos no son necesarios para sostener el alma, sino el cuerpo, como le son también necesarios los vestidos: él es el que necesita vestirse y alimentarse». Y todavía corrobora esta opinión, ya de por sí suficientemente clara, y la confirma con un ejemplo: «¿Cuál creemos que es la razón por la que un inquilino cuida de su vivienda? Si se apercibe de que el techo se tambalea, que las paredes vacilan, que se hunden los cimientos, ¿empleará ligaduras o cuerdas y soportes para impedir la ruina inminente y evitar el peligro en que él mismo había de verse envuelto? Debes saber, continúa, que por un motivo semejante busca el alma la comida para su cuerpo, del cual, indudablemente, parte el deseo de la misma».

En términos tan claros ha expuesto dicho joven sus opiniones para probar que los alimentos no son necesarios al alma, sino al cuerpo. El alma se preocupa ciertamente del cuerpo, y procura evitar la ruina inminente de la carne moribunda, como el inquilino mira por la conservación de la casa que habita.

Después de esto, sería oportuno que te explicara el porqué el alma de aquel rico deseaba el mísero refrigerio de una gota de agua. Se hallaba fuera de su cuerpo, y, no obstante, sentía sed y pedía que el dedo del pobre dejara caer sobre ella una gota de agua7. Ya tiene en dónde ejercitar su sagacidad ese doctor y maestro de ancianos: que investigue y que encuentre, si le es posible, el motivo por el cual aquella alma, encerrada en los infiernos y despojada de su ruinosa morada, suplicaba el insignificante refrigerio de una gota de agua.

CAPITULO V

El alma no puede salir del hálito de Dios

9. Proclama también el joven escritor que Dios es absolutamente incorpóreo. Me alegro de esta declaración, puesloveo separado de los errores de Tertuliano, quien afirma que Dios y el alma son seres corporales. El joven maestro no lo admite; mas se empeña, a su vez, en enseñar cosas tan peregrinas, como que, siendo Dios incorpóreo, saque, no de la nada, sino de sí mismo, un soplo o aliento corporal o material. ¡Oh doctrina, a la cual prestan oídos todos los tiempos y que ha merecido tener como secuaces a hombres cargados de años y hasta a presbíteros!

Que lea en público lo que escribió e invite a esta lectura a sus conocidos y a los desconocidos, a los doctos y a los ignorantes. Ancianos, uníos a los jóvenes, aprended lo que ignorabais, oíd lo que nunca habíais oído. He aquí que este joven doctor os enseña que Dios crea un soplo, no sacándolo de otra cosa que de algún modo ya existiera, no sacándolo tampoco de la nada, sino de sí mismo, a pesar de ser esencialmente incorpóreo o espiritual. El, pues, cambia su naturaleza en cuerpo antes de que sea mudada en un cuerpo de pecado.

¿Es que basta que diga el joven autor que Dios no cambia nada en su naturaleza al formar de ella el soplo? Entonces no lo forma de sí mismo, pues no es una cosa él y otra diversa su naturaleza. ¿Quién será tan sumamente necio que se imagine y admita semejante absurdo? Si se responde que Dios saca el hálito de su naturaleza de manera que permanezca integralmente lo que es, hemos de oponerle y manifestarle que no es ésta la cuestión.

Lo que se trata de saber es si Dios saca el soplo no de otra naturaleza ni de la nada, sino de sí mismo, de suerte que el soplo no sea de la misma naturaleza y esencia que Dios. Al engendrar al Hijo, el Padre permanece integralmente el que es; pero, como lo engendró de sí mismo, no engendró algo distinto de su naturaleza, porque, sin hablar de que tomó la naturaleza humana y sin recordar que el Verbo se hizo carne8, el Hijo de Dios es distinto del Padre, no como naturaleza, sino como persona.

Y esto se explica, porque el Hijo de Dios no ha sido formado de otra criatura ni sacado de la nada, sino engendrado del Padre, no para ser más perfecto de lo que era, sino para ser, y ser lo que es el que lo engendró, es decir, una sola e idéntica naturaleza, igual coeterno, absolutamente semejante, igualmente inmutable, igualmente invisible, igualmente incorpóreo, igualmente Dios; en una palabra, debía ser lo que es el Padre, excepto que él es el Hijo y no el Padre. Pero si, aun afirmando que Dios permanece integralmente el mismo, se sostiene que crea no de otra criatura ni de nada, sino de sí mismo, alguna cosa esencialmente diversa de él y que de un Dios incorpóreo emana un cuerpo, el espíritu católico no puede admitir tales conceptos y aserciones; pues no es doctrina que brote de fuente divina, sino pura invención de la mente humana.

CAPITULO VI

¿Prueban algo los rasgos hereditarios?

10. Es con él, y no contigo, con quien tengo que discutir para hacerle ver que trabaja y se esfuerza inútilmente queriendo probar que el alma, siendo corporal, según lo que él ha enseñado, es ajena a las pasiones del cuerpo. Para ello disputa sobre la infancia del alma, sobre los sentidos paralizados, sobre la amputación de miembros del cuerpo sin que el alma reciba lesión alguna. Le corresponde a él esforzarse para justificar sus afirmaciones, pues no debo causar fatiga a un anciano encomendándole la refutación de los escritos de un joven.

Hablando de la semejanza de las costumbres que se encuentra entre los padres y los hijos, sostiene que no proviene de la generación del alma. Es ciertamente lógico que piensen de este modo los que niegan la transmisión del alma por vía de generación. En cuanto a los que la defienden, hay que advertir que no hacen de dicha semejanza su principal argumento, ya que admiten que frecuentemente se ve que hay hijos cuyas costumbres son diferentes de las de sus padres. Atribuyen esta diferencia a que un mismo hombre puede tener en diversas épocas costumbres distintas, no porque haya cambiado el alma, sino porque ha cambiado su conducta en sentido bueno o en sentido malo. De ello concluyen que es muy posible que un alma no tenga las mismas costumbres del que la transmitió, puesto que esta misma alma puede tener ahora unas costumbres completamente distintas de las de otro tiempo.

Por tanto, si crees haber aprendido de ese joven doctor con pruebas irrefutables que el alma no se transmite por vía de generación, gustosísimo recibiría de ti tal enseñanza. Pero una cosa es aprender y otra creer haber aprendido. Si piensas, pues, haber aprendido lo que todavía ignoras, tu ciencia no es completa: no hiciste más que dar asentimiento a lo que oíste con gusto, engañándole la falsedad por su presentación seductora.

No pretendo indicar con esto que esté yo más cierto de la falsedad de la creación de nuevas almas mediante el soplo divino que de su transmisión por vía de generación. Mi parecer es que todavía deben alegar unos y otros pruebas convincentes de la veracidad de su sistema. Me refiero ahora únicamente a este joven maestro, porque, al tratar cuestión tan discutible, no sólo no la resolvió, sino que emitió ideas cuya falsedad no ofrece duda de ningún género.

CAPITULO VII

Supuesta recuperación de un estado de justicia en el alma anterior al cuerpo

11. ¿Dudarías tú de reprobar este lenguaje suyo referente al alma: «No quieres que el alma reciba la salud de una carne pecadora, por la cual recibe a su vez la santificación, de tal manera que recobra su primitivo estado por el mismo medio que había ocasionado su ruina? ¿Acaso porque las abluciones bautismales lavan tan sólo externamente el cuerpo, no pasa al alma o al espíritu la gracia que el bautismo confiere? Es natural, por consiguiente, que el alma recupere mediante la carne su primer estado, ya que por la carne lo perdió por algún tiempo, y así comience a renacer por lo mismo que había merecido ser mancillada».

Comprenderás por el enunciado de estas expresiones el error gravísimo en que incurrió tu joven maestro. Se atrevió a enseñar que «el alma se reintegra por la carne al estado primitivo, que por ella había perdido». Supone, por tanto, que el alma tenía antes de su unión con el cuerpo un estado perfecto y un mérito bueno, estado y mérito que recupera mediante la carne, cuando ésta es regenerada por las aguas bautismales9. Síguese que el alma, antes de su unión con el cuerpo, había vivido en alguna parte en un estado de perfección y de mérito, que luego perdió al unirse con la carne. Lo dice él expresamente: «Es natural que el alma recupere su primer estado mediante la carne, ya que por la carne lo perdió por algún tiempo». Tuvo, pues, el alma un modo de existir anterior a su unión con el cuerpo. ¿Y cómo sería aquel modo sino laudable y feliz? Asegura él que el alma lo ha recobrado por el bautismo; sin embargo, no admite que esa alma provenga por generación de la que existió en el paraíso y gozaba de felicidad. ¿Por qué se atreve entonces a decir en otro lugar que «él siempre ha afirmado que el alma no existe por vía de transmisión original, que no ha sido sacada de la nada, que no tiene por sí misma la existencia y que no existió antes del cuerpo»? Ahora, por el contrario, sostiene que las almas han vivido felizmente en alguna parte con prioridad a la unión con el cuerpo, y que esta felicidad les es devuelta por el bautismo. Y en seguida, olvidando lo que acaba de decir, añade que «comienza a refacer por la carne como por la carne mereció ser mancillada». Anteriormente daba a entender que el alma había perdido su mérito bueno por la carne; ahora supone en ella la existencia de algún demérito y que en castigo de su falta había sido condenada a habitar en el cuerpo «por el cual había merecido ser mancillada». Merecer ser mancillada no es, ciertamente, un mérito bueno. Ponga de manifiesto qué clase de pecado cometió el alma antes de ser inficionada por la carne, para que, a causa de ese pecado, mereciera ser mancillada por ella. Dígalo, si le es posible. Tengo la seguridad de que no puede, pues lo que afirma es contrario a la verdad.

CAPITULO VIII

Nueva contradicción en que cae el joven doctor por defender sus teorías

12. Igualmente añade un poco después: «Aunque el alma que no había podido pecar antes de su unión con el cuerpo, mereció llegar a ser pecadora, sin embargo, no permaneció en el pecado, porque, prefigurada en Jesucristo, no debió continuar en ese estado, del mismo modo que por sí misma no pudo cometerlo». Te ruego, hermano, que me digas si pensaste en estas palabras o si después las leíste y las meditaste detenidamente y qué fue lo que tanto alabaste en la lectura y por qué le diste después tan vivamente las gracias. ¿Qué significan estas palabras: «El alma que no podía ser pecadora, mereció llegar a serlo»? ¿Cómo se entiende «merecer serlo» y «no poder serlo», ya que no pudo merecer esto si no era pecadora, y no lo sería si no hubiera podido serlo, de suerte que el pecado cometido antes de todo demérito fuera causa de que Dios la abandonara y cayera en otros pecados? ¿O es que dijo que «el alma no pudo ser pecadora», porque no hubiera llegado a serlo si no se hubiera unido al cuerpo? Mas entonces, ¿cómo mereció el alma ser castigada a habitar en un cuerpo con cuyo contacto se haría pecadora, y, sobre todo, que no hubiera sido mancillada si no hubiera sufrido esa unión? ¿Qué es, pues, lo que mereció? Si realmente mereció ser pecadora, es indicio de que ya había pecado de algún modo y que esto fue lo que le ocasionó la nueva caída.

Quizá parezcan obscuras todas estas proposiciones o como tales sean juzgadas, siendo así que son clarísimas. En efecto, si el alma, antes de unirse al cuerpo, no pudo adquirir ni mérito ni demérito alguno, nuestro adversario no debió afirmar que «el alma había merecido ser mancillada por la carne».

CAPITULO IX

El argumento de la predestinación tampoco es válido

13. Comencemos ya a tratar materias más comprensibles y fáciles. Grandes angustias atormentaban al joven maestro, que no se explicaba cómo era posible que las almas quedaran ligadas con el reato y el vínculo del pecado original si no proceden de la primera que pecó, ya que, al infundirlas en el cuerpo pecador el soplo del Creador, salen de él puras de todo contagio y limpias de todo pecado.

Para que no se le respondiera que en este caso es Dios mismo quien las hace culpables al infundirlas, intentó apoyar primeramente su opinión en la presciencia divina, diciendo que «Dios les había preparado la redención». En virtud de esta redención, los niños son bautizados para que les sea borrado el pecado original, que contrajeron por la unión con el cuerpo, como si Dios se viera precisado a corregir sus acciones y purificar a las almas que, siendo inocentes, había hecho que se mancillaran.

Recayó después la discusión sobre los que no obtienen tales auxilios y mueren sin recibir el bautismo. «Sobre este punto -dice-no me presento como autor, sino que me limito a deducir las consecuencias de un ejemplo. Me refiero a aquellos niños que, predestinados al bautismo, mueren prematuramente antes de ser regenerados en Jesucristo. A propósito de tales niños leemos lo siguiente: Fue arrebatado por que la malicia no pervirtiese su inteligencia y el engaño no extraviase su alma. Su alma era grata al Señor10; por esto se dio prisa a sacarlo de en medio de la maldad. Llegado en poco tiempo a la perfección, vivió una larga vida11.

¿Quién se atreverá a despreciar a tal doctor? Puede suceder que algunos niños vayan a ser bautizados y, a pesar de la prisa para administrarles el bautismo, mueran antes de recibirlo. Si su vida se hubiera prolongado un poco más y hubieran muerto inmediatamente después de ser bautizados, ¿sería porque la malicia había de cambiar su inteligencia y la mentira engañaría su alma, y, para que no les ocurriera esto, se acudió en su ayuda y fueron sacados de esta vida antes de ser regenerados con las aguas bautismales? Luego es porque se corromperían con el bautismo y el dolo los seduciría si morían después de ser bautizados. ¡Oh doctrina, que ha sido admirada y admitida; es más, detestable y abominable!

Mas él previó de la prudencia de todos los que asististeis a la lectura, y sobre todo de la tuya, ya que para ti compuso los libros y te los entregó, después de haberlos leído en público, previo, digo, que podía confiar en que creeríais que se aplicaban a los niños muertos sin el bautismo las palabras escritas especialmente para todos los santos que Dios llama antes de llegar a la edad de la madurez, y sobre los cuales opinan los necios que Dios obra mal al sacarlos prematuramente de esta vida y no permitirles llegar a la edad avanzada, que los hombres consideran como un gran favor del cielo. ¿Cómo se atreve a decir que «los niños predestinados al bautismo son arrebatados de esta vida antes de ser regenerados en Jesucristo», como si el poder de la fortuna, de la casualidad o de otra cosa cualquiera le impidiera a Dios cumplir lo que había previsto? ¿Cómo explicar que los saca de este mundo porque eran de su agrado? ¿Podrá decirse que los predestina a ser bautizados y luego no permite que se realice su predestinación?

CAPITULO X

Un pretendido paraíso temporal para los niños muertos sin el bautismo

14. Pero fíjate hasta qué punto llega su temeridad sólo porque le desagrada mi indecisión, que es más prudente que docta, en una cuestión tan profunda. «Me atrevo a afirmar -dice-que estos niños pueden obtener la remisión del pecado original, no para entrar en el reino de los cielos, sino en el paraíso, del mismo modo que al buen ladrón, que confesó la divinidad del Señor, pero no recibió el bautismo, le fue prometido no el reino de los cielos, sino el paraíso12, conforme estaba promulgado: Quien no renazca del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el reino de los cielos13. Además, el Señor había proclamado que en la casa de su Padre había muchas moradas14, indicando de este modo la multiplicidad y diversidad de méritos de los que en ellas moran. Y así, el que no está bautizado puede conseguir el perdón de sus culpas, y el bautizado, la palma, que le ha sido preparada por la gracia».

He aquí a un doctor que separa el reino de los cielos y las diferentes moradas de la casa del Padre, de manera que aun los no bautizados gozarán de abundantes delicias y de sempiterna felicidad. Y tampoco ve que, al escribir estas cosas, no quiere separar del reino de los cielos la morada de cualquier niño bautizado, y no teme, sin embargo, separar de él la casa del Padre o las diferentes moradas que la componen.

Al hablar, en efecto, el Señor de la multiplicidad y diversidad de moradas, no las coloca en el universo en general o en alguna parle del universo, sino que dice expresamente: En la casa de mi padre hay muchas moradas15. Porque, ¿cómo colocar en la casa del Padre a un niño no bautizado, siendo así que solamente puede llamar Padre a Dios el que ha sido regenerado? ¡Que no sea ingrato para con Dios, que misericordiosamente lo separó de la secta de los donatistas o rogatistas, y no intente dividir la casa del Padre colocando parte de ella fuera del reino de los cielos, en donde puedan habitar los que mueran sin el bautismo! ¿Con qué fundamento se jacta él de entrar un día en el reino de los cielos, si excluye de este reino la casa del mismo rey en la parte que le place?

Respecto de la conclusión que deduce del ladrón que, crucificado al lado del Señor, confió en su misericordia16, y de Dinócrates, el hermano de Santa Perpetua, de que también los no bautizados pueden obtener el perdón de sus pecados y un lugar entre los bienaventurados, ¿es que le manifestó alguien, cuyo testimonio deba ser creído, que no habían sido bautizados? Ya expuse claramente mi pensamiento sobre estos casos en el libro que dirigí a nuestro hermano Renato, y que tú puedes conocer si no desprecias su lectura, pues basta que le indiques tu deseo y él no te lo negará.

CAPITULO XI

Los Macabeos no son comparables a los no bautizados.
De nada sirve el sacrificio de Cristo por los que no son sus miembros

15. Tu maestro se consume ahora en ardores y está como oprimido por tremendas pesadillas. Ha comprendido, quizá mejor que tú, lo absurdo que es afirmar que el pecado original puede ser borrado en los niños sin el bautismo de Jesucristo.

Y luego, como si deseara probar que recurre, aunque un poco tarde, a la eficacia de los sacramentos de la Iglesia, añade: «Juzgo que los santos sacerdotes deben ofrecer continuamente por estos niños oblaciones y sacrificios».

Considéralo también como censor-valga la palabra-, si no era suficiente darle honores de doctor, para que puedas ofrecer el sacrificio del cuerpo de Jesucristo aun por aquellos que no han sido a él incorporados. A pesar de ser ésta una opinión nueva y opuesta a la disciplina eclesiástica y a la regla de la verdad, que con tanta audacia emitió en sus libros, no usó términos dubitativos, tales como pienso, estimo, creo o, al menos, sugiero, digo, sino censeo,? juzgo?, como dando a entender que, si nos sentíamos ofendidos por la novedad o perversidad de su doctrina, debíamos aterrorizarnos ante su autoridad de censor.

Piensa, hermano, cómo puedes tolerar a quien enseña semejantes cosas. En cuanto a los sacerdotes católicos que permanecen fieles a la doctrina tradicional, a los cuales debes unirte tú, lejos de aprobar su lenguaje, desean verlo arrepentido y dolorido y retractarse de las ideas que ha fomentado y de lo que ha publicado en los libros. Pero él continúa: «Lo que yo defiendo lo encuentro apoyado en el ejemplo de los Macabeos17, muertos en el campo de batalla y culpables de haber sustraído furtivamente algo prohibido; pues los sacerdotes aconsejaron que se ofrecieran sacrificios por las almas que estaban ligadas con el reato de la culpa».

Se expresa de este modo porque cree que aquellos sacrificios fueron ofrecidos en favor de los incircuncisos, como juzga o pretende que nosotros debemos ofrecerlos por los no bautizados. En aquel tiempo era la circuncisión una especie de sacramento que prefiguraba nuestro bautismo.

CAPITULO XII

El colmo de la osadía: Anteponer la propia opinión a la palabra de Cristo.
No se perdona el pecado original sin el bautismo

16. No obstante, son más tolerables los errores que acabamos de enumerar que los que siguen. En efecto, como si se hubiera arrepentido-no de lo que debiera arrepentirse, esto es, de haberse atrevido a afirmar que los no bautizados obtienen la remisión del pecado original y el perdón de todos los demás pecados, de suerte que merezcan entrar en el paraíso, o sea, en un lugar de gran felicidad, y habitar las moradas de la casa del Padre, como si se hubiera arrepentido de haberles señalado las sillas de menor felicidad fuera del reino de los cielos, añadió: «Si alguno me reprocha haber colocado temporalmente en el paraíso el alma del buen ladrón y la de Dinócrates, les respondo que todavía les resta el premio del reino de los cielos para el día de la resurrección, aunque aparentemente se oponga esta máxima fundamental: Quien no renazca del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el reino de los cielos18. Mantenga, sin embargo, en esta cuestión mi criterio, con tal que sea para ensanchar los efectos y los atractivos de la misericordia y de la presciencia divinas».

He copiado textualmente estas palabras del segundo de sus libros. ¿Puede darse en este punto mayor audacia del error, mayor temeridad y presunción? Tiene presente en su memoria la sentencia del Señor, la recuerda, la cita en sus escritos, diciendo: «A pesar de la contradicción de esta sentencia fundamental: Quien no renazca del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el reino de los cielos». Pero se atreve a oponer a esta máxima fundamental el orgullo de su censura: «Mantenga-dice-mi criterio en esta cuestión». Y su criterio es que las almas de los no bautizados merecen temporalmente el paraíso, como lo merecieron el buen ladrón y Dinócrates, cuyos ejemplos aduce para confirmarlo, resolviendo por anticipado la cuestión; y que estas almas, después de la resurrección, serán llevadas a un lugar todavía mejor y poseerán el reino de los cielos, «a pesar de que se oponga esa máxima fundamental». Ahora pregúntate a ti mismo, hermano, te lo ruego, ¿qué sentencia merecerá del juez el que cree en la palabra de un hombre que es opuesta a la doctrina fundamental del Salvador?

17. Los concilios católicos y la Sede Apostólica han condenado muy justamente la nueva herejía de los pelagianos, porque se atrevieron a sostener que los no bautizados irían a un lugar de reposo y salvación fuera del reino de los cielos. No hubieran ellos osado propagar semejante doctrina si no negaran que los niños contraigan el pecado original, para cuya remisión es necesario el sacramento del Bautismo.

Pero he aquí que este autor enseña, como católico, que los niños están ligados con el vínculo del pecado original, y, sin embargo, afirma que pueden ser absueltos de él sin la recepción del bautismo, y misericordiosamente los envía después de la muerte al paraíso, y después de la resurrección los introduce con mayor misericordia en el reino de los cielos. También Saúl creyó ser misericordioso cuando perdonó al rey que el Señor le había ordenado matar19, y con razón fue condenada y reprobada su misericordia desobediente y su desobediencia misericordiosa, para que el hombre tema no merecer la misericordia de aquel cuya doctrina contradice y por el cual fue hecho lo que es, hombre.

La misma Verdad proclama con su propia boca: Quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de los cielos20. Y para dar a entender que no están comprendidos en esta sentencia los mártires, que tuvieron la dicha de morir por Jesucristo antes de ser purificados con su bautismo, dice en otro lugar: El que perdiere su vida por amor de mí, la hallará21. Y para enseñarnos que a nadie que no haya renacido en las aguas regeneradoras de la fe cristiana se le promete la remisión del pecado original, dice el Apóstol: Por la transgresión de uno solo llegó la condenación a todos22. Contra esta condenación muestra el Salvador que hay un remedio de salvación: El que creyere y fuere bautizado se salvará, mas el que no creyere se condenará23. El misterio y la eficacia de esta fe se cumplen en los niños por la respuesta que en su lugar dan los que los llevan a las aguas bautismales, sin lo cual todos sufrirían la condenación ocasionada a la humanidad por un solo hombre.

Y a pesar de oráculos tan claros dados por la Verdad, el joven maestro, inspirándose en una vanidad más necia que misericordiosa, exclama engreído: «No solamente no se condenan los niños aun cuando no hayan sido purificados, mediante el bautismo, del reato del pecado original, sino que gozan, después de la muerte, de la felicidad del paraíso y, después de la resurrección, poseerán la felicidad del reino de los cielos». ¿Se hubiera atrevido acaso a enseñar una doctrina tan opuesta a los principios fundamentales de la fe católica si no hubiera incurrido en la temeridad de intentar solucionar una cuestión que es muy superior a sus fuerzas: la cuestión del origen del alma?

CAPITULO XIII

En cuestión tan espinosa es preferible la prudencia de la reflexión y de la duda

18. Mayores angustias le atormentan cuando oye que le arguyen: «¿Por qué castigó Dios al alma con animadversión tan injusta, encadenándola en una carne de pecado, puesto que comienza a ser pecadora al unirse con ella y sin esa unión no lo hubiera sido?» E insisten de nuevo: «El alma no podía llegar a ser pecadora si Dios no la hubiera unido a un cuerpo pecador». No pudiendo él conciliar la conducta de Dios con su injusticia, sobre todo por la condenación eterna de los niños que mueren sin el bautismo y, por tanto, sin la remisión del pecado original, y no siéndole posible explicar cómo un Dios justo y bueno, que sabía por su presciencia que tales almas quedarían privadas del sacramento de la gracia cristiana, las encierra, puras e inocentes, en un cuerpo culpable, que trae su origen del primer hombre, de Adán, y las somete al pecado original y de este modo las hace reas de eterna condenación, y no queriendo admitir que estas almas provengan de la primera alma pecadora, prefirió exponerse a los riesgos de un naufragio miserable antes que plegar las velas, deponer los remos de su discusión y frenar la marcha peligrosa, entregándose prudentemente a su estudio. La indecisión de un anciano mereció los desprecios de un joven, como si en esta cuestión tan espinosa y peligrosísima fueran más necesarios los ímpetus fogosos de la elocuencia que la reflexión de la prudencia.

También él previo los peligros de sus enseñanzas; pero fue en vano, ya que, proponiéndose a sí mismo las dificultades que supone que le propondrían sus adversarios, dice: «Se levantan otras injurias por las quejumbrosas murmuraciones de los maldicientes y, como arrebatados por un torbellino, naufragamos a menudo entre enormes peñascos». Y escrito esto, se planteó a sí mismo la cuestión ya enunciada, tan llena de escollos, con la cual se ha apartado de la fe católica hasta que se arrepienta y retracte de los errores que ha sostenido. Atemorizado yo por aquel torbellino y aquellos escollos y deseando evitarlos, no quise confiarles el navío, y si he escrito sobre esta materia, ha sido más para demostrar el fundamento de mis dudas que para declarar o descubrir la temeridad de su presunción.

Al encontrar él en tu casa mi opúsculo, se mofó con gran desprecio y se arrojó contra los escollos con más impetuosidad que prudencia. Creo que comprenderás ahora los excesos a que le llevó su orgullo. Si ya los has advertido, doy las más fervientes gracias a Dios. No quiso detener su marcha por no desmentir su primera audacia y encontró una salida indigna afirmando que Dios da a los niños que mueren sin la regeneración cristiana, primero, el paraíso, y después, el reino de los cielos.

CAPITULO XIV

Dios creó y crea todo el hombre. Pero ¿cómo?

19. En cuanto a los textos de la Sagrada Escritura que ha alegado para probar que Dios no saca o crea las almas de la primera por vía de generación, sino que inspira o infunde a cada uno la suya como infundió aquélla, son inciertos y ambiguos respecto de la cuestión que nos ocupa, y con la misma facilidad y eficacia pueden ser interpretados en sentido diferente. Me parece haberlo demostrado suficientemente en el libro que dirigí a nuestro amigo, como ya lo he recordado antes. Los citados pasajes prueban que Dios da las almas o las crea o las forma; pero no dicen nada acerca del modo de crearlas o formarlas: si es por propagación, proviniendo de la primera, o las infunde, como hizo con aquélla. Ha leído que Dios es quien da, crea o forma las almas24, y concluye que en esos textos está claramente negada su propagación. Pero también, según la Sagrada Escritura, es Dios quien da, crea o forma los cuerpos, y nadie duda de que los da, los crea o los forma mediante la generación.

20. Consta igualmente que Dios hizo de una sola sangre todo el linaje humano25. Y en otra parte leemos que Adán dijo: Esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne26. Fundándose en que en el primer pasaje no se dice «de un alma» ni en el segundo «alma de mi alma», opina que se niega en ellos que las almas de los hijos provengan de las de los padres o la de la primera mujer del primer hombre, como si en lugar de decir: de una sola sangre, dijera: «de un alma», pudiera entenderse que no se trata del hombre entero o que es negada la propagación del cuerpo. Del mismo modo, si hubiera dicho: «Alma de mi alma», no se excluiría el cuerpo, el cual efectivamente fue sacado del cuerpo del hombre. Hay que tener presente que la Sagrada Escritura toma con frecuencia el todo por la parte y la parte por el todo. Es cierto que si en lugar de estas palabras: De una sola sangre, hubiera dicho: «De un solo hombre» fue hecho el género humano, este pasaje que cita nuestro adversario no sería contrario a los que niegan la transmisión de las almas, aun cuando el hombre no se componga de alma sola o de solamente cuerpo, sino de cuerpo y alma a la vez. Ellos responderían que la Sagrada Escritura había tomado el todo por la parte, es decir, el término hombre designaría únicamente el cuerpo.

Los partidarios de la transmisión de las almas se apoyan en las palabras de una sola sangre y defienden que en el vocablo «sangre» está comprendido todo el hombre, o sea, que aquí está tomada la parte por el todo. Así como los primeros creen favorecida su opinión, porque se dice: de una sola sangre y no «de un solo hombre», los segundos aplican a su sistema la sentencia del Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, que pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado27, ya que no dijo: «en el cual pecó el cuerpo o carne de todos». Y así como aquéllos se apoyan en que dijo Adán: Esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne, porque está claramente expresada la parte y no el todo, éstos se apropian lo que inmediatamente sigue: Esta se llamará varona, porque del varón ha sido tomada28, y arguyen que debió decir: «porque del varón fue tomado su cuerpo», si únicamente fue sacado del hombre el cuerpo y no la mujer toda entera, es decir, el cuerpo y el alma.

Quien juzga serenamente, después de escuchar a los partidarios de las dos teorías, ve con claridad que no se puede oponer a los defensores de la transmisión de las almas aquellos textos en los cuales tan sólo se hace mención de una parte del hombre, puesto que la Sagrada Escritura pudo tomar la parte por el todo, como sucede en este pasaje: El Verbo se hizo carne29, en donde entendemos no que asumió únicamente el cuerpo, sino que se hizo hombre. Mas tampoco pueden invocarse o utilizarse contra los adversarios de la transmisión de las almas aquellos textos en los que se menciona no una parte del hombre, sino al hombre entero, ya que la Sagrada Escritura pudo tomar en ellos el todo por la parte, como en el caso de la sepultura de Jesucristo, pues solamente fue sepultado el cuerpo.

Concluimos, por consiguiente, que la transmisión de las almas ni debe ser temerariamente afirmada ni negada, y aconsejamos que aduzcan otros testimonios que no sean inciertos o dudosos.

CAPITULO XV

Nada hay claro sobre el origen de las almas

21. Ignoro todavía qué fue lo que te enseñó y por qué le demostraste tu profundo agradecimiento. Hasta ahora queda sin solucionar la cuestión del origen de las almas, que se concreta en saber si Dios las da a los hombres, las crea o las forma mediante la propagación de la que infundió en el rostro del primer hombre, o las saca de su hálito como sacó la de aquél, siendo en todo caso indudable para la fe cristiana que es él quien las da, crea o forma.

Esta es la cuestión que intentó resolver tu maestro, sin medir la capacidad o alcance de sus fuerzas, y negó la transmisión de las almas y afirmó que el Creador las saca puras y sin mancha de pecado, no de la nada, sino de sí mismo, por un soplo, atribuyendo así a la naturaleza de Dios la ignominia de la mutabilidad. Y queriendo luego probar que Dios no es injusto, porque sujeta al pecado original a las almas limpias hasta entonces de todo pecado y aun a las que no obtendrán con la regeneración cristiana la purificación de la mancha original, formuló proposiciones que prefiero que no te haya enseñado.

Con relación, por ejemplo, a los niños que mueren sin el bautismo, les concede mayor bienestar y mayor felicidad que les había concedido la herejía pelagiana. Y, sin embargo, no sabe qué decir sobre el destino de las almas de millares de niños que nacen de padres impíos y entre ellos mueren, y a los cuales no solamente no se les puede administrar el bautismo, aunque se quiera, sino que nadie ha pensado en administrárselo, ni nadie ha ofrecido ni ofrecerá el sacrificio, que tu maestro juzga que debemos ofrecer nosotros. Si se le preguntara cómo merecieron aquellas almas que Dios las encerrara en un cuerpo manchado con el pecado, sin ser luego purificadas con el bautismo o por el sacrificio expiatorio del cuerpo y de la sangre de Jesucristo, y, finalmente, hayan de sufrir la condenación eterna, o bien optará por guardar silencio, y, aunque tarde, le agradará mi vacilación, o bien sostendrá que debe ofrecerse el sacrificio del cuerpo de Jesucristo por todos los niños que mueren en el mundo sin el bautismo y sin haber sido incorporados a Jesucristo; pero omitiendo sus nombres, porque son desconocidos en la Iglesia.

CAPITULO XVI

La culpabilidad de Vicente queda disminuida

22. Evita, hermano aprobar semejante doctrina, complacerte en haberla aprendido o presumir de enseñarla tú mismo; pues en este caso su conducta sería más disculpable que la tuya. Al comenzar a escribir este libro, dando pruebas de modestia y de humildad, puso como preámbulo estas palabras: «Deseando obedecerte, incurro en la nota de presuntuoso». Y añade a continuación: «Ya que no me hago la ilusión de creer que puedo probar lo que he afirmado, procuraré no sostener siempre mi propia opinión, si averiguo que no es probable, y, desechando mi propio juicio, seguiré de corazón lo que me parezca mejor y más verdadero; pues así como es prueba de sabiduría y de laudable prudencia abrazar sin dificultad el partido de la verdad, así también es indicio de criterio defectuoso y obstinado rehusar seguir prontamente el camino de la razón». Si este lenguaje es sincero y de verdad sentía lo que escribió, demostró poseer un alma noble y de grandes promesas y esperanzas. Del mismo modo al fin del segundo libro: «Y no pienses que pueda caer en vituperio o reproche tuyo, porque someto a tu juicio lo que escribo. Y para que las huellas de las letras que posiblemente quedaran no turben y lastimen la vista de algún curioso lector, suprime sin compasión todo el trozo o pasaje. Y con tal que yo quede libre de reprensión, borra la tinta que grabó expresiones inconvenientes o indignas, para que a causa de esto no se mofen de la excesiva benevolencia de tu juicio y de mi ineptitud, que estaba oculta».

CAPITULO XVII

Conclusión: Renato debe corregir al joven Vicente
para no hacerse cómplice de sus errores

23. Habiendo él protegido con estas restricciones sus libros al principio y al fin e impuesto sobre tus hombros la carga religiosa de su examen y corrección, procura otorgarle lo que te ha solicitado: corrígele y repréndele con justicia y con misericordia, evitando que el óleo del pecador, de que acaso esté ungida su cabeza30, destile de tus manos y de tus ojos, es decir, evita el asentimiento indecoroso del adulador y la dulzura falaz del halagador. Faltarás a la caridad si eres negligente en corregir lo que debes corregir; pero, si no le corriges porque crees verdadero todo lo que él escribió, entonces faltarás a las exigencias de la verdad.

Se seguiría de esto que es mejor disposición de ánimo la de aquel que está pronto a enmendarse, si encuentra uno que le corrija, que la del tuyo si, conociendo sus errores, te ríes y lo desprecias, o si, no conociéndolos, le sigues igualmente. Lee, pues, con solicitud y escrupulosidad esos libros, que para ti escribió y te entregó, y quizá encuentres más defectos de los que yo he encontrado. Y todo lo que haya en ellos digno de ser aprobado y alabado y que tú ignorabas hasta entonces y lo aprendiste al oírle a él, exponlo con toda claridad, para que todos los que asistieron a la lectura o después los leyeron sepan el motivo por el cual le diste las gracias y que no aplaudiste lo mucho que en ellos hay de reprobable, y así no beban otros lectores, siguiendo tu ejemplo, el veneno que se les ofrece en la copa preciosa de su estilo encantador, y, no sabiendo lo que bebiste y lo que no bebiste, les hagan creer tus alabanzas que pueden aceptar todo lo que dichos libros contienen. ¿Qué es oír, leer y recordar lo que se ha oído, sino beber? Pero, hablando de sus fieles o discípulos, predijo el Señor que si bebieren una ponzoña, no les dañará31. Por lo demás, los que lean con discernimiento y aprueben lo que debe ser aprobado en conformidad con la regla de la fe, y desaprueben lo que debe ser desaprobado, aun cuando su memoria conserve lo que es reprobable, no sufrirán ningún daño por el veneno encerrado en doctrinas tan perversas y erróneas.

No me arrepentiré de haberte aconsejado con la ayuda de Dios estas cosas, de cualquier manera que recibas lo que pensé que debía proponerte por anticipado. Mas daré fervientes gracias a Dios, en cuya misericordia es muy saludable confiar, si esta carta encuentra a tu fe apartada y limpia o la aleja ella de las mentiras y de los errores que he podido señalarte contenidos en los libros de este joven escritor.